IDA VITALE | POESÍA REUNIDA
Por: Juan Ramón Jiménez Simón
Ida Vitale (1923), la última galardonada con el Premio Cervantes, de la que Tusquets publicó en 2017 su “Poesía Reunida (1949-2015)”, tuvo en Juan Ramón Jiménez, a uno de su primeros y más influyentes maestros. Del poeta de “Platero y yo” heredó la obsesión por las correcciones y la búsqueda de una lírica depurada, exacta, exigente y muy transparente en formulaciones con escasa concesión a la anécdota.
La vida real y la vida literaria de esta poeta tienen tendencia a confluir en la palabra, que la repiensa y la moldea, con la intención de componer una historia. Para ella, la vida parte de no entender las reglas que la rigen. De ahí que no es partidaria de retocar ningún verso, pues piensa que cada poema ya escrito es una etapa pasada, procediendo a escribir algo nuevo.
Hay un poema de “Palabra dada” (1953) en el que Ida Vitale sintetiza muy bien su inquietud lírica. Responde a la desazón que ha acompañado a muchos poetas posteriores a las vanguardias históricas: si «todo ha sido dicho», cómo dar con una voz que sea a la vez «nueva, extrema y mía». Su primer poemario, “La luz de esta memoria” (1949), es ya un libro maduro en el que encontramos versos como estos (Elegías en otoño):
La muerte abre sus parques y su perfume invade los olores terrestres.
Una autora, además, con una gran variedad de registros (de la escritura instintiva a estrofas clásicas como el soneto o la décima) y procedimientos retóricos, incluido el de la intertextualidad. Y es que Ida Vitale, en esencia, escribe de las grandes cuestiones de la humanidad. Como la “La gran pregunta”:
¿Qué hacer? ¿Abrir al mar la estancia de la muerte? ¿O enterrarse entre piedras que encierran amonitas fantasmas y prueban que fue agua este humano desierto?
Se puede decir cualquier cosa, pero no de cualquier modo. La clave de su poética es buscar la palabra dada y que lo defina en toda su amplitud, y evitando que la idea esencial se diluya en los ornamentos de la escritura.
Juega a acertar las sílabas precisas
que suenen como notas, como gloria,
que acepte ella para que te acunen,
y suplan los destrozos de los días
De estos versos destacan dos ideas fundamentales. La primera, hay que recordar el verso de Verlaine “De la musique avant toute chose”, transmutar las palabras en canción, en canto. Es decir, hacer de la poesía una composición musical. Y, la segunda, unas sílabas que se personifican para poder ejercer una función salvífica frente a las situaciones problemas de la vida, y sustituirlas en un poema donde la palabra crea, sostiene, reconforta, acompaña, en definitiva, vivifica en el alma de quien lo lee, a la manera de los salmos davídicos.
También ello da idea de la fuerte convicción de esta poeta en el poder del lenguaje, de su fe en la poesía, que incluso llega a ver el mundo a través de él, así, en “Tarea”, que ha de ser la del poeta, la de quien vive y aspira a vivir poéticamente, se puede decir “Abrir palabra por palabra el páramo”, lo que vendría a ser un paso más a partir de lo que Baudelaire había escrito: “la Naturaleza es un templo […] por allí pasa el hombre a través de bosques de símbolos”.
De Aristóteles a Gabriela Mistral, de Montaigne a María Eugenia Vaz Ferreira, de Rimbaud a Nietzsche, incluido la influencia de José Bergamín, Vitale reúne en el arca de estas páginas un heterogéneo muestrario de palabras y versos, de canticos y memoria, de finitud y celebración, poniendo todo ese bagaje en relación con la literatura y con su propia vida. Al fin, es una de las voces más ricas y sugerentes del panorama literario.