SITUARME EN LITERATURA (o desde qué perspectiva os escribo)
Por: Javier del Prado Biezma. Poeta y profesor (como Mallarmé y A. Machado ).
1. En esta nueva y última etapa de mi vida, me pide Inmaculada que escriba una serie de artículos para su Revista de Literatura. He escrito decenas y decenas de artículos de crítica y análisis literarios, sobre poesía y novela, a lo largo de mi vida académica, en España y en Europa; he escrito varios libros de teoría y crítica literaria; pero, salvo en mis pequeñas intervenciones en facebook (esas pequeñas notas y reflexiones que de vez en cuando cuelgo en mi muro) nunca había escrito el tipo de artículos que ahora me solicitan – artículos “para gente normal a la que le gusta la Literatura”. Espero que lo que he escrito hasta ahora no fuera para gente anormal y sin ningún afecto por el hecho literario (como algunos creen que somos los profesores de Literatura).
Cuando uno empieza una nueva tarea de cara a un público que tal vez no le conoce, es preciso situarse. (Y doy a este término el valor semántico que J.P. Sartre le da a su serie de libros titulados con el término globalizante, de SITUATIONES). Es decir, debe situarse en el lugar de su compromiso, con una perspectiva de pensamiento (no diré, aquí, de ideología) perfectamente definida, que no dé pie al equívoco, respecto de los conceptos y palabras empleados, las opiniones vertidas y los razonamientos elaborados.
Situarse, primero, en el contexto histórico en el que uno se ha formado y ha vivido y desde el cual, salvo raras excepciones, uno escribe.
No soy un jovencito. Soy más bien una persona mayor: no digo un anciano; de ser un anciano no estaría trajinando por facebook como un chaval, buscando “me gustas” y “te quieros” y contando los amigos que me siguen cada día. Soy una persona que quiere estar ahí, delante, viendo lo que llega y, si es posible, adelantándome a lo que está por llegar. No me gusta ser esclavo del “efecto suspens”: tal vez, por ello, no soy muy adicto a la novela que basa su proyecto y su progresión en la sola dimensión evenemencial. Pero soy una persona mayor; me jubilé (o me jubilaron) a los 73 años, después de cincuenta de profesión en la enseñanza, media y universitaria, y eso se debe notar.
2. Mi formación se hizo pues a la sombra, por un lado, de la filosofía humanista del Cristianismo (en España, Italia y Francia, por este orden) y, por otro, a la luz del Existencialismo más o menos marxista de los años cincuenta y sesenta del siglo pasado. Tengo que decir al respecto que, del Cristianismo, siempre me interesó esencialmente su dimensión universal, superadora de las religiones tribales y étnicas, y esa parte subversiva que tiene el comportamiento de Cristo, defensor de pobres y de ‘descarriados’, mujeres y hombres. Del Existencialismo, siempre me atrajo más la perspectiva de Albert Camus, mediterránea, luminosa y nítida, que la umbría y pegajosa visión de la existencia, propia de J.P. Sartre. A decir verdad, del Existencialismo perviven en mí dos aspectos que si han configurado mi visión de la Literatura y de la vida. Por un lado, la idea de que la existencia es un proyecto, un devenir deseado, más o menos proyectado y más o menos construido con materiales que las circunstancias te ofrecen: ir construyendo una vida paso a paso, hasta conseguir otra Vida, que no es la heredada), sino la fabricada por uno mismo con los materiales que la vida biológica o social te suministra. Como se puede ver, esta perspectiva no está muy alejada de la “Vita nuova”, tal como la formula San Pablo y la canta y glosa Dante, en su libro con ese mismo título; algo semejante, sí, pero liberado del espacio propio de la revelación religiosa e instalado en el espacio laico de la razón y de la conciencia crítica.
3. Esta idea, llevada al espacio de la Literatura, me permite considerar la escritura como un proceso cuyo resultado final es la Obra, el objeto literario – como elemento esencial de la misma; proceso en el que lo importante es el punto de llegada, el texto, y menos importantes, pero interesantes, los materiales y el proceso de esa construcción. Desde esta perspectiva, el yo social y cotidiano del escritor no es el factor importante de la escritura literaria. Sí será importante el yo que emerge en el proceso de creación y queda fijado en la obra. Ya que, como dice Proust en su ensayo, “Contra Sainte-Beuve”, “…la obra es el producto de otro yo”.
