GRITOS
Por: Miguel Ángel Yusta
El barullo es tan intenso que uno ya no sabe si salir a gritar o quedarse en casa escuchando, por ejemplo, a su adorado Juan Diego Flórez que, al menos, usa la voz –maravillosa- para interpretar como nadie a Rossini.
Porque está claro que, de mucho tiempo a esta parte, las voces más dispares se han salido de madre, y con grescas de padre y muy señor mío invaden ondas, teles, calles, redes sociales y, tal vez pensando que aquí el que no grita no mama, pugnan por hacerse escuchar por encima de las otras, como ocurre exactamente en esos programas del corazón en los que el que más grita y más insulta pues más famosín se hace y hasta cobra más.
No sé yo, oigan, si ese es el camino (alternativo al de un razonamiento lógico, civilizado y cabal) para conseguir arreglar la multitud de inmensos males que aquejan a este país, aunque los sufridos ciudadanos se dediquen en su mayoría a atender su casa e intentar llegar a fin de mes con la hipoteca pagada. Y todo ello sin sentir la angustiosa penuria con la que muchos convivíamos hace, por ejemplo, cincuenta años. Que las cosas, por fortuna, han mejorado desde aquella grisura franquista, y si no que se lo pregunten a los abuelicos que toman el sol.
En cualquier caso puede que los hombres y mujeres medios, los eternos silenciosos, quienes solamente se dedican a intentar que todo lo pequeño e imprescindible funcione, los “vasallos” de lo cotidiano, estén llegando a la conclusión de que merecen mejores “señores” o, al menos, más acordes con las normas de la buena educación y la competente administración.
Y ellos -demasiados políticos y alguna que otra “personalidad”- no deberían olvidar sus formas, ni ser tantas veces del bando de los que más gritan y menos trabajan porque en democracia (que es como parece que vivimos desde hace cuarenta y tantos años), son servidores del común y de todos los electores que les pagan su espléndido salario y extras…