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150 AÑOS DE LA MUERTE DE GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER

Por: Pilar Alcalá García


“Descanse en paz, si es que luego se descansa, o se termina cansándose uno de tanto descanso. Sea como sea, lo que sí es verdad es que algunos estamos empeñados en que este muerto no se quede solo”.

(Rafael Montesinos)

El 22 de diciembre no es el día en que se celebra el sorteo de la lotería de Navidad, el 22 de diciembre es el día que murió Gustavo Adolfo Bécquer, el primer poeta moderno de la lírica española. Curiosamente en 1870 el sorteo de la lotería se celebró el 23 de diciembre, todavía no se llamaba “Sorteo de Navidad”. El premio “gordo” fue para el número 09914 y fue vendido en Barcelona en la administración 361. Un boleto costaba 50 pesetas y el premio “gordo” ascendía a 150.000 pesetas. El sorteo se celebró en el edificio de los Consejos, palacio de Uceda, actualmente sede del Consejo de Estado de España en la calle Mayor de Madrid.

El jueves 22 de diciembre de 1870, el día más frío en la historia de Madrid hasta entonces, murió Gustavo Adolfo Bécquer en un piso de la calle Claudio Coello del barrio de Salamanca. Y murió sin haber publicado sus obras en un libro, todo lo que había publicado lo había hecho en los periódicos de los que fue redactor y director. Poco después de su muerte se produjo en Sevilla un eclipse total de sol que algunos han querido interpretar en clave esotérica. Dice Rafael Montesinos que ese eclipse es el primer homenaje que recibió Gustavo. El día que murió Gustavo hubo lluvias torrenciales en Madrid y cuando dejó de llover se produjo una gran nevada. El certificado de defunción firmado por el doctor Joaquín de Higuera atribuye la muerte a “un grande infarto de hígado, complicado con una fiebre intermitente maligna o perniciosa”. Produce inmensa ternura saber que en el lecho de muerte Gustavo dijo a sus amigos: “Cuidad de mis niños”. También les pidió que publicaran sus obras porque él presentía que muerto sería más conocido que vivo: “Me muero. Sabéis que no soy pretencioso, pero si es posible, publicad mis versos. Tengo el presentimiento de que muerto seré más y mejor leído que vivo”. No se equivocó, como nunca fue consciente de su papel revolucionario en la literatura española. Las últimas palabras que pronunció, antes de cerrar esos ojos negros que había heredado de su madre, fueron “todo mortal”. Él, que es inmortal gracias a su obra en verso y en prosa, a sus dibujos, fue un artista total que integró varias disciplinas en su creación. Tal vez lo más llamativo de los últimos momentos de la vida de Gustavo fue otra de las peticiones que hizo a sus amigos, la de que le ayudaran a quemar un paquete de cartas atadas con una cinta azul, color que nos hace pensar en la banda de ese color que llevaba Beatriz, la protagonista de “El monte de las ánimas”, y que representa la fidelidad.

“El poeta, que ama el silencio para escuchar su espíritu”, dice Bécquer en el texto titulado “San Juan de los Reyes”. Bécquer, el bohemio y el dandi, el enfermo, el soñador, el amante de la jardinería, el burgués, el político, el periodista, el falso romántico; el amante y el padre, el amigo, el poeta más popular de nuestro país; sus Rimas siguen nutriendo a todos los poetas; un ángel para Ramón Rodríguez Correa; ese “tío normal que además escribía como Dios”, en palabras de Rafael Montesinos; Bécquer, el poeta que procedía de la escuela poética más exigente, la sevillana y a la técnica, él le añadió su inigualable expresión poética convirtiéndose así en el primer poeta moderno de nuestra literatura. Pero Bécquer no sólo revolucionó la lírica, también introdujo novedades en la prosa, así sus leyendas están escritas en prosa, al contrario de lo que sucedía con las de Espronceda, Zorrilla o el Duque de Rivas que las habían escrito en verso. La revolución poética de Bécquer consistió en introducir la asonancia, que es la principal característica de su poesía, consistió en acabar con los versos sonoros y sensibleros, dice, con cierta burla, en su artículo “Un boceto del natural”: “toda esa música celeste del sentimentalismo casero de las niñas románticas”.