De esta perspectiva nace mi idea básica del hecho literario. La Literatura, más allá de las demás funciones que puede tener (y que luego recordaré), tiene una permanente, cada vez más activa a medida que avanzamos en la Modernidad y se hacen más acuciantes los problemas relativos a la naturaleza y la identidad del hombre/mujer modernos. Se trata de la función ontológica y existencial. Incluso en las obras literarias más sociales o en las más lúdicas, un yo va germinando, se va creando y emerge en forma de “paisaje interior”, “universo imaginario”, “geografía mágica”, a medida que el texto se va surgiendo. Esta perspectiva me lleva, siempre, a considerar la obra literaria como algo esencialmente serio, cuyo acercamiento debe hacerse siempre con todas las herramientas que nuestra formación nos ha suministrado, intentando adquirir las que no tenemos, hasta convertirnos, como dice Montaigne, es “un lector entendido”.
Ello me aleja, como es lógico, de lo que podríamos llamar “cierta frivolidad de la Postmodernidad”, que pretende dar carpetazos a presupuestos y sistemas de pensamiento de la Modernidad, pues no estamos nunca en esa situación “post”, sino en una modernidad nueva, y lo que está en juego, en esa evolución, son los elementos básicos que configuran la presencia del hombre ante sí mismo, ante el Cosmos y ante la Historia: su naturaleza como ser libre en sociedad y su capacidad para conocer el mundo y la vida y organizar ese conocimiento – aunque sea en Literatura..
4. Hablaba antes de las funciones de la Literatura. Estas son, a mi modo de ver, las siguientes: función lúdica, función psicológica, función didáctica, función epistemológica y función onto-existencial.
Que la literatura es un juego intelectual e invita, en ocasiones, a ese tipo de juego es evidente. La composición de una intriga, por parte del creador y su posterior desvelamiento en el proceso de lectura, es un juego en el que participan tanto el miedo y el interés por aquello que no se conoce como el placer intelectual del descubrimiento. Una habilidosa estructura de rimas en un soneto puede compararse al juego infantil (geometrís y astucia) de ‘las tres en raya’, del que puede surgir el efecto más eficaz de cara a la musicalidad del poema o de cara al poder subversivo de las palabras, cuando éstas se cruzan con otras (inesperadas) y rompen, en su choque, los límites del significado. Me gusta esta perspectiva del hecho literario, pues pone en marcha tanto la inteligencia como la consideración de que la Literatura es, en ocasiones, un acto gratuito (innecesario y no productor de beneficios evidentes); consideración que subvierte la idea fundacional, ‘rentabilista’, de nuestra sociedad moderna de adultos..
Poco tengo que decir de la función didáctica de la Literatura, sino que es la que menos me interesa. Dicho eso, hay que ser consciente, con el fin de no caer en la trampa de los grupos dominante de la sociedad; éstos han intentado, en no pocas ocasiones, encumbrar esta función al primer lugar del hecho literario, sobre todo cuando se trata de Literatura para niños y adolescentes, con el fin de poner la Literatura (limando su naturaleza subversiva) al servicio de la educación: literatura de la que hay que sacar ejemplos o reflexiones acerca de lo que se considera el bien (social) y, con estos ejemplos, pautas de conducta, falsificando incluso los textos al extraer de ella fragmentos ‘elegidos’. Contra esta función se alzarán los poetas postrománticos (Th. Gautier, Baudelaire) asentando la idea (tan mal interpretada, sea dicho de paso, por ciertos sectores literarios) de “el arte por el arte”, sin que haya que buscarle otra función – y de manera principal, la didáctica.
