SYLVIA PLATH | EL ARTE DEL PRECIPICIO
El Atelier
Por: Inma J. Ferrero
El camino se disolvía alumbrado por la luz del sol, devolviéndome a la ceguera de la ruidosa calle. A veces me pregunto si la soledad habita a la sombra del gentío, y si al apurar la última de sus gotas nuestro perfil se sumerge en la oscuridad que todos llevamos dentro.
Quizá el abandono de Ted Hughes, fue el último empujón para alguien que vivía surcando precipicios. La poeta Sylvia Plath se vio abandonada, vio cómo Assia Wevill le había robado a su gran amor, cómo se había quedado con su marido. Sus últimos días fueron un péndulo entre la depresión y la euforia, la consecuencia de pastillas para dormir y píldoras para poder despertarse. Meses en los que escribió sus mejores poemas medio enferma y sin apenas dinero.
Sylvia Plath, llamada Sivvy familiarmente, nació el 27 de octubre de 1932 en Boston, Massachusetts (Estados Unidos). Era hija de los maestros Otto Emil Plath, profesor universitario de alemán y biología en la Universidad de Boston, y Aurelia Schober, profesora de inglés y alemán. Ambos eran de ascendencia alemana. Sylvia tenía un hermano menor llamado Warren, nacido en 1935. Tras el nacimiento de Warren, la familia Plath se trasladó a Withdrop, localidad costera que provocó un vital contacto con el mar para la pequeña Sylvia.
Con pocos años comenzó a escribir poesía. Era una niña frágil, sensible, inteligente e insegura, inseguridad que fue amplificada cuando en 1940 falleció su padre a causa de la diabetes. Sufrió habituales depresiones y varios desórdenes mentales desde su adolescencia. Tras la muerte de Otto, la familia Plath se mudó a Wellesley.
En el instituto publicó su primer texto, un relato corto titulado “And Summer Will Not Come Again” que vio la luz en la revista “Seventeen”.
“Sunday At The Mintons”, publicada en 1952 durante su etapa universitaria en la revista “Mademoiselle”, fue su primera historia galardonada. Dos años antes, Sylvia había ingresado en el Smith College de Northhampton. En este centro permaneció entre 1950 y 1955, período en el que se intentó suicidar por primera vez. Más tarde, tras conseguir una beca Fulbright, viajó a Inglaterra para acudir a la Universidad de Cambridge.
En 1956, y en el Reino Unido, conoció y se casó con el británico Ted Hughes (nacido en 1930). Ambos tuvieron dos hijos, Frieda, nacida en 1960, y Nicholas, nacido en 1962. Su luna de miel la pasaron en España.
El primer título publicado por Sylvia Plath fue el poemario “El Coloso” (1960). Su principal libro es su novela “La Campana De Cristal” (1963), de carácter autobiográfico y firmada con el seudónimo de Victoria Lucas. Poco tiempo después de la aparición de este libro, Sylvia, poeta y novelista de gran sensibilidad y rica imaginería que se convertió en un icono feminista, se suicidó el 11 de febrero de 1963 en Londres. Está enterrada en el cementerio de la iglesia de Santo Tomás de la localidad británica de Heptonstall. Tenía 30 años de edad en el momento de su muerte, y su depresión crónica, su inestabilidad emocional y el affaire amoroso de Hughes con Assia Guttman, la esposa del poeta David Wevill, acrecentaron una vulnerabilidad que llevó a la muerte a la joven Sylvia. Assia también se suicidó, ella en el año 1969.
De manera póstuma aparecieron los libros de poemas “Ariel” (1965), uno de los títulos clave en su bibliografía, “Cruzando El Agua” (1971) y “Árboles Invernales” (1972). En 1977 se publicó una colección de cuentos, fragmentos de sus diarios y ensayos titulada “La Caja De Los Deseos” (1977), libro titulado en su versión original “Johnny Panic And The Bible Of Dreams”.
En el año 1981 se le otorgó el Premio Pulitzer por su obra poética recogida en “Poemas Completos” y un año después aparecieron sus “Diarios” (1982). También ha sido publicado un libro de relatos titulado “Johnny Panic y La Biblia De Sueños”.
POEMAS
El jardín solariego
Las fuentes resecas, las rosas terminan. Incienso de muerte. Tu día se acerca. Las peras engordan como Budas mínimos. Una azul neblina, rémora del lago.
Y tú vas cruzando la hora de los peces, los siglos altivos del cerdo: dedo, testuz, pata surgen de la sombra. La historia alimenta esas derrotadas acanaladuras, aquellas coronas de acanto, y el cuervo apacigua su ropa.
Brezo hirsuto heredas, élitros de abeja, dos suicidios, lobos penates, horas negras. Estrellas duras que amarilleando van ya cielo arriba.
La araña sobre su maroma el lago cruza. Los gusanos< dejan sus sólitas estancias. Las pequeñas aves convergen, convergen con sus dones hacia difíciles lindes.
