VALERIANO BÉCQUER, 150 AÑOS DE SU MUERTE
Por: Pilar Alcalá García
El 23 de septiembre se cumplen 150 años de la muerte de Valeriano Bécquer, uno de los siete hermanos del poeta Gustavo Adolfo Bécquer, el hermano más especial, el que fue amigo, compañero, colega, el que lo fue todo para él. Valeriano nació en Sevilla el 15 de diciembre de 1833. Su infancia debió ser triste ya que se quedó huérfano, primero de padre y después de madre, siendo pequeño y los ocho hermanos fueron acogidos por familiares. Valeriano y Gustavo siempre estuvieron juntos y por ello la orfandad debió ser menos dura. Juntos dibujaban y escribían en el Libro de Cuentas de su padre, José Bécquer, esos son los primeros testimonios que poseemos de la creación de ambos.

Los primeros pasos en su formación artística los dio junto a su padre en los primeros años sevillanos. De él aprendió el estilo del costumbrismo romántico, que sería la temática común de su obra posterior. Plasmará en sencillas tablitas al óleo, o en acuarelas, tipos y tradiciones populares de escenas con encanto. También, empieza a ejercitarse en el género del retrato. El colofón a su etapa sevillana, es el magnífico retrato, digno del flamenco Van Dyck según algunos críticos, que hizo a su hermano Gustavo Adolfo en 1862 y que se encuentra en el Museo de Bellas Artes de Sevilla desde 1995. Es la imagen más popularizada, el icono del poeta de las rimas. Según el profesor Enrique Valdivieso “ha de considerarse como una de las obras capitales de la pintura romántica española y puede compararse con toda dignidad con los mejores retratos realizados en su época europea”.
La obra de Valeriano Bécquer estuvo influida por su admiración de la pintura española, en particular, por la obra de Murillo, Velázquez y Alenza, y es muy rica en lo referente a la representación de tipos, trajes y costumbres de los pueblos españoles en escenas de sabia composición y rico colorido. Además, Valeriano desarrolló una importante labor relacionada con el grabado en madera, en el que fue iniciado por Bernardo Rico. En Sevilla los hermanos se aficionaron mucho a la ópera que estaba muy de moda a mediados del XIX. En el taller de pintura de Cabral Bejarano seguirá sus estudios de pintura, hace copias de obras de Murillo; después estudiará con su tío Joaquín Domínguez Bécquer que tenía su taller en el Alcázar de Sevilla. Será durante un veraneo con él en la costa gaditana, cuando Valeriano conozca a la que sería su mujer años más tarde: Winnefred Coghan.
Juntos vivieron los hermanos Bécquer en la calle Mendoza Ríos de Sevilla y en esa casa se despidieron cuando Gustavo decidió marcharse a Madrid en el otoño de 1854. Ese año nos dejaron otro testimonio de su arte, el Álbum de los contrastes o de la revolución, una colección de dibujos de pequeño formato que Gustavo regaló a Julia Cabrera, la que era entonces su novia.
En noviembre de 1855 Valeriano se marcha a Madrid y vive con Gustavo en una pensión de la Plaza de Santo Domingo; al año siguiente regresa a Sevilla, trabaja como retratista y convive con Winnefred Coghan. Dice Francisco Pompey, biógrafo de Valeriano: “Valeriano se enamoró de una joven, bella, rubia y de ojos azules, tipo de virgen en tabla primitiva y de novela romántica a lo Alfredo de Musset. Fue la hija de un marino irlandés, Mr. David Coghan, con residencia en el Puerto de Santa María. Valeriano pidió la mano de la bella joven Winnefred, a lo que el padre, con su carácter práctico y difícil para comprender a un artista y sin fortuna, se negó rotundamente. Los enamorados siguieron queriéndose, burlando las iras del padre, el que tenía enemigos con deseo de venganza; acaso por esto se dice que fue envenenado en un banquete. Muerto el padre, Valeriano y la bella Winnefred se casaron, instalándose en el 42 de la vieja calle de Boticas. Allí nacieron sus dos hijos: Alfredo en 1858 y Julia en 1860”. Queremos señalar que esa calle es la actual Palacios Malaver, en Sevilla.
