FLAVIA FALQUÉZ| «LA POESÍA ES UNA FORMA DE NOMBRAR EL MUNDO Y APROPIARSE DE ÉL»

Por: Isabel Rezmo


 

PROVERSO tiene el placer de conversar con la poeta  colombiana Flavia Fálquez. Recientemente ha regresado después de visitar su tierra de origen en Colombia, después de un largo tiempo de ausencia.  Flavia tiene doble nacionalidad española y colombiana. Inmenso es su amor por Lorca, y vive establecida en Granada, ciudad que la enamoró y por eso decidió  quedarse.

Flavia nació́ y creció en Barranquilla (Colombia). Es licenciada en Filosofía y Letras, con especialización en literatura; su tesis de grado, García Lorca y el sortilegio del duende, mereció la distinción Summa Cum Laude de la Universidad de los Andes de Bogotá, ciudad en la que vivió durante más de veinte años.

En 1978, su poemario Hojas de nostalgia obtuvo el primer lugar en el concurso de poesía de la Universidad Javeriana de Bogotá y fue publicado al año siguiente. En 1994, su libro Coplas a Leonor obtuvo el segundo lugar en la VII versión del Premio Nacional de Poesía Carlos Castro Saavedra de la ciudad de Medellín, publicado con un prólogo de Meira Delmar por el PEN Club de Bogotá en 1995.

En 1996 realizó un curso sobre escritura de guiones para cine y televisión en la Escuela Internacional de Cine de San Antonio de los Baños (Cuba) y en 1997, ya en España, hizo estudios de doctorado en Historia Medieval en la Universidad de Granada, así como un posgrado en Técnicas Audiovisuales. En junio de 2012 terminó un master en Fotografía en la Escuela de Fotografía, Interpretación y Cine, Filmosofía de Granada.

Es miembro de la Academia Norteamericana de Literatura Moderna (Capitulo Reino de España) y ha participado en diversos encuentros poéticos en España y Colombia, entre los que se encuentran: el V, VI y VII Encuentro de Mujeres Poetas de Roldanillo ( Valle del Cauca‐Colombia ), el VI Festival “Grito de Mujer” de Granada, el III , IV Y V Encuentro Internacional de Poesía “Ciudad de Úbeda”, el I Encuentro Nacional de Poesía “En un lugar de La Mancha”, el Festival Internacional de Poesía de Madrid, 2016 , y el IV Encuentro Internacional de Poesía “Ciudad de Aprilia” en Italia. Su poema “Montaje” fue finalista en el XXV Concurso de Poesía “Ciudad de Arnedo” (La Rioja) y también ha sido finalista, sucesivamente, en los concursos “Versos en el Aire V”, Erotismo Poético II y “Luz de luna II” de Diversidad Literaria. Su obra se ha publicado en numerosas antologías de poesía españolas e iberoamericanas.

En febrero de 2017, MRV Editor independiente publicó su tercer libro de poemas: “Para nombrar la madrugada”.

R.P: Buenas Tardes Flavia un placer asomarte a las páginas de PROVERSO. ¿Cómo te encuentras después de un viaje tan largo y esperado en el tiempo a tu tierra de origen, Colombia?

F.F: Primero, quiero darle las gracias a Proverso por brindarme esta calurosa bienvenida. En cuanto al viaje, debo confesaros que todavía me encuentro un poco en tierra de nadie. He regresado al que es mi hogar desde hace 21 años, pero de alguna manera mi inconsciente aún sigue allí. Y es que nadie regresa indemne de un viaje a los orígenes. Yo tomé la decisión de volver a Colombia impulsivamente y solo movida por las ganas de estar un largo tiempo con mi madre. Para ello, en lo único que pensé fue en que mis médicos (soy trasplantada y tomo inmunosupresores) me dieran el visto bueno, más que por mí, por mi madre y  para que pudiese estar un poco tranquila le transmití lo que los médicos decían: que con las medidas necesarias, no había ningún problema con el trópico y sus legendarias virosis. Me lancé a la aventura sin tener en cuenta que todo viaje tiene algo de iniciático, más aún cuando éste implica volver a la tierra de tu infancia y juventud, y por ello no pensé en lo que me esperaba, en las lecciones que aprendería y en lo intensas que serían las vivencias.