No se puede dejar de lado, por causa de una frivolidad intelectual inadmisible (muy propia de lo que algunos creen que es la postmodernidad), la función epistemológica de la Literatura, como instrumento de conocimiento, tanto en la prospección del ser humano y del mundo que lo rodea. En efecto, dejando de lado aspectos filosóficos que aparecen en esas lindes imprecisas entre Filosofía y Literatura (Dante, Montaigne, Gracián, Rousseau, Goethe, Sartre…), no podemos olvidar, por ejemplo, la contribución de la novela de Balzac al nacimiento de la Sociología urbana o el de la novela autobiográfica y los diarios íntimos en la creación conceptual del espacio del yo moderno, en una nueva Ontología – no teológica.
A la función existencial me referiré de nuevo, al ser la que a mí más me interesa y por consiguiente la que domina mi placer de la Literatura y la perspectiva crítica que de ella tengo. En esta función veo con cierto interés, no exento de malestar, el estado primario de esta función, a la que separándola de sus posibles derivas he llamado la función psicológica (que también podríamos llamar ‘clínica’-. Entiendo por ella, el desarrollo, a partir de la lectura literaria de un espacio imaginario, en la mente del lector, capaz de completar, de dar una mayor proyección a los sueños o a las expectativas emocionales que este tiene, sacándolo de su propio espacio psíquico e introduciéndolo en el espacio de ficción de una novela o en el espacio emocional o simbólico de un poema. El yo lector compensa, como Enma Bovary, las carencias de su vida con las vidas ‘realizadas en plenitud’ y con los sentimientos de sus heroínas o con el arrebato vital que el poema le ofrece. Función transitoria, ésta, que es necesario prolongar de lectura en lectura.
La función existencial ya la he expuesto ampliamente, con anterioridad. Nace también de una carencia, pero pertenece más bien al yo del creador (aunque puede recrearse, en otro nivel, en sus lectores). Nuestro yo, más que un contenido, es un continente, es una conciencia de ser a la que hay que dar un contenido. Este hueco, este vacío existencial (y ontológico), en la vida, lo van rellenando, de manera más o menos coherente, nuestras acciones, nuestras reflexiones y nuestra visión y actitud frente al otro. Tanto el poeta como el narrador puede llevar a cabo este proceso de invención y de creación en el acto de escritura, en el que el yo va desvelándose, gracias al poder de ficción y de simbolización del lenguaje. Desvelar y/o crear ese yo nuevo, distinto del yo que uno mismo y mis contemporáneos conocen, pero que se esconde, larvario y fragmentado, en los recovecos de un ser que, en un principio, no tiene conciencia de cómo es, esa es la tarea de la escritura, según la crítica existencialista (Jean-Pierre Richard) y a ella el escritor (y el crítico) “dedica todos sus esfuerzos”.
No esperéis, pues de mi, muchas frivolidades (incluso cuando juego). No esperéis vana historia de la Literatura, esa historia tan cercana al cotilleo de porteras (como se decía antes, perdón) o al trapicheo publicitario que confunde la Literatura con la venta de textos o que da más importancia al mundillo escandaloso que rodea los autores que a la creación de estos.
Con sinceridad, aunque muy deprisa… yo soy así.
Y que siempre sea así.
Un artículo de humanista, de pensador para todos, de Maestro clairvoyant. El punto 4 y su explicación los retendré en la primera página de mi libro de horas 17-18.
Me hago tal lío ya que no sé si estoy en Facebook, en el artículo en sí mismo o fuera de la realidad (y eso que ahora vuelvo a subirme al coche). El caso es que escribes muy bien, Javier del Prado Biezma. Noto, además, desde que te conozco y leo algunas de tus obras, que escribes cada vez más de forma desinhibida. Y por supuesto lo importante es el texto, no el autor. A veces, cuando nos reímos de todo en la tertulia, incluidos nosotros mismos, no te echo más de 35 años. Un abrazo y otra para Inma, por el buen gusto de haberte reclutado para su revista.
Como no he podido copiarlo, lo he imprimido.
Como te conozco apenas, lo que dice Sotelo es muy bueno, lo de ‘desinhido’, digo.
Sí: en los meses que han corrido desde que empecé a leerte, es muy cierto lo que dice tu amigo Justo: Te has quitado todos los corsés y escribes como quien respira. ¡Qué envidia!