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ANTONIO MATA HUETE | UN QUISTE DE MORALINA

LAS PALABRAS IMPOSIBLES

Por: Antonio Mata Huete


Un quiste de moralina entorpece la circulación justo al lado del pómulo, casi debajo de la oreja. No es grave, pero está afectando, notablemente, a la visión periférica obligando a mirar sólo en una dirección. Y si viene de frente el problema se simplifica, se evitan los embates directos y se salvaguarda, de una forma u otra, la integridad. Pero cuando llegan de costado… se estampan todas en la misma mejilla. Y además, y para colmo, está la más que famosa conciencia, que no consciencia, que empuja, instintivamente, a poner la otra…

Ensombrece, en cierta medida, girar la citada periférica mirada hacia un pretérito horizonte, no muy lejano aún pero ya condenado al exilio de la memoria colectiva −esa que ni es memoria ni mucho menos es colectiva−, y evocar otros tiempos y otras situaciones en las que se bregaba, con zarpa y colmillo, por alcanzar, lograr tal vez sea lo mas apropiado, un ente abstracto, muy próximo al albedrío, que unas patéticas circunstancias históricas habían borrado de la faz interior de nuestra frontera individual.

Esa abstracción filosófica se plasmaba pragmáticamente en unos derechos, más que deberes pero también, que se nos negaban a fuerza de garrotazo y tentetieso. Y con fuerza y tesón empujamos, algunos (que no son todos los que están ni están todos los que son), hasta derribar aquella sombría pared que se negó en redondo a derribarse a si misma y tuvo que convertirse en polvo y ceniza agostada por su propio tiempo caduco. Pero se perdió, muy al final, esparcida en un viento de olvido, muy a pesar de sus nostálgicos. Insisto, empujamos y derribamos, con plasma, transpiración y humor acuoso lacrimal, porque nadie, absolutamente nadie, nos regaló nada, nos lo ganamos a pulso. Y algunos, bastantes, se dejaron, a lo largo del camino, su último resuello. Y siguen en el olvido, más aún si cabe que el otro, el del muro inamovible.

Por eso ensombrece, ¡qué digo ensombrece! ¡jode, más que una paja en un ojo! encontrarte en este incierto presente con los sucesores, sucedáneos, de aquellos perseverantes batalladores anti muro, aferrados a una moralina represiva sin límites e implantando excrecencias de moraleja en las pestañas, con cirugía facial sin anestesia. E hilan fino en su afán de tejer tupidas redes, telas de araña, en las que atrapar, más que atrapar retener, pescar, embrollar, engatusar, adoctrinar, crear prosélitos para embaucar a los incautos (o séase, a casi todos) que, bajo una aparente y seductiva capa de autoprotección, se apresuran a cobijarse bajo su manta terillana (la de arropar a los borricos). Y cabrea, y mucho, su complejo de Ejército de Salvación de cuerpos y almas en aras de no se sabe qué intento de preservar unos usos y costumbres que se sacan, un día sí y otro también, por la boca de la manga con puñetas. Y duele ¡coño que si duele! la tibieza ante situaciones en las que habría que plantarlos encima de la mesa y agarrar por las esferas a todos los que se ciscan en los pragmáticos fundamentos que tanta sangre costó recuperar…

Pero ellos, con candidez solemne, tan sólo se enfurruñan cuando un mediático fundamentalista con aires de cavo bávaro, les soflama evidencias como melones. ¡Hay que joderse! Para este viaje no hubieran hecho falta aquellas alforjas…

Y, además y otra vez… ¡Nos gusta el vino, joder! ¡Que lo sepan!

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ANTONIO MATA HUETE | LAS CARTAS DEL SOLITARIO

LAS PALABRAS IMPOSIBLES

Por: Antonio Mata Huete


«…También sé que mi tiempo es limitado y que mi
muerte me espera. Y cosa singular y para mí
mismo incomprensible, que esa muerte me espera
en cierto modo por mi propia voluntad, porque
nadie vendrá a buscarme hasta aquí y seré yo mismo quien vaya…».
(Informe sobre ciegos – tercer capítulo de «Sobre héroes y tumbas» Ernesto Sabato)

Se acerca, desde el lado opuesto donde crece cada mañana la percepción del tiempo, el momento en el que todo es falso y se compra y se vende a precio de saldo en el mercado.