Yo me vine de Colombia en octubre de 1997 saturada y cansada de mi vida allí. Ese hecho y el sentir la emoción de  que por fin conocería España y llegaría a Granada tras los pasos de Lorca, no me dejaron ser consciente de todo lo que dejaba atrás. Luego vinieron las muertes de muchos seres queridos, las pérdidas que ya son incontables y poco a poco me fui distanciando de mi tierra. Mi lazo permanente, mi ancla fue y ha sido siempre mi madre. Por ella, no me desligué por completo  de esas ciudades, de ese mundo en el que transcurrió gran parte de mi vida.

Tomé el avión hacia Cartagena de Indias llena de incertidumbre y de mucho miedo. No sabía qué me iba a encontrar después de tantos años,  ni si soportaría la ausencia de mis seres queridos. Hoy que lo veo con la distancia que da el tiempo transcurrido, me doy cuenta de que en realidad me estaba embarcando en un viaje hacia mí misma.

R.P:   Supongo, que  este viaje te ha supuesto reencontrarte  a ti misma en muchos aspectos. ¿Es así?

F.F: Claro, pero fue un proceso largo que me llevó casi todo el viaje. Menos mal que fui por dos meses y medio, porque si hubiera viajado sólo por un mes, no habría podido lograr sentir  la conexión con mi tierra. Cuando llegué, la primera sensación fue de extrañeza y me sentí muy identificada con un personaje de la última novela del escritor cubano, Leonardo Padura, que dice más o menos así: la sensación de extrañeza termina por imponerse a la de pertenencia. Y eso fue lo que me ocurrió en los primeros días, todo había cambiado tanto (ni se imaginan aquí en Europa, la velocidad a la que cambian las ciudades sudamericanas) que no lo reconocía y muchas veces me sentí desubicada porque no lograba sentirme de allí, no lograba encontrar en mi alguna sensación de pertenencia. Y así pasé el primer mes, como una turista cualquiera recorriendo, conociendo y a veces reconociendo los lugares en los cuales transcurrió mi infancia y juventud.

Luego comenzó a pasar algo que yo nunca esperé: por casa de mi madre empezaron a desfilar, venidos de Barranquilla, primos, tíos, amigos de toda la vida, compañeras de colegio. Y aquel viaje que yo imaginé un poco triste y solo, por la ausencia de todos los  que hemos perdido en nuestra familia en los últimos años, se convirtió en una muestra de amor y cariño de una fuerza increíble. Una fuerza centrípeta que me fue envolviendo y empezó a preparar mi viaje hacia Barranquilla, mi ciudad.

Barranquilla era mi  verdadera asignatura pendiente. Allí no sólo nací sino que viví todos mis años de colegio. Es la ciudad donde estuvo mi hogar, la casa de mis abuelos maternos en donde crecí y empecé a soñar el mundo. Yo soy hija del primer matrimonio de mi mamá y al ella volverse a casar, La Curia (siempre la Iglesia) me impidió ir a vivir con ella en Cartagena De Indias. Así que Cartagena se convirtió para mí en la ciudad de las vacaciones y Barranquilla fue siempre mi hogar hasta que me fui a Bogotá a estudiar en la universidad.

Yo tenía cierto resquemor en volver, porque creí que me pesarían mucho las ausencias y el saber que ya no tenía ninguna casa a la que llegar. Por eso empecé a hacer pequeños viajes de ida y vuelta (Cartagena y Barranquilla están a hora y media en coche). Al comienzo, desconocí por completo  la ciudad, había crecido tanto que por momentos sentí que estaba visitando una ciudad nueva. Después, decidí ir por cuatro días y entonces pude recorrerla toda de la mano de la mejor de las guías, una amiga de siempre (y compañera de colegio) desde que ambas teníamos 4 años. Y es que una ciudad, y más Barranquilla, es también su gente, su luz, su olor, sus sabores y así, poco a poco, rodeada de una gran familia que me sorprendió con su presencia constante, y de amigos que no me dejaron entristecerme por lo perdido, comencé a reconectar con la ciudad que fue mía.

