OTRAS REALIDADES | FRANCISCO ACOSTA
Por: Francisco Acosta (Profesor de Piano. Compositor y Pianista)
De niño tenía la extraña costumbre de escaparme de clase. Me sentaba cerca de la puerta del aula y aprovechaba el menor descuido del maestro para escabullirme y salir pitando de allí. Cuando mi madre me veía entrar en casa sonreía y siempre me preguntaba lo mismo: «¿Otra vez olvidaste el lápiz?». Era mi peregrina e inocente excusa. Ella me entendía y sabía que mis fugas tenían sentido; me conocía. He reflexionado toda mi vida sobre esto, porque aún hoy sigo escapando para buscar otras realidades. Todas las encuentro en la ficción del arte; desde los mundos creados por los literatos, pasando por la abstracción de la música (esos genios de lo intangible), hasta la policromía de los grandes pintores del expresionismo abstracto, ese entramado de representación caótica que tanto significa para mi mundo creativo. Lo ficticio (esta palabra no debería existir) beneficia la vida: la otra realidad, la única si uno cierra los ojos y aprieta los dientes. Hallarse en una burbuja de cristal blindado para protegerse de lo prosaico. Abstraerse del mundanal ruido exterior para sobrevivir a sus envites convertido en un mar desafiante. Ese comportamiento (huir del colegio como de mí mismo) me mantuvo siempre muy vivo. Han pasado los años y uno sigue estando en ese punto de partida en el que cada amanecer es un folio en blanco al que hay que manchar irremediablemente con muchos tachones. Chopin sabía bastante de eso. Su vida fue una lucha constante en busca de la nota que lo aplacara; de la frase musical que atrajera sus emociones y quedaran (las emociones) custodiadas en el pentagrama con más garabatos de la historia. Lo excelso, lo delicadamente bello; el silencio. Y así vamos haciendo ensayos generales para representar el papel que nos toca vivir sin aparentar caídas. Beethoven, por ejemplo, ancla su música en la cadencia engañosa. Existe en él una manifestación de la huida, del constante correr hacia lo inesperado abriendo muchas realidades porque la suya no la soporta. Él es una perenne modulación, una transición de difuso horizonte. No resuelve, quiere ser consciente de esto para alcanzar la ingravidez y saltar hacia cualquier lado. Siempre hay que tener un proyecto de vida para no abdicar. Y en el arte, en esos mundos inventados para sufragar la realidad aunque el barro gotee, la vida se abre camino e imagina la inmortalidad.