En el jardín juegan las niñas. Revolotean con la brisa sus vestidos de crepé, tocados con sus lazos amarillos de organdí, entre las rosas marchitas del otoño que acechan su inocencia con sus acículas. Ellos observan y amenazan tras los arriates de yedra. Tocan a arrebato las campanas en la espadaña.

Anoche me perdí en el sueño en los renglones torcidos por el camino de Swann. Silbaba el tren entre la bruma hacia lo lejos, camino de la estación donde esperaban las almas viajeras su viaje a su destino. Sé que ellos me aguardaban escondidos tras los arriates de yedra. Enviaron el inventario a sus departamentos y escogieron a los culpables, a los que negaron sus verdades y no expiaron sus culpas. Contritos y pesarosos, no hicieron su penitencia. «Mea culpa, mea culpa, mea máxima culpa!», entonaban las viejas tías tomando el té en sus veladores mientras jugaban su partida. Apostaban al Solitario mientras esperaban. Esperaban, como todos esperamos, ese momento del tiempo en el que todo es efímero y se subastan los sueños a precio de saldo en el mercado que todo lo compra y todo lo vende.

Pronto darán las doce en el reloj de la espadaña. El tiempo también es falso y sólo sirve para enmarcar lo extraño. Siempre fui un extraño. Las acículas crecen y se transforman en acúleos aguijones, espinas que castigan las mentiras de las rosas púrpuras de noviembre que lloran sus pesadillas. Ellos esperan sus momentos con paciencia, con el estoico temple del que sabe de su victoria en sus batallas. No quedan niñas en el jardín. Tampoco rosas púrpuras de otoño. El tono azul de la memoria estéril tiñe los muros de espanto y ahoga la yedra en sus rendijas. Las cartas del Solitario ya están todas boca arriba. Mi tristeza, y la vuestra, ya está escrita.

Y me encuentro huyendo, una vez más, a caballo entre este tiempo y otros tiempos en los que me busco la necesidad de encontrarme. Definitivamente rotas las amarras, arrojo por la borda tu velo blanco de seda adolescente que flota, entre girones de niebla, en los vértices perdidos de la memoria árida. Mañana vuelvo al mar. No queda tregua, ni armisticio. Tampoco perdón que perdonarnos, ni penitencia de la que dolernos. No queda nada ya y es mentira que los sueños lleguen con la aurora. El dios de los recuerdos imposibles, ya espera su venganza entre la bruma. Y no nos queda sino vernos al trasluz de los espejos en la hora bruja en la que mienten las miradas.

La vieja estación, con el ciego reloj desmedido que en el espacio vacío bosteza las horas muertas, grandes como buitres que devoran las cuencas vacías de los ojos, está desierta. Un viento gélido de angustia resbala desde la cumbre escobando secas hojas por los andenes desvencijados. El susurro de su revuelo apenas sesga en dos el silencio, el de ida y el de vuelta. Con al pelo gris al viento, perfilando trazos sobre mis rotos sueños, cierro los dedos sobre el asa de la maleta y cruzo al andén contrario. Y creo verlo venir… pero sé que mi tren, y el vuestro, pasó hace ya mucho tiempo. Ellos se llevaron la esperanza y la archivaron en un cajón de su ministerio.

 «La rayita de luz que asomaba por debajo de la puerta ya no existe…».

 

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SAPERE AUDE

LAS PALABRAS IMPOSIBLES

Por: Antonio Mata Huete


Para aquellos que van tener la suerte de no leer nunca esto.

«La ilustración es la salida del hombre de su minoría de edad. Él mismo es culpable de ella. La minoría de edad estriba en la incapacidad de servirse del propio entendimiento, sin la dirección de otro. Uno mismo es culpable de esta minoría de edad cuando la causa de ella no yace en un defecto del entendimiento, sino en la falta de decisión y ánimo para servirse con independencia de él, sin la conducción de otro. ¡Sapere aude! ¡Ten valor para servirte de tu propia razón! (…)» Emmanuel Kant

Siento hoy, ahora, un ansia infinita por romper mi existencia en mil pedazos y lanzarlos, uno a uno, recreándome en una pasión sádica, por la ventana del patio hacia la noche, vacía, que no ceja en su agobio, que no ceja en su empeño de retrotraerme a otro espacio-tiempo distinto, descolocado, atípico e intemporal como este instante de angustia.