Quizás el momento cumbre de mi regreso a Barranquilla fue la presentación de “Para nombrar la madrugada”  en el Centro Cultural Cayena de la Universidad del Norte, el más importante centro educativo de la ciudad. Fue tal la acogida de la gente ( hubo que abrir las puertas del recinto porque no cabía el público), el cariño que me demostraron, la receptividad que tuvo mi poesía que sentí que por fin había vuelto, que era una más entre todos. Me volví a sentir nuevamente barranquillera.

Después, volví a Cartagena De Indias, aún sin ser consciente de que todo había dado la vuelta.  Un mes y medio después ya la sensación de pertenencia había vencido a la de extrañeza, pero eso no lo sabría hasta que llegó el día en que tuve que regresar a España.

He de decir que durante esos dos meses y medio viví también una relación muy intensa con mi madre. No nos separamos nunca durante ese tiempo y yo me dediqué a mirar detalladamente su vida, como diría el escritor aragonés, Manuel Vilas en su novela “Ordesa”. De eso tampoco se despide uno fácilmente, hay una cierta sensación atávica de desprendimiento, de salida del útero nuevamente. Sin darme cuenta me acostumbré a estar con mis hermanos, a las rutinas de mi madre, a su compañía, a sus lecciones de vida  y hoy ya cuento los días para que pronto pueda venir a España para continuar regodeándome con ese aprendizaje. Me siento por ello muy afortunada, porque no todo el mundo que tiene vivo a su padre o a su madre, o a los dos, es consciente de lo importante que es detenerse a contemplar sus vidas. Es una experiencia enriquecedora.

Así que aquí estoy de nuevo en Granada, en la ciudad que elegí para que construir mi hogar rodeada de mis obsesiones: Lorca y la Alhambra.  Vengo de un viaje profundo y enriquecedor de reencuentro conmigo misma y de reconciliación con mi tierra. Me acompaña la alegría de sentirme reconocida y querida por muchísima gente,   el saber que la familia que me acompaña es mucho más grande de lo que pensaba y que mis amigos siguen siendo los mismos incondicionales de la infancia y juventud.

R.P: ¿Qué es la poesía para Flavia Fálquez?

F.F: Para mí la poesía es una forma de nombrar el mundo y al mismo tiempo de apropiarte de él, el poeta tiene la posibilidad de fijar determinados instantes y salvarlos del inclemente paso del tiempo y por ello del olvido. Los poetas, como todas las personas tocadas por el arte, tenemos la posibilidad de ver más allá del común de las personas, vemos lo que es invisible a otros ojos y lo rescatamos por medio de la palabra. La mejor definición la da Lorca cuando dice: (Soy)…” un pulso herido que sonda las cosas del otro lado”.

R.P: ¿Es necesario que el poeta conjugue la  palabra en un ideario, en algo personal y único?

F.F: No lo creo, pienso que la poesía como todo arte, debe ejercerse desde la libertad. El poeta debe decir aquello que le toca el corazón, pero sin perseguir un fin determinado. El poema habla por sí sólo y dirá lo que tenga que decir.

R.P: Lorca es por antonomasia tu poeta de cabecera,  tu guía y tus pasos.

F.F: Federico es para mí mucho más que un poeta de cabecera. Primero, fue un amor loco en mis años de estudiante universitaria y después, con el tiempo, se ha convertido en un compañero, un alter ego, cuyas palabras y las emociones que transmite, me han acompañado en los momentos más importantes de mi vida. Como dice el dramaturgo, Lluís Pascual en un bello libro que ha escrito sobre su relación con García Lorca: “Esto iba a ser, mi hermano…mi gemelo…un espejo al que poder mirarme, un reflejo en forma de refugio…y cuyos pensamientos y emociones se parecían a los míos, o más bien los míos encontraban su libre expresión en la manera como él los contaba”.

