LOS FANTASMAS DE M.R. JAMES
Por: Tomás Sánchez Rubio
“No hay cosa de la que tenga tanto miedo como del miedo”.
Michel de Montaigne.
De pequeño, le tenía un miedo irracional a la oscuridad. Era un niño de gran imaginación -algo propio de esa edad, por otra parte-, y para mí, la noche, una vez que se apagaban las luces de la casa, se poblaba de seres elementales y malvados que me acechaban y turbaban mi reposo. Soñaba demasiado, o, mejor dicho, una vez que despertaba por la mañana, solía recordar -algo infrecuente- todos y cada uno de mis sueños. Con frecuencia, tenía pesadillas tan vívidas en ocasiones, que acababan por mantenerme en vela. La angustia a veces llegaba a fatigarme…
Dicho esto acerca de mi naturaleza extremadamente sensible, lo que realmente resulta paradójico es que mis primeras lecturas, e incluso mis primeros escarceos con la escritura, llamémosla creativa, estuvieran vinculados a la literatura de terror y el misterio… Quizá la clave de tal contrasentido esté en la percepción que Aristóteles tenía de la vida y que resumía en su definición de la tragedia. Él decía que, en este género, mediante el temor y compasión, se producía la purgación de estas mismas afecciones. Es decir, el miedo producía un efecto puramente catártico en el espectador que contemplaba el horror, sobre la escena, en la vida de otros. Ver o leer estas cosas con el alivio de que no me estaban sucediendo de facto a mí mismo, parecían hacer un efecto saludable sobre mi joven ánimo…
Sea como fuere, este placer por el género de terror se extendía asimismo al cine: mi infancia y mi primera adolescencia coincidieron con la época de una verdadera eclosión de películas de serie B en España; donde se asistía al estreno de largometrajes de miedo realizados con bajo presupuesto, con escasos recursos, pero que cumplían a la perfección su objetivo: turbar el descanso reparador de toda una generación de jóvenes y no tan jóvenes mentes impresionables en los convulsos años 70… Recuerdo con cariño y cierta melancolía la saga del conde Drácula protagonizada por un elegante Christopher Lee; películas como Pánico en el transiberiano de Eugenio Martín, El ataque de los muertos sin ojos de Amando de Ossorio… Luego vendrían los grandes maestros italianos del horror, como Dario Argento o Mario Bava. Todavía en aquellos años se emitían en televisión películas de Boris Karloff como Frankenstein, Bela Lugosi como el rey de los vampiros; o bien las cintas de Roger Corman y Vincent Price del tipo La caída de la casa Usher o La máscara de la muerte roja… Y qué decir, en el ámbito de la producción nacional, de las magistrales Historias para no dormir del polifacético y siempre sorprendente Narciso Ibáñez Serrador…
Si hablamos de una literatura algo más “culta”, he de remarcar la influencia que supusieron para mí las leyendas de Bécquer -dos tomos de sus obras- en ediciones Petronio, que estaban encuadernadas con tapa dura en tela roja, y lomos grabados en oro; edición parecida a la de Los tres mosqueteros que aún conservo en casa, y que engalanaban las estanterías en los muebles de salón de muchos hogares españoles.
Extensa fue la nómina de mis autores favoritos, considerados, por otra parte, indiscutibles maestros del terror de los siglos XIX y XX. Destacaban el irlandés Sheridan Le Fanu, con su inquietante Carmilla; William Wymark Jacobs, novelista y humorista británico, conocido principalmente, sin embargo, por uno de sus raros relatos macabros, La pata de mono (The Monkey’s Paw), incluido en el libro de cuentos The Lady of the Barge. El genial autor francés Guy de Maupassant, con su tratamiento obsesivo de la muerte, el desvarío y lo sobrenatural – ¿Quién sabe?, La noche-, me era tan grato como un Bram Stoker, que, con sus cuentos En el valle de la sombra o La casa del juez, ya se revelaba en su carrera como un verdadero maestro del horror… Y qué decir de los genios estadounidenses Howard Phillips Lovecraft y Edgar Allan Poe..

Montague Rhodes James
No obstante, existía un autor del que había leído, en las citadas antologías de relatos, títulos como El fresno o El maleficio de las runas, que me habían impresionado vivamente. Se trataba del escritor británico Montague Rhodes James -M.R. James- (Goodnestone, 1 de agosto de 1862- Eton, 12 de junio de 1936); a veces confundido con otro interesante contemporáneo, Henry James (1843-1916), novelista y crítico literario estadounidense, autor de obras magistrales como The Turn of the Screw (1898). Me agradaba su prosa rica, cuidada y limpia, así como su sobriedad, su capacidad de crear ambientes cotidianos que transformaba en infernales a causa de la intervención de lo sobrenatural; también su contemporaneidad, recurriendo a su gusto por la arqueología, pero sin llevar la acción a tiempos pretéritos.
El momento, no obstante, en que me sumergí con mayor profundidad en su obra fue ya de adulto, en época relativamente reciente. En efecto, a finales de 1998 o principios de 1999, adquirí en una céntrica librería sevillana, donde entré a hojear las novedades, un ejemplar de M. R. James titulado sencillamente Cuentos de fantasmas. Había sido editado por la Editorial Siruela, en su colección de bolsillo, en junio de 1997. Se trataba de una segunda edición, habiendo conocido una primera en septiembre de 1996. Constaba de diecisiete relatos, sin prólogo, y con una escueta biografía del autor en la contraportada. Las traducciones, exquisitamente fieles, de dichos relatos se debían a Ana Poljak, J.A. Molina Foix, Mirta Meyer y Carlos Gardini -fallecido recientemente-.