Valeriano, con su cuadro La fragua -en paradero desconocido- gana un premio en la Exposición de Bellas Artes de Sevilla. En 1858, cuando Gustavo enferma gravemente, va a Madrid a cuidarlo. De vuelta en Sevilla, en 1860 nacerá su hija Julia y Gustavo será el padrino por poderes. Nos preguntamos si eligió el nombre pensando en Julia Espín, (la mujer que le envenenó el alma) o en Julia Cabrera (su primera novia). El 8 de febrero de 1861 se casa con Winifred Coghan en Sevilla. Valeriano se abre camino como ilustrador de libros y además empieza a colaborar en algunas revistas en las que dejó el testimonio de su gran calidad como dibujante. En 1863, separado de su mujer, se marcha a Madrid con sus dos hijos y desde allí viaja a otras provincias para sus expediciones artísticas. Oigamos otra vez a Pompey: “La bella y hermosa doña Winnefred Coghan debió de ser altiva y excesivamente autoritaria. Incapaz de ceder a la sensibilidad e inquietudes del artista, la ruptura se hizo inevitable. Los hijos quedaron con el padre y con él vinieron a Madrid. Se sabe que la madre vino a Madrid y aquí vivió relacionada con algunas familias de origen británico, y que murió de edad avanzada en la Corte”.

Nos cuenta Julia Bécquer en sus memorias tituladas “La verdad sobre los hermanos Bécquer”: “Cinco años contaba yo y siete mi hermano Alfredo cuando mi padre nos llevó consigo al empezar sus viajes para estudiar tipos y costumbres de Castilla, en cuyos viajes fue para nosotros, no sólo un padre modelo, sino también, por sus cuidados y atenciones, la más cariñosa y hábil de las madres. Mi padre nos decía que los niños no se lavaban con agua caliente como los viejos, y así, después de desayunar, salíamos con los carrillos como unas rosas. A mí me ponía mi nubecita blanca, tocado que en aquellos tiempos era muy útil entre aquellas nieves; en cambio, para evitarnos el frío en los pies, por la noche nos hacía escarpines de bayeta blanca, perfectamente cortados, a estilo de la Edad Media”.
A partir de aquí la vida de Valeriano transcurrirá al lado de Gustavo, como en la infancia, y en 1864 se marchan al monasterio de Veruela con sus familias. De esta estancia se conserva el precioso álbum de dibujos “Expedición a Veruela”, magnífico documento para conocer la vida de los habitantes de aquellas tierras y para saber cómo era la vida de los Bécquer. En 1865, un buen año para los Bécquer, Alcalá Galiano, ministro de Fomento, concede a Valeriano una pensión de dos mil quinientas pesetas anuales para que estudie y pinte las costumbres españolas. Valeriano deberá entregar dos cuadros cada año al estado. Para cumplir con esta misión viajará por tierras de Castilla, Aragón y el norte de España. Además, ambos hermanos colaboran en El Museo Universal, los artículos de Gustavo van acompañados de dibujos de Valeriano. También a final de año empiezan a colaborar en la revista satírica demócrata Gil Blas. Al año siguiente viaja a Veruela para continuar sus trabajos y entregará los cuadros, de tema aragonés, El presente y El chocolate, este último puede verse en el Museo de Bellas Artes de Sevilla. También viaja por Soria y toma apuntes para sus cuadros El baile, El leñador o La hilandera, cuadros que entregará en 1867. Pinta también retratos de familiares sorianos de Casta Esteban, su cuñada, a pesar de que la relación entre ellos nunca fue buena. El 1 de febrero de 1868 entregó al Museo Nacional el cuadro La fuente de la ermita, de tema abulense. En Ávila realizó, además, retratos y apuntes de otras costumbres populares, y envió después los cuadros La vendedora de huevos y El escuadro, con tipos del valle de Amblés (Ávila). Este mismo año pierde la pensión y tras el estallido de la Gloriosa en septiembre, se exilia a Toledo con Gustavo. De esta época nos cuenta Julia Bécquer en sus memorias: “Mi padre, al caer la tarde, cuando dejaba sus pinceles, se sentaba en el patio con su guitarra, acompañándose con los cantares de su querida Sevilla y de la Sevilla de sus antepasados. Otras veces, recordando quizá a la mujer con quien estuvo por algún tiempo unido, cantaba en son de habanera…”. Desde allí colaboran en El Museo Universal que se transformó en 1869 en La Ilustración Española y Americana, donde colaborarían los Bécquer en 1870. Este año fue aciago. Los hermanos Bécquer y sus hijos se instalan en Madrid en el barrio de la Concepción, en un chalet con jardín y allí eran felices hasta que en agosto Valeriano enferma gravemente y muere el domingo 23 de septiembre. Será enterrado en el nicho número 423 del Patio del Cristo, en la Sacramental de San Lorenzo.