Tras sus pasos me vine a Granada, de su mano la conocí y aquí sigo alerta a todo lo que pase con él. Es un tema que no dejo descansar y al que sigo estudiando después de más de 30 años.

R.P: ¿Otros poetas  que hayan influido en ti?

F.F: Muchos. Lorca ha marcado mi vida, pero curiosamente no es el poeta que más ha influido en mi poesía y en mi manera de decir las cosas. La lista podría ser infinita, pero voy a tratar de ceñirme a esos que no pueden faltar en la biblioteca de mi habitación. Empezaré por Cernuda, cuyos poemas me han influido mucho, Salinas, Borges, Cavafis, el colombiano Darío Jaramillo, José Hierro, Ángel González, Cristina Peri Rosi, Dulce Maria Loynaz, José Emilio Pacheco y muchos más. Me quedo corta.

R.P: Tu último libro libro  editado es “Para nombrar la Madrugada “con la editorial MRV.¿Que ha supuesto para ti ¿¿Tienes nuevos proyectos literarios a la vista?

F.F: Ese era un libro que estaba por publicar desde hacía mucho tiempo. Estaba terminado y listo desde hacía algunos años, pero no se habían dado las circunstancias para publicarlo. Así que verlo en negro sobre blanco supuso una gran satisfacción y la sensación de que al fin había pagado una deuda con una época importante de mi vida y con todas aquellas personas que lo inspiraron. Tengo otros proyectos esperando, otros dos libros que pienso que terminaran publicados en uno solo y otro que es el que estoy escribiendo en estos momentos y que para mí  tiene otro tono, tal vez el de la madurez o el de la voz de una sobreviviente.

R.P:  ¿El poeta se reconoce en sus letras? Hay quien dice que al escribir muere algo de nosotros, para luego renacer en el siguiente verso.

F.F: Personalmente me reconozco en todo lo que escribo. Mis poemas son como pequeñas fotografías que con palabras han logrado detener el tiempo y atrapar un instante. Tal vez sea por deformación profesional, pero siento que mis fotografías y los poemas que escribo logran lo mismo: fijar un instante. Detrás de cada poema y cada fotografía hay una historia que puedo recrear cada vez que los leo o miro. Es más, puedo hacer el ejercicio mental para saber  qué circunstancias estaba viviendo, qué estaba haciendo o que estaba sintiendo cuando los creé.

R.P: Tú te has amamantado de la cultura en ambos lados del charco, ¿qué semejanzas, diferencias percibes? ¿Es más lo que nos une ?

F.F: Bueno, nos une una gran herencia literaria, la del castellano. Todo estudiante de colegio o universidad en cualquier país de Suramérica estudia a los grandes clásicos que la literatura castellana. Las diferencias vienen después y están marcadas por la forma de decir o describir un mundo, que a su vez está influido por sus circunstancias sociológicas, por su historia y geografía. Incluso en la propia Colombia se dan diferencias entre una región y otra. No es lo mismo la explosión de colores, palabras y decir del Caribe que la que se da en la meseta donde se encuentra Bogotá a 2700 metros de altura sobre el nivel del mar. Supongo que, parafraseando a Ortega y Gasset, todo artista, todo poeta, a uno u otro lado del “charco”, es él y su circunstancia.

R.P: Para finalizar algo que desees resaltar para los lectores de PROVERSO.

F.F: Sólo que lean mucho y no se detengan nunca. Es la manera más grata de  divertirse, de viajar, crecer o aprender. Y siempre que recomiendo esto se me viene a la mente una frase del escritor francés Gustave Flaubert que aprendí en mi etapa de estudiante y  la cual adopté desde entonces: “el único modo de soportar la existencia es aturdirse en la literatura como en una orgía perpetua»

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *