NÁUSEA

Por: Miguel Ángel Yusta


Sin duda habrá habido épocas pretéritas llenas de horror y atrocidades del hombre contra sus congéneres sumergidas en el olvido al no existir los medios de masas que hoy hacen llegar a cada hogar cuando acontece en el mundo. Pero, precisamente hoy, estas atrocidades son conocidas al instante y a veces con una información tan exhaustiva que puede llegar a tener un efecto anestésico sobre nuestra sensibilidad. Vemos tantas barbaridades, y tan a menudo, que los límites del rechazo, de la indignación, parecen retroceder lamentablemente, cuando menos, a un inevitable conformismo generado muchas veces por la impotencia para solucionarlas.

Torturas, violaciones sistemáticas de los más elementales derechos de las personas, abusos a menores, además de crímenes horrendos masivos sobre colectivos indefensos, «manadas» depredadoras y tantas otras formas de vejación y abuso sobre nuestros semejantes, incluso actitudes y palabras cotidianas, sonrojan a quienes creemos en la convivencia respetuosa y en paz entre los humanos.

Individual y colectiva, la violencia va ganando cada día terreno y especialmente estremece pensar que hay adolescentes que filman palizas; pequeños sádicos que son , nos tememos, producto de una sociedad que ha pasado a considerar al agresivo como triunfador y a fomentar esa “agresividad” como una condición, y no la menor, para poder llegar en los primeros puestos de esta carrera de obstáculos en que, cada día más, convertimos la supervivencia.

La náusea absoluta que nos produce ver la cotidiana violencia no debería impedirnos reforzar los valores éticos para combatirla. O dejaremos una triste herencia a quienes hoy sonríen inocentes desde su pequeño mundo infantil.

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