GRANDEZA Y MISERIA DE LA ESCRITURA DEL POETA
Por: Javier del Prado Biezma. (Poeta entre profesor y crítico).
1. Mi escritura es para mí. No sólo para mí, claro. Pero, mi escritura es para mí.
No me cabe la menor duda. Es mi modo de serme y de conocerme. No sé si de afirmarme frente (o contra) o al lado de los demás.
Está claro que no he hecho ningún gesto en mi estilo, no he hecho ningún guiño en mi comunicación (temas y formas – la sintaxis, el modo de mezclar razonamiento y juegos analógicos) que pudiera haber adaptado mi estilo a lo que los otros, los lectores, podían haber esperado de mí, o a lo que yo podía haber adivinado que, dadas las circunstancias, podían haber esperado de mí.
Leo y, en mi triple condición de escritor, profesor y crítico de la Literatura, sé lo que triunfa, en consonancia con los contextos socioculturales de cada momento. Leo, analizo, y sé como se puede conseguir el triunfo. Abusando de una frase que ya he convertido en tópico entre mis alumnos, pues la repito cada vez que hablo de Arthur Rimbaud: en posesión de todas las retóricas fui capaz de fingir todas las locuras… y todas las alegrías y las penas…
Nunca he hecho ningún gesto, pero tampoco ningún guiño, en mi relación externa con le mundillo de la literatura (cuadras, tertulias, lecturas, grupos de amigos, representantes, etc.) para que alguien me pudiera haber vendido (después de haberme comprado), aprovechando las capacidades miméticas que tengo; lo que me hubiera facilitado la adopción de un estilo adecuado, vendible, en sintonía con lo que se lleva.
¿Me he condenado yo mismo?
Es posible.
¿Condenado, a qué? ¿A la soledad…, al desconocimiento…, a la inutilidad social de mi escritura…?
No lo creo.
2. Mi función social es, ha sido, por decisión propia, la enseñanza; desde niño: el doble imperativo del modelo de mi madre, maestra, y de mi voluntad de seguir las huellas de Francisco de Javier, mi patrón, al que según las antiguas costumbres, debiera imitar. Y un modelo y un patrón vienen a ser lo mismo). En ella, en la enseñanza, me doy al otro y soy recibido por el otro. Soy recibido en seriedad, pero también en el placer Lo sé. Puedo alcanzar, incluso, un punto seductor cercano a la demagogia – ese juego seductor y teatral que toda pedagogía exige.
Mi escritura es para mí.
En ella me encuentro. Adopta mi ritmo vital (en percusión constante, aunque sincopada); adopta los meandros de mi pensamiento, con sus intermitencias, con su curso que se pierde bastante a menudo por los arenales de un pensamiento-sensación, como el curso de los ríos del desierto. Y este pensamiento-sensación, este concepto desarrollado en metáfora desconcierta. Lo se. Me lo han dicho. Provoca rechazo en algunos O eres razón o eres sentimiento. No puedes ser ebria razón. Esa dicotomía tan española que vicia nuestro pensamiento y, sobre todo, nuestro sistema educativo. De Ciencias o de Letras… lagarto, lagarto!.
A veces, este río reaparece, intimo Guadiana, pero otras se desvanece del todo, absorbido por la arena de alguna orilla inesperada: de pronto, noto que he dejado de escribir, pero sigo sintiendo mi pensamiento, como un deambular de ácaro, por debajo de mi piel, trazando caminos discontinuos, sinuosos, erráticos – que me horadan… y por los que, fluido vital, me voy infiltrando: y nace un texto horadado como un queso de Gruyère.
Esta es la razón de mi escritura. Conocerme. Celebrarme. Y, en ocasiones, lanzar sobre mi ser un responso gregoriano acompasado por unos hisopazos de agua maldita.
Lo demás es fama (o difamación), publicidad, ganancia – apariencia de ser. Lo demás… («et le reste est littérature»), como decía Verlaine, lo demás sólo es literatura.
3. Y no quiero trazar aquí una línea divisoria entre escritura de calidad y escritura comercial (Barthes): el escritor y el escribano. No. Ni entro en la consideración de que mi escritura pudiera o no pudiera ser una escritura de calidad. El hecho de poder afirmar que mi escritura es mía (del mismo modo que afirmo que mi clase es de los demás, porque es para los demás) es incluso razón suficiente para poder descartar la consideración de que mi escritura es escritura de calidad.
