«CINE, CINE, CINE, MÁS CINE POR FAVOR»
Por: Enrique Gracia Trinidad
«CINE, CINE, CINE, MÁS CINE POR FAVOR»
(Gracias, Luis Eduardo Aute)
Si Alberti pudo escribir aquello de «yo nací —¡respetadme!— con el cine», bien se me puede permitir a mí decir que yo me crié con el cine y que también eso merece un respeto.
Hay mucho cine en nuestra vida, en la de todos los que a estas alturas estamos vivos porque en realidad todos hemos nacido con el cine en una u otra etapa.
Los mayores echarán de menos aquello del cine mudo en blanco y negro y las grandes obras maestras, el surrealismo, el expresionismo alemán, la Nouvelle Vague, los grandes musicales… Y recordarán El acorazado Potemkin, Un perro andaluz, El gabinete del doctor Caligari, Ciudadano Kane, Lo que el viento se llevó, Ladrón de bicicletas o Cantando bajo la lluvia. Además de los clásicos de Chaplin, Buster Keaton, Harold Lloyd o Laurel y Hardy,
Otros llevarán en su equipaje algunas más o menos tan antiguas como aquellas: Los diez mandamientos, Horizontes de grandeza, La casa de té de la luna de agosto, Kartum, Ben Hur, El Cid, Aventura en Roma, 55 días en Pekín, El tormento y el éxtasis, Al este del Edén o aquella curiosidad religiosa que fue La historia más grande jamás contada, con un reparto espectacular de estrellas encabezado por un jovencísimo Max Von Sydow en el papel de Cristo.
No sé si observamos que en cuanto te descuidas, durante toda la segunda mitad del siglo XX, por citar una época gloriosa del cine, si no se te cruzaba Gregory Peck conquistando el oeste o matando ruiseñores, o Burt Lancaster cuidando pajaritos en Alcatraz, nadando de piscina en piscina, o de príncipe decadente Gatopardo, siempre se nos aparecía Charlton Heston en plan épico, vestido de Moisés, del Cid, de Juan el Bautista, de terrateniente contra la marabunta de hormigas, de Buonarotti, de Señor de la Guerra medieval o de astronauta en un futuro donde los simios son los amos del cotarro. Podría haber citado a muchos otros, pero lo pongo a él como paradigma porque anduvo un poco denostado por su presidencia de la Asociación Nacional del Rifle, mientras se olvidaba su lucha por los derechos civiles, junto a Brando, Gadner, Newman, Joséphine Baker, Dylan, Joan Baez, Belafonte o Sidney Poitier, coincidiendo en aquella marcha en que Luther King dijo lo de «I have a dream’. Y es que, con demasiada frecuencia olvidamos la obra de los artistas porque sus ideas sociales o políticas no coinciden con las nuestras: nos cargaríamos la historia de seguir por ese camino.
En fin, amigos, que me da un poco de nostalgia, ahora, cuando va terminando la segunda década del siglo XXI y siguen viéndose las grandes obras maestras del Séptimo Arte, pero alternando con otras de distinto magisterio aunque más espectaculares y ruidosas; ahora que los efectos especiales predominan sobre diálogos y argumentos, ahora que menudean más las series, como si los espectadores necesitasen capítulos cortos en dosis continuadas —algo de droga tiene el asunto—; ahora que son más negocio los videojuegos que las películas y las grandes salas desaparecen o están más llenas de butacas vacías y palomitas que de espectadores.
El mundo cambia a marchas agigantadas, y no entusiasma tanto Rock Hudson, el gigante en la extraordinaria película homónima, junto a Elizabeth Taylor y James Dean, como el gigante Gotzilla de este siglo, mucho más formidable que los godzillas de mediados del XX.
Y hablando de gigantismo: Ojalá no olvidemos los nuevos espectadores que en esto de las pantallas, aunque ahora sean minúsculas, «cabalgamos —Newton dijo— a hombros de gigantes».