MUJER, LA LITERATURA COMO ESCAPARATE

Por: Carmen García González


En este brevísimo recorrido por los personajes femeninos en literatura occidental; veremos como  a la mujer se le ha destacado por su belleza, por la falta de ella, su maldad (caso de hechiceras, brujas o mujeres de mal vivir), su accesibilidad o sus acciones.  

Desde Helena de Troya hasta Lisbeth Salander, (la protagonista de la exitosa trilogía sueca Millenium), los personajes femeninos en la literatura han evolucionado a la par que evolucionaba la sociedad.

En “La Ilíada” Troya cae por la belleza de Helena y en “La Odisea” Penélope espera sufriente , tejiendo un  interminable tapiz, a que regrese su esposo, el guerrero Ulises.

En las tragedias griegas, Clitmenestra o Medea, son los hechos de los hombres, los que convierten a estas mujeres en seres malignos y vengativos.

Cuando el cristianismo arrasa con el mundo clásico y lo que queda de él se refugia en los copistas de los monasterios, los personajes femeninos pierden categoría terrenal  y la mujer adquiere un  papel de musa y mito inalcanzable.

La doncella, la dama, es un ser etéreo para el amado. Los caballeros medievales llevan anudado en el brazo las cintas de la amada, por la cual se enfrentan a todo tipo de peligros, son las novelas de caballería, surgidas a la sombra de los grandes poemas épicos: “Tristán e Isolda”, “La canción de Roldan”, “La muerte del rey Arturo”, “El Cantar del Mío Cid”. En todos, ellas (Isolda, Ginebra, Jimena…) esperan a su amado caballero, sea su marido o no. No existe la mujer de clase baja, las campesinas no despiertan la pluma de los bardos, más allá de alguna pastora de belleza deseable por los nobles.

Pero volviendo a las damas deseadas, es Miguel de Cervantes con “El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha” donde el autor satiriza a este tipo de musa, transformando a una aldeana de pueblo, Aldonza Lorenzo, en la amada inalcanzable de Don Quijote, Dulcinea del Toboso. Cervantes retrata todo tipo de personajes femeninos en su Quijote,  mujeres de carne y hueso, desde las más vulgares, las mozas de las ventas, hasta las de clase alta, como la Duquesa que juega con los sentimientos y las aspiraciones de los dos protagonistas.

Otro personaje tipo en la literatura es el de la mujer hechicera o bruja, adoradora del demonio, a la que casi siempre se la representa vieja, fea, contrahecha y muchas veces loca. Ahí tenemos sin ir más lejos, a estos personajes que sobre todo ha encumbrado el teatro: las brujas de “Macbeth” o   “Celestina”, alcahueta y mala persona que desata la tragedia de “Calisto y Melibea” nuestros «Romeo y Julieta» particulares.

   Con la llegada de la Ilustración y la Revolución Francesa comienza a cambiar, aunque muy lentamente, el papel de la mujer sobre todo en Europa. La mujer tiene más acceso a la cultura, y los editores se dan cuenta de que las nuevas burguesas, y  no solo las aristócratas, saben leer y les gustan las historias de mujeres: las heroínas ya no son meros objetos de deseo, a ellas también las mueven las pasiones.

Surgen las llamadas novelas góticas (“Mademoiselle de Marsán” de Charles Nodier), donde todo es emoción, sentimiento y tragedia.

El Romanticismo como corriente literaria está en su cénit. Desde Walter Scott con “Ivanhoe” hasta  Víctor Hugo con “Los Miserables” la mujer se transforma en protagonista de las tramas al lado de los hombres que ama y por los que lucha.

Ya entrados en el siglo XIX, escritoras como las hermanas Brönte, herederas de la escritora Jane Austen (cuyas novelas relatan magistralmente el mundo femenino en Inglaterra, donde las muchachas casaderas de clase alta son expuestas como ganado para que las escojan como esposas), convierten a sus protagonistas en  heroínas a medio camino entre el romanticismo y el realismo pragmático que se va imponiendo en la sociedad; como nos describen en sus novelas “Jane Eyre” y “Cumbres borrascosas” y “Agnes Grey”.