Nada hay más sencillo y tragicómico que engullir ventanas y ventanas tras las que se esconden almas virtuales dedicadas al autosentimiento, al pesaroso entretenimiento de esculpir sus iniciales, sus marcas de clase, sus acrónicos y acrósticos anagramas ilegibles e ininterpretables, en los espacios vacíos que esperan sus diacríticas loas.

Todo es autocomplacencia. Todo es autosentimiento y autocompasión en un incesable goteo de mascaradas pseudoartísticas, panegíricos patéticos y tragicómicas sensaciones creativas en las que el plañiderismo barato y la filos de verdulería se entremezclan, se enlazan y se retuercen, se disfrazan, hasta embotar los sentidos, los ojos y las yemas de los dedos con un río, desbocado, de excrementico estercolero en el mercado de sueños.

Y tiembla mi pulso, llora, se enluta y se desangra esperando, a ritmo de cliclac, que se desvanezca el humo asfixiante y maloliente, para encontrar una bocanada de aire puro, limpio, que reconforte al alma destrozada desesperanzada, deslucida, desbocada, desdichada y des nuda.

A veces, a intervalos largos de infortunio, los labios enjugan una plegaria de ternura. A veces mueres ante el aroma inagotable de alguna flor que se estruja entre tanta podredumbre. A veces rezas, a veces gritas y suplicas que Atenea, diosa maldita de guerra, arrase con su carro de sangre y crueldad a tanto inoportuno creador de merendero. A veces ruegas que la muerte, con el filo de su guadaña, limpie el espacio de tanta ignominia, de tanta ofensa que abre las carnes de Afrodita y su belleza, que mancilla el vientre sensual de Venus y su erótica de la estética, los sueños de Apolo y las lágrimas de Calíope, Erató, Talía, Euterpe o Melpómene…

¡Qué tiempo tan inoportuno! Este cielo virtual tan hediondo me asfixia y me desangra, me rompe el tibio reflejo de los espejos y esparce en dos mi alma por los rincones. ¡Que tiempo tan despreciable! Parece que un dios esclavo se empeñase en construir un templo a la sordidez, un altar al todovale donde sacrificar las sensaciones, la pureza de los sentidos y la belleza. ¿Qué dios maldito y aberrante osa rasgar, arañar, lacerar, las espaldas de David? Buonarroti llora y se lamenta, mesa sus cabellos por las esquinas. Ghiberti clama ante las Puertas del Paraíso, grita su desconsuelo pidiendo a Dante que entierre a todos en sus infiernos, sin Beatriz, que acoja a los justos en el purgatorio y expulse a los ciegos del paraíso. Leonardo se mesa los cabellos tras los ojos de Gioconda. Nadie escapa de este funesto muladar de papanatas, ingenios de la mediocridad.

Escupo al aire mis estertores de ternura y corro a refugiarme junto al negro cielo de estrellas que destellan sensuales guiños a mi perdida erótica. Busco ojos, manos, pechos, labios, besos… Busco aire para respirarme y no morirme ni asfixiarme. Navego ciego en sus profundidades y estallo en gritos de colores. Luego, siento un ansia infinita por romper mi existencia en mil pedazos y lanzarlos, masoquista, a la nada… o al negro brillo de unos ojos que no soy capaz de ver. Sólo de sentir.

Y me creo muerto. Requiescat in pace. Para siempre. Per saecula saeculorum. Así sea. Amen.

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¿EXISTE…?

LAS PALABRAS IMPOSIBLES

Por: Antonio Mata Huete


Existe.

Existe un juego interminable en el que la palabra es hambre y sed perenne y perpetua. Existe el hueco, el ojo de la cerradura por el que los cuervos observan y las miradas acechan esperando arrancarlas de sus cuajos y posarlas en altar de sacrificio, ofrenda a lo innombrable, culto al misterio y al arcano que se esconde en el próstilo del ara de la diosa.

Existe, más allá del otro lado, el verbo y sus matices, la sangre que se escapa por los poros y duele con los sueños. ¡Dolor de tiempo! De risas y de nadas pintadas en los umbrales, prendidas en las jambas y dinteles, ancladas al alma, atadas al costado fluyendo por la sudorosa frente, fría de muerte y de distancia, negra de angustias y olvidados pecados.

Existe… «la poesía más allá de los poetas».

Y ayer es un adverbio,
Mañana una distancia inalcanzable,
El mar un sentimiento,
El tiempo una jugada del viento y su destino, cuando pasa
Rozando con los dedos…
Y duele cuando sangra
La sangre en los espejos…

Y haces el equipaje, desnuda de sueños. Revuelves el cajón con la mirada y la duda de las horas. Dudas de la vuelta de la esquina que no doblas. De la noche, quieta, del callejón, del susurro de los cuentos que nunca te contaron, del último silencio.

