POESÍA Y MÚSICA ESA RELACIÓN ¿AMOROSA?
El Atelier
Por: Inma J. Ferrero
Pese a que el ser de la música y el ser de la poesía son distintos, tanto por su origen, sus métodos y procedimientos, hay instantes de revelación o de creación en los que la música desemboca en la formación de un universo poético, y momentos en que la poesía propicia y da forma a un contenido o universo musical. Y es que la música y la poesía siempre han estado íntimamente unidas. La música obra en el sonido y el silencio, la poesía obra en la palabra. Sin embargo, las palabras también conllevan sonido y silencio. La música también conlleva significado por sí misma, igual que las palabras, y es aquí donde encontramos la estrecha relación que las enlaza y funde.
A través de la historia de la cultura y remontándonos a la antigua Grecia, nos encontramos tres tipos diferentes de poesía: lírica, dramática (teatral) y épica (narrativa). En este punto es importante subrayar que la poesía lírica se acompañaba de la música de la lira, y que los rapsodas cantaban los versos. Por lo que es importante subrayar que muchas de las obras maestras de la música han partido de un texto o un contexto literario, y muchas otras obras literarias, también grandiosas, han partido de un punto únicamente musical. Así podemos poner como ejemplo la audición de dos obras muy conocidas, la Sexta Sinfonía de Beethoven llamada “Pastoral”, cuya expresividad es la poetización de lo que acontece en el campo. De forma contraria, podemos poner la Octava Sinfonía, del mismo autor, donde la música es creada desde sí misma y no expresa absolutamente nada literario o visual y es considerada como ejemplo de “música pura”.
Son muchos los autores que han escrito sus poemas para la música, tal es el caso de Rosalía de Castro, que escribió sus versos “Cantares Gallegos” a tal fin.
“As de cantar
Meniña gaiteira,
As de cantar
Que me morro de pena
Canta meniña
Na veira da fonte,
Canta dareiche
Boliños do pote.
Canta meniña
Con brando compas,
Dareich' unha proya
Da pedra do lar…”
Por lo que podemos sostener que una sola palabra es capaz de desencadenar todo un contexto musical; asimismo, una nota musical, un motivo o un timbre de cualquier instrumento, contextualizándolo de determinada manera, puede desencadenar una serie de pensamientos poéticos, filosóficos, sociales, retóricos, etc., y también expondrían un sin fin de posibles relaciones entre palabra y música.
La palabra desde el ámbito de la poesía adquiere una musicalidad propia, creando así la eficaz comunicación del ser aún más abstraído, tal es el caso del llamado “Cancionero” donde los poemas se agrupaban en canciones y decires: las canciones eran escritas para ser cantadas, e incluso existieron Cancioneros musicales; y los decires que se escribían básicamente para ser leídos o recitados. La poesía pues, tiene ese elemento, en determinados estilos, común e indispensable con la música, y esto es la abstracción, cosa que no logran otras formas de escritura como la prosa.
Cualquier cosa escrita o dicha, nos sugiere un ritmo o nos refiere cierta entonación. Cualquier melodía, nos hace pensar e imaginar tantos universos como sean posibles. Según Humberto Eco, las obras literarias nos invitan a la libertad de la interpretación, porque nos proponen un discurso con muchos niveles de lectura y nos ponen ante las ambigüedades del lenguaje y de la vida.
El ritmo es a la música lo que la palabra a la idea y el paralelismo que esto conlleva hace un todo más completo y complejo, decía Vicente Aleixandre: “La música es la poesía que ha transcendido porque no necesita de la palabra”. Y es que la idea de música siempre ha ido insertada de alguna manera en la poesía, ya sea explícita o implícitamente, deduciendo esa “musicalidad” (ritmo) que nos resuena mentalmente mientras leemos o escuchamos algún verso rimado.
La primera impresión: Cuando usamos un texto para la música, nos viene a la mente algún tipo de melodía que exprese la idea textual, cuando hay recitador y el texto no se canta; de todas formas, inconscientemente, buscamos la forma de que la música exprese lo dicho. Un buen ejemplo al respecto es “As froliñas dos toxos” poema de Antón Noriega Varela, fueron musicadas por el compositor catalán Eduard Toldrá en 1951, el cual también puso música al hermoso poema “Madre unos ojuelos vi” del poeta Lope de Vega.