Lorelei
No es noche ésta de ahogarse: luna llena, reacio río bajo luz suave, acuosas nieblas bajan tupidas como redes cuyos dueños reposan, traduciéndose en vidrio lúcido mientras flotan las torres del castillo hacia mí hiriendo el rostro del silencio. Ascienden sus miembros poderosos y álgidos, pelo grave más que mármol, y cantan de un mundo más amable que ninguno. Estos cantos, hermanas, sobrepasan al oído gastado que aquí, en el campo, escucha bajo el orden impuesto.
La armonía caduca el orden que vosotras sitiáis con vuestras voces.
Vivís entre las rocas de oníricas promesas de refugio. De día bajáis de la pereza, de altas ventanas. Peor que vuestro enloquecido canto o mudez. La voz de vuestro fondo llama: embriaguez del abismo.
Oh río, veo tu larga y honda línea argentina, esas diosas de paz.
Piedra, piedra, me abismas.
Carta de amor
No es fácil expresar lo que has cambiado. Si ahora estoy viva entonces muerta he estado, aunque, como una piedra, sin saberlo, quieta en mi sitio, mi hábito siguiendo.
No me moviste un ápice, tampoco me dejaste hacia el cielo alzar los ojos en paz, sin esperanza, por supuesto, de asir los astros o el azul con ellos.
No fue eso. Dormí: una serpiente como una roca entre las rocas hiende el intervalo del invierno blanco, cual mis vecinos, nunca disfrutando del millón de mejillas cinceladas que a cada instante para fundir se alzan las mías de basalto. Como ángeles que lloran por la gente tonta hacen lágrimas que se congelan. Los muertos tenían yelmos helados. No les creo.
Me dormí como un dedo curvo yace. Lo primero que vi fue puro aire y gotas que se alzaban de un rocío límpidas como espíritus. y miro densas y mudas piedras en tomo a mí, sin comprender. Reluzco y me deshojo como mica que a sí misma se escancie, igual que un líquido entre patas de ave, entre tallos de planta. Mas no pienses que me engañaste, eras transparente.
Árbol y piedra nítidos, sin sombras. Mi dedo, cual cristal de luz sonora. Yo florecía como rama en marzo: una pierna y un brazo y otro brazo.
De piedra a nube iba yo ascendiendo. A una especie de dios ya me asemejo, hiende el aire la veste de mi alma cual pura hoja de hielo. Es una dádiva.
Espejo
Soy de plata y exacto. Sin prejuicios.
Y cuanto veo trago sin tardanza tal y como es, intacto de amor u odio.
No soy cruel, solamente veraz: ojo cuadrangular de un diosecillo.
En la pared opuesta paso el tiempo meditando: rosa, moteada. Tanto ha que la miro que es parte de mi corazón. Pero se mueve.
Rostros y oscuridad nos separan sin cesar. Ahora soy un lago. Ciérnese sobre mí una mujer, busca mi alcance.
Vuélvese a esos falaces, las luciérnagas de la luna. Su espalda veo, fielmente la reflejo. Ella me paga con lágrimas y ademanes. Le importa. Ella va y viene. Su rostro con la noche sustituye las mañanas. Me ahogó niña y vieja
Una vida
Tócala: no se encogerá como pupila esta rareza oviforme, clara como una lágrima.
He aquí ayer, el año pasado: palmiforme lanza, azucena, como flora distinta De un tapiz en la quieta urdimbre vasta.
Toca este vaso con los dedos: sonará como campana china al mínimo temblor del aire aunque nadie lo note o se anime a contestar.
Los indígenas, como el corcho graves, todos ocupadísimos para siempre jamás.
A sus pies las olas, en fila india, no reventando nunca de irritación, se inclinan: en el aire se atascan, frenan, caracolean como caballos en plaza de armas.
Las nubes enarboladas y orondas, encima.
Como almohadones victorianos. Esta familia de rostros habituales, a un coleccionista, por auténtica, como porcelana buena, gustaría.
En otros lugares el paisaje es más franco.
Las luces mueren súbitas, cegadoramente.
Una mujer arrastra, circular, su sombra, de un calvo platillo de hospital en torno, parece la luna o una cuartilla de papel intacto.
Se diría que ha sufrido una particular guerra relámpago.
Vive silente.
Y sin vínculos, cual feto en frasco, la casa anticuada, el mar, plano como una postal, que una dimensión de más le impide penetrar.
Dolor y cólera neutralizadas, ahora dejad la en paz.
El porvenir es una gaviota gris, charla con voz felina de adioses, partida.
Edad y miedo, como enfermeras, la cuidan, y un ahogado, quejándose del frío, se agazapa saliendo a la orilla.
Traducción de los textos Jesús Pardo
Bibliografía
Wikipedia
La red
Enhorabuena Inma J, Ferrero por esta excelente reseña sobre la vida y muerte de esta poeta norteamericana. Su figura y su legado forman ya parte importante de la historia. La tragedia y el desamor conformaron su existencia y su final.