ELOGIO DEL VERSO
Por: Carmen García González
“Y daría igual que fuéramos eternos”
Parece falaz o incluso infantil pretender que un verso( como este del poema “Una vida mejor” de Guadalupe Grande) o varios influyan de tal manera en la vida de una persona que esta llegue a cambiar sus esquemas de vida por una frase; pero como todo en el universo humano puede ser factible, desde lo más excelso hasta lo más execrable; un verso puede también convertirse en la llave que guíe nuestra vida hacia otros derroteros.
La Poesía , ese arte minoritario y pobre: pobre porque no se mueve en los márgenes crematísticos en los cuales bailan otras artes, minoritario (que no elitista aunque lo parezca) porque muchos poetas no llegan a la gran masa, a no ser que a algún cantante de moda se fije en ellos y ponga música a sus poemas; desvestida hace ya mucho tiempo de los corsés que la constreñían en su forma y por tanto muchas veces en su fondo (léase rima y métrica) se ha convertido en el triunfo de la palabra.
Sabemos que artesanos de ella hay muchos, basta con utilizar un vocabulario variado, contar sílabas, acentuar, dotar de ritmo y ser correcto gramaticalmente; en definitiva, saber escribir bien, incluso utilizar algunas técnicas que enseñan en los talleres de escritura para poder escribir un poema. Todos podemos hacerlo… pero…genios de la palabra ¡hay tan pocos!
Aquellos que además de maestría saben llegar a lo más hondo del ser humano, ”tocar la fibra” de las emociones, hacer llorar, sentir, amar, soñar… dejar al lector o al que escucha recitar un poema, sumido en sus propias cavilaciones acertando de lleno en la diana de nuestro ser, ése, ése es el Poeta con mayúsculas.
Cuando Miguel Hernández escribe: “Y yo que creí que la luz era mía…”
Nos está hablando de la fragilidad del ser humano que se ha creído en algún momento de su vida omnipotente. Miguel está encarcelado y al borde de su final, reflexiona sobre su vida llena de luz y de sombras. Esa fragilidad del ocaso nos llega y hace que pensemos sobre nuestra propia debilidad. Somos mortales, pasajeros…
Octavio Paz en su poema Ladera Este dice:
“La casa está habitada por una mujer rubia / la mujer está habitada por el viento” qué soledad no nos trasmite, qué bruma no nos envuelve… La levedad del tiempo, el silencio…
“Y soy una mujer. Apenas algo / carne desnuda, sola , desarmada” . Muchas mujeres se sentirán identificadas con este poema de Ángela Figuera Aymerich, qué sentimiento femenino tan universal y qué poeta tan desconocida.
El laureado Pablo Neruda en su poemario “Veinte poemas de amor y una canción desesperada”. En el primer verso de su poema número veinte , el más conocido de todo el libro se lamenta:
“Puedo escribir los versos más tristes esta noche…” ¡Y quién no se ha sumido en la tristeza una noche junto a la ventana contemplando el oscurecido cielo!…¿,Cómo puede un poeta unir palabras tan sencillas y crear un universo tan grande?
Ahí reside la grandeza de un poema, en ese verso que nos ancla a su lectura, o que resuena en nuestros oídos una y otra vez porque el poeta, ese ser que puede ser incluso un desalmado, ha sabido expresar lo que llevamos dentro y no nos atrevemos a decir, el mundo interno del ser humano dibujado por veinticuatro caracteres.( si el poema está escrito en castellano)
Cada lector, cada amante de la poesía, tendrá sus propios versos, los que recuerda de un poema que leyó, que escuchó en un recital, que le susurraron en el oído. Al principio se ha hablado de los músicos que cogen la letra de un poema y lo hace universalmente conocido; muchos, primero han escuchado esas canciones y luego se han dado cuenta que eran versos de Machado, Hernández, Benedetti…
Eso me recuerda a una actuación en un teatro; en el escenario un hombre declamando un texto que parecía un monólogo y resultó ser un poema de Luis Alberto de Cuenca titulado “La Malcasada” del que solo recuerdo estos versos: “Me dices que Juan Luis no te comprende…./ ¿Qué quieres que haga yo? ¿Que mate a alguien?/ ¿Que dé un golpe de estado libertario?”. A partir de ahí, a veces cuando algo me resulta imposible yo misma me digo “¿Qué quieres que haga yo? / ¿Que de un golpe de estado libertario?”
Buscando mi propio verso, aquel que como una tormenta arrasó mi yo interno cuando lo leí primera vez porque el mundo que me ofrecía ya me era conocido encontré : “Vendrá la muerte y tendrá tus ojos”. No necesita más; el resto del poema de Cesare Pavese, no me es indiferente pero a pesar de leerlo muchas veces solo este verso martillea mi interior.
Existen tantos y tantos versos que nos envuelven, nos transportan, nos reconocen… “Se me va de los dedos la caricia sin causa“ de Alfonsina Storni,
“El Poeta…es semejante al príncipe de las nubes…/ sus alas de gigante le impiden caminar”, del poema El Albatros de Charles Baudelaire. La atormentada Silvia Plath en su poema Espejo escribe: “Su rostro con la noche sustituye las mañanas/ Me ahogó niña y vieja”. El gran Francisco de Quevedo termina uno de sus sonetos más famosos con una frase desoladora: “Y no hallé donde poner los ojos/ que no fuese recuerdo de la muerte”. Antonio Colinas relaja el espíritu diciendo: “En la noche de los páramos negros estoy solo y profundamente en paz”. Y Walt Whitman, el poeta optimista, vital, enaltecedor de la naturaleza y la alegría del ser humano, nos aconseja en el último verso de su poema “No te detengas”: “No permitas que la vida te pase a ti sin que la vivas”.
Emplazo a los que lean estas líneas que busquen el suyo entre las miles de poesías que han leído a lo largo de su vida , y si no han leído nunca poesía, que lo intenten, a lo mejor descubren un placer oculto el encontrar en las palabras de otros, aquello que nosotros mismos no sabemos, queremos o somos incapaces de definir.
Y cómo no terminar este texto de la misma manera que lo empecé, con otro verso , esta vez de nuevo del poeta norteamericano Walt Whitman:
“¡Oh, capitán! ¡Mi capitán! nuestro temeroso viaje está hecho…”