CONOCIMIENTOS, SABERES Y POESÍA

Por: Javier del Prado Biezma. Poeta y profesor (como Mallarmé y A. Machado ).


Paul Valéry

Paul Valéry

0. Es muy habitual que en este medio (Facebook) que sólo manejo, de manera muy superficial, desde hace tres años, es muy común que el reproche o la queja que reciben mis escritos sea el siguiente: es que, claro, vosotros los de Letras habláis y empleáis unos términos que los de Ciencias no entendemos. (Tampoco entiendo yo a los de Ciencias, cuando hablan de Física Nuclear, me defiendo)

Este reproche que, sin decirlo, esconde la toma de conciencia de una ignorancia (respecto del mundo literario) que no tiene por qué ser tal, y supone, además, una divisoria intelectual y cultural que no he sido nunca capaz de asumir: en lo que atañe al nivel de la inteligencia y de la cultura habría, al parecer, una separación beligerante entre el mundo de las Letras y el de las Ciencias.

Desde el punto de vista de la psicología del conocimiento no creo que eso sea tan fácil de demostrar, como lo prueba el hecho de que hay personas (científicos y literatos/artistas) que han demostrado una capacidad superior de manera paralela en ambos sectores (pienso en Da Vinci y pienso en Paul Valéry) y personas que, después de haber hecho sus estudios, en una de los dos ‘espacios’ han desarrollado una actividad meritoria en el otro (en un nivel más común, lo vivo a diario: algunos de mis mejores alumnos).

Tiendo, como educador, a pensar que no se trata de un tema ligado a una predisposición genética, sino, más bien, a un proceso educativo que conlleva la creación de un contexto, de una pericia y de un gusto (un placer secreto de la inteligencia) que provocará que uno centre su atención en un sector o en otro, con el nacimiento subsiguiente de una dinámica que podríamos presentar de la siguiente manera: cuantos más datos y actividad acumulo en un determinado sector, más habilidades de comprensión y de explicación adquiero en éste sector, más placer me da dedicarme a él y, por consiguiente, mejor se desarrollan los conceptos y habilidades que lo definen lo amplían.

Por condicionantes sociales y laborales, a esta mala definición de las cualidades naturales de la inteligencia y de la sensibilidad se le ha venido a añadir un vicio que perturba todo el andamiaje intelectual-educativo-cultural de nuestra sociedad. A las personas menos capacitadas en poderes de razonamiento, abstracción y conceptualización, la sociedad las ha orientado hacia el campo de las Letras, por pensar que en este campo la inteligencia y el razonamiento son una necesidad menor, pues (perversión pequeño burguesa de la cultura) para ser un ‘literato’ aceptable basta con ser ‘sensible’. Oponiendo así el espacio de la inteligencia (y la razón) al espacio de la sensibilidad (y el sentimiento).

Doble error. Pues, de un lado se han creado pléyades de pseudociéntíficos insensibles y, del otro, pléyades de pseudoliteratos inconsistentes.

1. Me gustaría poder aclarar a este respecto algunas imprecisiones conceptuales y algunas falacias históricas.

Francisco de Quevedo

Francisco de Quevedo

En primer lugar, es preciso delimitar la extensión de los conceptos de sentimiento y de sensibilidad. Desde el Romanticismo, con el triunfo del individualismo subjetivista y sensorialista (herencia esta de ciertos filósofos del XVIII) se ha ligado con demasiada ligereza los conceptos de sensibilidad y de emoción a los pruritos ocasionales que tanto el cuerpo como la mente (perdón, el corazón) recibían del mundo exterior, es decir, a ese espacio que ahora se denomina burdamente, ‘romanticismo’ y que permite llamar a una persona dominada por esos picores sensoriales y emocionales, ‘romántica’. ¡Qué aberración! Esa focalización de la emoción y del sentimiento en aspectos del mundo exterior y/o ‘amoroso’ ha dejado en el olvido aspectos de la emoción y del placer ligados al mundo de la ideas, al mundo de las armonías mentales y cósmicas, al mundo de la exactitud y la perfección en el desarrollo de un pensamiento, de un concepto abstracto e incluso matemático o de un proyecto social o político (como el que domina, el político, a las grandes figuras del periodo Romántico). Esa ebriedad de la razón que canto en mi poema “Ebria Razón” y que no es un simple “don de la ebriedad” sensorial o amorosa, sino un delirio de la conciencia, a la búsqueda exhaustiva y meticulosa de las derivas de su identidad

