CLODIA, LA MUSA REBELDE
Por: Lourdes Páez Morales
Dame mil besos, después cien; luego otros mil…
(Poema V, Catulo)
Decía Bécquer en su rima IV: “mientras exista una mujer hermosa, / ¡habrá poesía!”. Y es que han sido tantas las musas de carne y hueso que han inspirado a los poetas, que perderíamos la cuenta si pretendiésemos enumerarlas. Algo parecido a Bécquer debía sentir Catulo, el poeta romano, cuando le venían a la cabeza dulces pensamientos de la mujer a la que escondía entre sus versos como su amada Lesbia. Inconfesable amor fue aquel para el poeta, pues a día de hoy no se ha podido certificar que fuera una tal Clodia, contemporánea de Catulo, a la que Apuleyo pretendió ver tras el nombre de igual valor métrico[1], la Lesbia de sus ensoñaciones poéticas.

Catulo describe de manera fidedigna su relación con Lesbia desde su inicio hasta su decadencia, desde la aspiración a compartir su vida con ella hasta el odi et amo –Odio y amo– en que naufraga entre ambos sentimientos con la rabia del que ama a alguien a quien sabe que está perdiendo. Catulo, en la línea de los neoteroi, los poetas jóvenes, que rompen las normas establecidas hasta el momento, invierte los papeles de mujer y hombre concebidos en la poesía hasta la fecha, y se presenta a sí mismo como un yo enamorado, que expresa con sinceridad sus sentimiento, y que, llegado el momento, se siente abandonado, castigado y presa de una mala mujer. Pero… Fuese o no la inspiradora de los versos de Catulo, sería conveniente rememorar aquí quién fue esta Clodia del siglo I a. C. no sin recordar que la única fuente para conocer mejor a esta mujer es Cicerón, que como optimate y defensor del orden establecido –O tempora, o mores clama por la pérdida de las costumbres del pasado– ve en Clodia la antítesis de su predicamento.
Las biografías de la patricia romana Claudia Metela, de la gens Claudia, tercera hija de Cecilia Metela y Apio Claudio Pulcro, que cambió su nombre al plebeyo de Clodia, refieren siempre los tres aspectos más destacados de su vida: el libertinaje del que siempre hizo gala, la sospecha de asesinato de su marido, su primo Quinto Cecilio Metelo Celer, y la supuesta relación con el poeta Catulo, antes mencionada.
Clodia libertina: Roma a finales de la república ensalza a un modelo de mujer, la matrona, perfectamente ejemplificado por Cornelia, hija de Escipión el africano y madre de los Gracos: sumisa, obediente, púdica, volcada en el papel de educar a sus hijos en la tradición. Esta mujer de un solo hombre contrasta con un nuevo modelo de mujer, apoyado por las leyes – progresivamente más flexibles con el género femenino– que han de amoldarse a la nueva situación, dejada por las guerras, de un copioso número de mujeres viudas o esposas de los combatientes movilizados, que en ese compás de espera han de hacerse cargo de la administración de los bienes, o, en su caso, empiezan a hacer acopio de las herencias de sus parientes cercanos masculinos muertos en el campo de batalla.
Clodia, según lo que se desprende de los textos de Cicerón, encaja en este tipo de mujer. Y también la Lesbia de Catulo, a quien el poeta invita a abandonarse juntos al placer sin tener en cuenta las habladurías de los viejos (rumoresque senum severiorum, Poema V), pero de esta relación –real o figurada– del poeta hablaremos después.

