“EL EMPERADOR EN SANTA ELENA”, DE JAVIER DE LA ROSA. EL SUEÑO DE EUROPA.

Por: José María Herranz Contreras

EL EMPERADOR EN SANTA ELENA, de Javier de la Rosa.
Los libros del Mississippi. Colección Narrativa, nº 3.
Madrid, 2020.
Ilustraciones de Charo Alonso Panero.
ISBN: 978-84-120741-4-7

Sorprende esta biografía de los últimos días de Napoleón I en su reclusión por los ingleses en la isla de Santa Elena, tanto por su forma como por su fondo. Escrita por Javier de la Rosa (el poeta, narrador y dramaturgo tinerfeño, no el empresario implicado en la estafa de las torres KIO), esta peculiar novela corta se suma a la amplia lista de publicaciones en poesía y prosa de uno de los mejores escritores españoles propuesto en 2015 para el premio nobel de literatura.

La figura de Napoleón I es fascinante por muchos motivos; De la Rosa se centra en los siguientes aspectos en esta intimista narración: sus amores con las mujeres que tuvo a su lado, su papel como libertador de Francia y su pueblo,  su sueño de una Europa unida y libre, y la culpa que lo atormentó por sus crímenes de guerra hasta el fin de sus días.

Es precisamente la forma un tanto deslavazada y caótica sintácticamente, al modo de la prosa poética a veces o de un largo poema en prosa narrativo, y con una estudiada ausencia de signos de puntuación, el gran hallazgo de esta novela que consigue con su torrente de imágenes y recuerdos que el lector quede atrapado desde su inicio en el maremágnum  de las emociones y sentimientos del que fuera uno de los principales personajes históricos que luchó por unificar el territorio europeo bajo los ideales de la igualdad, la libertad y la fraternidad, bajo el imperio de Francia, cuna de la revolución ilustrada y de los derechos humanos tal y como hoy los conocemos.

Si en el mito de Europa es Zeus quien la rapta tomando la forma de un manso toro blanco y la lleva a Creta para poseerla, en este sueño imperial de Napoleón I, Europa es la extensión de su patria, Francia, a la que tanto amó como a las mujeres que acompañaron su vida, Europa pues, a la que desea unir y liberar en la figura de su pueblo con los ideales revolucionarios y humanistas. Pero como los sueños de la razón engendran la locura, es la guerra y su cohorte de muertes y asesinatos la que persigue al personaje en su exilio en la isla de Santa Elena mientras los recuerdos se agolpan  y emergen desordenadamente, entre el presente y el pasado, evocando su infancia en Córcega, su madre; una niña compañera de sus primeros juegos infantiles que ya le predestinaban a su papel de emperador; María WaleWska, esposa del conde Walewsky al que él mismo mató en duelo, y que fue después su amante; Desiré, la joven y pobre marsellesa; Laura Permond, mujer libre y de carácter, a la que casó con su lugarteniente y amigo Junot, y con la que amó profundamente; Josefina, su esposa, la emperatriz, consciente de su importante papel en el Estado, y con la que mantuvo una intensa relación ambivalente; y el largo viaje en barco, una vez arrestado, hasta llegar al lugar de su reclusión, donde la infinitud del mar y la evocación de su destierro le hacen añorar su pasado y presentir su fin, como el de tantos grandes personajes, temidos y respetados, pero absolutamente solos consigo mismos y con su destino.

Ya desde el principio del libro destaca a su paso por Egipto el descubrimiento casual de la piedra rosetta, y su abrazo a los Misterios antiguos, la esfinge y la gran pirámide en la pernoctó y que sin duda le iluminaron en aquella campaña de la que volvió transformado interiormente, aun siendo derrotado militarmente. Como todos los grandes personajes históricos señalados por el destino y los dioses para cumplir una tarea ineludible, la imagen del águila poderosa (Horús, el hijo de Ra, el Sol naciente) va acompañando al protagonista en el devenir de sus recuerdos primero durante el largo viaje en barco hacia la isla, después durante su estancia en Santa Elena, y luego finalmente hasta el momento mismo de su muerte. El águila poderosa que le recuerda que el destino de los hombres grandes que han reinado con poder y gloria –y por tanto con guerra y sangre para conseguir sus objetivos-  es ofrecer su alma en sacrificio a ese Sol naciente que le reclama el óbolo de su vida.

El amor inflamó el alma de este hombre grande y único, tanto en la figura de las mujeres especiales que amó, bien en secreto bien públicamente, expuesto a las vilezas del populacho, y en la figura de una Francia grande primero y una Europa libre después para expandir su ideal de paz, igualdad y justicia para ese pueblo miserable, ignorante y empobrecido por siglos de opresión aristocrática. Europa y las mujeres, su belleza y el amor que le inspiraron son el reverso de su magna obra; el reverso fue la guerra, la muerte y la destrucción del campo de batalla,  el pago ineludible del poder para la consecución de sus fines militares.

Es precisamente la tortura de esos crímenes la que atosiga sus recuerdos en su exilio en Santa Elena, bajo el dominio inglés, donde fue desterrado tras la pérdida de Waterloo. Tósigo emocional que se va mezclando con el auténtico veneno que sospecha le están administrando. Todos los grandes imperios son sueños de los dioses, realizados por grandes personajes como Napoleón I, Alejandro Magno y tantos otros, que aspiraron a tan grandes fines y que una vez conseguidos el mismo destino apartó violentamente o borró de la historia.

“Puede el águila impedir su vuelo… Caería derrotada al suelo, el imperio leído abierto a mis reflexiones, no se puede ser menos victorioso cuando el hombre se muere en sí mismo en vida y se retira de la lucha, el hombre y el animal se expresan con el zarpazo y el amor, la nobleza acaba en algunos seres. Más allá de la vida tal vez otra vida, pensada no creada, escriturada, versificada de boca a boca y no alcanzada en vida. No sé cuándo se cierran las puertas y se abren otras o no habrá ninguna.”

Y finalmente, el 5 de mayo de 1821, Napoleón I entregó su alma al águila en la casa de Longwood, Santa Elena.

Este fascinante libro se completa con las delicadas ilustraciones de Charo Alonso Panero (prima del gran Leopoldo María, poeta novísimo de los 70, fallecido en 2014), que aportan el trazo humano y sensible al personaje. “El emperador en Santa Elena”, en suma, nos recuerda que aunque el sueño de la razón produce monstruos, el camino merece la pena en el caso de aquellos personajes que hicieron de la noble plasmación de su sueño un ideal que ha soportado los embates del tiempo y que ha servido para que tantos y tantos pueblos de su amada Europa hayan alcanzado, de alguna forma, dichos ideales, aun con todas las imperfecciones existentes. Descanse en paz, Emperador, más allá de este mundo, más allá de Santa Elena.

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