ESO QUE LLAMAN CRÍTICA
Por: Enrique Gracia Trinidad
«¿Cómo sería un mundo sin críticos literarios? Igual que
ahora, pero con unos cuantos embaucadores menos»
(Carlos Pujol, Cuadernos de escritura)
No cabe duda de que los críticos tienen que existir, ¡a alguien habrá que tomar el pelo y no hacer ni caso!
Proliferan en el mundo de la crítica los profesionales de la voz de su amo, esos que ensalzan el libro de la editorial que les paga o el del escritor que pertenece al grupo mediático para el que escriben. También abundan los que se dedican a poner bien los libros de amigos y conocidos y atacan o, en el mejor de los casos, ningunean los de aquellos con los que no tienen relación, desconocen o están directamente enemistados. Este es otro tipo de voz de su amo, pero más doméstica e igualmente torticera e intolerable.
Siempre recuerdo la frase de Groucho Marx: «Estuve tan ocupado en escribir la crítica que nunca pude sentarme a leer el libro». O aquella terrible de François Mauriac: «Un mal escritor puede llegar a ser un buen crítico, por la misma razón por la cual un pésimo vino puede llegar a ser un buen vinagre».
Podríamos también recordar que cuando el joven Jacinto Benavente, hijo de un prestigioso pediatra, estrenó por primera vez, un crítico famoso de la época aseguró: «No ha llamado Dios al hijo del doctor Benavente por el camino del teatro». ¡Hace falta tener buen ojo! ¿Que también hay buenos críticos? ¡si, por supuesto! pero aquí estamos hablando de la
mayoría.
De los críticos de cine, por citar otra variante, baste con decir que empezamos a ser legión los que buscamos las críticas de ciertos profesionales, y si se dedican a poner mal una película, ya sabemos que hay que ir a verla porque es interesante. Hay ejemplos a patadas de películas que fueron denigradas y hoy son consideradas obras maestras, mientras abundan las elogiadas por la crítica que resultan poco menos que soporíferas.
Hay un tipo de crítico realmente notable, el de los que se dedican al mundo del arte pictórico. Muchos de ellos han tenido fama de cuentistas en grado sumo. La palabrería que a veces utilizan es una sarta de pretenciosos asertos repletos de terminología al uso pero con casi nada dentro; eso sí, suena a que saben mucho. Es típico el ejemplo de las tonterías que pueden llegar a decir en la famosa obra de Yasmina Reza, «Arte»; en la que uno de los protagonistas se deshace en elogios ante un cuadro blanco y vacío. Hay otros ejemplos como la patata fotografiada por Kevin Abosch que llegó a valer más de un millón de dólares o la «mierda de artista»; enlatada, de Piero Manzoni, que también valoraron ciertos críticos y que alcanza precios desorbitados.
Pero últimamente se ha producido un efecto muy peligroso: Los críticos aficionados han crecido como la espuma, en cierto modo todo el mundo se considera crítico. ¿Dónde? en las redes sociales, en los blogs, en multitud de páginas de Internet.
Y esto sí que ya es para nota de hecatombe. Sin el más mínimo conocimiento —tampoco es que tengan mucho ciertos críticos renombrados—, la patulea de escribientes en pantalla, la soldadesca del «me gusta»;, el «like»; o como lo llamemos, dispara alabanzas sin cuento para sus amigos y lo hace casi siempre sin argumentos y muchas veces, esto es lo más sorprendente, sin leer el asunto al que ponen sus parabienes. No hablo por boca de ganso.
Hay veces que uno pone un relato, un artículo, un poema en una red social y nada más colocarlo, sin apenas respirar, ya cae algún «me gusta»; de esos; que uno piensa ¿pero qué es lo que le gusta a este si no le ha dado tiempo de leer más que el título?
Este afán crítico me recuerda a veces a algunos jubilados —cada vez son menos— que apoyados en una valla, por matar el tiempo, se dedican a «vigilar»; las obras y criticar si los ladrillos están bien puestos o la pasta de cemento es la adecuada, aunque hayan trabajado toda su vida en una mercería.
¿Que cualquiera puede opinar? Pues claro que sí. ¿Que las opiniones de cualquiera pueden ser muy válidas y hay que tenerlas en cuenta? Por supuesto, y más teniendo en cuenta lo que llevamos diciendo de los críticos «profesionales». Pero hago una propuesta clara: Más vale que nos olvidemos de los críticos en general y nos dediquemos a fomentar nuestro pensamiento crítico personal, que surja de la reflexión, la experiencia acumulada, el experimento cuidadoso y la ponderación equilibrada.
Podremos equivocarnos, pero será nuestra equivocación y no la de cualquier tuercebotas en facebook o en los periódicos prestigiosos.