APROPIACIÓN CULTURAL INDEBIDA
Por: Antonio Tello
La apropiación de bienes culturales –tangibles e intangibles- está ligada desde antiguo al colonialismo y al capitalismo, y considerada negativamente desde mediados de la década de los 70 del siglo XX. Una definición precisa de la noción favorecería dilucidar lo positivo y lo indebido de la apropiación evitando el celo radical de los vigilantes de la corrección política que daña, confunde y desvirtúa un sano y enriquecedor factor de progreso.
El saqueo colonialista ha sido la principal fuente de fondos que ha nutrido los grandes museos europeos, especialmente los de Alemania, Gran Bretaña y Francia, donde se pueden ver piezas procedentes de Medio Oriente, Asiria, Babilonia, Antigua Grecia, Egipto y de otras partes del mundo, como la isla de Pascua. Un saqueo que nadie cuestionó hasta que algunas personas de los países damnificados empezaron a reclamar lo que les pertenecía, como es el caso de Melina Mercouri, la inolvidable actriz de “Nunca en domingo”, cuando fue designada ministra de cultura de Grecia (1981-1989). En 1983, la actriz griega se dirigió de este modo al Parlamento británico:
“Ustedes deben entender lo que los mármoles del Partenón significan para nosotros. Son nuestro orgullo. Son nuestros sacrificios. Ellos son el más noble símbolo de nuestra excelencia.
Son el tributo a la filosofía de la democracia. Son nuestras aspiraciones y nuestro nombre. Ellos son la esencia de lo griego […] Le decimos al Gobierno británico que ellos han guardado esas esculturas por dos siglos y las han cuidado tan bien como han podido, por lo cual les damos las gracias, pero, en nombre de la equidad y la moralidad, por favor, devuélvanlas”.
Pero el encendido discurso de Mercouri apenas si surtió efecto en los británicos y no fue hasta 2008 que el Reino Unido devolvió sólo un fragmento de un friso del Partenón.
Recientemente, en 2017, la Corte Constitucional de Colombia instó a su Gobierno a iniciar ante España las gestiones para la devolución del llamado Tesoro de los Quimbaya, 122 piezas de oro precolombinas, que en 1893, el entonces presidente colombiano, Carlos Holguín, donó imprudentemente al Gobierno español sin tener en cuenta ni su valor cultural y artístico ni sus límites para disponer de un bien emblemático de la cultura colombiana. Este ejemplo pone de manifiesto que no siempre las apropiaciones son fruto del robo explícito sino también de la falta de sensibilidad o de respeto de las autoridades locales con su propio patrimonio cultural.
La noción de apropiación cultural en un sentido amplio alude a la adopción de elementos propios de una cultura por parte de otros ajenos a ella o bien a la violación de los derechos de propiedad intelectual. Tanto los elementos como los límites de la propiedad se presentan difusos, sobre todo cuando no están focalizados en obras o creaciones artísticas, sino en producciones simbólicas, ya sean folclóricas, religiosas, etc., y esto da pábulo a los excesos con que ciertos defensores desvirtúan la justicia de una causa. De hecho, la apropiación cultural puede ser considerada como un movimiento genuino del proceso civilizatorio. No hay ninguna cultura en la historia de la humanidad que no haya progresado sin establecer vías de donaciones y apropiaciones con otras. En todo caso, los robos y usurpaciones se verifican en el orden patrimonial o cuando los elementos propios son enajenados por una cultura impidiendo que la afectada pueda seguir usándolos o beneficiándose de ellos.
Picasso tomó de la pintura egipcia antigua y de las máscaras africanas los principios plásticos básicos que dieron lugar al cubismo; George Lucas se inspiró en “La fortaleza escondida”, de Akira Kurosawa y este tomó elementos occidentales de Shakespeare, Dostoievsky y Hammet, entre otros, y, entre infinidad de otros ejemplos, ahí tenemos nuestro alfabeto, fruto de un largo proceso de adopción y modificación de grafías y fonéticas que tienen su cuna en las lenguas y escrituras semíticas, egipcias y griegas, o la “apropiación” occidental de los números arábigos y del número cero y del sistema decimal indio para las matemáticas. Esto significa que así considerada la apropiación cultural es un modo de adoptar, transformar y crear un nuevo elemento resignificado a partir de una comunicación entre lo propio y lo ajeno cuyos límites se difuminan en beneficio del progreso humano.
Desde este punto de vista no debe confundirse este tipo de apropiación con aquella cuyo propósito es el uso y disfrute egoísta de un bien cultural generado por un individuo o una comunidad. Se trata en este caso de una apropiación cultural indebida que daña los intereses de un grupo o comunidad u ofende las creencias de sus creadores. Es en este apartado en el que se encuadran las usurpaciones de autoría, sobre todo en música y literatura, o los plagios literarios.

