“CUADERNO VERDE”, DE FERNANDO VALLEJO ÁGREDA | EL MUNDO NO ES COMO PRETENDEMOS.

Por: José María Herranz Contreras


CUADERNO VERDE, de Fernando Vallejo Ágreda.
Los libros del Mississippi. Poesía.
Madrid, 2019.
Prólogo de Fernando Aínsa. Ilustraciones de Antonio Azorín.
ISBN: 978-84-945796-7-7

Esta cuidada edición ilustrada de “Los libros del Mississippi”, corresponde al noveno libro publicado por Fernando Vallejo Ágreda, poeta zaragozano. Sacerdote católico y escritor, su lírica no es mística, más bien terrenal, amorosa y filosófica. La lectura de este texto me trae algunos ecos de la vanguardia aragonesa de los años 50 – 60 ligada a Miguel Labordeta y los escritores de la mítica “Oficina Poética Internacional” (Fernando Ferreró, Rosendo Tello, Emilio Gastón y otros). Aragón es tierra de notables artistas, tanto escritores como cineastas (Luis Buñuel), pintores y fotógrafos. Por generación, Fernando Vallejo es bastante más joven pero su influencia irreverente y rupturista es clara. ¿Un sacerdote escribiendo sobre sexo y sobre el caos existencial? Muy convencional no parece, desde luego.

Construido a modo de dietario, los poemas abarcan desde el 28 de diciembre de 2017 hasta el 10 de marzo de 2018, y suponen un recorrido íntimo y personal sobre sus vicisitudes amorosas y existenciales. La lectura del libro es hipnótica, potente. El verso es completamente libre, sin rima, y a veces recuerda el ritmo y la cadencia de los poemas en prosa. Son versos cortos, fogonazos de ideas y metáforas sorprendentes a veces, sin separación alguna en estrofas a lo largo del poema. El libro está hermosamente salpicado de ilustraciones (en verde) de Antonio Azorín, que plasman algunas imágenes de los poemas: el caracol, una especie de arlequín, ángeles y hermosos muchachos. El cuaderno verde alude, o entiendo que lo hace, al dietario de su propia vida, el libro que él mismo escribe con sus experiencias, en una suerte de exorcización o conjura al tiempo inexorable que le aleja definitivamente de la juventud. El poeta se lamenta del cansancio de vivir:

Todas las viejas películas
terminan parecido.
Necesito una respuesta.

Verdes años gastados
desde que soy niño.

La experiencia de la vejez, cierta frustración del pasado juvenil por sus amores no realizados o perdidos, o quizá evocación de aquel tiempo pleno, le hace plantearse el sentido de su propia vida, intentando arañar algún tipo de trascendencia que no encuentra, porque el amor en cierto modo sigue acompañándole en la imagen del amante que le espera cotidianamente en casa, pero ante el que se levanta un muro de incomunicación. ¿Es, pues, el amor una respuesta o solución a nuestra propia soledad? Nacemos solos en el mundo, y moriremos también solos. El amor nos redime y salva, suele decirse; no queda eso tan claro en estos versos en los que la poesía quebrada y caótica de las emociones y los sentimientos sexuales y amorosos parece buscar algo firme a lo que aferrarse sin encontrarlo.

De hecho, la vida es extremadamente caótica, y eso es lo que magistralmente refleja el poeta, desembocando en la pregunta que indaga por alguna clase de sentido:

El mundo no es
ni como tú dices
ni como yo querría que fuese.
No es un lamento.
No es un cuaderno limpio y verde.
Es una pregunta.

Si debemos renunciar a intentar ordenar, comprender y explicar las cosas según nuestras presuposiciones –que frecuentemente son prejuicios, más bien-, ¿qué nos queda? El poeta intenta aferrarse a lo cotidiano, a los hechos, a las cosas tal y como suceden, al disfrute del amor ocasionalmente encontrado o a la aceptación del fin de una relación, porque la vida debe ser vivida a pesar de todo.