Es una pena que muchos de los cuadros de Valeriano se perdieran. Otra parte de su obra se encuentra en Estados Unidos. Valeriano fue uno de los grandes pintores del momento pero quizá nunca fue lo suficientemente valorado, tal vez porque vivió a la sombra de Gustavo. Y la verdad es que ninguno de los hermanos habría sido lo que fue sin haber tenido la compañía del otro. El catedrático Jesús Rubio le considera “un pintor extraordinario del romanticismo, pero muy poco estudiado”. No olvidemos que también decoró el palacio del marqués de la Remisa con composiciones de carácter mitológico e histórico. Gracias a la amistad de los Bécquer con Leopoldo Augusto de Cueto, marqués de Valmar, le encarga a Valeriano que pinte en su residencia de Deva (Guipúzcoa) seis alegorías de los grandes clásicos del teatro universal.
Tras la muerte de Valeriano, Gustavo trató de conservar su obra pero como él murió tres meses después, lo que sucedió es que las carteras de dibujo de Valeriano se dispersaron y los dibujos se vendieron en lotes que en los años siguientes utilizaron las revistas ilustradas. Porque si bien los amigos de Gustavo, tras su muerte decidieron publicar la obra de ambos hermanos para ayudar a las viudas y los huérfanos, lo cierto es que sólo se publicaron las obras de Gustavo, aunque la viuda y los hijos de Valeriano sí recibieron su parte de los beneficios.
El trabajo de Valeriano se consideraba como el de un verdadero expedicionario que fue recogiendo apuntes por doquier y que nos ha dejado un legado etnográfico de valor incalculable. Pensemos que realizó más de mil dibujos.
Y pensemos también en su faceta como padre, volvamos a las palabras de Julia Bécquer: “Por entonces se fue Gustavo otra vez al Monasterio de Veruela. Nosotros nos trasladamos a la calle del Olivar, número 34, primero, donde mi hermano y yo pasamos las viruelas benignas, llamadas locas, en las que nos asistía el célebre doctor Rubio, íntimo amigo de ellos, y como ellos andaluz. Mi padre nos cuidaba como la madre más cariñosa; él nos sacaba de paseo mañana y larde, nos llevaba a ver el Museo de Historia Natural (entonces en la calle de Alcalá), al Museo de Pinturas, al Botánico, donde había en aquel tiempo una monumental tortuga que llamaba la atención de chicos y grandes. También solía llevarnos a la plaza del Progreso, que era entonces lugar más distinguido que es en la actualidad. Allí, en la calle de Barrionuevo, en la antigua salchichería de «Rico” (en la que hiciera Candelas el célebre y cómico robo), nos compraba jamón, que comíamos entre mañana. Por las tardes, después del paseo, nos llevaba alguna vez a tomar chocolate a casa de Doña Mariquita; esto nos entusiasmaba, pues además de acompañar el chocolate con bizcochos, era inevitable servir un platito con dulce de guinda”.
En estas palabras de Gustavo queda plasmado el carácter inseparable de los dos hermanos: “Él dibujaba mis versos y yo le versificaba sus cuadros”. Juntos vivieron y murieron con tres meses de diferencia. Juntos volvieron a Sevilla en abril de 1913. Y lo más hermoso es que están juntos para la eternidad en el Panteón de Sevillanos Ilustres.