Pienso que merece la pena detenerse en este sello editorial, Siruela, fundado en 1982 por Jacobo Siruela, con sede en Madrid. Destacaba por su atractiva selección de autores escogidos. En el año 2000 fue adquirido por Germán Sánchez Ruipérez, entonces dueño del Grupo Anaya. Actualmente, es dirigido por los descendientes de este, continuando con
una línea de autores realmente interesantes: Italo Calvino, Alejandro Jodorowsky o Clarice Lispector entre otros. Hoy día, la obra que nos ocupa se encuentra encuadrada en la Colección Nuevos Tiempos de la misma editorial, siendo su última edición de 2014.
A día de hoy, conservo dicho volumen con cariño especial y no siento empacho alguno en afirmar que me complace releer sus páginas cada cierto tiempo; cosa que pocas veces he hecho en mi vida, y con señaladas obras, como es el caso por ejemplo de Los milagros de Nuestra Señora, de Gonzalo de Berceo, auténtica joya de la literatura medieval española…
Pero, ¿quién fue este escritor británico y qué le hace especial?
M.R. James, respetado erudito medieval, se interesó toda su vida por disciplinas como la arqueología, la paleografía, la filología y las antigüedades. Hijo de un clérigo de East Anglian, fue director del colegio de Eton, así como decano del King’s College, en la Universidad de Cambridge. Fue allí, precisamente, donde James, comenzó a escribir historias de fantasmas. Solía leer sus narraciones en voz alta, reuniendo a académicos, estudiantes y colegas a su alrededor en el estudio del Provost Lodge en Nochebuena. Su primera colección fue publicada en 1904, Ghost Stories of an Antiquary, donde ya combinaba su interés por la historia antigua con elementos del más allá, que trascendían nuestro conocimiento. Le siguieron More Ghost Stories of an Antiquary (1911), A Thin Ghost (1919) y A Warning to the Curious (1925).
Admirador y considerado “heredero” del estilo de Sheridan Le Fanu, a su vez fue reconocido en vida por un escritor de la talla de H. P. Lovecraft, quien, en su magistral ensayo Supernatural Horror in Literature, considera a James uno de los “maestros modernos” del terror junto A. Blackwood, Lord Dunsany y A. Machen.
El tipo de historia de fantasmas clásica que escribió se ha denominado Jamesian, y no le han faltado seguidores que han imitado con mayor o menor fortuna sus planteamientos. En él la ubicación es realmente importante: ya sea una solitaria lengua de tierra en la costa inglesa, una aldea rural, un hostal, o tal vez una tranquila ciudad o pueblo de Francia o Escandinavia, generalmente cercanos a alguna abadía, cementerio o conjunto de ruinas de tiempos pasados y oscuros…
Luego está el protagonista, que generalmente es un académico, un estudioso, un hombre cuyos intereses están en el pasado más que en el presente, alguien que puede tomar largas vacaciones para explorar rincones olvidados, pero no apartados de la vida circundante. La imprudencia, la curiosidad, la codicia o la simple fatalidad empujarán a sus personajes al abismo de la perdición, a la inmersión en una incomprensible e ineludible existencia dentro de la sima del horror más absoluto. Y habrá un libro o una pintura, objetos materiales alrededor de los cuales se manifiesten, invisibles, los espíritus de los muertos o los demonios; elementos cuya eliminación o uso indebido atraerá a estos.
La peculiar genialidad de MR James radica en la convincente evocación de fenómenos extraños, malignos y sobrenaturales. No faltan las inscripciones en latín cuyo enigmático contenido hace vislumbrar, a los lectores -no al protagonista, ajeno a su fatal designio- espeluznantes acontecimientos venideros.
El estilo de estas historias es bastante sucinto. Los ritmos de la prosa son enérgicos y claros. Narrador preciso y ordenado, James huye de esa atmósfera difusa, de matices vagos y reverberantes que llenan la prosa de otros escritores de ficción que también son poetas. Algunas de las imágenes o símiles empleados son sencillamente extraordinarios. La vista, el olfato, el oído, el tacto, se conjugan con una seguridad casi quirúrgica, con impresiones calculadas para tocarnos en el hombro cuando menos lo esperemos.
La BBC adaptó varias de sus historias. Las primeras fueron Oh Whistle y I’ll Come to You, que llegaron a la televisión en 1968, protagonizadas por Michael Hordern. El éxito de estas adaptaciones dirigidas por Jonathan Miller llevó a la BBC a encargar más películas de James, que tomaron forma bajo el título «A Ghost Story for Christmas», desde 1971 a 1975. Estos especiales navideños de la BBC, y sus posteriores reposiciones, supusieron la popularización de James.
El cercado de Martin, El fresno, El maleficio de las runas -en forma epistolar-, El tesoro del abad Thomas o Silba y acudiré, son algunos de mis relatos preferidos. No olvidéis estos nombres, amigos… Tendrán mucho que decir en vuestros sueños.