Toda corriente cultural es sustituida por otra totalmente contraria a la que reemplaza; de los supuestos del romanticismo, se pasa al realismo, y nacen precisamente las tres grandes novelas protagonizadas por mujeres del siglo XIX: “Madame Bovary”, “Ana Karenina” y “La Regenta”.  Tres mujeres marcadas en su destino por el amor, o más bien por la falta de él, y cuyo adulterio (el de las tres) termina trágicamente en muerte física o social, en el caso de La Regenta. Las tres novelas utilizan estos dramas para retratarnos de forma magistral las sociedades en las que viven sus protagonistas, asfixiadas por matrimonios desgraciados y castigadas por sus devaneos.

Con la llegada del siglo XX, los esquemas de la novela tradicional se rompen, ya no solo es principio,  nudo y desenlace. Nacen las vanguardias y el surrealismo, el mundo cambia y los autores experimentan nuevas formas de narrar.

    La mujer como personaje literario se va adaptando a estas nuevas fórmulas, surgen géneros distintos: la novela negra, la ciencia ficción, el género de terror (ya cultivado por Edgar Allan Poe o Bécquer), la novela fantástica, o la novela como propaganda política (“La madre” de Gorki). En todos ellas la mujer afronta un nuevo destino; ya no es la amada inalcanzable, ni la bruja, ni la burguesa ociosa, ni la heroína romántica. Ahora trabaja fuera de casa, gana un sueldo, es independiente, puede ser desde una asesina (aunque generalmente es una víctima en los cientos de novelas de género negro que se publican),  hasta una madre coraje que lucha por su pueblo y por sus hijos, fatal  devora-hombres, astronauta, prostituta (personaje muy querido también por el género negro) o presidenta de un país.

Pero si hay dos nombres de mujer que han traspasado la literatura para convertirse en iconos y dar pie a una forma de actuar y de ser en el universo sobre todo masculino, estos han sido los de Carmen y Lolita.

Carmen, la creación del escritor del  siglo XIX  Prosper  Mérimée, mujer de rompe y rasga,  libre para amar al que se le antoje, y cuyo destino es trágico precisamente por eso: por ser libre. Carmen una especie de “alter ego” femenino del don Juan, pero mientras que para don Juan, ser libre para sus seducciones no tiene ninguna importancia, para Carmen su libertad para escoger amores se traduce en su pecado.

Lolita, la niña protagonista de la novela de Nabokob, que da su nombre precisamente a este tipo de niña/adolescente que seduce a los hombres adultos; porque seduce ella, aunque acabe de dejar de jugar con muñecas. ¿No es paradójico?  ¿Cuántas Lolitas pueblan novelas escritas por hombres?

Volviendo al principio, en la saga Millenium el personaje de Lisbeth Salander, nos muestra  un nuevo tipo femenino en la literatura: libre, violento, arriesgado, complicado, una hacker superdotada, que no concuerda muy bien con el concepto de lo femenino, pero en el que  se ven reflejadas muchas chicas de hoy.

Es curioso que ha surgido una literatura escrita para mujeres y por mujeres  “erótico/festiva”, con un pie en la pornografía y que tiene hoy en día una gran demanda. No es otra cosa que las mal llamadas novelas románticas a las que ahora se les añade sexo más o menos explícito, y aunque no deja de ser una anécdota cuenta con millones de lectoras. Quizás heredera de aquellas otras novelas eróticas convertidas en clásicos, aunque no eran de más nivel que estas, pero cuyos lectores eran hombres generalmente como “Fanny Hill” (escrita en el siglo XVIII)

La escritora Laura Freixas,  en una de sus muchas conferencias asegura que se le ha dado poca importancia a la relación materno-filial en las distintas ficciones. Sin embargo, tenemos casos últimamente de novelas donde la importancia de esta relación se hace evidente, la escritora norteamericana de origen chino Amy Tan, basa precisamente en estas relaciones el argumento de casi todas sus novelas.

Les propongo un juego (a las mujeres, aunque los hombres también podrían hacerlo, pero en su género), búsquense en algunos de los personajes femeninos que retrata con maestría  la novela más representativa del realismo fantástico sudamericano: “Cien años de soledad” de García Márquez, seguro que encuentran alguno a su medida.

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