CARLO COLLODI Y PINOCCHIO
Por: Pilar Alcalá García
El mismo año en el que se usó por primera vez el alumbrado público por gas en España, en la Lonja de Barcelona, y tuvo lugar el último auto de fe en Valencia, nació en la Via Taddea de Firenze el periodista y escritor Carlo Lorenzo Filippo Giovanni Lorenzini; fue el 24 de noviembre de 1826. Su padre, Domenico Lorenzini, era el cocinero de los condes Ginori, y su madre, Maria Angela Orzali, a pesar de ser maestra, trabajaba en la finca de los condes Garzoni. Carlo fue el mayor de diez hermanos y de esta finca siempre guardó buenos recuerdos. La madrina del pequeño Carlo fue la duquesa Mariana Ginori y el bautizo tuvo lugar en la basílica de San Lorenzo, obra de Michelangelo Buonarroti.
Carlo pasó parte de su infancia en Collodi, con la familia materna. De esta pedanía de Pescia, en provincia de Pistoia, adoptó su nombre artístico. Fue un niño inquieto y con tendencia a la insubordinación, por ello fue enviado a estudiar teología al seminario de Colle di Val d’Elsa, donde estuvo desde los 12 a los 16 años, y luego a los escolapios de Firenze, donde asistió al curso de retórica y filosofía. En Colle, provincia de Siena, hay una placa colocada en lo que fue el seminario, donde se recuerda y homenajea a tan ilustre alumno. La verdad es que paseando por las calles de Colle puedes imaginarlo como el perfecto escenario de las aventuras de Pinocchio. Es más, los habitantes del pueblo dicen, con orgullo, que muchos personajes del libro están inspirados en vecinos de Colle di Val d’Elsa.
Su carrera literaria empezó cuando tenía alrededor de 20 años y realizaba los catálogos comentados de la prestigiosa librería florentina Piatti. Entonces empieza a acudir a los círculos mazzinianos, (seguidores de Giuseppe Mazzini cuyo ideario era el de la creación de un estado italiano unitario republicano), y es colaborador de La Rivista di Firenze hasta 1847, año en que apareció su primera publicación en el periódico L’Italia Musicale, uno de los periódicos especializados más importante de la época. Al año siguiente se enrola como voluntario y va al campo de batalla en la Primera Guerra de Independencia italiana. Cuando regresa a Firenze obtiene un cargo de mensajero del senado toscano y funda Il lampione, periódico político-satírico que enseguida será suspendido por el gobierno. Empieza colaboraciones con otros periódicos e intenta resucitar Il lampione. En 1853 dirige el periódico teatral La scaramuccia pero sus intentos teatrales son fallidos y decide dedicarse a la prosa; publica I misteri di Firenze en 1857; lo que llama la atención de esta obra es la habilidad, la soltura y sobre todo la ironía con las que consigue encadenar y encajar, uno dentro de otro, toda una serie de relatos que son casi bocetos pero que terminan formando un verdadero tejido novelesco. Publica también Un romanzo in vapore. Da Firenze a Livorno, donde cuenta la extraordinaria novedad del tren, describiendo a los primeros viajeros y las diferentes percepciones del espacio y el tiempo; leyendo esta novela se tiene la sensación de un mundo que cambia a la velocidad de una máquina de vapor. Además, el lector podrá hacer un pequeño viaje en el siglo XIX toscano, en un mundo suspendido entre la tradición campesina y el progreso que avanza. Ambas son obras de poco valor pero interesantes porque en ellas Collodi vuelca su vena polémica y humorista, propia de las gacetas. También será colaborador, entre 1853 y 1860, de La Nazione, el primer diario distribuido en toda Italia que a día de hoy se sigue publicando en Firenze.
En 1859 repite experiencia como soldado en la Segunda Guerra de Independencia italiana contra el imperio austríaco. Tras un breve paso por Milano, donde trabaja en la editorial Sonzogno, regresa a Firenze para trabajar como empleado en la comisión de censura teatral.
Y a medida que escribo estas palabras me doy cuenta de las grandes similitudes que existen entre Collodi y Bécquer. Fueron contemporáneos, tuvieron una infancia complicada, cambiaron sus apellidos y ambos se dedicaron a la escritura, con algún escarceo teatral, y al periodismo, bien como fundadores de periódicos, bien como colaboradores y redactores. También ambos tuvieron que ver con las tareas de censura y estuvieron vinculados a sus respectivos gobiernos. Y lo que más me llama la atención es que ambos describieran un viaje en tren, Collodi en una novela, como acabamos de comentar, en 1856, y Bécquer en su magnífico artículo “Caso de ablativo” de 1864. Estamos en pleno Realismo y la presencia del Impresionismo y el Simbolismo ya son un hecho patente.
