LA MODA DEL ENGAÑO
Por: Enrique Gracia Trinidad
La otra tarde, paseando por mi ciudad de Madrid, me dio por pensar —ya ves tú qué manía— que estamos en un mundo donde el engaño está de moda.
No porque no haya existido siempre —el engaño es consustancial al ser humano— sino porque ahora lo hemos perfeccionado. Debe ser el progreso.
Son apariencia mentirosa o artificio la cirugía estética, los avatares y otras identidades fingidas en Internet, las frutas abrillantadas de los mercados, las dietas y potingues milagrosos que prometen mejor aspecto a damas y caballeros.
Son engaños consumados la democracia que aparentando bondad supone mentir a los ciudadanos con su propio permiso. Son mentira las promesas electorales.
Son falsas todas las publicidades que nos rodean, las estadísticas, las noticias que nos cuentan los medios cada uno según sus intereses, las ofertas de bancos que nunca nos dicen lo de la letra pequeña, las pólizas de seguros que incumplen en cuanto pueden lo prometido.
Son artificio hueco los rituales eclesiásticos y el boato de otros ritos seglares llenos de costumbre y vacío, el currículum de cualquier hijo de vecino —inclúyase el de un servidor—. También la diplomacia que convierte la falsedad en un arte.
Y hasta es engaño el arte, al menos en cuanto remedo de la realidad, porque muchos creen que la imita, pero en el fondo nos ofrece una realidad totalmente nueva, sea en palabras, óleos, notas musicales o diseños de los que ahora presume hasta el gato. Este engaño en el arte es al menos una creación que incluso mejora la realidad.
No hay forma de escapar al engaño más que dejándose engañar y engañando nosotros al mismo tiempo.
Pero —ahora que vuelvo a pensarlo—, no es una moda. Mentí al llamarlo así —mira por dónde, otra mentira—. Una moda tiene como sustancia el ser pasajera y mucho me temo que la mentira, el disimulo y el fingimiento son práctica creciente, inseparables compañeros de la vida. No han dejado de existir a lo largo de los siglos y tal vez no lo hagan jamás. Si ya lo decía Discépolo: “Que el mundo fue y será / una porquería, ya lo sé. / En el quinientos seis / y en el dos mil, también.” ¡Toma! ¡y en el dos mil dieciséis y en el dos mil veinte y en los que vengan!