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ANDRÉI TARKOVSKI, EL ESPEJO DONDE MIRARSE (I)

Por: Evaristo Cadenas Redondo


 “Existe solamente la realidad y la luz.
No hay en este mundo ni oscuridad, ni muerte.
Estamos todos reunidos en la orilla del mar,
y soy de aquellos que recogen las redes,
cuando viene, en cardumen, la inmortalidad“.
 
Arséni Tarkovski.

EN EL PRINCIPIO

Hasta 2018 no me interesé verdaderamente por el genial director de cine ruso.

Fue en la exposición que en el Círculo de Bellas Artes permaneció abierta desde el 25-10-2018 hasta el 27-01-2019, dirigida por José Manuel Mouriño, con el título: “Andréi Tarkovski y El espejo. Estudio de un sueño“. La instalación expositiva estaba dedicada, principalmente, a El espejo (1975), una de sus películas más conocidas, y que se componía de fotografías de rodaje, páginas del guion, apuntes biográficos, bocetos y manuscritos inéditos. Todo perfectamente organizado y bellamente expuesto. El impacto mayor para mi atribulado corazón fue la bella presencia de su protagonista, Margarita Terekhova, en fotos y fragmentos en video. Con ella, entre otras cosas, empezó el embeleso y pasión por Tarkovski y su cine.

El ciclo sobre el director de cine y escritor ruso que el Círculo de Bellas Artes le dedicó, se compuso de conferencias de Rafael Llano, Carlos Ruta y Ángel Gutiérrez. Conferencias que he podido ver varias veces en You Tube, (pandemia habemus) que recomiendo fervientemente. Cada uno de los conferenciantes son especialistas, y conocedores de la vida y obra de Tarkovski.

Así mismo, no podía ser de otra manera, en el Cine Estudio del Círculo se pudieron ver las siete películas que componen la filmografía tarkovskiniana: La infancia de Iván, Andrei Rublev, Solaris, Stalker, El espejo, Nostalgia y Sacrificio. 

Como siempre es absolutamente necesario fijarnos bien, pero bien, en los datos y detalles biográficos de nuestro protagonista de hoy.

BIOGRAFÍA RESUMIDA

Entresacados del libro Martirologio (Diarios) publicado por Ediciones Sígueme (2011), resumo los siguientes datos biográficos:

El 4 de abril del año 1932, nace Andrei Tarkovski en Zavraje, Rusia. Sus padres fueron Arseni Tarkovski (1907 – 1989), poeta y traductor muy reconocido en su país, y María Vichnikova (1905 – 1980), correctora de pruebas en una imprenta. Se traslada la familia a Moscú.

En 1934 nace su hermana Marina. Su padre abandona a su madre.

En Moscú cursa secundaria y asiste a clase de pintura y música. En 1947 contrae la tuberculosis y pasa varios meses en un hospital. Inicia estudios de árabe y geología.

Trabaja un año como geólogo en Siberia. De vuelta a Moscú, 1955, se matricula en el Instituto Estatal de Cinematografía. Filma los cortometrajes Los asesinos, y No habrá más a partir de hoy. Como proyecto fin de carrera realiza La apisonadora y el violín.

En 1962 rueda La infancia de Iván que es galardonada con el León de oro en el Festival de Venecia.

Entre 1965 y 1966 rueda Andréi Rubliov y se estrena en Moscú en diciembre de 1966, pero no será distribuida hasta 1971. En 1969 se proyectó, fuera de concurso en el festival de Cannes.

En 1970 se divorcia de Irma Rauch, con la que había tenido dos hijos, y se casa con Larisa Egorkina. En agosto nace su hijo Andréi.

En 1972 se exhibe Solaris en el festival de Cannes donde recibe el Gran Premio especial del jurado.

En 1974 filma El espejo. En 1975 se estrena en Moscú.

En 1977 rueda en Estonia Stalker. Cuando la termina de rodar, la cinta se deteriora por errores técnicos. Sufre un infarto. A finales de año reescribe el guion y durante el verano de 1978 la vuelve a rodar.