En segundo lugar, es preciso distinguir entre conocimientos acumulativos bien organizados (los de la erudición recogida en los libros, que hace al ‘erudito’) y un cierto conocimiento del mundo desde una perspectiva cultural (también) y, sobre todo, antropológica y natural, ligada, por un lado a la observación del mundo y de la vida y, por otro, a la lectura y la contemplación, no ‘científica’, no ‘erudita’, de libros y obras de arte; conocimiento, este último capaz de proporcionar un bagaje cultural muy cercano al de esas personas que popularmente hemos venido llamando ‘sabios’.

Olvidando estas perspectivas, la conciencia poética que recorre actualmente los medios sociales de comunicación, se ha olvidado de la gran poesía filosófica (Dante), de la gran poesía satírica (de Quevedo a Victor Hugo), de la gran poesía científica, tanto la clásica como la del XVIII, etc., etc.

Olvidando esta perspectiva modulada del concepto de cultura, se afirma que uno de los más grandes poetas españoles del siglo XX, Miguel Hernández, era un ignorante, casi un analfabeto, hijo del pueblo – que hijo del pueblo si era; pero nada ignorante, pues no se puede ser ignorante si se han escrito los poemas de PERITO EN LUNAS, ya que, simplemente, para ponerles ese título (dejando de lado la sabiduría técnica que tienen los poemas) ya hace falta ser un perito en lenguaje (y no un perito comercial). La lectura, el aprendizaje no es patrimonio de la escuela o de la Universidad; de ser así, la humanidad hubiera tenido que esperar hasta muy tarde para tener sabios, científicos o literatos.

Creo que la sociedad española (y la occidental, en general), navega a este respecto en un mar de confusiones conceptuales y terminológicas; y eso es grave (para la creación artísticoliteraria), pues toda confusión terminológica y conceptual se asienta sobre una confusión respecto de la realidad de las cosas.

2. Es evidente, a la vista de la poesía popular y de la calidad que encierra muchas de sus canciones o narraciones, que la poesía nada le debe a lo que se llama vulgarmente erudición o a una explicación erudita de los acontecimientos históricos de la humanidad, colectivos o privados, pertenecientes al sentimiento existencial profundo o al sentimiento emocional más común. Yo oigo en la noche, en medio del campo andaluz estos tres versos:

“Llora el cabrero
porque ha perdido
su chivo negro”.

Perito en lunas de Miguel Hernández

Perito en lunas de Miguel Hernández

Y un sentimiento profundo me embarga ante esta sencilla frase, en la que percibo una magia que, posiblemente, no se puede explicar de dónde viene. Ninguna cultura culta, ninguna erudición da forma a estos versos, organizados en copla sencilla, sólo un sentido del ritmo inherente a la prosodia del español y a los juegos musicales, sencillísimos, de esta lengua…

He cogido este ejemplo, oído por mí, porque en él no se puede buscar ninguna cultura oculta y no se puede especular con el ejemplo ‘aprendido’, de la misma manera que sí se puede y sí debe especular con la ‘supuesta ignorancia cultural’ de poetas como Miguel Hernández (poeta de una cultura poética libresca de gran calado, propiciada por la lectura que le suministró, en primer lugar, el maestro; caso análogo al de Rimbaud, aunque diferente, debido a la estructura docente, tan distinta, de las dos naciones).