Este fue el hombre que al día siguiente de morir, el 23 de diciembre a la una de la tarde, fue enterrado en el nicho número 470 del Patio del Cristo, en la Sacramental de San Lorenzo de Madrid, Valeriano estaba en el 423, y allí permanecerían hasta 1913, cuando los restos de ambos fueron trasladados a Sevilla. Es decir, no se tuvieron en cuenta sus palabras de la III de las “Cartas desde mi celda”: “Se me resiste el pensar que podrían meterme preso en un ataúd formado con las cuatro tablas de un cajón de azúcar, en uno de los huecos de la estantería de una Sacramental para esperar allí la trompeta del Juicio, como empapelado, detrás de una lápida con una redondilla elogiando mis virtudes domésticas e indicando precisamente el día y la hora de mi nacimiento y de mi muerte”. Él había manifestado, en ese miso texto, su deseo de ser enterrado en Sevilla: “Soñaba que la ciudad que me vio nacer se enorgulleciese con mi nombre, añadiéndolo al brillante catálogo de sus ilustres hijos, y cuando la muerte pusiese un término a mi existencia, me colocasen, para dormir el sueño de oro de la inmortalidad, a la orilla del Betis, al que yo habría cantado en odas magníficas, y en aquel mismo punto adónde iba tantas veces a oír el suave murmullo de sus ondas. Una piedra blanca con una cruz y mi nombre serían todo el monumento”. Su deseo fue cumplido sólo en parte, pues si bien reposa en su Sevilla natal, no lo hace a orillas del Betis, sino en el Panteón de Sevillanos Ilustres gracias a 29 años de trabajo de José Gestoso, quien tuvo su recompensa al ser enterrado a pocos metros de su admirado Gustavo Adolfo Bécquer.

Gustavo, a finales de 1870, había sido nombrado director de “El Entreacto”, en cuyo primer número inicia la publicación del relato “Una tragedia y un ángel. Historia de una zarzuela y una mujer” (3-XII). Pero en el número dos (10-XII) se da la noticia de que se ha tenido que interrumpir por enfermedad del director.

La prensa madrileña se hizo eco de la muerte de Gustavo Adolfo Bécquer, en contra de lo que dijo Julio Nombela de quien nunca podemos fiarnos, ya que la envidia que sintió por Gustavo hizo que diera una imagen errónea de un Gustavo marginado que no murió olvidado, como a veces se afirma, su muerte no pasó desapercibida. En “El Imparcial” del día 23 se publicó una esquela a gran tamaño. Y se publicaron numerosas necrológicas en “El Diario Español”, el “Gil Blas”, “La Ilustración Española y Americana”, “La Ilustración Española”, “La Ilustración de Madrid”, pero la más sentida y documentada fue la de “El entreacto”.

Durante el entierro, el pintor José Casado del Alisal propone la edición de las obras del poeta y de los dibujos de su hermano Valeriano. Casado del Alisal realizó un dibujo de Gustavo en su lecho de muerte y fue en su estudio, en la Plaza del Progreso número 9, donde se reunieron los amigos del poeta (en la Nochebuena más triste de la literatura española, según Montesinos) a la una de la tarde del 24 de diciembre, incluso asistió el ministro Manuel Silvela, para poner en marcha la publicación de las obras de Gustavo y Valeriano, con intención de recaudar dinero para las viudas y los huérfanos. Para ello se abrieron dos listas de suscripción, una en Madrid y otra en Sevilla. La iniciativa tuvo mucho éxito y la razón fue que Bécquer y Nombela redactaron en 1868 el reglamento provisional de la “Sociedad de autores” nacida para auxiliar a los escritores y sus familias en caso de enfermedad o muerte, además del hecho de que Bécquer había sido un escritor conocido, valorado y bien pagado. Finalmente sólo se publicaron las obras de Gustavo, pero lo recaudado fue para las dos viudas y sus huérfanos.

Gustavo Adolfo había entregado algunos trabajos que se publicaron después de su muerte: el manuscrito de “Yo sé cuál el objeto”, la futura rima LIX, que acaba:

 Yo sé por qué sonríes
y lloras a la vez.
Yo penetro en los senos misteriosos
de tu alma de mujer.

Y también el texto en prosa “Las hojas secas”, una actualización del motivo romántico de las hojas secas. Este texto es un verdadero testamento de Gustavo. Apenas unos días después de escribirlo murió.

