INTERRELACIONES

Por Evaristo Cadenas Redondo


No hace mucho que empecé a conocer la obra del aclamado novelista, y director de cine, Paul Auster. Descubrí, por ejemplo, que en casi todas las obras del prolífico y versátil escritor norteamericano, cobra especial significado el azar o las también llamadas interrelaciones.

Como se sabe todos estamos sometidos a fuerzas poderosas, e inexplicables, que nos llevan de un acontecimiento a otro. La cesta de cerezas está siempre llena, y al tirar de una, aparece otra, y otra, y así siempre. El también llamado “efecto dominó”. Una vez encontré, apoyada en un árbol de la calle, una bolsa que me llamó la atención. La observé y en ella había dos marcos de cuadros, con cristal y todo, en perfecto estado. La cogí y la dejé sobre una pared frente a la mesa de trabajo en la oficina. Los marcos me reclamaban a gritos que pintara dos cuadros para darles sentido. Al día siguiente por azar hallé un fajo de invitaciones de boda impresas en papel pergamino de calidad extraordinaria.

En una semana había pintado diez acuarelas en el reverso de las invitaciones, y una de ellas fue cartel para un recital del Aula de Poesía del Círculo de Bellas Artes. Sin querer me convertí en pintor ocasional de acuarelas. A esto, y a mil experiencias parecidas, es a lo que yo llamo las “interrelaciones”. (Existen muchas clases de interrelaciones: por ejemplo las que existen entre la música y la informática.)

LA GRAN BELLEZA

Una de mis grandes pasiones es el cine. Hubo un tiempo en el que me convertí en cinéfilo o por lo menos en ferviente aficionado a ver en cuanto más cine mejor. Y lo que conlleva: lector habitual de la revista llamada entonces “Nuevo Fotogramas“, y de todo lo que cayera en mis manos sobre cine, y lógicamente el visionado de miles de películas. Sesión de programa doble, estrenos, arte y ensayo en versión original, y así. El cine era mi refugio en los tiempos de frías pensiones, que fue abundante, y descubrimientos de vida y muerte, y puedo decir, con total certeza, que el cine me dio la vida. Y la música, y la poesía, y… tantas cosas que han servido, y sirven, de “agarraderos” para resistir.

Tuve un amigo que sabía de cine mucho más que yo, lo cual no es difícil, y me abría los ojos. “Fíjate en la espalda de Kim Novack en “Vértigo” de Hichcock. No dejes de ver “El manantial de la doncella” de Bergman“. La banda sonora. Fíjate en la banda sonora”, me decía. Cuando mi amigo dejó de estar porque se quedó en León,  me las ingenié yo solo. En Madrid me encontré con el paraíso. Una media de seis pelis a la semana durante varios años. Y el rastro. Colecciones de carteles y afiches, de otras revistas, y aún guardo, como si fueran incunables, dos ejemplares de la revista “Nickel Odeon” editada por J. L. Garci y dirigida por Juan Cobos. En el número de Otoño de 1997 colaboraban, entre otros, José María Merino, Medardo Fraile, y Eugenio Trías. En el número de verano 1999 colaboran Miguel Marías, Juan Manuel de Prada, Cayetana Guillén Cuervo,  Antonio Giménez – Rico y algunos más. Como se ve, cine y literatura caminan juntos y yo era, soy aficionado a eso, y a más.

El caso es que hace tres años vi una película que resucitó la nunca olvidada pasión. Me refiero a la del director de cine italiano Paolo Sorrentino titulada “La gran belleza”,  (“La grande bellezza”) Italia, 2013. Desde el primer fotograma y en los siguientes de sus 145 minutos de duración, percibí que me encontraba ante un clásico de ahora, ante una película que recuerda a Fellini y su “La dolce vita”, “Ocho y medio” y guiños a Ferreri, Escola y Monicelli, por ejemplo.

Nada más empezar, en la pantalla aparece una cita del gran escritor francés Celine del libro “Viaje al fin de la noche”, que dice: “Viajar es muy útil, hace trabajar la imaginación. El resto no son sino decepciones y fatigas. Nuestro viaje es por entero imaginario. A eso debe su fuerza. Va de la vida a la muerte. Hombres, animales, ciudades y cosas, todo es imaginado. Es una novela, una simple historia ficticia”.

Paolo Sorrentino se basa en esta idea, que es una declaración de intenciones de la película, y casi de todas las suyas.