La erudición o la simple maestría cultural del analista podrá venir, luego, y analizar los tres versos para explicarnos el porqué de la emoción: tema de la muerte transferido a un animal doméstico, inocente, convertido en un todo, en vez de llorar la tópica muerte de una persona; elección de una persona inculta, rústica, para encarnar ese sentimiento; focalización de la pérdida en su chivo, el suyo que, además es negro. ‘Negro’, como elemento aparentemente circunstancial (hay chivos blancos, marrones, a manchas) que cobra, ante el sentimiento de la pérdida, un valor simbólico, cercano al luto de la muerte; etc.

Muy diferente es el conocimiento del mundo desde una perspectiva antropológica. Es decir, mediante ese saber profundo, acumulado en la conciencia colectiva, que nos permite leer las cosas del mundo y de la vida desde perspectivas simbólicas y que nos lleva a saber, sin que nadie nos lo explique, que la más simple fuente, en medio de la naturaleza, puede pasar a ser una metáfora del principio de la vida, que un lago quieto, profundo, que refleja el cielo, puede pasar a ser una metáfora de lo eterno (comienzo y fin de las “Las tierras de Alvargonzález” de A. Machado), que una mariposa encarna el principio de la fragilidad de la vida, pero también, en su juego de metamorfosis, la dinámica de la vida, como muerte y resurrección; y que el tránsito de la fuente al río es metáfora de la vida, accidentada, placentera, silenciosa o cantarina, siempre en devenir. En un campo totalmente diferente, sabemos que, en España, la amapola puede ser mujer (en Francia, no), y que el clavel, (por su forma y por su origen etimológico, ‘clavo pequeño’), puede pasar a ser espada, etc., etc., cosa que sólo ocurre en España.

Sabiduría que acarrea la lengua, con sus etimologías latentes, historias, tradiciones, leyendas, dichos, refranes, expresiones.

Este nivel de conocimiento si es importante para hacer poesía. Gracias a él el poeta accede a todo el arsenal de conocimientos simbólicos de la realidad, con su lenguaje, lenguaje que se convierte en el manadero semántico del que van a salir espontáneamente (forman parte de él, no son fruto de un conocimiento aprendido librescamente), sus comparaciones, sus metáforas, su adjetivación, sus transgresiones clasemáticas: la limpia manipulación del lenguaje, para dar a las palabras y a los símbolos un empleo que nunca han tenido. Conseguir que “digan cosas nuevas las [viejas] palabras de la tribu” (S. Mallarmé)

Y, de repente Lorca nos dice:

“Cristo, moreno, pasa
de lirio de Judea
a clavel de España»

Poema que supone toda una subversión del concepto de Cristianismo: pasamos del cristianismo de la paz y la pureza (lirio) al cristianismo de la pasión y la sangre – pasión y sangre encarnados en la metáfora/símbolo del clavel.

Este nivel de conocimientos entre lo legendario, lo simbólico y lo lingüístico si hay que dominarlo. Y lo domina quien domina el lenguaje, en sus niveles más cotidianos, pero más extenso. Se aprende escuchando hablar a la gente; la sabiduría de los viejos y de los padres – las madres sobre todo:

“Eres, la mi morena,
como el agua de mayo
que al río llena”.

3. Sentir, en un momento dado, por razones circunstanciales, que uno no posee el saber erudito, culto, filosófico, no puede ser ocasión de tristeza. Evidentemente todo saber, bien asimilado ayuda (no molesta). Pero no tener éste, culto y libresco, no es una carencia para el poeta. No tener el saber antropológico espontáneo (porque se ha vivido en una burbuja cultural o social) sí es una carencia que el poeta no se puede permitir.

El poeta que nos ha dejado los versos o más simples (“Poemas puros”) o más rabiosamente humanos y sociales (“Hijos de la ira”) de todos los poetas de la llamada Generación del 27 fu el más sabio y erudito de todos ellos: Damaso Alonso. O invito a releerlo.

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