Es mía (con todos los préstamos y las herencias que esa posesión implica).
Aquí, como en tantas otras cosas, he asumido las teorías ontológicas de Jean-Pierre Richard (aplicadas a la escritura y a la lectura crítica), cuando dice que la escritura, mejor que ningún otro territorio de la actividad humana (comprendidas las demás artes) es el espacio privilegiado para la emergencia, es decir, para la invención del ser, (en el libro, Poesía y profundidad). Empezando por el mío – y el de los demás en el mío, si se atreven a entrar en los territorios imaginarios en los que habito. Puede que fuera más políticamente correcto decir la frase a la inversa; pero, ni los factores ni el producto cambiarían; esta inversión de los términos sólo añadiría a mi frase una tonalidad moral que es poco interesante frente a la gran verdad ontológica que afirma.
La escritura es el territorio del imaginario personal; magnífico castillo; jardín cerrado, bastilla almenada, morada del yo construida con su propia substancia y con su propio ritmo, puesto que la lengua es sustancia fundacional del yo, – más que la imagen, por supuesto, que necesita decirse en traducción verbal para poder acceder a sentido y a significación, abandonando los barbechos de los sentidos.
El ser es uno, sin que esa unidad apele a cualquier tipo de unicidad excluyente. Por eso, ni todos los yoes ni todas lengua son idénticos – y buscar esa no identidad, en naturalezas construidas con los mismos materiales, es uno de los objetivos clave de la Crítica Literaria).
Aquí, Juan Ramón y J. P. Richard se funden en mi pensamiento.
¡Qué ajeno es el pensamiento de JRJ, ya en el primer tercio del siglo XX, qué ajeno a todo lo que se cuece en España: ese sociolgismo político que falsifica de continuo la realidad del ser (en función de las llamadas sus circunstancias, en función de ese innecesario y permanente regeneracionismo, en función de esa cultura del corral y de la calle, que miran más a la realización de un ideario ideológico que a la creación del individuo como totalidad-de-ser); y qué cercano al pensamiento profundamente europeo (Alemania y Francia), atento a la realidad profunda, más ontológica que circunstancial, del yo!
(El patrón romántico alemán)
¡Qué ajeno, protegido por sombra de este espectro juanramoniano, mi pensamiento y mi sentir!
Pero sin que lata en mí el peso profundo de una antropología popular (el andaluz universal, de Juan Ramón). Antropología castellana o… que yo nunca viví y de la que, al menos, no soy consciente, al haberla abandonado a los diez años y no haber podido (o querido) recuperarla ya más.
Negación de Toledo (Castilla). Negación de Madrid (la España oficial).
Libertad en soledad.
“Pero no estás en el circuito”, me susurra a la oreja un compañero sabio pero mal intencionado.
4. Si los demás quieren entrar en mí… Yo no cierro las puertas, yo no prohíbo que se salten las tapias y suban a las almenas (por otro lado, esas almenas las tengo en mis torreones más para mirar, desde ellas, el festón del paisaje, a lo lejos, que para defenderme. Lo único que no hago es tender puentes levadizos (traicioneros), colgar de los muros escaleras de mano, preparar en su interior aposentos para los visitantes perezosos o simplemente curiosos, dejando en las palanganas mágicos ungüentos y en las alacenas licores de hechizo.
Los visitantes tienen que dormir en mis propias camas, desechas, en los sillones raídos – o en le suelo. Están siempre limpios. Yo no suelo dormir en ellos. Casi nunca duermo, y si duermo lo hago sentado o de pie. Tampoco tengo preparados guisos bien aliñados con salsas que se deshacen por el olfato, antes de pasar por el paladar. Bebo poco alcohol, pero siempre orujo, y mis platos preferidos los cojo en los terraplenes, hierbas con alguna flor – amargas, ásperas, agraces, con sabor a trementina – que aderezo poco y que como antes de que el vinagre y el aceite las maceren.
5. La escritura que se propone, a priori, una función social – aunque sea intelectual y de altos vuelos – es siempre mercancía. Puede que cara y minoritaria, pero mercancía.