En 1979 Stalker se proyecta en el festival de Cannes fuera de concurso. Empieza un viaje por Italia en compañía de su amigo Tonino Guerra, en busca de escenarios para rodar el guiónque habían escrito juntos y que se titulará Nostalgia. De aquella gira se realiza un documental titulado Tempo de viaggio, autorretrato del cineasta. En octubre fallece su madre y regresa a Moscú.

En 1980 reside en Italia trabajando sobre Nostalgia. En 1981 viaja a Inglaterra y Suecia. En marzo de 1982 vuelve a Italia para rodar la película y Larisa, su mujer, llega junto a él en septiembre.

En 1983 presenta Nostalgia en el festival de Cannes donde recibe el Gran Premio al cine de creación. Se retira a San Gregorio, un pueblo cerca de Roma, para escribir el guion de Sacrificio.

El 10 de julio de 1984 anuncia en Milán que no regresará a la Unión Soviética. En los primeros meses de 1985 reside en Berlín. De mayo a julio rueda en Suecia Sacrificio. Florencia le nombra ciudadano de honor y le concede una vivienda. En diciembre, estando en Estocolmo, le diagnosticaron un cáncer.

En 1986 consiguen, con la ayuda de Miterrand, que las autoridades de la Unión Soviética autoricen a su hijo Andréi a reunirse con su familia en París donde su padre estaba hospitalizado. Sacrificio es galardonada en Cannes con el Premio Especial del jurado. A lo largo de este año Tarkovski fue tratado de su enfermedad en Francia, Alemania e Italia, Muere el 29 de diciembre en París a la temprana edad de 54 años.  

El 3 de enero de 1987 se celebró el funeral en la iglesia ortodoxa de San Alexander Nevski de París. Su amigo Mastislav Rostrópovich tocó el violonchelo en la escalinata de la iglesia. Los restos mortales de Andréi Tarkovski recibieron sepultura en un cementerio ortodoxo de los alrededores de la capital francesa.

ANDRÉI TARKOVSKI COMO ESCRITOR Y DIRECTOR TEATRAL

Es necesario destacar la importancia que tuvo en la vida de Tarkovski la Literatura, el Teatro y la Poesía, que reflejaba magistralmente en cada una de sus películas. La gran cultura universal que atesoraba, unido a la influencia de su padre Arseni, poeta admirado y reconocido en su país, como se ha dicho, originó la inquieta y gran laboriosidad, de exigencia extraordinaria en cada una de sus obras.

Destacó, también, como escritor con obras fundamentales: Esculpir en el tiempo y Martirologio, (diarios), los guiones de sus películas. Escritos de juventud, y Narraciones para cine aparte de diarios de rodaje de cada una de sus películas, y otros escritos.

Adaptó y dirigió una versión de Hamlet que se representó en Moscú. En 1983, en el Covent Garden de Londres, puso en escena la ópera de M. Mussorgski, Boris Gudonov, siendo el director de orquesta Claudio Abbado. Al año siguiente, 1984, se vuelve a reponer Boris Gudonov.

Entre sus planes de futuro entraban la adaptación de varias obras de teatro y unos cuantos proyectos de futuras películas como por ejemplo una Pasión de Cristo según San Mateo, como Pasolini, decía, pero a mi manera.

En los diarios de su libro Martirologio, menciona a cerca de mil autores entre novelistas, poetas, filósofos, teólogos, historiadores, otros cineastas, La Biblia, Lao-Tse, compositores musicales, y de al menos veinte o treinta nacionalidades. Destaca su conocimiento de la cultura japonesa, por ejemplo. Su hijo Andréi, desde la Fundación Tarkovski, con sede en Florencia, se ha encargado, y lo sigue haciendo,  de difundir la obra total de su padre por todo el mundo. Lógicamente en este pequeño artículo no puede caber ni una ínfima parte de todo lo que hizo el gran Tarkovski, su influencia, y lo que representa.

