ANTONIO MATA HUETE | UN QUISTE DE MORALINA
LAS PALABRAS IMPOSIBLES
Por: Antonio Mata Huete
Un quiste de moralina entorpece la circulación justo al lado del pómulo, casi debajo de la oreja. No es grave, pero está afectando, notablemente, a la visión periférica obligando a mirar sólo en una dirección. Y si viene de frente el problema se simplifica, se evitan los embates directos y se salvaguarda, de una forma u otra, la integridad. Pero cuando llegan de costado… se estampan todas en la misma mejilla. Y además, y para colmo, está la más que famosa conciencia, que no consciencia, que empuja, instintivamente, a poner la otra…
Ensombrece, en cierta medida, girar la citada periférica mirada hacia un pretérito horizonte, no muy lejano aún pero ya condenado al exilio de la memoria colectiva −esa que ni es memoria ni mucho menos es colectiva−, y evocar otros tiempos y otras situaciones en las que se bregaba, con zarpa y colmillo, por alcanzar, lograr tal vez sea lo mas apropiado, un ente abstracto, muy próximo al albedrío, que unas patéticas circunstancias históricas habían borrado de la faz interior de nuestra frontera individual.
Esa abstracción filosófica se plasmaba pragmáticamente en unos derechos, más que deberes pero también, que se nos negaban a fuerza de garrotazo y tentetieso. Y con fuerza y tesón empujamos, algunos (que no son todos los que están ni están todos los que son), hasta derribar aquella sombría pared que se negó en redondo a derribarse a si misma y tuvo que convertirse en polvo y ceniza agostada por su propio tiempo caduco. Pero se perdió, muy al final, esparcida en un viento de olvido, muy a pesar de sus nostálgicos. Insisto, empujamos y derribamos, con plasma, transpiración y humor acuoso lacrimal, porque nadie, absolutamente nadie, nos regaló nada, nos lo ganamos a pulso. Y algunos, bastantes, se dejaron, a lo largo del camino, su último resuello. Y siguen en el olvido, más aún si cabe que el otro, el del muro inamovible.
Por eso ensombrece, ¡qué digo ensombrece! ¡jode, más que una paja en un ojo! encontrarte en este incierto presente con los sucesores, sucedáneos, de aquellos perseverantes batalladores anti muro, aferrados a una moralina represiva sin límites e implantando excrecencias de moraleja en las pestañas, con cirugía facial sin anestesia. E hilan fino en su afán de tejer tupidas redes, telas de araña, en las que atrapar, más que atrapar retener, pescar, embrollar, engatusar, adoctrinar, crear prosélitos para embaucar a los incautos (o séase, a casi todos) que, bajo una aparente y seductiva capa de autoprotección, se apresuran a cobijarse bajo su manta terillana (la de arropar a los borricos). Y cabrea, y mucho, su complejo de Ejército de Salvación de cuerpos y almas en aras de no se sabe qué intento de preservar unos usos y costumbres que se sacan, un día sí y otro también, por la boca de la manga con puñetas. Y duele ¡coño que si duele! la tibieza ante situaciones en las que habría que plantarlos encima de la mesa y agarrar por las esferas a todos los que se ciscan en los pragmáticos fundamentos que tanta sangre costó recuperar…
Pero ellos, con candidez solemne, tan sólo se enfurruñan cuando un mediático fundamentalista con aires de cavo bávaro, les soflama evidencias como melones. ¡Hay que joderse! Para este viaje no hubieran hecho falta aquellas alforjas…
Y, además y otra vez… ¡Nos gusta el vino, joder! ¡Que lo sepan!