Dudas, como yo y como todos los vencidos, del cielo y sus heridas, de las uñas que escupe el viento devolviendo las palabras, del penúltimo grito de angustia que nos ata a la vida, que araña los ojos y asfixia las gargantas…

Mudas de arpegios quedan las sonatas. Rasgan la madrugada con sus besos y venenos, amargan con acíbar sus insomnes baladas frías, ciegas, sin sentimientos, sin sensaciones que arroparse sobre la piel desangrada… gimiendo, suplicando, mendigando muertes de amor, derrotas de deseo, salmodias de placeres incompletos, nunca encontrados, siempre buscados más allá de cualquier aurora de luto, sin rojo en el horizonte que amanece…

Y al final te entregas, desgranas con las yemas de los dedos un rosario de matices, un sinfín de soledades que se vierten en la espuma que pintas en los cristales con cuentos que te cuentas y te inventas y que creas y no crees… porque no quieres…

Te entregas a tus delirios y juegas a lo imposible…
Al juego de los besos y de los versos,
Al olor y al aroma de las miradas,
Al color de los labios y los misterios
Al sabor, dulce, de la palabra…

Eterna y bendita, inerte y maldita, muerta, ahogada en un mar inmenso de sensaciones que te arrastran hacia el fondo infinito, al remoto lugar escondido donde nunca podrás encontrarte, donde nunca sabrás lo que esperas, donde siempre estarás esperándote… sin saber ni cuándo ni cómo ni dónde ni nada ni nunca ni acaso ni tal vez quizá…

Ni tampoco por qué…

Al fin y al cabo, esto, no deja de ser un sueño de locos solitarios que juegan a encontrarse y nunca se hallan… Al fin y al cabo, esto, es sólo una forma de conjugar, de reír y cambiar los adverbios de tiempo y de lugar, de esconder, jugando al escondite, las preposiciones y las copulativas, las oraciones relativas, los complementos de nombre y circunstancias de lugar…

Al fin y al cabo, yo, al menos, sólo me siento un complemento indirecto. Fuera de tiempo. Y de modo…

Pero yo lo sé, que yo lo he visto «existe… la poesía más allá de los poetas».

Y tú también lo sabes.

¡Bienvenida a El club de los poetas muertos! Carpe diem…

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CREAR

LAS PALABRAS IMPOSIBLES

Por: Antonio Mata Huete


«…No sabía los límites impuestos,
límites de metal o papel,
ya que el azar le hizo abrir los ojos bajo una luz tan alta,
adonde no llegan realidades vacías,
leyes hediondas, códigos, ratas de paisajes derruidos…».

DIRÉ CÓMO NACISTE (fragmento). Luis Cernuda

Crear es un placer digno de dioses. Mortales pero dioses. Intrínseco y consustancial con la más profunda de las sensaciones y el más puro de los instintos: la propia locura vital necesaria para sobrevivir. Sin límites. Sin horizonte alguno capaz de confinar la utopía al marco en el que se plasma. Sin jalonar el camino, sin pasos de retorno y, sobre todo, sin credo y sin certidumbre. Crear es un espasmo, un clímax compulsivo que nace entre las tripas y explota entre las manos… Y el resto, una entelequia.

Aún a costa de pervertir los sueños, negaré, siempre a la mayor, al crédulo de miserias. Al ser enojoso y pedigüeño que se nutre de cantos de sirena y pétalos de rosa. Nada hay más triste que mendigar esperanzas. Nada hay, aunque humano sea, más tétrico que subjetivar la sensación al hecho execrable de la recompensa. Si me gusta jugar a ser omnisciente es porque siempre envido cuando voy de mano. Y siempre pierdo la apuesta.

Otra cosa, muy distinta, es el apetito caprichoso, el afanoso deseo por mostrar desde el púlpito nuestras vanidades, nuestro ego ahuecado que busca el aplauso y la invitación al convite. Si la premisa parte de la hipótesis de que para transmitir percepciones, comunicar en suma, tiene que haber dos canales, necesitamos, en frente, un receptor que reciba los impulsos, plasmados, de nuestras sensaciones. Y, a ser posible, que los capte y asimile haciéndose copartícipe de nuestras emociones, llegando, en el mejor de los casos sin piedad, a loar nuestro ingenio e inventiva. Si alcanza a sentir lo que transmitimos… ¡premio total!, éxito asegurado e ingreso en el club de los afortunados.