Como hemos dicho, la única fuente, sesgada pero coetánea y referida sin tapujos a Clodia, es la de Cicerón. Concretamente son dos las obras en las que alude a ella: su discurso Pro Caelio, pronunciado en el 56 a. C, para defender a este de las acusaciones de ella, como veremos a continuación, y, por otro lado, las pequeñas alusiones a nuestra femme fatale en la correspondencia ciceroniana, de un tono mucho más templado. Cicerón arremete contra Clodia en su alegato de defensa de Celio con dos objetivos: el primero, atacar –de paso– a su contrincante político Clodio Pulcher, hermano de Clodia; y segundo, defender a Celio, que ha sido acusado por Clodia de haberla intentado envenenar para no dejar testigos de un préstamo económico que ella le había concedido para una causa innoble. El argumentario ciceroniano es un ataque directo a nuestra protagonista mediante, por decirlo de manera llama, un rosario de golpes bajos. Cicerón es consciente de que su discurso escandalizaría no solo al jurado del juicio, sino también a una buena parte de la sociedad romana, y por ello la acusa de mantener una relación incestuosa con su hermano, a sabiendas de que es otra hermana de igual nombre y no ella quien yace con Clodio Pulcher; de envenenar a su esposo Quinto Cecilio Metelo Celer para ser libre; y de prostituirse tras la muerte de su marido en su casa de Baiae (in qua mater familias meretricio more vivat). Hay autores, como H. D. Rankin que apuntan –basándose en Plutarco– que la gravedad y virulencia innecesarias de las acusaciones del cónsul se deben a dos desencuentros con la familia de Clodia: el primero, al no consumarse la propuesta de matrimonio de Clodia con el propio Cicerón en la línea de las alianzas matrimoniales de la gens Claudia, impedida finalmente por Terencia, la ya por entonces esposa de Cicerón; y segundo, cuando éste aprovecha un suceso escandaloso (el asunto de la Bona Dea[2]) por parte de Clodio Pulcher, hermano de Clodia, para atacarle, con el fin de ascender en su carrera de cónsul, y que supone la ruptura total de relaciones e inicio de la enemistad con los Clodios.
Los estudiosos de la obra de Cicerón que se han interesado por el personaje de Clodia, y que han intentado desentrañar a la verdadera Claudia Metela a través de las acusaciones sesgadas del cónsul, desprenden de ellas una serie de conclusiones: primero, que Clodia quiso vivir al margen de convencionalismos, sin miedo al qué dirán; segundo, que fue utilizada como instrumento político precisamente por su poder en la sociedad, y tercero, que los ataques de Cicerón son una típica treta de abogado en defensa de su cliente, que no se corresponden con la posterior “permisividad” de Cicerón al pretender llegar a un trato “con semejante mujer”, en palabras de N. Álvarez (2010), para comprarle unas parcelas de su propiedad cercanas al río Tíber.
Clodia ¿musa del poeta Catulo? y su inolvidable historia de amor…
Lesbia, supuesta Clodia, es una mujer culta, hermosa, inteligente, que lleva una vida libertina en busca del placer personal por encima de los convencionalismos sociales y el qué dirán, y a la que el poeta ve como un sujeto cuyo atractivo radica precisamente en su naturaleza inasible. Distintos autores han apuntado la interesante idea de que la Clodia de Cicerón es también un personaje tan ficticio como la Lesbia de Catulo, por mor de una encarnizada defensa a un cliente en un juicio difícil y controvertido (R. M. Cid López). En ambos casos se trata de la construcción literaria subjetiva del personaje de la mujer libertina.
Nuestra idea de Lesbia se va formando a través de los sentimientos por ella que Catulo va vertiendo en su corpus poético. Desde el momento de su enamoramiento mismo, recogido en el Carmen LXVIII, Catulo reconoce que no le importará no ser el único (Quae tamenetsi uno non est contenta Catullo: aunque a ella no le baste Catulo solo). Pretendido o no, este discurso amoroso autobiográfico de Catulo por la mujer no convencional que “encarna” Lesbia, inaugura una nueva corriente de la poesía, porque introduce en ella el destino fatal, al igual que lo hacen sus coetáneos Propercio y Ovidio.
El poema II está compuesto a la muerte del famoso gorrión de Lesbia. El poeta se entristece con la amarga despedida, y recuerda los dulces momentos vividos con él por la joven. Este tema será recurrente en el arte como veremos a continuación.

¿Clodia ergo Lesbia?
Han sido muchos los artistas que se han hecho eco de la singular atracción de Clodia, identificada ya indisolublemente con Lesbia: desde el Renacimiento, en que figura como una de las biografías destacadas de la historia antigua en el Promptuarii iconum insigniorum, que recoge las semblanzas de esos personajes acompañados por una xilografía de los mismos en forma de medalla conmemorativa; en el campo de la pintura, el barroco Antonio Zucchi, que pinta a Catulo consolando a Lesbia tras la muerte de su gorrión, y fundamentalmente los pintores románticos, como Edward Pointer, que realiza Lesbia y su gorrión; Laurence Alma Tadema, que pinta Catulo leyendo sus poemas en casa de Lesbia, y también Lesbia llorando a su gorrión (1866); Charles Guillaume Brun, El gorrión de Lesbia (1861), o Stefan Bakalowicz, al que obsesiona el tema romano, y más concretamente la historia de amor de Lesbia y Catulo.
El género novelesco también ha recogido la historia de Clodia. Por citar solo dos ejemplos: Lesbia mía (1992), de Antonio Priante, y La muchacha de Catulo (2013), de Isabel Barceló, algunos de cuyos fragmentos podemos ver en el blog de la autora “Mujeres de Roma”. Las referencias cinematográficas a la historia de amor de Catulo y Lesbia son escasas, reduciéndose a sencillos recitados de poemas del autor en alguna película de época, como la Cleopatra (1963) de Mankiewicz, en que la inolvidable Liz Taylor recita unos versos que recuerdan a los de Catulo –sin serlo– en los que cita a Lesbia, y que son interrumpidos al entrar en escena Rex Harrison en el papel de Julio César.
[1] Este juego poético de esconder el nombre real de la amada tras otro ficticio de igual métrica fue frecuente en Roma para no comprometer la identidad de algún amor ilícito.
[2] Clodio Pulcher había profanado una ceremonia en honor a la Bona Dea, vistiéndose de mujer para acceder a ella, cuando a los varones les estaba vetada la asistencia.