LA MIRADA DE LOS VIAJEROS ROMÁNTICOS | CARTAS DE VIAJES A ORIENTE DE GUSTAVE FLAUBERT
Posted on: 15 diciembre, 2017 /
Literatura de viajes y espacio urbano
Por: Almudena Mestre
Los relatos de viajes trazan y representan los extremos del mundo dando derecho a la fantasía y la imaginación para recrear el mundo de lo otro, tierras, civilizaciones e historias humanas. El relato supone un desplazamiento que traza la distancia entre lo conocido y lo ignoto, incitando a la curiosidad y al descubrimiento. En todo relato de viajes se articula un doble registro, narrativo y descriptivo, trazando una línea que separa la tensión entre geografía y viaje. Narra una secuencia entre la que la curiosidad y la fantasía se encuentran en el imaginario del relato. En el S.XVIII, los relatos del viajero ilustrado estaban atentos al descubrimiento y eran fieles a la descripción de la observación y experimentación. En el S.XIX los viajeros dejaron como legado histórico un sinfín de curiosidades, observaciones científicas y experiencias que ayudaban a trazar el nuevo mapa del mundo donde triunfaba el exotismo, la observación y el análisis.
En el libro Delacroix, Flaubert y Nerval, tres viajeros románticos vemos cómo los viajeros se centran en el Oriente atraídos por el perfume de un mundo exótico y lejano en el imaginario cultural del XIX. De esa forma buscan nuevas formas de expresar los orígenes a través de lo clásico. En Delacroix en 1832 en su Viaje a Marruecos se cruzan texto y pintura en un juego de relaciones plasmadas en acuarelas y dibujos a carboncillo por las ciudades de Tánger, Argel y Meknes. Delacroix cultiva la literatura de viajes desde más de un arte: la pintura y la literatura, es decir, lo pictórico y la escritura. Gérard de Nerval a través del viaje se sumerge en el simbolismo europeo y se llega a convertir en un egipcio antiguo, en un druso en el Líbano o el practicante del Ramadán en Turquía. No obstante, siente desilusión y decepción cuando visita El Cairo e intenta recordar las imágenes que tenía en su mente antes de su partida. En Flaubert su voluntad de viajar se expresa en su novela de juventud Noviembre (1840-42) reflejándose en la propia ensoñación del personaje con mimetismo autobiográfico. A diferencia de Delacroix, Flaubert pasa de lleno por la literatura donde todo el imaginario del viajero que lee y sueña un Oriente nunca visitado.
El interés del viaje de los románticos se centra en aquello se dice sobre la alteridad. El viajero construye su propia identidad, definido por identidad o rechazo de la alteridad. Edward Said habla en obra El Orientalismo de un nuevo paradigma en la literatura de viajes. Debido al dominio de Occidente sobre Oriente, el viajero justifica una forma de dominio basada en una política imperialista o colonialista que se transmite en una mirada desde una época histórica y el pensamiento. Oriente sirve para redefinir Occidente, es lo contrapuesto a todo lo Oriental ya sea en experiencias, formas de vida o en imágenes; a partir de ahí, cambia por completo el concepto abstracto del canon occidental.
En medio de la situación histórica francesa, posterior a la Revolución 1789 surgen las crisis de las clases burguesas y el Romanticismo aparece como una afirmación de la individualidad contrapuesta a la Razón, con una primacía de subjetividad y una búsqueda de una política, una sociedad y un pensamiento de futuro, en otros lugares de la alteridad.
Flaubert compartía con los románticos el carácter subjetivo, la crítica a la sociedad heredada, la búsqueda de valores y la importancia de vivencias, sensaciones y sentimientos. El viajero romántico narra sensaciones, impresiones y recuerdos de Oriente; una visión sensitiva y sensual. Para él, viajar es una experiencia mística, un encuentro con los espectros del pasado. Viajar quiere decir encontrar la solución de un misterio, tropezar con una aparición caracterizada por un momento significativo.