El rey león y otras historias de despojos
Así como los países colonialistas se apropiaron indebidamente de miles de piezas arqueológicas de antiguas culturas, la historia de la música y la literatura está plagada de casos de flagrantes que han causado graves daños económicos y morales a los autores originales de las obras. Un caso interesante que si bien ya había salido a la luz algunas décadas atrás, volvió a la actualidad tras el éxito mundial de la película animada “El rey león”, estrenada en 1994 y reestrenada en 3D en 2014, cuando en 2004 los herederos del autor de la canción “Mbube” o “The Lion Sleep Tonight” (“El león duerme esta noche”) antepusieron una demanda a la compañía Walt Disney reclamando las correspondientes regalías.
Pero esta historia venía de lejos, allá por 1939, en Johannesburgo (Sudáfrica), cuando un obrero zulú de nombre Salomon Linda y los amigos con los que formaba el grupo vocal Evening Bird, entraron en el estudio de grabación de un blanco llamado Eric Gallo y grabaron con un rudimentario acompañamiento instrumental la rítmica “Mbube” (El león). A pesar de que la canción se convirtió en un éxito y por años la música de los coros zulúes fue llamada mbube, Linda y sus amigos recibieron a modo de compensación media libra esterlina y continuó barriendo y acomodando bultos en los galpones de “Gallo Records”.

Pero, doce años más tarde “Mbube” había traspasado las fronteras del país y del continente y llegó a oídos de Pete Seeger, quien no dudó en incorporarla a su repertorio llamándola “Wimoveh”. Pero no sólo cambió el título de la canción sino también el nombre de su autor, quien pasó a ser Paul Campbell, seudónimo utilizado para cobrar las regalías cuando se grababan piezas folklóricas. Pero Seeger no disfrutó mucho del éxito, ya que fue perseguido y censurado por el macarthismo, de modo que “Wimoveh” quedó en el aire hasta que en 1961, la RCA encargó a George Weiss que la adaptara para el grupo The Token. Weiss hizo los pertinentes arreglos para una canción de cuna pop llamada “The Lion Sleep Tonight”, cuyos autores pasaron a ser el arreglista y los productores Luigi Creatore y Hugo Peretti. El 8 de octubre del año siguiente, en un suburbio de Johannesburgo moría Salomon Linda en la más extrema pobreza, tanta que su familia no tenía ni para pagarle una lápida. El poco dinero que Seeger había dispuesto pasarle al autor de “Mbube” recién llegó a su familia en los años ochenta.
En 1990, cuatro años antes de que Disney estrenara “El rey león”, la editorial Wimoveh llevó a los tribunales a los autores de “The Lion Sleeps Tonight” y en el curso del juicio salió a la luz el nombre de su autor original y el juez dispuso que parte de los derechos de autor fuesen a parar a la familia de Salomon Linda. En 2000, el periodista sudafricano Rian Malan, como cuenta el español Diego a Manrique en una nota publicada por el diario El País, relató el largo y tortuoso camino del mayor éxito musical salido de África. Disney, demandada en 2004, acabó pactando el pago de regalías por el uso de la canción en su exitosa película. Si bien las cantidades no han sido reveladas parecen asegurar una vida digna a los herederos de Salomon Linda.

El saqueo muchas veces sigue caminos distintos y se encarnan en saqueadores seriales, como ha sucedido con Jimmy Page, el carismático guitarrista de Led Zeppelin, una de las bandas de rock más famosas de la historia de la música pop. Page no tuvo ningún tipo de escrúpulo a la hora de atribuirse la autoría de decenas de canciones procedentes del folk y del blues a cuyos creadores originales despojó de miles de dólares. Algunos de los éxitos más grandes de Led Zeppelin como “Whole Lotta Love” o “Dazed and Confused”, resultaron ser de Willie Dixon (“You Need Love”) y de Jak Holmes.
Tampoco está clara la situación de la icónica “Starwaiy to Heaven”, que al parecer tiene partes de “Taurus”, una pieza del grupo californiano Spirit.
En el campo de la literatura también son frecuentes los robos, tanto por parte de los autores como de las editoriales. Estas últimas no sólo meten la mano en las regalías de los autores sisándoles cantidades, sino que hasta se apropian de sus creaciones. La piratería de los grandes grupos editoriales suele aprovechar resquicios que dejan las leyes de propiedad intelectual. Hay que partir de la idea de que la industria editorial funciona sobre la base de este saqueo y de la apropiación indebida de los derechos de
autor, especialmente de las llamadas “obras de encargo”, las cuales dan lugar a la expoliación de cantidades millonarias que anonimizan a los autores mediante seudónimos, diluyendo su autoría con el añadido de seudoautores (diseñadores, ilustradores, productores, editores, etc.) o lisa y llanamente quitando sus nombres de las tapas u ocultándolos en el interior.
