No es posible olvidar aquellos sobrecogedores versos con los que Alejandra Pizarnik concluyó uno de sus poemas más célebres, “El despertar”: “Señor / La jaula se ha vuelto pájaro / Qué haré con el miedo”. El miedo es precisamente el sustrato de este nuevo poemario de la fecunda escritora madrileña Inma J. Ferrero; sustrato que lo emparenta inequívocamente con la creación de la gran poeta argentina, y a partir del cual la autora despliega toda la personal potencia de su canto, que aquí encuentra en la angustia una sostenida y pavorosa afinación. Porque si algo viene a esclarecer este Adagio ma non troppo es la talla de Inma J. Ferrero como excepcional poeta de la angustia.
Vértigo existencial donde los haya, la angustia impone siempre un respeto ante quien la contempla porque en ella reconocemos una dialéctica propia: la que, de alguna manera, se libra entre nuestros demonios particulares y el exorcismo con el que la vida no se resigna a ceder bajo su influjo. La angustia es lucha; Inma J. Ferrero lo sabe bien: “Quiero ser / en medio / de este grito / retorcido”, leemos en “Acorde perturbado”, penúltimo texto del libro. La angustia es lucha individual, del mismo modo que el poeta canta en soledad sobre el insondable abismo de la condición humana en medio del cosmos; pero obras como Adagio ma non troppo nos recuerdan que el poeta, la poeta en este caso, canta siempre por todos desde una perspectiva de la creación como redención de la vida. Y no es que la angustia adquiera resonancias colectivas aquí. Se trata de una sutileza todavía mayor; se trata de que el conflicto del sujeto poético, individual e intransferible, acierta a interpelarnos con la potencia transversal de sus fantasmas.
¿Qué mayor transversalidad que la de la música, por cierto? Adagio ma non troppo reza el título de este libro de sublimada sinceridad y furibunda honradez. “Lento pero no demasiado”, podría traducirse la indicación de tempo de ese original que responde a la tradicional, histórica nomenclatura italiana en tal menester. Un matiz y una constatación cabrían al respecto: más que la lentitud, la profunda sombra de dolor que demuda el rostro de la palabra adagio; y nunca más necesaria la aclaración de ma non troppo que ciñe el título con firmeza sutil. Porque el verso corto y nervioso predominante da a la obra una agilidad en su discurso que hace de la lentitud no tanto una velocidad del movimiento como un estado de conciencia. Se puede avanzar por la lentitud del alma flagelada con repetidos pasos cortos y veloces, sí. Y con imágenes de fuerza abrumadora –“Mi corazón es una araña / en una tela de asfalto”; “Soy una veleta sonámbula / oxidada por el viento”-. Todas las que pueblan estas páginas donde llegamos a leer “No me alces la voz. / ¡Déjame triste!” o “Hay veces / que me estorba / el corazón”. Imágenes cuyo conseguido tono dramático alcanza cimas como las que hallamos en el segmento de cierre del poema titulado “Tengo miedo”: “Sólo busco amanecer, / y mi ventana es sólo / un cristal deforme, / una estridente navaja / que me muestra un camino / lleno de furia. // Y yo al fin / deshilacho / mi piel / en esta orgía / de soles, / en este crepitar / naranja / que acompaña / mi losa / y que sonríe / esperando”. Poemas como “Mar nebuloso” o “El acorde de tus manos” brindan una visión apasionada del amor. ¿Una visión redentora? El lector habrá de descubrirlo, del mismo modo que habrá de descubrir si la derrota sin paliativos que parece aguardarle en la composición última, “Boca quebrada”, es tal. Porque el “latido en un corazón olvidado” que encarna el sujeto poético de Adagio ma non troppo –libro hondo y grande, libro definitorio de toda una andadura creativa- es de los que, en su oscura lucha, no se deja vencer por la resignación: “Pero recorreré / los minutos, / recorreré / esta maldita / esfera / con los pulsos / hambrientos / de noche”…