«EL ÚLTIMO GIN-TONIC»| RAFAEL SOLER
La última sección
Por: Hilario Martínez Nebreda
«Sexo, droga y rock and roll», eslogan en el corazón de la postmodernidad, en su vertiente de mayor rebeldía y cultura undergraund podría representar «El último gin-tonic» de una época.
Novela de un poeta de gran sensibilidad ética y sentido musical, que escribe la obra a compás de 3/4, no cabe entenderla como una obra musical. Sin embargo, podemos entender que su estructura ternaria define un sentido trágico sin ser su asunto trágico, al ser los actantes quienes fijan el ritmo de las secuencias cuyo drama es la deconstrucción, consecuencia de sus propias secuencias.
Paradoja e ironía marcan el ritmo de la obra: Consecuencia de secuencias que representan un drama: el acontecer de una época; los tiempos de la postmodernidad. Si Valle Inclán inaugura una forma de ver o de crear imaginarios que logra clímax en la Colmena de D.CJ.Cela, esta novela reflejan como en espejo los fenómenos de la deconstrucción social e histórica, la devaluación de la estructura del entramado social y reclamo antropológico de los valores, los cuales tergiversados según la solicitud de Nietzsche, vienen a definir al hombre actual. Consecuencia de secuencias, en las que se van mostrando como en un retablo, a ritmo marcado no tanto por los tres órdenes clásicos: jónico, dórico y corintio cuanto por los cuatro evangelistas (3 sinópticos + 1 , San Juan), que, a veces bajo símbolos, coronan todos los retablos de iglesia. O, posiblemente con acierto, la suerte de un poker trebolando un gic-tonic.
En una decostrucción de lo sagrado con significación profana nos refleja como en espejo esa tragedia no trágica de una consecuencia de la terca voluntad de ser sobre la nada, que en el azar del mundo clásico las «moiras» venían a ser sus hilanderas.
La novela se mueve en un entramado de repeticiones y variaciones como garantes de complejidad y orden de una trama textual, pero esto mismo hace que nos inclinemos a ese misterio en el cual nos envuelven tres silencios y un suspiro: la deconstrucción de la hospitalidad y amistad, la honestidad y el amor, el matrimonio y la familia, estructuras fundamentales de lo social… de la cual deviene el relativismo moral o amoralidad en aras de una ética subjetiva regulada por la propia conciencia, buena o mala, que consagra como sagrada la violencia, la obscenidad erótica (en sentido propiamente etimológico), la mentira y engaño, la difamación y codicia o la exaltación nihilista progresivamente ascendente desde los parnasianos y decadentistas hasta el momento actual. Tiempo representado más próximo que al visionario y fáustico Spengler de la «Decadencia de Occidente» a la obra de J.P. Sartre o Ciorán.
Bajado el poeta de la constelación de sus «Las cartas que debía» y «Acido almibar» nos deja indefensos en la «imagen» de la vida, en esa «mímesis» de la experiencia o «gestalt» de un mundo que siendo imaginario nos arroja a la contemplación incómoda de ver… («Un buen comienzo, pensó Lucas. Ver, mirar, ser visto. Ocupar tu sitio, si lo encuentras, estar con tus fines… para acabar igual, periférico perfecto, monarca de lo poco y señor de lo que queda en nada».) Ver como cierto, nuestro propio «principio generador» de un «mundo feliz»: monótono, por igual y periférico… (» Y a media tarde, por fin, se verían las caras, periféricos e iguales» (pg. 210)).
Consciente de su tarea, el narrador perfila su «punto de vista» no tanto sobre los episodios o concatenados eventos, cuanto en una disposición existencial y familiar de los personajes, y en sus rasgos, que se entrelazan en la trama que define lo que la solapa del libro sintetiza: la disolución del amor, la muerte, la soledad y el desconsuelo, es decir: «sexo, droga y rock and roll», a sorbos, con «el último gin-tonic» de una novela proteica y original que nos sugiere el mundo de Aldous Husley, no ya de lenta y fría observación de laboratorio, sino en un proceso virtual acelerado de células aisladas, sin conexión, como nos parece significar el icono SM en DLNA . Un mundo virtual, donde no discernimos lo verad de lo cáustico y en el cual navegamos como náufragos.