POESÍA Y RECONOCIMIENTO
Por: Enrique Gracia Trinidad
Los poetas nos entristecemos en exceso por la poca atención que la sociedad nos concede. No debiéramos andar tan quejumbrosos. En el fondo, esa entelequia que llamamos sociedad no hace caso a nadie. Vivimos tiempos donde reina lo pasajero, es moneda común la falta de sustancia y son bandera los mensajes publicitarios, las ocurrencias de red social y la comida rápida, gustosa y resultona aunque nos siente como un tiro.
La mayor de las famas en esto de la poesía, como en tantos otros campos, es flor de un día, puesta de sol efímera, musiquilla ocasional. Si los mejores investigadores, los personajes solidarios, los políticos decentes o los héroes sociales resultan flor de un día, pasan por las noticias como un rápido brillo y se extingue su memoria en menos que canta un gallo, ¿por qué debería prestarse más atención a los poetas? Lo que más le interesa a la mayoría de esta sociedad adocenada es la estupidez que cualquier insensato suelte en un programa televisivo dedicado a esa víscera llamada corazón, lo más jaleado y discutido es cualquier insignificancia de un jugador de fútbol, lo más comentado es algún morboso crimen que, no se sabe por qué, es aireado por los medios de comunicación en detrimento de otros muchos igual de terribles (todo sea por la audiencia aunque se quede en cueros la decencia). La poesía, arte de primera fila desde el principio de los tiempos, es en la actualidad oficio raro, de tipos poco prácticos —a decir de los prácticos más simples y desinformados—. Pero no es esto lo peor, lo más triste es que, ante el ignorante desprecio social, los poetas se encierran en sus guaridas y la emprenden a dentelladas contra los congéneres en vez de hacer causa común y mostrarle al mundo, con toda firmeza, que la poesía es necesaria para que el mundo sea mejor. Andan los vates a la greña, unos contra otros. Los menos, enquistados en camarillas de cierto prestigio, más endogámico que otra cosa, monopolizando y repartiéndose el poco pastel que usurpan en la feria de las vanidades y ninguneando a cuantos pudieran hacerles sombra. Los más, nadando como pueden en la misma feria pero sin que les dejen sitio en alguna noria que les dé un respiro.
Raza esta de los poetas, cainita como pocas, que amontona galardones, prebendas y atenciones para unos pocos y hurta al presente y al futuro voces notables que terminarán en el más abyecto olvido. Batiburrillo sofocante que suma a la indiferencia del vulgo la prepotencia de algunas editoriales, academias excluyentes, medios de comunicación ignorantes y críticos de pacotilla.
Más vale no preocuparse, escribir lo mejor que se pueda y confiar, a imitación de lo que dijera Arnaldo Amalric, aquel inquisidor canalla, en que el futuro reconocerá a los suyos;. Extremo, por cierto, que no creo que les funcionase a los más de siete mil masacrados de Béziers, entre cátaros y católicos. Ni les va a funcionar a los poetas.
Dices bien Enrique «escribir lo mejor que se pueda» con humildad y honradez, lo demás: «vanidad de vanidades, todo vanidad».
Felices Navidades y un año 2020 lleno de Paz y Poesía para ti.
Un abrazo