CANCIÓN NAPOLITANA (PRIMERA PARTE)
Por: Alfredo Piquer Garzón
I.-
Desde Marechiaro, junto al mar, al norte de Nápoles ‘donde bajo la ventana que se abre a las aguas más tranquilas del golfo, Carulí aspira el aire dulce al despertar’ y hasta los peces hacen el amor cuando sale la luna’, volviendo hacia Sorrento en la península que flanquea al sur toda la bahía, no es difícil escuchar alguna vieja canción que transmite la tristeza y la nostalgia antigua y extraña de una época, quizá ya desaparecida.
El poeta Salvatore di Giacomo fue sin duda el primero en dejarse seducir por el lugar y su misteriosa belleza y entre muchos otros poemas y letras de canciones escribió la que musicalizó Francesco Paolo Tosti, una de las más famosas canciones del idioma napolitano: precisamente Marechiare. A principios del s. XX Gabriele D’Annunzio, que quizá soslayó más tarde una vocación por la música (en un momento dado escapado a Francia huyendo de sus acreedores, colaborará con Claude Debussy), había escrito la letra de “A vucchella”, aunque solo fuese por demostrar que era capaz de escribir en ‘napoletano’. Mucho tiempo atrás, frente a Nápoles, en la isla de Capri, el emperador romano Tiberio había construido y habitado en su senectud varios palacios unos cuarenta y dos años antes de la erupción del Vesubio que sepultó Pompeya y Herculano bajo las cenizas.
Fue D’Annunzio también y antes de concebir sus postulados prefascistas el que se dejó seducir, no ya por la belleza del mar y su nostalgia sino por la de algunas de las mujeres más notables de la época. La “Belle epoque” supuso en cierta medida, por parte de ciertos personajes femeninos, la ruptura de los patrones sociales tradicionales de dependencia hacia el varón. Bien es verdad que la verdadera reivindicación histórica de género tardaría aún mucho más tiempo en ser verdaderamente reclamada y asumida socialmente. De modo individualizado y casi siempre excentrico, desde la posición de riqueza económica, aquellas mujeres devinieron en ‘femmes fatales’ en el papel tantas veces de artistas del espectáculo, prostitutas de lujo, ejerciendo tal vez una sexualidad fuera de cánones. Pero además fueron también en otras ocasiones intelectuales o creadoras directamente implicadas en el mundo de la cultura.
D’Annunzio, “il vate”, el poeta por excelencia, novelista, dramaturgo, periodista, político, es uno de los referentes de la literatura italiana contemporánea. Sus ideas influirán en el fascismo e indirectamente en el nazismo. Desde su presencia en el contexto de la Gran Guerra se fragua su imagen como héroe militar en las élites del ejército italiano donde se gesta el fascismo. En 1918 llevará a cabo el famoso vuelo de la 87ª escuadriila “Serenissima” sobre la ciudad de Viena en el que paradójicamente a la que será la futura alineación italiana con la Alemania nazi en la Segunda Guerra Mundial (aunque en lógica consecuencia con el resultado de la primera guerra), D’Annunzio arrojará desde el aire sobre la capital austriaca cincuenta mil pasquines antialemanes cuyo texto redacta él mismo y dice en uno de sus fragmentos: “El destino vuelve. Se vuelve hacia nosotros con una seguridad de hierro. Ha pasado para siempre la hora de Alemania, quien les agita, les humilla y les infecta” (a los austriacos). Pronóstico errado, al menos en ese momento, el estilo intelectual de D’Annunzio quedaba de manifiesto en esta acción y de que rompía los esquemas mentales militares dio fe la propia inteligencia italiana que calificó su texto de inútil por demasiado literario e incomprensible; eso sí, contra las autoalabanzas de los propios autores de la acción sobre el hecho de arrojar papeles en lugar de bombas.
En cuanto a otros asuntos D’Annunzio encuentra a la actriz Eleonora Duse mucho antes; o mejor es ella quien le encuentra, en 1894, convenciéndose cada vez más, desde el estreno de “Sueño de una mañana de primavera” en 1897 de su genialidad e iniciándose una relación entre ambos que durará hasta 1910 cuando el autor se implica en política hasta desentenderse finalmente de su amante.
La Historia del Arte suele escribirse mencionando a los autores y sus obras; en el mejor de los casos aludiendo a su biografía y quizá a sus motivaciones, filiaciones o influencias a nivel plástico pero soslayando casi siempre la complejidad y la urdimbre social y cultural donde realmente se gesta el artista y su obra. El principio del S. XX es la época de las Vanguardias y uno de los momentos en que la complejidad de la Edad Contemporánea comienza a acusarse con intensidad.