EL CINE DE TARKOVSKI

Tarkovski era cristiano ortodoxo, antimilitarista, poeta, escritor, fotógrafo de polaroid, actor, y director de cine. En su libro Esculpir en el tiempo escribió que había rodado La infancia de Iván, para probarse a sí mismo si sería capaz de ser director de cine. Lo consiguió con creces. Una vez dado este primer paso con una obra maestra, luchó por conseguir más y más obras con su marchamo personal, todas distintas entre sí y geniales. De no haber sido por los problemas ajenos a su trabajo, me refiero al excesivo control, censura inquisidora, y dominio de la vida y obra por parte de las autoridades rusas, Tarkovski hubiera podido realizar muchas más obras y haber llegado a ser el mejor director de cine del mundo como dijo de él Igmar Bergman. Estamos, por tanto, ante un gran director de cine, minoritario, intimista, poético, personal, y trascendente. Un autor de cine de autor, permitan la redundancia. Ver cada una de sus películas significa encogerse el corazón para contener la emoción porque nos provoca lo que jamás habíamos pensado que se podría sentir ante una pantalla de cine.

Es tanto lo que se puede decir de su cine y manera de hacer, quedan tantos flecos y matices que contar, que es necesaria una segunda parte donde elaborar una presentación adecuada de cada una de sus siete películas.

Hoy mismo he terminado de leer su libro Martirologio, y como detalle significativo transcribo lo que escribió Tarkovski, en su cuaderno de notas, el día 15 de diciembre de 1986, muy pocos días antes de morir: “Todo el tiempo estoy en la cama sin sentarme, y me cuesta caminar. Dolor en la espalda y en la cadera (nervios)… Los brazos me duelen mucho. Como una especie de neuralgia. Me han salido unos bultos. Estoy muy débil ¿Me moriré?”.

Un nudo en la garganta y el pensamiento de que no hay derecho.

Dejo aquí esta apresurada presentación con una cita del propio Tarkovski: “Quiero que mi cine emocione como un gran haiku”.

Cuídense mucho. Pronto saldremos de esta. La luz de la poesía, y de la vida, nos alumbra. 

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AMAR AL CINE | AMAR A TRUFFAUT

Por Evaristo Cadenas Redondo


Yukio Mishima

“Durante muchos años afirmé que podía recordar cosas que había visto en el instante de mi nacimiento. Cuando decía eso, los mayores, al principio, se reían; pero luego preguntaban si intentaba burlarme de ellos, y miraban con desagrado la pálida cara de aquel niño tan poco infantil. A veces lo decía en presencia de visitantes que no eran íntimos de la familia y, en esos casos, mi abuela, temerosa de que me tomaran por idiota, me interrumpía secamente y me ordenaba que fuera a jugar a otra parte.” Primer párrafo de “Confesiones de una máscara”. YUKIO MISHIMA

Decía Fernando Pessoa: “En la palabra está contenido todo el mundo”. Empecemos con las palabras: Desde antes de que supiera hablar, mi padre me llevaba al cine. Cuando me convertí en hablador la pregunta que le hacía cada domingo era: “¿Papá, me llevas al cine?” Se puede decir que mi primer amor fue el cine. Cuando algo se convierte en absolutamente necesario ese algo se sublima de tal manera que pasa a ser amor. Amor al arroz con leche, amor a la música, amor a los instrumentos, amor a las rubias, a las morenas, a las cobrizas, y al cine. Siempre el cine. Porque está ahí, fielmente, para cuando lo necesitas. Una amiga me decía la otra tarde: “Lo que más me gusta en la vida es el cine, amo al cine”. A mi también me pasa. No hay nada mejor para evadirse de este infernal mundo, junto con un par de cosas más. La pianista portuguesa, María Joao Pires, afirmaba, en una entrevista, que para ella la música había sido su salvación. De no haber amado a la música no habría resistido. El único sentido de mi vida ha sido y es la música, añadía. Y así. El cine es imprescindible, es el asidero, el resistidero.

