UNA METÁFORA DE LA VIDA

Por: Francisco Acosta (Profesor de Piano. Compositor y Pianista)


– Hola, señora Kent.

– Buenas tardes, mi querido alumno. ¿Qué tal tu mano?

– Mal.

– Ya dura esa tendinitis.

– Me voy acostumbrando.

– No leas mientras tocas los ejercicios de Liszt. Así no puedes relajar la muñeca porque se te va el santo al cielo y el daño aumenta. Concéntrate en la posición de la mano y piensa en el peso de todo el brazo; después olvida que tienes brazos.

– Sigo las instrucciones del maestro húngaro. Según él hay que practicar durante tres horas diarias sus ejercicios de mecanismo y automatización. Y leer al unísono un buen libro para distraer la mente de tan ingrata tarea.

– No seas ingenuo, a Liszt le leía la condesa Marie d’Agoult mientras practicaba esos acrobáticos ejercicios. Además, tus manos no son las de él. Nunca podrás tocar sus obras.

– Cierto, mis manos tienen otro ser. Liszt derriba castillos a cañonazos y después corta una orquídea con los dedos entumecidos; y nadie lo nota. Yo quiero cultivar esas orquídeas.

– Cada uno se sirve del capricho de la naturaleza. A ti te obsequió de mano pequeña…, pero de corazón y vida para la música. No malgastes ese material.

– Pues aléjeme de este endemoniado músico y sírvame la mano de Chopin (abrí mis dedos en un gesto impetuoso delante de sus narices).

– Sí, será lo mejor. Y para empezar estudia este Preludio. La pieza es un compendio breve del espíritu de su poética.

– Pero antes, estimada profesora, permítame hacerle una reflexión.

– Sí, claro, dime.

– ¿Qué mira un pianista cuando toca?

– No te entiendo. A ver, explícate.

– Me explico. Pienso que mirar es un acto donde el mundo existe solo para uno. No existen dos miradas iguales como no existen dos personas iguales. Ya sabe que sentarse al piano es hacerlo fuera del mundo. La materia corporal se desvanece y lo único que queda es la expansión de la música. La mirada del pianista encierra un submundo de tantos mundos alrededor. Abstraerse mientras tocas en un local atestado de gente que oye tu música sin percatarse de que ahí hay un hombre embargado por la emoción de los sonidos intentando abrirse camino. La banqueta del piano es una metáfora de la vida donde vamos llenando nuestra soledad a golpe de miradas. La mirada del pianista es la esencia del todo, del que observa de soslayo e inventa historias de vidas para asegurarse un delirio de la suya propia.

Miss Florence Kent hizo una mueca de extrañeza ante mi disertación. Suspiró y abrió un libro de partituras desgastado por el uso, buscó en el índice el «Preludio Op. 28/4», se sentó al piano, comenzó a tocar y yo me derrumbé ante aquel elegíaco chant des profondeurs.

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