FICCIÓN
Palabras con Historia
Por: Marcos López Herrador
La ficción se define como cosa inventada producto de la imaginación; aquello que no es real, sino fingido, aparente o simulado, y que, en ocasiones, puede identificarse con lo falso.
Tal parece, que cualquier diccionario nos definirá el término ficción como contrapuesto a la realidad o a la verdad. Y, en principio, quien así lo considere no debe estar mal encaminado, porque cuando en literatura se utiliza el término ficción es para hablar de hechos inventados, relatos de vidas de personajes que jamás existieron, o dramas que sólo han existido en la imaginación del escritor.
Cuando se escribe sobre hechos reales, se está escribiendo historia o periodismo, si un escritor escribe sobre los hechos y personas que ha conocido a lo largo de su vida, escribe un libro de memorias y, si lo que cuenta es su propia vida, resulta que escribe su biografía, si se trata de un análisis sobre aquello que conoce, escribe un ensayo, y si son sus reflexiones sobre asuntos esenciales que afectan al hombre como tal, estará escribiendo filosofía. Así que no puede haber confusión alguna: todo lo que tenga que ver con la verdad, la realidad o la vida misma, no es ficción y sí lo es todo lo que se imagina, inventa o crea con fantasía sin que haya existido en realidad.
Pero veamos si se puede cuestionar lo que parece indiscutible. Parece que un escritor, cuando escribe ficción, cuenta cosas imaginadas, inventadas y que nada tienen que ver con la realidad. ¿Es eso cierto? Evidentemente no, porque lo que hace el escritor es utilizar la ficción como instrumento para narrarnos la realidad tal y como la percibe, o tal y como será en un futuro, a través de la ciencia ficción, o tal y como sería en unas circunstancias inverosímiles, con una obra de fantasía.
Vemos, por tanto, que el escritor de ficción en lo que se basa es en la realidad y lo que utiliza es el argumento, los personajes, los diálogos, la trama, el narrador, la voz, el estilo y cuantos instrumentos configuran el oficio de escribir, para transmitir al lector su visión de las cosas. Démonos cuenta que una obra de ficción es buena cuando lo que cuenta resulta verosímil y no suena a inventado, imaginado, irreal, fingido, o falso.
La verdad aparece como contrapuesta a la ficción. La verdad es lo auténtico, lo que existe, el hecho objetivo, aquel suceso que ocurre en la realidad. Bien, volvamos a preguntarnos: ¿Esto es así? Porque resulta que la visión de la realidad es siempre subjetiva, cosa que podemos comprobar cuando existen varios testigos de un mismo hecho. Vemos entonces cómo se dan tantas versiones como testigos lo narren, sin que podamos decir que mienten. De esa narración subjetiva de la realidad a la ficción no hay más que un pequeño paso: el de la imaginación y el talento del narrador.
Ficción y realidad no son por tanto términos contrapuestos, y menos cuando nos referimos a la naturaleza humana. El ser humano se distingue del resto de las criaturas por su capacidad de conocer el mundo que le rodea; se diferencia por ser capaz de tener un conocimiento consciente de la realidad. Pero, por paradójico que parezca, para conocer la realidad, el hombre necesita interpretarla y narrársela a sí mismo; es decir, necesita hacerse un relato de la realidad que percibe; y si nos paramos a pensarlo, justamente esa es la esencia de la ficción. El mismo mecanismo que lleva al conocimiento de la realidad, y a distinguir lo verdadero de lo falso, es el que nos lleva a construir la ficción y el relato. Por tanto, la ficción es tan esencial en el hombre como el propio conocimiento.
Quienes conocen perfectamente estos mecanismos son los políticos que con razón dan una importancia fundamental a controlar el relato de los hechos, aunque haya otros que cometen la estupidez de renunciar a construir su propio relato, en perjuicio de sus seguidores, dejando tal tarea a sus adversarios. Al final, lo que hacen, quienes renuncian, es dejar que se imponga la verdad de otros como la verdad de todos.