PALABRAS CON HISTORIA | LIBERTAD

Palabras con Historia

Por: Marcos López Herrador


Define el diccionario la libertad como la facultad natural que tiene el hombre de elegir cómo obrar y ser responsable de sus actos. La define también como la condición de no ser esclavo o de no estar preso.

Poder actuar con arreglo a la propia voluntad forma parte de lo más esencial que distingue al ser humano. El hombre es el único ser vivo capaz de conocer las cosas del mundo que le rodea, y de ser consciente de ello. Ese conocimiento le lleva a tener criterio y a reflexionar sobre lo que es bueno o malo, lo que le conviene o no, y sobre lo que quiere o rechaza.

El hombre tiene, por tanto, capacidad de elegir cómo obrar en la búsqueda de su felicidad y en la defensa de sus intereses.

A la vez, el ser humano se distingue por su necesidad de vivir en grupo, de cooperar con otros seres humanos, formando con ellos comunidades en las que desarrolla sus sentimientos de identidad y pertenencia.

Estos otros hombres que forman parte de la comunidad también tienen los mismos anhelos de libertad, por lo que la actuación de cada cual, según propia voluntad, deberá realizarse respetando el derecho a ser libre de todos y cada uno. Por tanto, la libertad individual no puede ser ilimitada y debe llegar hasta donde legítimamente llega la libertad de los demás.

Las comunidades, por orden lógico de las cosas, tienden a organizarse políticamente para gestionar los asuntos que a todos interesan como son el orden, la convivencia, la administración de justicia, la economía, la defensa y todo aquello que es de interés público.

Una comunidad organizada políticamente se dota de un gobierno en el que recae el ejercicio de la autoridad y la posibilidad del uso de la fuerza en defensa del bien común.

Si, a lo largo de la historia, alguna civilización o cultura ha destacado por su deseo de vivir en libertad, ésta ha sido la occidental. Muchos siglos antes de Cristo, los griegos idearon un sistema con el que la “polis” se regía por la libre voluntad de sus ciudadanos expresada en asamblea. Este rarísimo sistema en un mundo primitivo regido por imperios teocráticos, en los que el líder era prácticamente un dios y todos se sometían a su voluntad, dio tal fuerza a sus seguidores que le permitió sobrevivir, aun con el sacrificio de la vida de sus mejores hombres, a los imperios orientales que pretendían acabar con ellos. La Batalla de las Termópilas, salvó al pequeño territorio griego de perecer y ser asimilado a Oriente, y con ello se salvó lo que luego sería Occidente y su cultura.

Son precisamente los valores morales, religiosos, políticos, éticos y de todo orden que compartimos como miembros de la cultura occidental, construida a lo largo de los últimos dos mil quinientos años y que ha dado los mejores frutos al mundo, los que definen aquello que somos. Y, si existe un valor, después del de la vida, que merece la pena defender, éste es el de la libertad. La libertad entendida en su verdadera acepción.

Sorprende que hoy en día, cuando la hegemonía la ha tenido el liberalismo, en los últimos dos siglos, sea precisamente la libertad un principio sometido a su peor crisis.

Se ha pretendido hacer creer a la mayoría que ser libre consiste en poder hacer lo que se quiera en cada momento, fomentando con ello una sociedad hedonista en la que prima la satisfacción inmediata de todo capricho, de las necesidades más básicas o de los placeres más burdos, sin reparar en que justamente ese es el camino más corto hacia la esclavitud moral.

Existen muchas definiciones de la libertad; personalmente yo prefiero la que en su momento nos dejó Montesquieu que dijo:

“Ser libre es poder hacer aquello que debemos hacer”.

Porque efectivamente, ser libre no consiste en hacer lo que se quiera, sino en querer lo que se hace.

La libertad consiste en la capacidad de poder elegir lo que es mejor y eso requiere conocimiento y voluntad; requiere conocer y querer.

La experiencia histórica nos demuestra que la libertad ha de conquistarse y que cuesta ingentes sacrificios tanto alcanzarla como conservarla.

El poder político, por su propia naturaleza, tiende a la tiranía, si no encuentra contrapesos adecuados dentro del mismo sistema.

Si el que obtiene el poder no encuentra límite alguno a su ejercicio, tenderá a ejercerlo despótica, dictatorial y cruelmente, porque tratará de hacerlo a su conveniencia, intentará perpetuarse en su ejercicio y terminará apropiándose, en su propio provecho, de las riquezas que a todos deberían beneficiar. Impondrá sobre el pueblo su voluntad por la fuerza, y la libertad personal de los ciudadanos pasará a ser una quimera.

Convendría que quienes vivimos en países que gozan de libertad, aprendiéramos a valorarla, a defenderla, y a tener un concepto claro de lo que verdaderamente significa.

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