Creo, de creer, en mis viejos poetas desahuciados. En mi amado y caduco como sus Hojas de Hierba, Walt Wihtman («…Escucho y veo a Dios en cada cosa, / Pero no lo comprendo en lo más mínimo, / Ni comprendo cómo pueda existir algo más prodigioso que yo mismo…»). En el verso perdido y desolado de Cernuda. En la palabra ciega y ausente de todos aquellos que vivieron el sueño de los locos sin importarles el cuándo, ni el cómo ni el porqué. Artaud mi loco preferido. Verlain mi loco enamorado («Pon tu frente sobre mi frente y tu mano en mi mano. Y hazme los juramentos que romperás mañana…»). Creo que nada es un imposible y mañana es sólo un adverbio de tiempo, como alguien dijo, no hace mucho, en no sé cual epitafio…

Pero a pesar de mi mala conciencia, no me queda más remedio, participo de su juego. Vendo mis versos al aire por si a alguno le interesan. Compro excusas en el mercado de los sueños que sean capaces de llevar mis letras al otro lado, al receptor de palabras que, otra vez, a ser posible sin piedades, pueda penetrar en mis sensaciones y adquirir, a módico precio de venta al público, cualesquiera de mis pecados de soberbia. Porque soberbia es, no nos mintamos. Por eso nos empringamos, casi todos, en el bálsamo del éxito. Lo disfrazamos de cualquier cosa, lo vestimos de petulancias y subterfugios, lo injuriamos y lo renegamos… pero somos uña carne de su concepto. Porque no nos queda mas remedio y, en el fondo, lo deseamos.

Si arañamos levemente sobre la capa de mugre que nos esconde, aparece, de inmediato, la epidermis de la gloria. Concepto barato de nuestras ansias reprimidas por conquistar el podio, por asaltar la divinidad del escenario mientras recogemos loas y parabienes, a ser posible remuneradas. Pero no nos engañemos. Conozco a más de uno que puede haber conquistado, no sé… miles de loas y sólo ha conquistado el Olimpo de sus miserias, porque vive para crear, para crearse, para ganarse que es lo mismo…

A estas alturas más de uno estará, tal vez, pensando en Samaniego y sus fábulas. Y no le faltara razón. El irrefutable hecho de no poder alcanzar las uvas no es óbice para no seguir intentándolo, una y otra vez, con tesón, revisando los recovecos que la gloria efímera nos ofrecen al alcance de la mano, de la pluma… ávidos por conquistar el sitio que merecemos, o que nosotros creemos que merecemos.

No es fácil la disyuntiva. Los planteamientos se suceden según las horas del día. En horas prácticas de euforia te quieres echar al coleto todas las penurias, anhelos y apetencias que ni en tus más recónditas alucinaciones creíste nunca fantasear. En horas negras, esas que duelen, esas que exudan carmín por los orificios abiertos de la cutícula incandescente, esas, hermosas, en las que la voluntad se muere y te abandonas en los brazos de las númenes del Heleicón para gozar sus deleites, te olvidas del perecedero egregio de la gloria para solazar tus instintos en los labios de Calíope, en los pechos de Clío o en los pliegues abiertos de la piel de Erato. Y el resto del mundo te importa una…

Crear es un placer de dioses. Yo lo sé y a nadie le importa. Pero en justa y solidaria lid con los que siguen amarrados a la mesana en medio de esta tormenta, que no arrían el foque, el trinquete ni la gavia, en medio de la mar gruesa, zozobrando en busca del faro que anhele sus certidumbres, yo me declaro creyente. Creyente, concurrente, cooperante y contribuyente de esta maraña de sueños. Y me afano en mis noches de penuria por rejuntar mis estrofas, mis coplas de ciego y romances de campanillas en busca de un imposible. Y espero y desespero el veredicto de un juez que nada entiende de zozobras, de singladuras ni arribadas a un puerto perdido entre las nieblas del tiempo. Ese que nunca logramos situar en el vértice correcto de la aguja de marear…

Y, mejor, como yo, no os hagáis las preguntas. ¡Escribid las respuestas en el cuaderno de bitácora! Alguien, algún día, las encontrará en el fondo, del baúl o del océano, y las leerá. Seguro…

 (Cuando la galerna amenaza con arrancar los postigos de sus goznes, arrío velas. Me largo a la Taberna del Emilio, me pido un botellín y unos boquerones y, en la misma mesa en la que Gabriel escribió sus versos, con los ojos clavados en Amparitxu, le rezo, a él, mi padrenuestro: «Nosotros somos quien somos. / ¡Basta de historia y de cuentos…!».)

