CAPITAL
Palabras con Historia
Por: Marcos López Herrador
Valor en dinero del conjunto de bienes que componen el patrimonio o la fortuna de alguien/ Cantidad de dinero que se presta/ Bienes que producen interés o frutos/ Dinero o conjunto de cosas convertibles en él/ Dinero que se invierte en una empresa o que produce una renta en cualquier forma/ Factor económico constituido por el dinero/ Población principal y cabeza de un estado o provincia/ Muy grave o muy importante.
Al encontrarnos con usos tan dispares como ser sinónimo de riqueza, servir para calificar a la principal ciudad de un país o provincia (cuando nos referimos por ejemplo a la capital de la nación), servir para calificar algo de importante (cuando hablamos de importancia capital o de pena capital) o grave (al referirnos a un pecado capital), podemos hacernos esta pregunta: ¿es posible que todos esos usos tengan un origen común?
Lo que sí podemos observar es que, en la mayor parte de las acepciones económicas de la palabra capital, el dinero, como unidad de medida del valor de las cosas, forma parte de cualquier definición. Sin embargo, esta palabra encuentra sus raíces y su sentido justamente en épocas muy anteriores a la aparición del dinero.
Para encontrar el origen de la palabra capital, hay que remontarse a tiempos en los que el dinero aún no existía y el trueque era el único medio de intercambio de bienes, productos y servicios. El trueque era un sistema extremadamente complicado y confuso ante la heterogeneidad de los bienes susceptibles de ser intercambiados y la enorme subjetividad que tenía valorar unos bienes en relación con otros. Y así resultó siempre para las cosas pequeñas. Sin embargo, para las transacciones de importancia acabó por encontrarse un patrón de referencia que fue aceptado por todos, al mantener un valor homogéneo entre una unidad y otra, ser fácil de transportar, y fácilmente intercambiable por otros bienes.
Sin una unidad de cuenta generalmente aceptada como esa, la evaluación de la riqueza de un hombre resultaba un tanto dificultosa, ya que, si se medía por la extensión de sus tierras, estas podían ser de secano o de regadío, mejores o peores, más o menos fértiles o productivas. Medir a través de la cosecha, también era complicado por la diversidad de frutos cultivados y su distinto valor.
Es cierto que el conjunto de todo ello daba una idea poco equívoca de la riqueza de un hombre, pero no daba una medida en términos comparables y aproximadamente homogéneos.
En tiempos remotos, en tiempos bíblicos, había un signo que indefectiblemente acompañaba a quien disponía de riqueza y que reunía todos los requisitos para convertirse en patrón de referencia e instrumento de medida; este signo no era otro el ganado del que se era dueño. Si lo pensamos detenidamente, el ganado es apreciado por todos, sus unidades mantienen una relativa homogeneidad unas con otras, tienen valor por sí mismas, son fácilmente intercambiables por otros bienes y su transporte es tan sencillo como que pueden moverse sobre sus propias patas.
Digamos, por último, que el ganado, desde siempre, se ha contado por cabezas. Así que, tener más o menos cabezas de ganado daba una idea bastante aproximada del grado de riqueza poseído; incluso indirectamente podía dar idea de las tierras que pudiera tener el dueño de las reses ya que, a más cabezas de ganado, más pastos serían necesarios para su alimentación.
Pues bien, en latín cabeza es caput-capitis
Y es de caput, cabeza, de donde deriva la acepción de capital. Así que, siendo la cabeza lo más importante y lo primero, también lo utilizamos refiriéndonos a conceptos como capital de la nación, de la provincia, pena capital, o pecado capital, entre otras.