CIUDADANÍA

Palabras con Historia

Por: Marcos López Herrador


Calidad propia del que es ciudadano. Conjunto de derechos y deberes propios de la condición de ser ciudadano.

En los últimos años se ha extendido el uso de la palabra ciudadanía para referirse al conjunto de los ciudadanos, como si ciudadanos y ciudadanía fuesen términos sinónimos. Este uso ha nacido desde determinados ámbitos políticos y, poco a poco, de forma imperceptible pero eficaz, se ha ido generalizado, sin que parezca que personas con diferente concepción de las cosas tengan reserva alguna en usarlo habitualmente.

Deberíamos preguntarnos si el término es tan aséptico e inocente como para que nadie repare en su verdadero contenido y en el mensaje subliminal que contiene.

Desde siempre, la palabra ciudadanía ha hecho referencia a la cualidad de quien ostenta derechos como ciudadano, en su condición de miembro de una comunidad política organizada.

De modo que, repito, la ciudadanía se ha entendido como una cualidad del ciudadano y no como una palabra que designe al ciudadano mismo o a los ciudadanos en su conjunto.

Conviene, llegados a este punto, que nos refiramos al concepto de ciudadano.

La palabra ciudadano tiene su origen en los albores de nuestra cultura greco-romana. En Roma, designaba al habitante de la ciudad, civitas, en latín, o en la poli, dicho en griego. Se refería al sujeto político, dotado de derechos y obligaciones para ejercer como miembro activo en los asuntos de la ciudad. En resumen: era ciudadano quien tenía derechos políticos.

Pero es a la Revolución Francesa a la que debemos la utilización del término ciudadano en su acepción contemporánea. Antes de la Revolución, las personas que pertenecían a una comunidad política eran súbditos. La sociedad estaba formada por tres órdenes: la aristocracia, el clero y el pueblo. El rey era monarca absoluto, y el puesto que cada cual ocupaba en la sociedad venía marcado por el nacimiento. El Estado era controlado por el rey, la aristocracia y el clero, y una naciente burguesía no encontraba acomodo en ese reparto de poder, en el que el pueblo, formado por la inmensa mayoría, no tenía participación alguna.

La Revolución concibe al individuo como el sujeto básico de la acción política, y la piedra angular del sistema. Lo concibe libre en contraste con la anterior consideración de súbdito. Defiende, además, que todos los hombres son iguales, sin que el hecho del nacimiento pueda predeterminar la superioridad de nadie. El conjunto de ciudadanos libres e iguales forma el pueblo, que es la comunidad con la que el ciudadano establece lazos de identidad y pertenencia, compartiendo idioma, cultura, historia, valores, sentimientos, objetivos, fines y solidaridad, que permite a todos identificarse como nación. Cuando esta comunidad tiene capacidad de actuar con voluntad propia e independiente frente a otras naciones, se dice que es sujeto de soberanía. La comunidad nacional se dota entonces de un Estado con el que gestionar y salvaguardar sus intereses.

Nótese que, cuando se habla de los ciudadanos, nos estamos refiriendo a un conjunto de hombres libres e iguales considerados uno a uno individualmente, y sin exclusión.

En consecuencia, quien base su concepción de la sociedad y de la política en la libertad individual como piedra angular del sistema, debería referirse al conjunto de sujetos políticos usando la palabra: “ciudadanos”.

Sin embargo, el uso de la palabra ciudadanía para sustituir a la de ciudadanos, está cargado de ideología y de intención. En primer lugar, es un término en el que prima el concepto colectivo y colectivista sobre la consideración del individuo. El protagonista es el grupo, no la persona. Además, está cargado de ideología de género, porque ciudadanos es masculino y para el gusto de algunos habría que decir ciudadanos y ciudadanas. Por último, en la práctica, basta fijarse un poco para darse cuenta de que ciudadanía se utiliza para designar a una parte de los ciudadanos, a esos que son activos, reivindicativos, comprometidos, solidarios y progres, o sea, a aquellos que merecen la pena.

Lo que sorprende es que quienes creen en el individuo, y en la libertad individual como base del sistema democrático, hayan adoptado mansamente el uso de la palabra ciudadanía para referirse a los ciudadanos, palabra ésta en el que sí queda incluido cada ciudadano considerado uno a uno, y sin excepción.

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