EL DÍA QUE LOS PULGARES SE AFILEN
Por: Enrique Gracia Trinidad
Que la función crea el órgano es una verdad de tomo y lomo. No voy a entrar en las disquisiciones de los expertos científicos que, todo sea dicho, muchas veces afirman algo categóricamente para darse cuenta, después, que han metido la pata hasta el corvejón y nuevas investigaciones les dejan con el culo al aire. Desde mi ignorancia científica, opino que Lamark era un genio —se quedaría ciego, pero qué vista tenía el hombre—, y escribir aquello de que la «función crea el órgano y la necesidad la función» hace más de doscientos años es para quitarse el sombrero. Aunque aún haya gente por ahí, con la boina fundamentalista enroscada, empeñándose en negar la mayor y maldecir de él, de Darwin, del evolucionismo y de la madre mitocondrial que nos parió a todos.
Está claro que al oso hormiguero se le afiló el morro y le creció la lengua a base de pescar hormigas en sus hormigueros; que el murciélago emite ultrasonidos generando un sonar que suple lo que sus ojos bastante cegatos le niegan; que al guepardo se le alargaron las extremidades y le creció más el corazón para poder ser el cazador más rápido de las llanuras; que el camaleón aprendió a cambiar de color para ocultarse de sus depredadores y engañar a sus víctimas y que la jirafa, como le gustan las hojas más altas y tiernas, tuvo que inventarse un cuello más alto.
Todo eso a través de muchísimo tiempo, muchas variaciones desechadas y muchos fracasos de la adaptación y la especialización.
Pero ahora, ando convencido de que todo va mucho más rápido, al menos en la especie humana, y estoy seguro de que no falta mucho para que llegue el día en que empiecen a verse niños que nazcan con los pulgares afilados como he dicho en el título de este escrito.
Tanto trabajar con los pulgares sobre el teclado más o menos «qwerty» de sus teléfonos, tanto usar el teléfono para todo y a todas horas del día, la Naturaleza terminará por ir reaccionando y tal vez no necesite de siglos de adaptación, que para eso somos la especie dominante (o eso creemos). Veremos cómo los pulgares se van afilando, agudizándose justo a la medida de las pequeñas y táctiles teclas mientras desaparecen las uñas ya inútiles.
Claro que alguien anda diciendo que no, que antes de que la función telefónica del whatsapp convierta los pulgares en palillos chinos más o menos curvados, habrán empezado a generarse los mensaje a través del habla o incluso del propio pensamiento. De ese modo no tendrá lugar el proceso de adaptación de los dedos pólices. Claro que unos cuantos años más de whatsappeo incontinente, de texto predictivo, de teclados anglosajones y de emoticones, y los usuarios compulsivos se habrán quedado sin lenguaje suficiente, sin palabras entendibles, con lo que difícilmente podrán hablarle coherentemente al aparato. Eso, siempre que les quede pensamiento bastante para saber exactamente qué diablos quieren comunicar.
Nos esperan épocas maravillosas de pulgares afilados o de gruñidos digitales.