Puestos a amar, tan apasionadamente, nada mejor que elegir el cine, y ya de puestos, que sea el francés que es el toca ahora mismo. Lo he amado intensamente no solo porque los franceses fueron los inventores, hermanos Lumiere, y eso, también porque en mi primera infancia, en el cine de mi pueblo, veía muchas películas francesas. Al principio, como es lógico, ni me enteraba. Todo el cine, fuera de donde fuera, me transportaba a mundos muy lejanos del mío, tan escaso en emociones verdaderamente sublimes. Pronto distinguí las numerosas películas de Jean Gabin, Edie Constantini que me gustaban sin saber por qué.

Como ya he dicho, a partir de mis conversaciones, sobre cine, con mi amigo, el que decía de si mismo que era un cinéfilo, empecé a distinguir, a fijarme en el nombre del director, del cámara, la banda sonora, y hasta del vestuario. Ver como hay que ver: observando todo porque el misterio, el secreto, el enigma, puede estar escondido en cualquier mínimo detalle.

Descubrir a Francoise Truffaut.

No se puede escribir de lo que no se conoce. Debió ser en una sala de Arte y Ensayo donde surgió el hallazgo del director de una película que me había conmocionado: Francoise Truffaut, (París, 1936 – 1984). La película era “Los 400 golpes” “Les quatre cents coups”, 1959. Hay que situarse en el momento, en la biografía personal, año 1973, invierno. Cine Estudio del Bellas Artes. Blanco y negro, versión original con subtítulos. El protagonista un chico muy moreno despertando a la vida y que me parecía que era yo mismo. Y los golpes que le daba esa vida en serio que estaba descubriendo. La escuela, el maestro, la familia, la casa, y las calles de París tan llena de peligros y tentaciones. Me preguntaba si ese no sería yo. Hay una escena, en el film, cuando están en la escuela y el protagonista dibujaba, distraído en su mundo interior, y el maestro… no digo más. O el interrogatorio y las respuestas. Las bofetadas sin ton ni son. Eso y muchas cosas parecidas, por no entrar en detalles personales y eso, me habían ocurrido casi idénticas . Y seguramente a mucha gente de mi edad o parecido por aquello del subconsciente colectivo. Los 400 golpes que te va dando la vida o ¿fueron 4.000? El actor principal se llamaba, se llama, Jean – Pierre Léaud, (París, 1944) y que llegaría a ser el actor fetiche, una especie de alter ego de Truffaut, que, oh casualidad, trabajó también con Pasolini. He vuelto a ver la película dos veces por lo menos y sigue manteniendo, como les pasa a los clásicos, la magia, la efectividad cinematográfica, no ha envejecido, y yo, mucho más mayor pero con la misma percepción sobre las cosas de la vida, supongo. Las de antes, y las de ahora, casi curado de espanto. Y… ¿quién fue exactamente Truffaut? Uno de mis directores preferidos o de culto.

Francoise Truffaut, director de casi treinta películas, actor, guionista, crítico cinematográfico y todo aprendido de forma autodidacta. Un genio y así es reconocido. Perteneció a la nouvelle vague, la nueva ola del cine francés, grupo al que también pertenecían Jean Pierre Melville, Jean Luc Godard, Jacques Rivette, Éric Rohmer, y Claude Chabrol. Todos ellos grandes entre los grandes y sus películas han sido, y son, casi todas, iconos del cine de todos los tiempos. El cine francés de aquella época era un referente cultural imprescindible para cualquier aficionado al Séptimo Arte. Y yo tuve la suerte de visionar casi todo aquél cine. Haber nacido hace tanto tiempo, tiene la ventaja de haber conocido y participado en muchas cosas, y ahora la desventaja certera de poder contar con pocas más ¿Cómo iba a vivir sin amar al cine si era casi todo lo que tenía desde un punto de vista personal e intimo?

