¿POR QUÉ SE ESCRIBE?

Por: Javier del Prado Biezma. (Poeta entre profesor y crítico).


(A la memoria de mi maestro, Jean-Pierre Richard, muerto el 15 de marzo de 2019)

Javier del Prado Biezma

1.- ¿Por qué se escribe? ¿Por qué uno escribe?

Es ésta una de las preguntas que más oigo a mi alrededor literario, junto a otra más enigmática aún, pero de más fácil respuesta, según parece, “Se nace o se hace uno poeta”. Es ésta una de las preguntas que más lanza al ruedo Justo Sotelo, en su tertulia del Café Gijón, a la que, alegremente, el responde siempre con la misma frase  (“Escribimos porque sabemos escribir”); mientras yo intento adentrarme en el problema por vericuetos que siempre me llevan al mundo de lo que podríamos llamar, las funciones (sociales o individuales) de la literatura (y, hoy en día, desde la modernidad) del arte.

Tendría que establecer antes de seguir mi razonamiento una distinción entre dos preguntas muy similares: ¿por qué se escribe? Y ¿para qué se escribe. En su día, hice un seminario sobre la cuestión, harto ya de tanta reflexión y de tanta descripción (narratología y poética formalistas) sobre el aspecto técnico del mismo problema: ¿cómo se escribe, cómo se organiza un texto?, mientras que sólo desde perspectivas  o estrictamente pedagógicas o confusamente médico-patológicas me habían dado respuesta al porqué y al para qué de la escritura.

Con el fin de centrarnos en un tema preciso y no perdernos en divagaciones especulativas propuse en el seminario, como tema de central, la pregunta siguiente: ¿por qué seguimos haciendo el Nacimiento (el Pesebre) en la época de Navidad, incluso personas que no creen que Jesús sea Dios e, incluso, personas que no creen en Dios? La pregunta centraba el tema de la ficción, tal vez, pero no el tema de la escritura. EL resultado del seminario fue, para mí, la producción de un texto de más de cien páginas (en espera de publicación).

Se me antoja pensar que el porqué escribimos nos remite directamente al que escribe (al autor), mientras que el para qué se escribe nos remite al receptor de esta escritura (el lector). Este segundo aspecto nos llevaría a las antes aludidas funciones (sociales) del arte y de la literatura y, por tenerlas más claras, hoy las voy a dejar de lado (aunque un día vuelva sobre ellas en estas mismas páginas.  El primer aspecto es, desde mi punto de vista más complejo y cabe desentrañarlo  con más atención, aunque aquí no haré sino esbozarlo.

Está claro que no me vale la simple (en apariencia) aseveración de Justo Sotelo, aunque esta esté ligada a la dimensión placentera de la escritura. En cualquier caso, sería necesario analizar las razones de ese placer, de esa complacencia – de esa afirmación complaciente del yo en sí mismo que se siente y se ve escribiendo. Afirmación que contradice los tan traídos dolores del parto de la escritura, nacidos de las ensoñaciones de Mallarmé sobre “la página en blanco” y que yo, en mis estudios sobre el poeta y sobre su ’mayor’, Baudelaire, he ligado a los problemas  de carencia de fuerza y de tensión existencial que ambos sufrían. Carencia que ni Verlaine (a su modo) ni Rimbaud (al suyo) padecían – por limitarme al cuarteto mayor simbolista.

2.- Releyendo el Fragmento 1 de mis Fragmentos de una biografía imposible

“Bajaba de los trópicos, con su cargamento aéreo de tierras azules y rojas; amasaba su rabia en campos olorosos de salvias silvestres… y se engolfaba en mis ojos durante noches enteras: el sueño de sus manos se arremolinaba  por mi cuerpo, como aguas maniatadas; desaparecía, luego, como un perro amaestrado. A veces, de madrugada, lo encontraba arrebujado en el cuenco invertido de un pino, otras, colgado en jirones de las ramas más altas de un eucalipto”

Releyéndolo, recibo el comentario de Justo Sotelo a mi última “Esquizofrenia”, publicada en Facebook. La leo… y veo que de nada sirvió mi post explicando la etimología de la palabra, hoy usurpada por la psiquiatría, y el uso etimológico que de ella hago para usarla como título de una serie de poemas que he iniciado; esquizofrenia: alma desgajada, partida, separada en dos partes. Me responde que no ve nada en mi escritura que sea esquizofrénico; vamos, que mi título es un puro adorno retórico. Yo le explico y el me contesta de nuevo… “Los que escribimos lo hacemos porque sabemos escribir. Como los que pilotan aviones o barcos porque saben pilotar…” En nuestro juego de observación y respuesta, respuesta y observación se van mezclando poco a poco dos temas: el de mi escritura esquizofrénica (o no) y el de saber por qué se escribe.