II.-
Uno de los paradigmas de este entramado fue la marquesa Luisa Casati Stampa (Luisa Amman; Casati y marquesa por su matrimonio en 1900 y a los 19 años con Camillo Casati Stampa, del que se separaría en 1919). Una de las figuras escasamente mencionada por la Historiografía del Arte y sin embargo una de las que ejemplifica mejor ese tejido de nexos y relaciones artísticos y la vivencia del arte como profesión de fe y razón de ser de la propia existencia. Casati, rica heredera italiana, fue desde luego, no solo mecenas sino fundamentalmente musa excéntrica de las vanguardias artísticas europeas a principios del S. XX.
Gabriele D’Annunzio conoce a Luisa Casati en una cacería en 1903, desayunan, ella sentada en alto con un vestido de encaje gris adornado de perlas negras, y ese mismo día él encuentra “fascinante” a ese “jinete delgado de veintidós años” y sin poder escapar de su enorme atracción afirmará que “ya la quiere”. Aunque veinte años mayor y ya calvo, desde su fama de “don juan” y seducido por el aura de la mujer se lanza a su conquista.
Mecenas y musa, que no artista en el sentido convencional del término porque ella misma quiso convertirse en ‘obra de arte’, de Casati escribe la escultora Catherine Burjansky que ‘’tenía temperamento artístico pero no siendo capaz de expresarlo en ninguna rama del arte había hecho de sí misma una obra”. Al margen del posible juicio negativo, el papel de Casati fue, a todas luces, conscientemente muy otro, no solo diferente sino también notorio. Misteriosa y oscura se constituyó en modelo e inspiración de poetas, fotógrafos, diseñadores , pintores y escultores tal vez más y más conscientemente de lo que lo hicieran en el pasado Cornforth, Siddal, Hebuterne o Koklova.
Casati se convirtió en la protagonista que articulaba el mundo artístico del primer tercio del S.XX, tomando iniciativas que incluyeron de manera original y pionera, la exhibición de moda, la performance, el coleccionismo o la transformación del propio cuerpo desde el maquillaje y el vestido rompedores y creativos. Inmersa en la vida mundana y aristocrática de la época repartía su tiempo en recepciones, bailes y fiestas en distintas capitales europeas cuando inició su relación con Gabriele D’Annunzio en 1903. Ello supuso el detonante de su actitud artística y su incursión en una excentricidad exacerbada en el ámbito del arte y la literatura pero también en el del lujo, la libertad sexual y al parecer, el ocultismo.
Alta y delgada , transgredía absolutamente el patrón ideal femenino de la época. Los ojos verdes, rojos los labios, en los retratos de Augustus Edwin John, Giovanni Boldoni, Kees van Dongen, Romaine Brooks o el propio Zuloaga aparece también con el pelo completamente teñido de rojo. Empolvada de blanco, “cadavérica”, la cara en forma de puñal con ojos salvajes y brillantes” como la describió un artículo de The New Yorker en 2003, ella misma hacía que sus pupilas fueran más brillantes usando belladona y ennegreciendo el contorno de sus ojos con tinta china o khol. Mujer muy rica, en su estancia en Venecia, meta de los artistas e intelectuales de la época, organizó numerosas fiestas y performances excéntricas en el palacio Venier dei Leoni en el Gran canal (después comprado por Peggy Gugenheim y convertido en museo) a base de decorados exóticos, pájaros mecánicos, estatuas clásicas cubiertas con pan de oro, un pavo real blanco quieto en el alféizar de la ventana, contínuos disfraces, etc. Se pasea de noche desnuda bajo el abrigo de pieles, o envuelta en un mantón diseñado por Mariano Fortuny, sobre su cuello una serpiente viva, sujetando un guepardo con collar y correa adornada de diamantes, seguida de Garbi, su sirviente tunecino que la ilumina con un candelabro. O en góndola, disfrazada de diosa deslumbrante, con el guepardo a los pies y dos galgos pintados de violeta y azul, acompañada de nuevo de su fiel sirviente que lleva en el hombro un papagayo o un mono atado a una cadena. Escandaliza en una ocasión a los asistentes a uno de los estrenos de la Ópera de París realizando una impactante performance en la que la sangre de un animal degollado le chorreaba por el brazo.