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ANTONIO MATA HUETE | «LAS PALABRAS IMPOSIBLES» Y LA GEOGRAFÍA VITAL

Aquel sillón de cuadros

Por: Inma J. Ferrero


Las páginas de este libro hacen palpable la afirmación de John Keats «Si la poesía no nace espontáneamente como la hoja de un árbol, es mejor que no nazca de ningún modo.» Y es que “Las palabras imposibles” de Antonio Mata Huete, se revela como un libro en el que fluye la mejor savia poética, esa que no nos deja pasar de largo ante la cadencia y el saber sublime de sus versos.

Nos encontramos ante una lectura llena de madurez, en la que el poeta nos hace partícipes de la geografía de su experiencia vital. Experiencia plena de los que saben vivir al límite, el transcurrir de los días y que nos hablan desdeñando el sufrimiento, la nostalgia y la tristeza con los que la vida pudo abrazar sus sombras. Porque sí, han vivido llenando de cicatrices sus almas, pero también han cosechado todo lo hermoso que ella les ha puesto en el camino. “Nada hay, al borde del sendero, / para guiar tus pasos de regreso a tu infierno.”

En “Las palabras imposibles” el autor utiliza un lenguaje llano, desnudo de artificio, que va más allá de toda la extrañeza léxica que pueda transmitir el verbo y entorpecer la dinámica del discurso poético. “Porque no uso el arma de las manos contra el fuego / escupo la palabra como aullido contra el miedo”. Cualidad importante, esta, para adentrarse en una lectura llena de pinceladas rítmicas que harán de la profunda reflexión del poeta un deleite para los ojos que saborean la palabra. “Y en el camino de vuelta… alcé mi voz, ecuánime, / con las voces de los justos, que a gritos clamaban: / ¡Cultura!”

Junto a la atemporalidad, propia de la poesía, podemos señalar como pieza fundamental en la construcción del poemario, una carga filosófica acompañada de preocupaciones íntimas desparramadas en cada uno de los versos que componen el libro y que llevan al lector a ser centro y parte de cada uno de los poemas. “Vosotros sois la luz del mundo, os mintieron, / y como negra sombra, como el mal, os esparcieron…” Se advierte en cada estrofa en desaliento, la nostalgia, el amor. Pistas sutiles que nos llevarán a establecer un diálogo, no tan solo con los poemas, ni con la voz poética, sino con nosotros mismos. “Hambre justa e inevitable para amarrar las cadenas / a la carne y la ignorancia”

Se trata, pues, de una poética honesta que pretende capturar, no tan sólo la emoción, sino la conciencia de quienes nos acercamos a su filo poético. Posee Antonio Mata Huete, una voz cercana y llena de matices, que huye de la estridencia de lo tópico, de lo manido. Y nos acerca a su yo poético, rebelándonos su vulnerabilidad y dejándonos con las manos vacías, obligándonos así, a plantearnos nuestra propia autenticidad ante la realidad que nos rodea. “Llegó la peste, / un día cualquiera, / y menguó… / Pero nadie quiso darse cuenta.”

En este poemario lo deslumbrante no son los temas que se tratan. La nostalgia, el tiempo, el amor, la memoria que se intercalan en los poemas. Sino el buen hacer poético de este poeta, que trasciende la palabra, haciendo su canto semilla esencial que ha de germinar en el alma del que lee sus versos y al fin los abraza para así formar parte de ellos. El poeta rompe, deshace el verso transformándolo en cuerpo, su cuerpo que será también el nuestro. “Desde tu vientre a tu espalda / Fluyen tranquilos mis ojos”

Lo poemas de “Las palabras imposibles” de Antonio Mata Huete, funcionan como analogías existenciales, por lo que requieren una lectura atenta y pausada. Porque en este libro estamos recorriendo un camino que nos hará conscientes de nuestras propias imperfecciones. “Las páginas del libro cerradas en la cama, / anuncian el final de este tiempo imposible.”


«LAS PALABRAS IMPOSIBLES»
Antonio Mata Huete
ISBN: 9788494572777
Editorial: Izana