NACIONALISMO (II)

Palabras con Historia

Por: Marcos López Herrador


Partimos de que una Nación es aquel pueblo que se organiza en una comunidad uniforme, unida por su tradición, costumbres, historia, lengua, religión, origen étnico o por su territorio, con capacidad para decidir su destino con independencia, y que es condición previa y necesaria para la constitución de un Estado moderno.

El concepto de Nación se inicia con la Revolución francesa. Antes, los súbditos de un rey pertenecían a una región, estado, reino, comarca o país; cada cual, con su dialecto, sus costumbres y tradiciones, y se sentían vinculados sólo a sus paisanos y a su soberano, como señor natural, pero no sentían ningún vínculo con los súbditos de otras regiones, o territorios, aunque pertenecieran al mismo rey.

Con la Revolución, el soberano es sustituido por la Nación como depositaria de la soberanía nacional. A partir de entonces, se busca que todos sus integrantes formen parte de un todo en el que cada región pone en común lo que tiene, pasando a ser de todos, convirtiéndose el conjunto en solidario con aquellos que lo necesitan, pertenezcan al territorio que pertenezcan. Se establece un idioma nacional para facilitar el entendimiento y la comunicación, un sistema económico, una unidad de mercado, se suprimen las fronteras y aduanas interiores, se unifica la moneda, se estandarizan los sistemas de pesos y medidas, se construyen vías de comunicación que unen las regiones, y se crea una cultura común, con símbolos de identidad compartidos.

Aparece entonces un nacionalismo integrador en el que todos unidos resultan más fuertes, están mejor defendidos y generan una prosperidad jamás conocida, con un desarrollo espectacular de la economía, el comercio, la riqueza, la cultura, la tecnología, las ciencias, las artes y las letras, que ha sido el instrumento para construir la civilización más avanzada que se conoce en la historia de la humanidad.

En España, sólo desde el concepto de Nación se entiende que, en consideración a los intereses generales, se destinen recursos e inversiones a aquella región que tenga más posibilidades de prosperar, en bien del interés común y en beneficio de todos. Así, resulta razonable que a esa región se aporten recursos financieros, humanos, materiales, inversiones en infraestructuras, subvenciones, beneficios fiscales, y apoyo político. Tiene sentido que, para desarrollar su industria, se proteja el mercado interior para favorecer la venta de sus productos y que, durante décadas, se siga una política de aranceles que favorezca ese fin, aunque esos productos resulten más caros. Esa región, naturalmente, tendrá un desarrollo económico superior y dispondrá de una mayor riqueza que el resto y, por tanto, podrá contribuir con una mayor cantidad de tributos al sostenimiento de las cargas comunes, permitiendo a sus habitantes ser solidarios con los que tienen menos o necesitan más. Pero si alcanzado un determinado nivel de riqueza, no sólo en base al propio esfuerzo, sino con el esfuerzo y sacrificio de todos, esa región pretende no querer saber nada de las necesidades generales, pretende que toda la riqueza que produce quede en su propio y exclusivo provecho, a la vez que pretende seguir beneficiándose de los servicios comunes que otros se ocupan de pagar, seguir recibiendo fondos para infraestructuras, continuar recibiendo subvenciones y todo tipo de beneficios, seguir manteniendo el mercado nacional cautivo para la venta de sus productos, quedándose incluso con el IVA que se genera con la venta de los mismos en cualquier punto del territorio nacional, mientras cierra su propio mercado al resto mediante trabas como la del idioma. Y pretende, además, tener voz y decisión en el nombramiento de órganos claves del estado, interviniendo incluso con capacidad de veto en la política exterior, condicionando la legislación del estado central, a la vez que ese estado central no puede intervenir en decisión o política alguna de la región en cuestión, lo que nos encontraremos es que la región se ha convertido técnica y efectivamente en potencia colonial y España en su colonia. Lo que era razonable considerando dentro de la nación, se convierte ahora en mera explotación protagonizada por una de sus partes, del resto de territorios; mediante una voraz transferencia de rentas, a través de un mercado cautivo, o de préstamos institucionales financiados con deuda pública que jamás serán devueltos. Pues bien, resulta que el nacionalismo independentista y excluyente es el bueno y el nacionalismo integrador y solidario es “facha”.

Y, encima, los que son explotadores, pretenden pasar por víctimas.

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