El plagio es un recurso que no sólo afecta a autores mediocres sino también a algunos consagrados por la industria y en algunos casos dotados de cierto talento intelectual. En 1994, el español Camilo José Cela, quien había obtenido en 1989 el premio Nobel de Literatura, obtuvo el premio Planeta con la novela “La cruz de San Andrés”, que resultó ser “Carmen, Carmela, Carmiña (Fluorescencia)”, una obra creada por María del Carmen Formoso según la Justicia le dio la razón diez años más tarde.

En 2006, el premio La Nación-Sudamericana a la novela “Bolivia Construcciones”, de Sergio Di Nucci, fue revocado una vez que se constató que era un plagio de “Nada”, novela de la española Carmen Laforet con la que en 1945 había obtenido el premio Nadal y en 1948 el Fantesrath de la Real Academia Española. Ese mismo año, el premio Planeta a la novela “El conqusitador”, del argentino Andrés Andahazi, también fue cuestionado al revelarse un plagio de “Los indios estaban cabreros”, de Agustín Cuzzani. Asimismo, en 2015, el periodista Leonardo Haberkon descubrió que “Plata quemada” de Ricardo Piglia contenía párrafos enteros copiados de una crónica publicada por el diario uruguayo “Acción” en 1965, cuando se produjeron los hechos relatados en la novela. Cabe recordar que el premio Planeta concedido a “Plata quemada” también se vio envuelto en una polémica a raíz de una denuncia presentada por el escritor Gustavo Nielsen, quien consideró que había sido perjudicado, hecho que fue estimado por la Justicia que estimó que el premio había sido “redireccionado”.
La estupidez desvirtúa la causa
Del mismo modo que la ignorancia o la superficialidad que sostiene la jerga inclusiva desvirtúa la causa por la igualdad social de la mujer, los excesos y delirios de quienes dicen luchar contra la apropiación cultural amenazan con desvirtuar su sentido positivo.
Ya en 1986, el cantante Paul Simon había sido acusado de apropiación cultural por usar música africana en su disco “Graceland”, lo cual, con este criterio, cabía suponer que ningún negro podía cantar ópera o jugar al fútbol. Pero los vigilantes de la corrección política no reparan en la estupidez de sus posiciones y también cuestionaron a The Beatles por el uso del sitar, instrumento propio de la India, en la canción “Whitin Whitout You”. Más recientemente las cantantes Iggy Azalea, Rihanna y Rosalía han sido víctimas de airadas reacciones, por ser una australiana blanca que canta hip-hop, una negra de Barbados por vestir un traje tradicional chino en la portada de una revista o una española que “usurpa” la designación latina, término, según los puristas radicales privativos de la población americana de raíz hispana.
Pero quienes piensen que este es el límite de la necedad social se equivocan. Allí están para demostrarlo el escritor jamaicano Marlon James y la actriz estadounidense Scarlett Johansson también acusados de apropiación cultural. Al primero se lo condena por escribir la novela “Leopardo negro, lobo rojo”, ambientada en África, lo cual llevaría a condenar por lo mismo a Isak Dinessen, y a Sidney Pollack por dirigir la versión cinematográfica de esta novela, o a Shakespeare por escribir “Romeo y Julieta”, una historia de tradición véneta, o a Emilio Salgari por escribir la saga de “Sandokan”, cuyas aventuras transcurren en Malasia, en fin.
El caso de Scarlett Johansson raya con la idiotez, considerando que esta (idiocia) es el grado más profundo del retraso mental. La actriz, que ya había sido acusada de apropiación cultural por encarnar a una asiática en la película “Ghost in the Shell”, volvió a ser atacada y obligada a renunciar a interpretar el papel de un hombre transexual en “Rub & Tub”. En una entrevista a la revista “As If”, Johansson declaró:
“como actriz debería ser capaz de representar a cualquier persona o a cualquier animal, o cualquier árbol, porque ese es mi trabajo y esos son los requisitos de mi trabajo”.
Ante tanta ignorancia y estupidez generalizadas, que llevan hasta a una drag-queen a denunciar a la cantante Ariana Grande por plagio de su estilismo, cabe preguntarse si la actriz Tilda Swinton encarnará a David Bowie en la película biográfica del músico o si Halle Baley renunciará a su papel protagónico en “La Sirenita”, siendo ella negra y la historia escrita por el blanco danés Hans Christian Andersen o si la lengua original de difusión de “El rey león” será la kikuyu o la kiswahili en lugar del inglés. Cabe preguntarse asimismo si estos grupos tan políticamente correctos realmente están preocupados por la apropiación cultural realmente indebida que afecta a los derechos de los pueblos y de los individuos o son ignorantes funcionales a las tendencias disgregadoras y deslegitimadoras que impulsa el sistema.