El viajero romántico busca las raíces religiosas y míticas, vuelve y regresa a los orígenes. En la Edad Media el destino del viaje había sido los Santos Lugares, en el Renacimiento las Indias Occidentales. En la Edad Media los viajes se consideraban de peregrinaje, de exploración en el XVI, científicos y comerciales en el XVII y el XVIII, y de formación en el XIX; las obras pertenecientes a la literatura de viajes procederán por tanto de un imaginario concreto y presentarán la estética de la época a la que pertenecen. Entre 1750 y 1870, Oriente se configuró como el destino preferido de los viajeros europeos.
Los viajeros románticos desean conocer la forma en qué Europa representó a Oriente en los años anteriores al viaje, los motivos por los que se trasladan y se mueven. Durante el XIX Oriente fascinó a los viajeros, sobre todo, a la sociedad burguesa que había perdido el horizonte. El viajero estaba prisionero de una forma de vida antinatural y artificial. Oriente suponía una huida, una fuga de una sociedad de origen en busca del objeto del deseo. Sin embargo, en muchas ocasiones el Oriente supuso desilusión y decepción en el viajero que no encontraba lo que había salido a buscar. En la época ilustrada, los traslados geográficos se consideraban la forma cultural que permitía adquisición de experiencias. La curiosidad, la novedad, la utilidad, las leyes naturales, las precisiones científicas configuraron el juicio de viajeros y lectores del XVIII. El viajero eligió su destino en función de su formación, deseaba ampliar un saber incompleto. La experiencia completa lo teórico pero no hay adquisición del conocimiento hasta que no se haya verificado con el itinerario. La verificación solo se podía hacer a través de la mirada y de una experiencia sensible que generase conocimiento.
El descubrimiento del Otro es una de las características más importante del viaje de los románticos. El viajero entra en contacto con lo desconocido, el Otro. Así el viajero traslada en el otro sus propios referentes e interpreta el viaje de acuerdo a ellos. Las imágenes negativas que se le atribuyen al viaje como estereotipos pueden ser explicadas desde los conocimientos del viajero y de las experiencias. Flaubert llega a la conclusión después de realizar su viaje a Oriente que la sociedad y la historia del futuro proceden de una crítica y la historia del presente y nada más llegar de él, escribe una crítica a la burguesía en su famosa novela Madame Bovary, del mismo modo que configuró su novela Salammbó con una mirada personal y peculiar sobre Oriente. La poética del viaje romántico se encuadra en los límites del canon de lo clásico narrando sensaciones y experiencias vividas. Oriente se convierte en un sueño, es el lugar de ensueño hacia el que aspira Flaubert, un motor en su vida, un horizonte, una ilusión.
La tónica común de los viajes era un deseo de conocimiento en una dialéctica de temor y atracción, una búsqueda de lo nuevo, lo desconocido. Flaubert narra los hechos ocurridos entre octubre de 1849 y junio de 1851 en su libro Cartas de viajes a Oriente, coincidiendo con el comienzo y el final de la Segunda República. Las razones del viaje de Flaubert fueron, por un lado, diplomáticas y por otro, médicas. Un deseo irrefrenable de viajar y visitar mundo le llevó a Flaubert a buscar nuevas experiencias a pesar de la negativa de su madre aquejada por los miedos y peligros que entrañaba la travesía. En la obra Cartas de viaje a Oriente, perteneciente al género epistolar se narra el recorrido por lo que hoy denominamos Oriente Medio: Egipto, Palestina, Líbano, Siria, Turquía y Grecia. Flaubert y su compañero de viaje Maxime du Camp, de ascendencia árabe conversa, salen de París el 29 de octubre de 1849 y, tras haberse detenido tres días en Marsella, llegan a Alejandría el 15 de noviembre. En Egipto están una semana en el delta del Nilo y llegaron al Cairo en barco; visitan la ciudad durante unos diez días y realizan una excursión a las pirámides acampando dos días; regresaron al Cairo para festejar el vigésimo octavo aniversario de Flaubert. La llegada de las lluvias les obliga a permanecer dos meses en la capital, es decir, desde el 13 de diciembre de 1849 al 5 de febrero de 1850. Los preparativos por el Nilo que duran cuatro meses, se acercan lo más posible a Nubia para volver de nuevo a El Cairo el 25 de junio. Se detienen antes de regresar a Alejandría y descansan dos semanas. Por fin, el 17 de julio salen para Beirut. Allí pasan por Tiro, San Juan de Accra, Jerusalén, para llegar a Damasco el 1 de septiembre y continuar su itinerario por Trípoli, Beirut, Rodas, Esmirna, hasta tomar un navío con rumbo a Constantinopla, donde desembarcan el 13 de noviembre. La estancia en la ciudad turca se prolonga casi un mes, y llegan a Atenas el 18 de diciembre. Visitaron los lugares míticos como Eleusis, Maratón y Delfos hasta el 10 de febrero de 1851, fecha en que emprenden el regreso a Italia.
