Me despertó el viento, aullaba en las ventanas empujando los cristales, como queriendo escapar de la oscuridad que comenzaba a vislumbrarse en el horizonte. Abrí despacio los ojos, coloqué mis pies en el suelo y sentí un leve temblor que culminaba en los labios seguido del parpadeo de una lágrima.
Pensé que era extraño el ritual de la tristeza, te agrieta el alma en la cadencia de un recuerdo que parecía dormido y que cobra vida en la amargura de encajar las piezas de un puzzle que antes parecía incompleto.
Con el paso de los días había descubierto que en la oscuridad todos somos iguales, aunque nuestro grito sea tan profundo como el silencio y nuestro perfil describa una letanía que nos parta en mil pedazos.
Yo me había cobijado en estas cuatro paredes, donde el viento me recordaba que la luz es un beso perenne. Que ella nos descubre el latido de quienes somos más allá de las interpretaciones que otra gente dé de nosotros. Al fin sabía que estaba en pie, que las batallas que libramos contra nosotros mismos son catastróficas, pero que enfrentarse al dolor nos da la seguridad de que nuestros pasos serán más certeros y que ya nadie podrá volver a engañarnos en la fingida pantomima de un sentimiento que jamás existió.
Ahora me siento capaz de alcanzar el vuelo de aquel suspiro que roza los labios, de parar los relojes que devanan mi sombra. Porque ahora sé que es preferible la paz de la verdad, que la ilusión que otros nos trazan como perfecta.
Arquitectura de un reglón indiferente
Inma J. Ferrero
Proverso Ediciones
ISBN: 9781081263614
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