PALABRAS CON HISTORIA|DEMOCRACIA

Palabras con Historia

Por: Marcos López Herrador


Sistema político en el que el pueblo ejerce la soberanía, designando y controlando a sus gobernantes a quienes elige libremente para periodos de tiempo determinados.

No cabe duda que esta es una buena definición.  No obstante, se suele simplificar diciendo que la Democracia es el gobierno del pueblo.

Cuando nos referimos a la Democracia ocurre como con tantos conceptos básicos: que todo el mundo parece convencido de saber lo que significa, pero que a la hora de la verdad pocos saben explicar, y resulta que cada cual tiene su propia idea, como si el significado pudiera ser a gusto del que opina, cosa ésta muy propia del relativismo intelectual en el que nos desenvolvemos habitualmente.

Convendría advertir sobre el uso de la definición más simple de que la Democracia es el gobierno del pueblo, porque, con frecuencia, suele utilizarse para manipular su verdadero sentido, ya que, dicho de ese modo, lo mismo nos podemos estar refiriendo al anarquismo como forma de democracia directa o al comunismo como una forma de democracia asamblearia de soviet. No olvidemos con qué frecuencia las repúblicas comunistas han sido y son llamadas repúblicas democráticas.

Quienes dominan el arte de la manipulación de masas suelen apelar a que la expresión más pura de democracia es aquella que se manifiesta cuando el pueblo directamente decide votando, pero esto, que es verdad, no es toda la verdad. Quienes pretenden que este sea el mecanismo habitual de toma de decisiones políticas, lo llaman democracia directa o democracia asamblearia, y se cuidan muy mucho de decir que, en realidad, de lo que son partidarios es de los soviets o de los círculos anarquistas.

La democracia occidental es la que conocemos. Es el sistema político basado en la democracia representativa, en la que el pueblo, libremente informado, elige a sus representantes para que gobiernen durante un periodo limitado, sometidos al control del parlamento y al imperio de la ley y la justicia, como poder independiente del Estado. Es esta forma de democracia, y no otra, la que se cree comúnmente que ha proporcionado a quienes la disfrutan los más altos niveles de libertad, seguridad, participación, solidaridad, protección de los derechos humanos, prosperidad, convivencia y justicia que la humanidad ha conocido en toda su historia. Se nos ha convencido de que, como toda obra humana no será perfecta y su materialización práctica merecerá todas las críticas que se nos puedan ocurrir, pero, repito, en nosotros se ha implantado la idea de que no ha existido un sistema político que produzca mayores beneficios para los ciudadanos que tienen la fortuna de disfrutarlo.

Pues bien, toda esta construcción se fundamenta en el principio de representatividad, sin el que el gobierno del pueblo, en la práctica, se convierte en imposible. Gobernar es gestionar los asuntos públicos, ejercer las funciones y desarrollar las competencias establecidas para cada órgano de gobierno y para cada cargo. Se trata de una labor compleja que requiere de una dedicación constante por parte de personas preparadas con una cualificación adecuada y experiencia suficiente, que asumen la responsabilidad de sus actos de gobierno. Quienes gobiernan deciden con continuidad y manteniendo criterios básicos de interés general basados, a veces, en información reservada que pocos deben conocer, y suelen tomar decisiones al margen de estados de ánimo o pasiones irracionales. Es evidente que el pueblo como tal es incapaz de desplegar esta actividad y por eso delega en aquellos que cree competentes para llevarla a cabo y responder ante él de su gestión.

Cabe decir a continuación que, si la Democracia se fundamenta en la representatividad, ésta se fundamenta a su vez en el principio de responsabilidad. El representante ha de ser responsable ante quien le ha elegido, porque este hecho forja la calidad de sus decisiones y de sus actos, obligándole a actuar con rigor y al servicio de los intereses generales.

Nuevamente, hay que decir que las decisiones del pueblo no están sometidas al principio de responsabilidad, porque el pueblo es soberano y no responde ante nadie, por lo que, si se apelara continuamente a su decisión directa sin que se tratara de asuntos absolutamente excepcionales o fundamentales, más que decisiones, lo que se acabarían recogiendo sólo serían estados de ánimo coyunturales.

A la decisión directa del pueblo sólo debe apelarse en los casos y para los asuntos estrictamente contemplados por la ley.

Quienes apelan a la democracia directa, a que voten las bases al margen de lo que está previsto en la norma, porque no puede haber mayor manifestación de democracia que votar, son enemigos de la democracia representativa y por tanto de la Democracia.

La clave es que el pueblo, que es soberano, también está sometido a la ley, a su propia ley, que tiene que respetar y cumplir. El derecho a decidir, si no está en la ley, no existe. El pueblo no puede votar sobre lo que la ley prohíbe o no tenga previsto que vote, salvo que se modifique previamente la propia ley.

Es imprescindible tener claro que la voluntad popular democráticamente expresada es superior a la ley y, por tanto, puede promulgarla, modificarla o derogarla, pero no está por encima de la ley, porque pudiendo hacer todo eso, lo que no puede hacer es incumplir la ley vigente.

No es democrático votar sobre cualquier cosa, por muy democrático que sea el método utilizado y la votación, si la ley no lo ampara y faculta.

La ley es tan esencial a la Democracia, que sin ella no llega siquiera a existir. A estos efectos, muchos parecen confundir su naturaleza con la de los derechos humanos. Estos existen por sí mismos, con independencia de que la ley de cada país los reconozca o no, pero la Democracia no puede existir sin una ley que la sostenga y regule. Sin una constitución que la proclame, no existe. Por eso es tan fundamental que todo proceso democrático respete la ley vigente.

Lamentablemente para aquellos que creen en el funcionamiento de este sistema político, en los últimos tiempos, y en todo el mundo, podemos constatar cómo estos principios tan sencillos y tan básicos se conculcan habitualmente, convirtiendo la Democracia en mera apariencia, que solo sirve para encubrir las totalitarias ambiciones de las élites mundialistas, en el pretendido uso ilimitado de su poder.

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