Y me doy cuenta de la ambigüedad que tenía, que tiene, el “Fragmento 1” de mis Fragmentos… ¿Cuál es su referente? No creo en las casualidades; ir a buscar mi libro, abrirlo por esa página y leerlo (mientras recibo el mensaje de Justo Sotelo) tiene que tener un sentido más profundo que el del puro azar.

Y me pongo a pensar… y pienso. Pienso como amo. Arrebatado, a trompicones. Encontrando respuestas conscientes a preguntas que sólo me he planteado de manera inconsciente; y viceversa.

¿Quién baja de los trópicos?

¿Por qué a una discípula mía, hoy catedrática de universidad, se le ocurrió centrar su intervención, como presidenta del acto de homenaje, el día de mi jubilación, entorno a la posible esquizofrenia  racional múltiple de mi persona; esquizofrenia que, al parecer, me permitía dictar un oficio a mi secretaria al mismo tiempo que estaba dibujando (sic) un poema en los folios que siempre tengo delante de mí? ¿Por qué se me ocurrió a mi, siete años después, poner el título de Esquizofrenias a los poemas que emborrono en las márgenes de los libros que tengo sobre las rodillas, mientras me estoy tomando el capuchino de media mañana o de media tarde?

Albert Camus

3.- Sé, (me lo enseñó Albert Camus, una tarde, sentados en una roca provenzal, envueltos en luz mediterránea y en el esplendor azul de las lavándulas silvestres) que para escribir sobre existencialismo no hace falta ser existencialista, del mismo modo que para hablar de la homosexualidad no hace falta ser homosexual y, concluyo, para plantear los problemas de “la naturaleza esquizoide de los humanos” ¿es preciso tener una escritura esquizofrénica? Y ¿en que se nota una escritura esquizofrénica? ¿en los sonetos perfectos, sin mácula, de un Gérard de Nerval? ¿en los ensayos de ensueño racional de un Rousseau?

Paul Ricoeur

La naturaleza esquizoide del ser humano  es una de las ‘situaciones’  esenciales de la configuración de su personalidad y se manifiesta en lo que de manera más neutra o técnica podemos llamar las aporías del yo, tal como las define Paul Ricoeur,. Empezando por el dualismo que lo configura como cuerpo total, por un lado, y como espíritu total por otro, sin soslayar la interdependencia radical de una totalidad respecto de la otra; siguiendo por las aporías clásicas del ser uno (identidad) deseando ser varios (alteridad), del ser de un espacio y de un tiempo determinado, deseando tener una omnipresencia espacio-temporal; sin olvidar los temas de la realidad y el recuerdo, de la realidad y el deseo; y otros… rupturas de la conciencia que , no, por no ser ‘patológicas’, son menos rupturas, desgajamientos, separaciones. Heridas. Esa misteriosa “espina clavada en mi carne” que confiesa tener Pablo de Tarso, en su “Segunda Carta a los Corintios”.

Pero qué tendrá que ver todo esto con mi fragmento, con la frase que Justo Sotelo me repite cada dos por tres respecto de que “algunos sabemos escribir y por eso escribimos”, con las revelaciones que me hizo Albert Camus esa tarde que acababa de dejar a Patrice de la Tour du Pin, embobado con sus caballos salvajes a la búsqueda de ese Dios que, según él, “olía a pato silvestre”.

4.- Pues no. Yo no escribo por que sé escribir. No.

Para empezar, cuando empecé a escribir a los catorce o quince años, yo no sabía escribir. MI mente se debatía entre un español que estaba a punto de olvidar (habiéndome ido de España a los once), un francés que empezaba a dominar (mis estudios los hacía en lengua francesa) y un italiano que me servía para jugar e ir por la calle, cuando salía del internado. Cada lengua ocupaba un espacio de predilección en mi mente. Si sentía, sentía en español (junto a mi soledad), si razonaba, razonaba en francés (junto al frère Sester, mi maestro de pensamiento y, más tarde, de filosofía), pero si miraba el paisaje o el jardín, lo miraba y decía en italiano (junto al fratel Bruno). Y cuando me ponía a escribir, mi párrafo era una auténtica hamburguesa trilingüe.

Eso sí era una esquizofrenia verbal, lo que viene a significar que era una esquizofrenia epistemológica y de conciencia existencial, (en la más racional y sistemática de las mentes).

Yo empecé a escribir (y empecé a escribir  con rabiosa pasión) por que tenía algo que decir (eso sentía, eso creía) y tenía que decirlo bien. Algo (mucho) que decir… y decirlo bien (muy bien). Yo empecé a escribir por que tenía que resolver, unir o conformar la pluralidad de mi yo. Porque, en definitiva tenía que recuperar o inventarme un yo, y este sólo podía inventarlo o recuperarlo en una escritura. Pues, a la esquizofrenia nativa que imponen las aporías del yo, (y que configuran la naturaleza problemática del ser humano)  se habían añadido esas circunstancias: haber llegado a ser una persona sin patria, sin lengua madre o con tres patrias y tres lenguas madres y, sabemos, que la lengua madre es el territorio conceptual, imaginario y emocional que el yo habita.