“Madre, unos ojuelos vi.
verdes, alegres y bellos.
¡Ay, que me muero por ellos,
y ellos se burlan de mí!
Las dos niñas de sus cielos
han hecho tanta mudanza,
que la calor de esperanza
se me ha convertido en celos.
Yo pienso, madre, que vi
mi vida y mi muerte en ellos
¡Ay, que me muero por ellos,
y ellos se burlan de mí!
¡Quién pensara que el color
de tal suerte me engañara!
pero ¿quién no lo pensara,
como no tuviera amor?
Madre, en ellos me perdí,
y es fuerza buscarme en ellos.
¡Ay, que me muero por ellos,
Y ellos se burlan de mí! "
Sin querer sobreponer la palabra a la música ni darle mayor relevancia sobre las artes como algo necesario, diremos que sin las palabras, sin el texto o sin la partitura, la ejecución y la audición poco o nada podría expresarse. Ya que ambas manifestaciones son necesarias para la comunicación. Llegamos pues a la idea del “contexto” de la creación artística que se desarrolla en un mundo que comprende paralelismos, convergencias y divergencias entre el arte y la música con respecto a la palabra. Llegados a este punto, para mí es importante señalar que en ningún momento quiero decir, ni insinuar que la música esté a merced del texto o que el texto explique lo que suena, ya que no siempre sucede así.
La música creada en relación con algunas formas poéticas, es otro recurso recurrente en la composición. Ya que la relación música-poesía o poesía-canto no es nada nuevo, pues a través de la historia contamos con muchos ejemplos a este tenor. Conviene señalar que no son sólo los poetas desde el siglo XVII al XXI, los que han escrito poesía para la música o poesía que más tarde ha sido musicada, sin que haya tenido nada que ver en ello el deseo del autor. El interés de la música, más concretamente de los compositores, hacia la poesía también recae en la poesía medieval, renacentista, romancista, etc. Como es el caso de Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz, Lope de Vega, incluso Jorge Manrique, del cual han sido musicadas sus “Coplas” por el vihuelista y compositor Alonso Mudarra, gran exponente del Renacimiento español, que publicó en Sevilla en 1546, sus “Tres libros de música en cifra para vihuela”
Este también es el caso de “Rimas y Leyendas”, la obra más célebre de Gustavo Adolfo Bécquer. Muchos de los poemas de este libro fueron utilizados por el compositor Isaac Albéniz, para componer música destinada al acompañamiento del canto o la recitación, lo que supuso una de las primeras obras para voz y piano del genial pianista y compositor. Como ejemplo, la rima VII.
"Del salón en el ángulo oscuro,
de su dueña tal vez olvidada,
silenciosa y cubierta de polvo
veíase el arpa.
¡Cuánta nota dormía en sus cuerdas
como el pájaro duerme en las ramas,
esperando la mano de nieve
que sabe arrancarlas!
¡Ay! pensé; ¡cuántas veces el genio
así duerme en el fondo del alma,
y una voz, como Lázaro, espera
que le diga: «¡Levántate y anda! "
En el caso de León Felipe muchos de sus poemas fueron recogidos en un álbum que lleva por título “Versos y canciones de caminante” y que fue nominado y finalista como “mejor álbum de música clásica” en los premios nacionales de la música independiente (MIN). En el caso de Miguel Hernández, Antonio Machado y Rafael Alberti, son muchos los cantautores que han llevado sus poemas a la música, como es el caso de Joan Manuel Serrat, Amancio Prada, entre otros.
Llegados a este punto y para finalizar, solo me resta señalar que el reencuentro de lo musical con lo poético se produce en ese horizonte en el que ambas artes trascienden sus limitaciones, y que ambas están destinadas a permanecer enlazadas entre sí a lo largo del tiempo, puesto que el objeto poético no es exclusivo de la poesía o la palabra, como el objeto musical no se limita única y exclusivamente a la especialización del oficio de músico. No cabe la menor duda: A la sensibilidad interna e incluso externa, que al momento de enfrentar la poesía a la música, ambos elementos estarán presentes uno en otro, y seremos capaces, según nuestra competencia sensible, de notar los paralelismos entre una y otra y de generar convergencias, o de acertar en los puntos en que se unen y separan poesía y música.