Si es verdad que D’Annunzio es el detonante en Venecia de la Actitud de Casati y su proyecto de ser ella misma una obra de arte, cuando es consciente de que su físico no es en ese momento ‘canónico’, Casati adapta su cuerpo, su rostro, su pelo, su hábito al objetivo marcado y no se deja subyugar por él. Se entrega pero establece una frontera entre su relación amorosa y su excepcionalidad vital. Le interesa del escritor no solo su prestigio sino su inclinación hacia el ocultismo y el esoterismo, las prácticas de magia negra o las sesiones espiritistas. Pero le tiene ‘en jaque’ y alterna deliberadamente la accesibilidad a su persona con la distancia y la frialdad. “Oh Koré (apodo que Gabriele aplica a Luisa porque es también el nombre de Perséfone, diosa griega del inframundo y la oscuridad), tan esquiva como la sombra del Hades”, escribe. Se inspirará en ella para el personaje de Isabella Inghirami en ‘Forse che si, forse che no’ de 1910 y la visitará también en Villa San Michele, en Capri. En suma, la relación D’Annunzio Casati fue una relación sonada y a pesar de su posterior ruptura sentimental parece que ambos mantuvieron siempre amistad.
La relación amorosa de D’Annunzio con Eleonora Duse o con Luisa Casati no es sino el síntoma de la fascinación de la época por esa figura de la ‘femme fatale’ y en esa medida se plasma en la estética del Decó. Pero es verdad que estéticamente, la plástica del fascismo no se sustrae a las premisas de la época y lógicamente deriva en gran medida del Art Decó suprimiendo quizá su exuberancia decorativa y su exotismo todavía modernistas y sin que por ello el Decó, previo, tenga que ver con fascismo.
Casati fue la musa que inspiró a los Futuristas. Filippo Tommaso Marinetti, cabeza del grupo y también su amante, dijo de Casati que mantuvo el espíritu de las vanguardias durante el periodo de la Primera Guerra Mundial ‘‘La marchesa Casati è inoltre appasionata conoscitrice d’arte futurista, la difende e l’impone Nella società romana»y le rindió tributo escribiendo en su libro ‘L’alcova d’acciaio’: «la gran marquesa futurista Casati, de ojos lánguidos como los de una pantera que acaba de devorar los barrotes de su jaula«. Musa de Diaghiliev y los bailarines de los Ballets Rusos, sobre los que brillaba Nijinsky, con los que entra en contacto en Venecia, y fue inmortalizada en numerosas obras de diferentes artistas como Vittorio Boldini, Kees van Dongen, Alberto Martini, Fortunato Depero, Carlo Carrá, Natalia Goncharova, Léon Bakst, el diseñador decó Erté, Giacomo Balla, Jean Cocteau, Cecil Beaton, Mariano Fortuny, Ignacio Zuloaga o Man Ray. Primero musa excéntrica, después musa futurista y más tarde, poco antes de iniciar su declive, musa surrealista. En abril de 1917, el propio Pablo Picasso acudió a una cena que la marquesa ofreció en Roma recordándola después con detalle.
Tal vez Casati no fue simplemente una excéntrica superficial; sus apariciones y sus vestidos estaban planeados y diseñados de antemano por artistas reconocidos y en ese sentido su relación con Léon Bakst fue intensa. Fue efectivamente una obra de arte viva y una mujer visionaria y rompedora; de algún modo una pionera en el desafío a los roles tradicionales de género asignados secularmente a las mujeres. Algunas de las mujeres de su época fueron efectivamente excepcionales. Igual que algunas de ellas Casati pudo serlo gracias a su fortuna pero también porque la sociedad a finales del s.XIX y principios del XX estaba empezando a cambiar».
En su decadencia, Luisa Casati se iría a París con Anaxágoras, uno de sus guepardos y una cobra bautizada Agamenón. Pasada su época, arruinada tras dilapidar su fortuna –se ha dicho que consciente y deliberadamente-, y acumular una deuda de veinticinco millones de dólares, vivió en la indigencia en una pensión de Brompton road, al sur de Knightsbridge, en Londres. Dilapidó dinero pero lo hizo también coleccionando arte, financiando el trabajo de buen número de artistas y no arruinó a nadie sino a ella misma. Buscaba en los contenedores de basura prendas viejas con las que seguir disfrazándose, e incluso en esta última época siguió posando para artistas como en un último retrato de Auguste Edwin John de 1942, de negro con un gato negro en el regazo. Cecil Beaton fue el autor de las últimas fotos de Luisa Casati tomadas sin su permiso y con su disgusto. Moriría de un ataque cerebral en 1957. Desde octubre 2016 a marzo 2015, se celebró una exposición en el Palazzo Fortuny de Venecia donde se pudo ver documentada toda su vida.