Volvamos con Collodi. Los tiempos han cambiado, así que decide resucitar Il lampione. Es entonces cuando el gobierno provisional de Toscana le encarga que responda a Eugenio Albéri, quien había incitado a los toscanos a oponerse a anexionarse al Piemonte. Su respuesta será el panfleto titulado “Il signor Albéri ha ragione!”, opúsculo satírico que firmará como Carlo Collodi; a partir de este momento ese será su nombre de pluma.
A partir de aquí, la vida hasta entonces tan agitada de Collodi, parece cambiar y serenarse. Los años trascurrirán entre empleos gubernativos y la labor creativa centrada en una continua actividad como periodista y escritor. Empujado por el editor Felice Paggi, traducirá la obra de Perrault y de otros autores infantiles tras lo cual inicia la creación del “Giannettino”, una serie de libros educativos. Al mismo tiempo, aprovechando la fama de la que empezaba a disfrutar gracias a sus escritos infantiles, recoge en un volumen una serie de artículos. En 1868, invitado por el Ministero della Pubblica Istruzione, formó parte de la redacción de un diccionario de lengua hablada, el “Novo vocabolario della lingua italiana secondo l’uso di Firenze”.
Sin embargo, tras esta apariencia de bondad y persona seria, empleado del gobierno, se esconde una vida dedicada al juego y llena de deudas. Y será precisamente por esto, por la urgencia de conseguir dinero, por lo que Collodi se dedique a la escritura, entre otras obras, de Le avventure di Pinocchio, una obra de madurez; publicada al principio de manera irregular y por capítulos entre 1881 y 1883 en el periódico Il Giornale per i bambini –del que Collodi será director en 1883-, y después en un volumen en 1883, por el editor Paggi de Firenze. Vendrán otras publicaciones y el 26 de octubre de 1890 se suicida porque no consiguió pagar una deuda de juego, aunque suele decirse que murió de un infarto. Fue enterrado en la capilla Lorenzini, en el cementerio de Le Porte Sante de la Basílica de San Miniato al Monte de Firenze.
Todo este material de ideas mazzinianas, y esa mirada ingeniosa con la que describió la realidad de la Toscana, a través de fulminantes invenciones lingüísticas, y el hecho de que Collodi era masón (aunque no se puede encontrar en ningún registro oficial, hoy nadie duda de ello), harían posible el nacimiento del intemporal Pinocchio, el personaje infantil italiano conocido en todo el mundo y que tantas obras ha inspirado: canciones y películas. Un personaje universal y complejo que no se agota en un periodo histórico. Aunque Pinocchio se publica al mismo tiempo que las obras de Edmondo De Amicis y Emilio Salgari, Collodi es considerado el fundador de la literatura infantil en Italia. Tal vez porque Collodi se despega de la literatura pedagógica (pedante) de la época a favor de la invención creativa, estimulante. El éxito del libro fue tal que se ha publicado en Italia sin interrupción, excepto 1914, en distintas ediciones, y ha sido traducido a 240 lenguas.
Pero la obra maestra de Collodi, ese intelectual del Risorgimento que trabajó y luchó por la unidad de Italia, no fue bien acogida por todos, hubo quien desaconsejó su lectura e incluso quien pidió su prohibición. No obstante el libro se convirtió en un best seller a nivel internacional. En 1937 Benedetto Croce revaloriza el libro al definirlo como el más hermoso de la literatura infantil italiana.
No podemos terminar estas palabras sin hablar de algo curioso. Ya comentamos que el libro se publicó, inicialmente, por capítulos en Il Giornale per i bambini, pues bien, el final era bien distinto del que conocemos hoy día. Pinocchio no termina su historia convertido en un niño de carne y hueso, sino que muere ahorcado en un roble y los autores del crimen son el Gatto y la Volpe. Los lectores del periódico, que eran en su mayoría niños y jóvenes, se quedaron estupefactos ante el macabro final de la historia de Pinocchio. Lo que sucedió después es realmente entrañable ya que escribieron en forma masiva a la redacción del periódico pidiendo que Collodi cambiara la historia; los niños querían a su marioneta viva y no colgada de un árbol. Collodi en un primer momento fue bastante reacio pero al fin aceptó y el 10 de noviembre de 1881 en “La Posta dei bambini” el director anunció que: “El señor Collodi me escribe que su amigo Pinocchio sigue vivo y que sobre su historia os podrá contar todavía muchas cosas simpáticas. Era normal: una marioneta, un trozo de madera como Pinocchio, tiene los huesos duros y no es fácil mandarlo al otro mundo. Por eso nuestros lectores quedan avisados: Muy pronto empezará la segunda parte de la “Storia di un burattino” que se llamará Le avventure di Pinocchio”. Fue así como Collodi cambió el final e hizo que Pinocchio se convirtiera en un niño de verdad, un niño bueno que incluso salva a Geppetto, su padre, y a la Fata Turchina.
Las lecturas e interpretaciones que se han hecho a lo largo de los años sobre el personaje y la historia de Pinocchio son variadísimas e incalculables, pero sobre esto, sobre el significado del nombre de la marioneta más famosa de la literatura y sobre otros personajes del libro, hablaremos en otra ocasión.