“La Ilustración de Madrid” le dedicó a Gustavo Adolfo un homenaje el 15 de enero de 1871 que incluía una emotiva necrología de Narciso Campillo. El 30 de julio, “Gil Blas” anuncia la publicación de las Obras de Gustavo Adolfo Bécquer, editadas por Fortanet, en dos tomos, a 28 reales. En el verano de 1871 apareció la primera edición de las Obras. Las obras de Valeriano quedaron finalmente fuera. Al comienzo del primer tomo, aparece un grabado de Severini, realizado sobre un dibujo de Palmaroli, que representa a Gustavo Adolfo yacente y trata de transmitir un mensaje de placidez y reposo del amigo muerto. Eran los primeros pasos de la conversión de Gustavo Adolfo en el poeta legendario del amor y del dolor.

Lo que sí es cierto es que tras su muerte se empezó a crear el mito Bécquer, a ello contribuyó su prematura muerte y también una serie de tópicos e incluso de cosas no del todo ciertas que han hecho más difícil conocer al auténtico Bécquer. Afortunadamente Rafael Montesinos, sevillano como Bécquer, bautizado en la misma pila bautismal de la iglesia de San Lorenzo y de quien este año –hermosa casualidad- se cumple un siglo de su nacimiento, vino a poner las cosas en su sitio y a dejar claro quién es Bécquer. No obstante Gustavo es una leyenda, su vida y su obra están envueltas en el misterio. ¿Se perdió realmente el primer manuscrito de las Rimas o podemos tener la esperanza de que algún día aparezca? ¿Quién escribió esas cartas que Gustavo quemó en el lecho de muerte?

Lo más triste es que 150 años después se sigan diciendo y escribiendo tantas cosas sobre Gustavo que nada tienen que ver con la realidad. Gustavo no fue un muerto de hambre, fue director de los periódicos más importantes del Madrid de su época, fue censor de novelas. Sabemos que el nombre de Bécquer aparece, en 1855 en una lista, que encabezaban los reyes de España, suscrito a un baile internacional que se celebró en el Teatro Real para recaudar fondos para los soldados heridos en la guerra de Crimea. Y su presencia en este baile no fue un hecho aislado. Se iba a tomar los baños al balneario de Fitero en Navarra, cosa que sólo podían permitirse personas de elevado nivel económico, y también se iba a la playa de Algorta a tomar baños de olas, cosa para los más acaudalados. Todavía se afirma que Elisa Guillén, que ni siquiera existió, fue la inspiradora de sus rimas.

Gustavo, ese espíritu sin nombre, ese “ansia perpetua de algo mejor”, ese hombre enamorado del arte, enamorado de la belleza, por eso la palabra que mejor lo define es esteta. Su vida fue breve, pero nos dejó un grandísimo legado y una lección de humildad: “He aquí, hoy por hoy, todo lo que ambiciono: ser un comparsa en la inmensa comedia de la Humanidad; y concluido mi papel de hacer bulto, meterme entre bastidores sin que me silben ni me aplaudan, sin que nadie se dé cuenta siquiera de mi salida”. Nos lo dijo Bécquer en la III de las Cartas desde mi celda, no quería ceremoniales. Y continúa así: “Ello es que cada día voy creyendo más que de lo que vale, de lo que es algo, no ha de quedar ni un átomo aquí”. No era consciente del papel que desempeñaría en nuestra lírica.

Acabaremos este artículo con palabras de Rafael Montesinos publicadas en el “Abc” el 26 de diciembre de 1961. Montesinos, el mejor conocedor de Gustavo, su amigo, y de cuyo nacimiento en Sevilla, se cumplieron cien años el pasado 30 de septiembre: «Bécquer murió en Madrid a las 10 de la mañana del 22 de diciembre de 1870. Media hora después, “los invisibles átomos” del aire de Sevilla, ese aire y ese cielo que ninguna otra ciudad del mundo pudo igualar jamás, comenzaron a apagarse. Los pájaros, desconcertados por aquella insólita noche que se avecinaba, abandonaron su becqueriano batir de alas, refugiándose precipitadamente en los árboles y aleros. Hacia las doce menos cuarto de la mañana, Sevilla oscureció totalmente su cielo –aunque sólo por unos segundos-, sobre el que apareció, brillante, altísima, como un último homenaje, la Cruz del Sur. ¿Qué otro sevillano tuvo a su muerte un túmulo más alto, más sobrecogedor, más emotivo?».