La correspondencia que se ha elegido de Flaubert para la publicación del libro comienza el 29 de octubre de 1849; las cartas están ordenadas por orden cronológico con abundantes notas de viaje, a pie de página, que denotan la concepción perteneciente al imaginario. Se encuentran cartas dirigidas a su amigo Louis Bouilhet (con cierto carácter erótico y hasta pornográfico), a su amante Louise Colet, a su madre (con información tamizada de los sucesos escabrosos del viaje), a su tío Parain y a otros corresponsales. Lo más importante es reseñar el cambio de registro, el tono y el modo de la escritura que utiliza según los distintos destinarios de las cartas.
Dentro del hilo conductor del libro existen ciertos temas recurrentes (el sexo, el amor, la vida, el azar, la mujer, el tiempo, El Nilo) en los que se perciben las diferencias entre Occidente y Oriente, polos contrarios que dan lugar a metamorfosis y cambios en la percepción de los viajeros. El Nilo rompe la homogeneidad de El Cairo, genera distintos asentamientos urbanos a lo largo de su recorrido, es el Alma de Egipto, sustancia de vida y muerte. Por un lado, simboliza la fuerza creadora de la naturaleza, por otro, destruye y aniquila al ser hombre por el trascurso irreversible de su desgaste por el paso del tiempo. De esa forma se describen pasajes donde abundan los reflejos dorados de la historia en sus aguas, la belleza del verdor que le acompaña así como los atardeceres evocadores de ensoñaciones para cualquier viajero.
A lo largos de sus páginas, el libro de Flaubert nos relata las costumbres de las mujeres orientales, la vida de las prostitutas, el símbolo del “camello” sumergido en la cultura, la importancia de la lengua árabe a todo el recorrido del viaje. Se puede considerar una obra metaliteraria mediatizada por la biblioteca que les acompañaba a los viajeros (unos 1200 volúmenes), desde Herodoto, pasando por la Odisea en griego hasta el libro por excelencia, por aquellos lugares de Jerusalén, la Biblia.
El viaje por Egipto fue el hecho más importante de su vida. A pesar de que Flaubert se quedó extenuado al finalizar el viaje, a Flaubert en ciertos pasajes le invade la melancolía y tras superarla, vuelve a tener la sed del viajero del principio; se resucita de nuevo el deseo de volver a aquellos lugares de ensueño, de poesía y leyenda que cautivaron su alma. Una obra con evocaciones y sensaciones de la alteridad oriental, en la que surgen lugares de encuentro con las ruinas evocando la antigüedad. Aparece un fuerte deseo de huir y viajar, a través del velo ensoñador que le provoca Oriente, en cierto modo, una imagen casi obsesiva para Flaubert. Las grandes consecuencias del viaje a Oriente cambiaron su forma de ver y sentir a la mujer. Puede decirse que, desde su adolescencia, se produjo el encuentro con el soñado Oriente a través de la literatura. Un conjunto de exotismo, erotismo y mitología en su trayecto aparece jalonado de encuentros amorosos a caballo entre Oriente y Occidente.
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