5.- Ayer, mi única respuesta posible a Justo Sotelo (a Justo le gusta mucho provocarme) sólo pudo ser la siguiente: “pues yo no escribo por que se escribir; escribo para conseguir crearme una morada en la que habitarme”. Es evidente que esta respuesta, pretenciosa, no es simplista; y merece que le trace un trayecto para llegar a ella.

Jean-Pierre Richard

Reflexionando estos días para dar forma a mi pensamiento (y coincidiendo estas reflexiones con la muerte de mi gran maestro, en crítica literaria, Jean-Pierre Richard  me vinieron a la mente lo que pueden ser estas etapas , escalones, o círculos concéntricos de aproximación.

Es evidente, si se leen mis escritos, a lo largo de esos cincuenta años que he dedicado a la producción poética, a la docencia de la poesía y a mi teorización de esa producción y de esa enseñanza, es evidente que  mi teoría de la creación literaria está ligada a los conceptos de carencia y de abundancia. La carencia, en primer lugar, como principio constitutivo del yo. (El don de la carencia, se titula uno de mis artículos más queridos) y, en segundo lugar, a la superabundancia del yo, como resultante ocasional de su actividad acaparadora de sensaciones, emociones y saberes..

Patrice de la Tour du Pin

Escribimos en ocasiones, porque hemos aprendido que la escritura es un modo eficaz para compensar las carencias marcadas por las aporías esenciales. La ficción, por ejemplo nos permite ser de varios lugares y de varios tiempos distintos de aquel que es nuestro, aunque sólo sea durante el tiempo de la escritura. El escritor necesita recrear un espacio y un tiempo con cierta ‘auténticidad’ en el que el personaje se encuentre como en su tiempo y en su espacio propio. Esta creación conlleva un ejercicio de apropiación, también, por parte del escritor.  El novelista, creador de personajes variados e, incluso contradictorios, proyecta su yo (en sensaciones, emociones y saberes, sobre esos personajes (“Madame Bovary soy yo”, dijo Flaubert, pero no sólo Madame Bovary; podía haber añadido, también Charles y Rodolphe, etc.) y puede llegar a ser legión, aunque sólo sea en las intensas intermitencias del acto creador; eso, sin llegar a tener que contemplar las soluciones dadas por algunos poetas a la pluralidad de voces que sienten en su interior (las escasas y familiares de A. Machado, las múltiples, plurales y contradictorias de F. Pessoa y, más aún, de Patrice de la Tour du Pin.

Compensaciones ficcionales (no, imaginarias, reales en la psicología existencial) de esas aporías que conforma la falla esencial de la psicología del ser humano, limitado en su realidad y plural en su deseo de identidades, y de su sueño de espacios y tiempos restringidos, por fin, abolidos.

No creo, sin embargo que sólo escribamos por que algo nos falta, porque queremos paliar la herida de una ausencia (tristeza de amor, tristeza de enfermedad, tristeza de injusticia, tristeza de muerte. En ocasiones el cerebro o el corazón, mejor, en ocasiones el espíritu está tan lleno de sensaciones (visuales, auditivas, olfativas, táctiles…). de sentimiento (alegría, felicidad, plétora amorosa…) de ideas; tan lleno, que necesita explotar en grito, en gesto, en palabra: y, entonces se pone a escribir (sepa o no sepa escribir: como aquel recluta que, de noche escribía garabatos verbales incendiados a su novia, recién descubierta, y que por la mañana me los pasaba para que yo se los escribiera ‘bien’. Y pienso en la urna que se llena y que es preciso volcar, alegoría con la que Lamartine describe el acto crador (como inspiración y como expiración, en cu carta-poema “A una señorita Inglesa”.

Escribimos por que necesitamos escribir, y en el escribir constante, aprender a escribir bien: es decir, elevar la realidad emocional de nuestras carencias y de nuestros superabundancias a la categoría de obra de arte, en la mediación de la escritura; mediación en la que nuestro ser encuentra el definitivo espacio de acogida.

6.- Es posible que, en alguna ocasión, se escriba por que se sabe escribir y se quiere exhibir ese saber; como el compañero de excursión que, sabedor de que tiene una potente voz, en medio del viaje, lanza desde el fondo del autocar un chorreón de voz, entonando una jota baturra, que a todos nos deja atónitos, pero que, pasada la sorpresa, a todos nos molesta o deja indiferentes. Escribir porque se sabe escribir sería, entonces, un acto de vanidad que no sería compensado por la belleza formal de lo que ese saber nos dice.

A mis casi ochenta años, yo sigo escribiendo  porque ya me falta semen y músculo, pero aún me sobra sangre y materia gris.

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