ROSE VALLAND, HEROÍNA DEL PATRIMONIO ARTÍSTICO FRENTE A LOS NAZIS
Por: Lourdes Páez Morales
Desde julio de 2013, en los jardines del Musée Dauphinois de Grenoble hay una rosaleda de la variedad Rose Valland, llamada así en homenaje de la que fuera heroína de la resistencia francesa frente a la invasión nazi que pretendió el expolio de buena parte del Patrimonio Artístico galo.
Rose, hija de Francis Paul Valland y de Rose Marie Viardin, nace en Saint-Etienne-de-Saint-Geoirs el 2 de noviembre de 1898. Con una infancia que no quiere recordar y de la que solo destaca en sus escritos “la voluntad de papá”, es, no obstante, buena estudiante, y aprende en este momento la posibilidad de ascenso social que da la formación académica.
Como hace constar ella misma en un currículum de 1935 conservado entre los fondos de la Asociación “La memoria de Rose Valland”, se forma hasta 1918 en la Escuela Normal de Institutrices de Grenoble, y en 1919 marcha a Lyon para emprender estudios artísticos en la Escuela Nacional de Bellas Artes de la ciudad, y es aquí donde nace su amor por el Arte. En 1922 llega a París, donde el destino le deparará un difícil cometido: convertirse en pieza clave del salvamento del Patrimonio expoliado por los Nazis durante la ocupación de la capital francesa.
En 1932 Valland comienza a trabajar en el Museo Jeu de Paume, que años más tarde va a convertirse en escenario de nuestra historia. Esta institución, a la vanguardia del Arte contemporáneo, con una ferviente actividad expositiva, está comandada por la acción del llamado Frente Popular. En una de las salas del museo, la esbelta figura de Rose, vestida de negro, posa en una fotografía de 1934 junto a una escultura de tamaño colosal del argentino José Fioravanti, ajena aún a su inminente hazaña.
La década de los treinta del siglo XX rebasa su ecuador dejando una Europa en pie de guerra que se prepara para contrarrestar los desastres de la predecible contienda. En estos momentos se proyecta en Francia un plan de protección de las obras de arte de sus colecciones y museos, orquestado por Jacques Jaujard, experto en salvamento artístico gracias a su participación en el traslado de obras del Museo del Prado durante el conflicto civil español. El ascenso del Nazismo y la agresividad en política exterior de su militarismo con aspiraciones expansionistas, hace que el país galo se prepare para una eventual defensa de su territorio y de sus bienes. En septiembre de 1938 cuarenta camiones salen de París cargados de tesoros artísticos con destino a los lugares de refugio. Desde su puesto de trabajo en el Jeu de Paume, Rose Valland forma ya parte del engranaje logístico de salvamento.
Ese mismo año de 1938, a más de tres mil kilómetros de la capital parisina, al otro lado del Atlántico, en Nueva York, James J. Rorimer se convierte en conservador de la sección The cloisters, del Metropolitan Museum neoyorkino, ignorando que unos años después, junto a Rose, escribirán una de las más brillantes páginas de la historia de la conservación patrimonial.
14 de junio de 1940: Las tropas Nazis entran en París. Y el Jeu de Paume se convierte por azar en centro de las operaciones del Einsatzstab Reichsleiter Rosenberg (ERR), organismo encargado del almacenaje y organización de las obras de arte y efectos personales expoliados a las familias judías y francmasonas. Estaba previsto que todas estas riquezas salieran de la ciudad en trenes con destino al castillo de Neuschwanstein, en los Alpes Bávaros, para desde allí, ser llevadas a la colección particular de Hitler, a la de Goering, y a varios museos alemanes.
Rose, por ser mujer y enormemente discreta, no levantaba sospechas, y fue el único miembro del antiguo personal que permaneció en su puesto durante los años de ocupación alemana. Los Nazis no sabían, sin embargo, que Valland dominaba el alemán, y que esto le permitía conocer todos y cada uno de los movimientos que realizaban. Su valentía y tenacidad le llevaron a recopilar en anotaciones el contenido de las cajas embaladas, su procedencia, y el vagón del tren en que iban a ser transportadas. Aun conocedora del riesgo que corría su vida si era descubierta, Rose no dudó en pasar todas sus notas a la Resistencia francesa, a través de Jacques Jaujard, y desde 1944 a Rorimer, que formaba parte de los conocidos como Monuments Men, un grupo de expertos en arte alistados en el ejército americano, dedicados a recuperar el Patrimonio europeo expoliado durante la IIGM. Sabía que, diversificando el número de confidentes, la información podría ser más fácilmente recuperada cuando acabase la guerra, y llegado el caso de su eliminación.