Puedo, con el objeto de venderlos, criar crisantemos, claveles o rosas a granel: un cultivo que es siempre actividad de mercaderes fenicios (Holanda); y puedo criar, con esmeros que me exigen más de seis años de espera esa planta que dará una única flor en su tallo carnoso, magnífica orquídea (Vanda azul morada, simbólica, encima de la mesa baja del salón). El mecanismo y el resultado es siempre el mismo: si cultivo para vender, para ganar dinero, dinero para vivir, tengo que buscar la eficacia, en la rapidez, en la abundancia y en la aceptación del producto.
No soy libre en mi escritura
¿Vivir de su escritura? ¡Qué aberración!
Vivir en su escritura.
No se escribe para vivir.
La escritura profesional es un trabajo. De ahí la absurda prostitucion del salario esperado: la inclusión capitalista o bolchevique del escritor en el mercado.
6. Se vive para escribir.
El escritor se lo puede permitir.
Es su lujo.
Tal vez, ni el pintor, ni el escultor, ni el arquitecto se puedan permitir ese lujo de vivir para pintar, esculpir o para levantar edificios hermosos. Trabajan con un material muy caro y producen objetos muy engorrosos para nuestras pequeñas viviendas. Por eso, la escritura encuentra su terreno propio en la aristocracia del intelecto (así fue siempre hasta el siglo XIX. Voltaire escribe en libertad porque tiene fortuna; Diderot escribe en libertad porque se gana la vida haciéndole los sermones al obispo de Notre Dame y, luego, trabajando como editor; Rousseau escribe en libertad porque se gana la vida como copista musical o dando clases particulares…; yo escribo en libertad que porque he hecho de mi saber un trabajo y de mi escritura un placer); aristocracia intelectual, del rico o del trabajador; mientras que la pintura y la arquitectura se han orientado más (así fue siempre hasta el siglo XIX) del lado del mundo laboral: canteras y canteros, talleres y artesano.
7. Habitante de la palabra, con la conciencia de ser en el mundo gracias a la palabra (y ningún otro lenguaje tiene un poder epifánico similar – se diga lo que se diga – y me repito; aunque si tengan un poder de ilustración, de decoración y, en ocasiones, en la modernidad, gracias al expresionismo – en el sentido general del término – un poder de alusión, capaz de exhibir aspectos simbólicos del ser), el escritor no puede vivir en escritura para los demás, salvo si convierte su práctica en ilustración, en decoración, en enseñanza; no en gesto ontológico – ni siquiera en gesto epistemológico con valor relativo a la toma de presesión de la realidad..
El error moderno, (y su horror), ha consistido en convertir la escritura en un oficio, en vez de seguir siendo la expresión máxima del ocio, como en el mundo de los patricios romanos y de los monjes medievales – un oficio que cansa y, como cansa y absorbe, se convierte en trabajo que hay que remunerar.
Desde mi perspectiva, se escribe para allegarse (otros dicen, los semióticos, para crear) a la verdad del yo. Esa verdad del yo inserta en realidad velada por la biología: auténticos misterios, auténticos enigmas.
Yo antes, también decía, para crear. ¿Quiere eso decir que antes yo también era un semiótico? Puede ser que, siendo mi fe en la palabra tan fuerte, yo también lo fuera. Ahora me conformo con decir, inventar: etimológicamente, sacar al aire, hacer evidente, darle a algo una consistencia, una apariencia gracias a las cuales pueda ser aprehendido, comprendido, por mi propia conciencia – y la de que se alleguen a mi morada de palabra. Puede que esto también sea un modo de crear.
Como la palabra de Dios mientras se dice).
8. Me escribo hoy, y me comprendo, me siento y me veo palpitar en cada uno de los fonemas que canto, en cada una de las metáforas que dejo preñadas de placer y de sentido: aunque los escriba en papel, van arañando cada uno de los rincones de mi ser, quedándose con algo de su piel entre las uñas.
Sangro.
No quiero vender mi sangre.
Pero me ocurre que me leo, hoy, y ni me veo ni me entiendo en la escritura de ayer. Y tengo que volver a empezar ¡Como coño voy a dar a leer, a conocer, a arañar, al otro un producto inacabado, defectuoso, averiado – inservible!
Se escribe y se lee en función de esa atroz autenticidad.
Lo demás es pedagogía de sindicato o de colegio teresiano.
De CUDERNOS DE LA ENSENADA
SÁBADO, 10 DE JULIO DE 2010