En alguna parte debo tener tres ejemplares de la revista, francesa, de cine más emblemática. Me refiero, lógicamente, a Cahiers du Cinéma, de segunda mano, compradas en París el 25 de enero de 1977. Aún recuerdo los artículos de Truffaut, y una parte de la entrevista que le hizo a Alfred Hitchcock, leídas en mi precario francés. Porque nuestro director, de ahora mismo, era mucho más que un director de cine, un referente, un maestro capaz de mostrar magistralmente historias y personajes que dejaban huella porque nos veíamos reflejados. Cuando se salía del cine y se pisaba la realidad de la calle te nacía un sentimiento de tristeza porque la nube en la que habías participado, como espectador en la sala oscura, había desaparecido.

Ray Bradbury

Fahrenheit 451 (1966). Dirigida por Francoise Truffaut, rodada en inglés, de ciencia ficción, basada en una novela de Ray Bradbury, interpretada por Oskar Werner, Julie Christie, y Cyril Cusack. Julie Chistie un descubrimiento que durante muchos años fue imagen venerada de belleza y sensualidad por su hermosura como mujer, y como actriz. Recuerden “Doctor Zivago“, por ejemplo. A lo que vamos: Fahrenheit 451 son los grados en los que arde el papel de los libros. El director ambienta la película en una paisaje futurista y se refiere a la quema de libros por la persecución del gobierno a todo lo que significara cultura. Los miles de libros apilados y ardiendo en una hoguera recuerda a las quemas de ejemplares de Literatura, Filosofía, Poesía, Ensayo, y de Obras de Arte, por orden de aquél fantoche que no merece la pena nombrar. El caso es que la he vuelto a ver y se me caían las lágrimas por la pena que me daba que quemaran aquellos preciosos libros, algunos incunables, y me acordaba cuando la vi en 1973 o 1974, y yo, gracias al Rastro, y a la Cuesta de Moyano, empezaba a ser un modesto coleccionista. No hace falta decir que aquí, a los españoles, todo nos llegaba con retraso. Tarde y mal. El gobierno, en la película, prohibía leer libros porque enseñan a pensar. Pensar es peligroso, y además impide la felicidad del que se cuestiona las cosas. Hay que prohibir y quemar. Pobre de aquel que no obedezca. Por orden del señor dictador ¿Ha cambiado algo?

La siguiente película a la que me voy a referir en este apresurado artículo, o lo que sea, es “El pequeño salvaje” (“L`enfant sauvage”), 1969. También visionada por la misma época y en V.O. con subtítulos. Cuenta la historia, basada en un hecho real. Rodada en blanco y negro, como si fuera un documental, con guión de Truffaut y Jean Grifault, fotografía de Néstor Almendros, (otro genio), narra la historia del niño, doce años, encontrado en el bosque en 1790, y biografiado por el Doctor Jean Itard, interpretado por el propio Truffaut. Esta película constituye una de las más emblemáticas del director francés. La he vuelto a ver hace unos días y la impresión que produce, música de Vivaldi, que no se me olvide, sigue siendo la misma de entonces. Es una recomendación. En Santa Intenet se puede ver esta, y las demás.

Después, en futuros posibles artículos, si es posible, hablaré de “Jules et Jim“, “La noche americana“, “La sirena del Mississipi“, “Diario íntimo de Adéle H“, y de “El último metro“. Las que considero imprescindibles y las que he revisitado en estos últimos días o meses. Es tanto, y tanto, y de tanta importancia lo que significa este director y su obra para mi, que siempre me quedaré corto, por su extensión, y por mis ilimitadas limitaciones ¿Qué le voy a hacer?

“Había llegado la hora. Al levantarme, dirigí subrepticiamente otra mirada a aquellas sillas al sol. Al parecer, los que componían aquél grupo estaban bailando, y las sillas se encontraban vacías. Habían derramado un líquido, un brebaje, y aquel líquido lanzaba destellantes y amenazadores reflejos“. Párrafo final de “Confesiones de una máscara”. YUKIO MISHIMA

La única cosa que me queda por hacer es pensar en muchas cosas. Empiezo.