Las palabras de Rorimer en su libro Survival, de 1950, sobre Rose Valland, no dejan lugar a dudas del riesgo que corrió y de la valiosa contribución de esta mujer a la recuperación patrimonial:
“Una noche ella me pidió que fuera a su apartamento, y me pregunté […] cómo iba a terminar este juego del gato y el ratón. Presioné el botón de mi linterna y subí las escaleras. Rose me había advertido que subiera varios pisos. Era un lugar aislado… Habría sido fácil para la Gestapo detenerla allí si hubiera sabido que era miembro de la Resistencia.”
No solo Rorimer destacó en sus memorias el importante papel de Rose Valland. John Davis Skilton o James Sachs Plaut, también “monuments men”, hablan igualmente de la valentía y tesón de esta mujer.
Rose anota también sus impresiones acerca de los Nazis y su desprecio por el arte contemporáneo: “Las obras de arte moderno independiente que aún se encuentran en el Jeu de Paume parecen constituir una categoría aparte, porque no son acordes a la estética del III Reich” −asegura, refiriéndose a los Renoir, Chagall, Matisse, Klee o Picasso, aún colgados de las paredes. Describe igualmente la visita de Goering, y su competencia con el propio Hitler por la posesión de las obras de Arte. También describe un terrible episodio acontecido en julio de 1943, en el que los Nazis queman varios centenares de obras de los maestros considerados “degenerados”.
Valland llena durante cuatro años miles de notas, conservadas hoy en los Archivos de los Museos Nacionales franceses, en que describe todo lo que se embala, y una vez empaquetado, toma datos acerca de las cajas en que se habían almacenado, su numeración y datos identificativos.
El ritmo de expolio se vuelve frenético a medida que los Nazis ven cercana su derrota en la contienda. En este momento, la Resistencia francesa urde una estrategia para sabotear la salida de los últimos trenes desde París.
En agosto de 1944 la capital francesa es liberada con la entrada de los Aliados. Es justo entonces cuando se pone en marcha un plan de recuperación de las obras expoliadas, confiado a la Commission de récupération artistique (CRA), cuya secretaría es otorgada a Rose Valland. Sus listados de obras, de propietarios y los lugares de depósito en Alemania hicieron posible que, en 1950, se hubieran restituido 45.000 obras a sus legítimos propietarios.
Publica sus memorias en 1961 en Le front de l´art, que dan lugar a la película El tren, de John Frankenheimer, de 1964, protagonizada por Burt Lancaster, y con la actriz francesa Suzanne Flon en el reparto, en el papel de Claire Simon, inspirado en Rose Valland.
Rose recibe la Legión de Honor francesa, la medalla de la Resistencia, así como la Medalla de la Libertad de los Estados Unidos y la Cruz del Mérito Oficial de la República Federal de Alemania. La asociación en memoria de Rose Valland, que intenta recuperar su nombre del olvido, ha sido la promotora de la colocación de una serie de placas conmemorativas en lugares vinculados a su historia, como el Jeu de Paume, su tumba, o el colegio que lleva su nombre; así como de varias exposiciones, como la celebrada en 2010 en el Centro de Historia de la Resistencia y Deportación de Lyon. La página web que gestionan, rosevalland.com, pretende difundir y perpetuar su valiosa herencia.
Su discreción en la esfera privada fue −igualmente que en la pública− casi total. Su relación con Joyce Heer se desprende de solo tres detalles: su convivencia común; de unas escuetas palabras de Fernand Robert, director de la tesis de Heer, y del hecho de que ambas descansan en la tumba familiar de los Valland en Saint-Etienne-de-Saint-Geoirs. Y ha sido esa misma discreción la que ha hecho que aún hoy Rose Valland no tenga el reconocimiento absoluto que merece su memoria. Ella y la magnífica contribución que hizo, arriesgando su propia vida para restituir buena parte del Patrimonio expoliado por el Nazismo en la Segunda Guerra Mundial, merecen hoy este pequeño homenaje.
Más información:
http://musea.univ-angers.fr/exhibits/show/rose-valland-sur-le-front/presentation