El director y guionista, junto a Umberto Contarello, inventa un artefacto cinematográfico que refleja una Roma poblada por intelectuales, aristócratas, políticos, artistas y nuevos ricos. El protagonista, Jep Gambardella, está entre ellos. Escritor de éxito por una sola novela: “El aparato Humano”, periodista y vividor, que celebra su jubilación a los 65 años, y se encuentra ante el desencanto y agotamiento de su estilo de vida tan frenético, y absurdo, entre fiesta y fiesta en su ático frente al Coliseo. La crisis del jubilado, y la reflexión sobre la utilidad – inutilidad de la vida. Sexo, drogas, apariencia, y así se pasa las noches, todas las noches. La única salvación es el recuerdo de su amor imposible de juventud.

El personaje principal, interpretado magistralmente por el actor Toni Servillo, es un observador como lo fue, en su momento, Marcello Mastroianni, describe la patética y deprimente decadencia de una ciudad que no ha cambiado en el medio siglo que separa “La dolce vita” y “La gran Belleza”. La verdadera protagonista es Roma y su belleza extrema, que se encarga de potenciar el preciosismo de la extraordinaria fotografía de Luca Bigazi que maneja la cámara como otra protagonista añadida. Las escenas se suceden unas a otras y cada cual por si misma es una obra de arte. Es tal la fascinación que se siente al ver esta película que se queda uno con el deseo de volver a verla incontables veces. “La gran belleza que busco nunca la encuentro“, dice el protagonista.

El Arte, la Iglesia, la burguesia, los intelectuales, son vistos como el reflejo de la gran mentira que es la vida, según Sorrentino. Este filme ha ganado innumerables premios, entre ellos el Oscar a la mejor película de habla extranjera en 2013. La banda sonora es otro más de los hallazgos, y Rafaela Carrá su más destacada figura. Por espacio no puedo seguir. Veánla si aún no lo han hecho o repitan.

Y Roma. Llegamos a Roma la ciudad de la que dice un dicho popular que no basta con una sola vida para descubrirla (“Roma, non basta una vita“). Roma con su magia envenena de belleza a todo aquel que la visita. Sobre Roma no puedo hablar porque Roma es Roma, ya saben.

LA FÁBRICA DE LA BELLEZA

No es cosa de que cuente mi viaje personal a Italia pero si puedo decir que llegamos a Florencia y allí, en el Museo Nacional del Barguello, se está exponiendo “La fábrica de la Belleza, la manufactura Ginori y su Pueblo de Estatuas”, la primera muestra en Italia de obras de porcelana producidas en Doccia. Esta exposición, y todo lo que se expone en el Museo, es de belleza tal que llegó un  momento en el que verdaderamente me sentí enfermo por la impotencia que supone no poder contemplar tanta hermosura como existe, y lo ínfimo que uno es. No, no quiero nombrarlo. Pero lo sufrí, y mucho. Porque a Florencia hay que vivirla para saberlo.

Y llegamos a la realidad de aquí, y resulta que Paul Auster ha sacado nueva novela y todo el mundo literario está revolucionado y dice que este año va a ser el año Auster. La nueva novela, 4 3 2 1,  editada por Seix Barral, 960 páginas, traducida por Benito Gómez Ibáñez. Una obra magistral sobre el poder del destino llamada a coronar la obra de Paul Auster, según la publicidad masiva de Seix Barral. (Así cualquiera). En la rueda de prensa que dio el escritor en Fundación Telefónica tuvo un recuerdo para el que dijo que había sido su amigo, el poeta americano John Ashbery, fallecido el día tres de este mes a la edad de 90 años.

Y lo uno lleva a lo otro, y leo algunos poemas de John Ashbery y descubro estos tres versos de su libro “Una ola” (1984) que dice así: “Atravesar un dolor y no saberlo,/ el portazo de un coche en la oscuridad./ Salir a un terreno invisible”. Y estos otros: “y nos preguntamos si también nosotros nos hemos ido,/ sepultados en nuestro amor,/ el amor que nos definió tan solo un rato,/ y cuando retrocede unos pocos pasos, para tener otra perspectiva, teme haberse encontrado con la eternidad entretanto”. Y así es como leí al poeta, totalmente desconocido para mi, estos días, y me di cuenta, una infinita vez más, lo pequeño, lo ínfimo que uno es.

Menos mal que me queda el consuelo de aferrarme a lo que los japoneses llaman “la belleza de la imperfección”.

Tengo tanto que hacer que no se por donde empezar.

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