En este navegar por las sensaciones y pensamientos caóticos del cuaderno verde existencial, no falta lugar para la socarronería y la burla de las ideas morales:

La vida no es un sueño.
Los segundos se pierden en cada mirada.
Recuerdo
la primera palabra.
El verbo se hizo carnaza.

No nos salva ni Calderón de la Barca, ni la biblia, ni un dios teórico bondadoso o castigador. La primera palabra fue la del amante, la del deseo, la de la maravilla del cuerpo juvenil que alguna vez tuvimos y compartimos. Eso sí que parece ser constante a lo largo de todo el libro: existe un mandato biológico, profundo, que impulsa al poeta a buscar y poseer la belleza a través del sexo, como una forma de trascender, pero el sexo en sí no está presente en esta obra sino como evocación de un esplendor pasado –y a veces frustrado. Más bien es la cotidianeidad de un amor tranquilo y compartido el que evoca en algunos poemas, pero que se quiebra en el caos del recuerdo y las sensaciones presentes, y que a veces levanta el verso como una imagen de incomunicación.

Pero la poesía es indagación continua. Por eso este cuaderno verde intenta mantener la frescura de lo juvenil, del pasado frondoso y fértil del poeta, en este presente de transición hacia la vejez. Podríamos decir pues que estos poemas tienen también una fuerte carga filosófica, aunque muy de andar por casa, como todo en la vida: sencillo y simple, pero auténtico.

Una imagen recurrente en bastantes poemas es la del tranvía, que evoca tanto al viaje a las periferias y su regreso, como al deseo sexual colmado en algún momento del pasado, y quizá en el presente, y también como el intento de huida hacia algún lugar en el que la vida sea más ordenada y comprensible. Todo ello sin abandonar la ironía propia de la tradición aragonesa que he mencionado anteriormente:

Se prohíbe correr – corriendo y por correrse.
El vértigo.
Menos mal que Dios
es el gran amigo de los pobres corredores.
Los tranvías mueren entre los cuerpos desaparecidos.

El sexo se utiliza intencionadamente en muchos de los versos de forma provocativa, junto a imágenes de desconcierto moral. La imagen del poeta, hecha mil pedazos en el espejo de su indagación, nos hace asumir lo absurdo de la existencia con aceptación y humor. De todos modos, las imágenes sexuales en este “Cuaderno verde” son muy sosegadas y medidas, eso sí, originales y sin tapujos, con una visión netamente masculina, entiendo que alejadas de las más abruptas y provocativas de sus libros anteriores, según indica Fernando Aínsa en el prólogo. En este libro, desde luego, el sexo aparece más o menos velado, más o menos explícito, y se reparte por igual entre imágenes de amantes desconocidos o imágenes del amor cotidiano y doméstico, siempre en la periferia de lo que no se nombra.

También hay lugar para la denuncia social (“se confabulan los escribas de los nuevos templos de papel moneda”, “Roma ha muerto”) y además el poemario cierra magistralmente con un poema circular donde retorna al inicio, a la fuente, aludiendo a la infancia y a la abstracción esférica y sin curvas del cambio permanente, al abandono del yo y su enfermiza obsesión por buscar explicaciones a las cosas.

Nos encontramos, pues, ante un poemario intenso, sin tapujos, en plena sintonía con la tradición de la vanguardia aragonesa, donde se nos recalca que lo importante es “beber la vida” y vivirla con plenitud, donde no debe rechazarse el sexo como fuente de aprendizaje y conocimiento, y donde el amor debe intentarse para construir algún tipo de equilibrio existencial, que por otro lado el tiempo aniquila y arrasa. Es la plena aceptación del tiempo en el decurso de la vida, y sus cambios inevitables y terribles a veces, lo que los humanos debemos intentar, y la búsqueda de un sentido o una explicación acerca del mundo y de nuestra propia existencia, debemos mantenerla: con esperanza y con cierta alegría e ironía, porque la trascendencia quizá no sea más que vivir las cosas simples con intensidad y no pretender nada más allá de eso.

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