CINE Y TEATRO: COOPERADORES NECESARIOS
El Arte sin morir de frío
Por: F. J. Guerrero
A menudo me pregunto qué tiene el cine de especial. Las palabras se expresan mejor en la literatura. Las formas, la luz, los colores, se reflejan mejor en la pintura. La interpretación se disfruta más con una obra de teatro escrita por Shakespeare. Y las emociones se transmiten mejor con la música. Y pese a todo ello, sigue habiendo algo que hace especiales a las películas. Porque si no encuentras nada único, nada original, no tiene sentido hacerlas. Pero al público le encanta verlas. Por qué, es algo que me ha inquietado desde siempre.
Finalmente, llegué a la conclusión de que la originalidad de la película, lo especial de la misma, es que tiene algo que ningún otro arte ofrece. Esto es: una cara humana. Así de sencillo y así de simple. Una cara humana. Las caras pueden expresarnos a nosotros mismos. Pueden transmitir fuerza carismática, energía y emociones humanas. Nos identificamos con ellas, nos acoplamos, nos hacen sentir a salvo porque sus miradas son, a la vez, las nuestras.
Cine y Teatro representan las artes que más y mejor coadyuvan, en forma y fondo, al efecto penetración en universos creativos que desarman la placidez espectadora y que nos obligan a una implicación no solamente ficcional o emocional, sino también psiquiátrica y quirúrgica. Película y obra, respectivamente, concebidas como experiencia más que como espectáculo.
Cine y Teatro, cooperadores necesarios. Vehículos artísticos de ferocidad comunicativa, que con frecuencia nos proponen un juego de impulso y deconstrucción del que somos protagonistas, siempre que queramos. Nos dan libertad para disfrutar de uno u otro asumiendo su actividad racional de ficción, su reflexión implícita o su simple y llano entretenimiento. Cada uno decide su nivel de involucro con cada arte, de ahí su magia y su grandeza.
Puedes amar al Cine y al Teatro como acción y no como razonamiento, o viceversa. Son los amantes perfectos, pues nunca te piden nada a cambio, pero tú siempre que acudas a ellos les pedirás más. Necesitarás más. Nunca te darán suficiente, nunca quedarás saciado con sus historias. Su caudal psicosomático te arrastra a una desproporción de situaciones, desventuras y personajes que juguetean con tus más febriles ensoñaciones y con tus más arraigados deseos.
Es precisamente la naturaleza abstractiva, incorpórea e irresoluta con la que se concibe película y obra, la que combina con perfecta armonía el proceso creativo artístico y cinematográfico. Borges señalaba que la literatura es el sueño de la vida. No podía haberlo definido mejor: Cine y Teatro, al igual que nuestra propia existencia, no buscan responder preguntas que puedan suscitar el interés de la racionalidad más cuadriculada. La lógica, siempre se ha dicho, tan solo es un aparato encorsetado que limita toda idea. Y si existe en cada uno de nosotros un soporte capaz de dar ilimitada función creadora a nuestros pensamientos, ese es el onírico.
A fin de cuentas, al Cine, y no a otro arte, se le considera una fábrica de sueños. Quizás por eso, por las caras humanas y por muchas otras cuestiones más, la gente necesita historias. Necesita verlas, necesita escucharlas, necesita vivirlas. Toda exploración cooperadora con un soporte artístico tan potente como el cine y el teatro induce a una exploración profunda de una identidad propia que, admitámoslo, carece de equilibrio y estabilidad.
El Cine, tal y como yo lo veo, es un islote enigmático que desea ser descifrado por cada espectador en todas sus desafiantes lecturas. A veces, incluso, puede llegar a ser la respuesta al desconsuelo que flota a nuestro alrededor. Como la vida misma, es una montaña rusa de emociones y reflexiones que unas veces se elevan y otras veces caen en picado. La aventura está garantizada. Solo falta que subas al vagón y te dejes llevar por completo.