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NÁUSEA

Por: Miguel Ángel Yusta


Sin duda habrá habido épocas pretéritas llenas de horror y atrocidades del hombre contra sus congéneres sumergidas en el olvido al no existir los medios de masas que hoy hacen llegar a cada hogar cuando acontece en el mundo. Pero, precisamente hoy, estas atrocidades son conocidas al instante y a veces con una información tan exhaustiva que puede llegar a tener un efecto anestésico sobre nuestra sensibilidad. Vemos tantas barbaridades, y tan a menudo, que los límites del rechazo, de la indignación, parecen retroceder lamentablemente, cuando menos, a un inevitable conformismo generado muchas veces por la impotencia para solucionarlas.

Torturas, violaciones sistemáticas de los más elementales derechos de las personas, abusos a menores, además de crímenes horrendos masivos sobre colectivos indefensos, «manadas» depredadoras y tantas otras formas de vejación y abuso sobre nuestros semejantes, incluso actitudes y palabras cotidianas, sonrojan a quienes creemos en la convivencia respetuosa y en paz entre los humanos.

Individual y colectiva, la violencia va ganando cada día terreno y especialmente estremece pensar que hay adolescentes que filman palizas; pequeños sádicos que son , nos tememos, producto de una sociedad que ha pasado a considerar al agresivo como triunfador y a fomentar esa “agresividad” como una condición, y no la menor, para poder llegar en los primeros puestos de esta carrera de obstáculos en que, cada día más, convertimos la supervivencia.

La náusea absoluta que nos produce ver la cotidiana violencia no debería impedirnos reforzar los valores éticos para combatirla. O dejaremos una triste herencia a quienes hoy sonríen inocentes desde su pequeño mundo infantil.

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GRITOS

Por: Miguel Ángel Yusta


El barullo es tan intenso que uno ya no sabe si salir a gritar o quedarse en casa escuchando, por ejemplo, a su adorado Juan Diego Flórez que, al menos, usa la voz –maravillosa- para interpretar como nadie a Rossini.

Porque está claro que, de mucho tiempo a esta parte, las voces más dispares se han salido de madre, y con grescas de padre y muy señor mío invaden ondas, teles, calles, redes sociales y, tal vez pensando que aquí el que no grita no mama, pugnan por hacerse escuchar por encima de las otras, como ocurre exactamente en esos programas del corazón en los que el que más grita y más insulta pues más famosín se hace y hasta cobra más.

No sé yo, oigan, si ese es el camino (alternativo al de un razonamiento lógico, civilizado y cabal) para conseguir arreglar la multitud de inmensos males que aquejan a este país, aunque los sufridos ciudadanos se dediquen en su mayoría a atender su casa e intentar llegar a fin de mes con la hipoteca pagada. Y todo ello sin sentir la angustiosa penuria con la que muchos convivíamos hace, por ejemplo, cincuenta años. Que las cosas, por fortuna, han mejorado desde aquella grisura franquista, y si no que se lo pregunten a los abuelicos que toman el sol.

En cualquier caso puede que los hombres y mujeres medios, los eternos silenciosos, quienes solamente se dedican a intentar que todo lo pequeño e imprescindible funcione, los “vasallos” de lo cotidiano, estén llegando a la conclusión de que merecen mejores “señores” o, al menos, más acordes con las normas de la buena educación y la competente administración.

Y ellos -demasiados políticos y alguna que otra “personalidad”- no deberían olvidar sus formas, ni ser tantas veces del bando de los que más gritan y menos trabajan porque en democracia (que es como parece que vivimos desde hace cuarenta y tantos años), son servidores del común y de todos los electores que les pagan su espléndido salario y extras…

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LA BASURA

Por: Miguel Ángel Yusta


El concepto de basura ha llegado a ser tan extenso y profundo que no hacemos más que tropezarnos con él. Hay basura en los basureros, lógicamente, y en algunos de ellos son mayoría los niños que rebuscan desperdicios. Estremecedor. Basura por aquí, basura por allá. La basura, en sus diversas variantes, nos invade en las casas, en las calles, en los colegios, en los medios. Ingentes cantidades que en algunos casos buscamos desesperados para saciar nuestro apetito de basura. Una muerte anunciada, retransmitida, televisada, un rostro patético, cualquier cosa vale. La sobre información morbosa sobre hechos tan tristes como el asesinato de un pequeño. Un lío de faldas (o pantalones). Un levantamiento de alfombra que pone al descubierto corrupción y apesta, pero que se eterniza sin resolución. Y así vamos tirando, con la basura al cuello y tan felices de poder tener tantísima para que vean en el tercer mundo, el de la basura infecta en la que rebuscan sus gentes , que por aquí no nos privamos de nada.

Aunque esta basura digamos “virtual”, y estos hacedores de ella sean mucho más tóxicos que los basureros tradicionales, llenos de mugre física y pestilente. Los generadores de basura que visten impolutos, esos que alternan en barras de lujo y conducen deportivos “de pura sangre” al precio de llenar de basura a quien sea son, en verdad, los verdaderos detritus de esta sociedad “libre y civilizada”.

Porque aun llevando trajes o vestidos de gran marca de lujo, caros perfumes y caminando ufanos por las calles, las teles o los diversos foros económicos y políticos por donde suelen pulular, de verdad que apestan a basura y se les nota. Sería bueno aislar a esa basura y procurar conservar la modesta limpieza que tal vez es el más importante patrimonio que muchas buenas personas han heredado.

Pero, como tantas cosas, esto es un deseo utópico. Las basura nos llega ya hasta el alma. Veremos quién, cómo y cuándo es capaz de limpiarla…

 

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¿POR QUÉ EL PUEBLO?

Por: Miguel Ángel Yusta


La guerra , noticia cotidiana en diversas geografías, es una siniestra coctelera en la que se mezclan elementos cuyo resultado final es siempre incierto. Quien, irresponsablemente y algunas veces hasta en nombre de la paz, comienza a agitar la mezcla con entusiasmo, pocas veces podrá obtener el beneplácito de las gentes sencillas que, día a día, trabajan para mejorar su situación preguntándose en beneficio de quién serán inmolados miles de semejantes, tal vez ellos mismos o sus hijos.

Tristeza es la palabra que nos hiere la garganta. Nos preguntamos, una vez más, por qué invariablemente es el pueblo sencillo quien combate y quien sufre las consecuencias. Fracaso del hombre siempre, cuando el fuego sustituye al diálogo. Negación del progreso que consiste en lograr entendimiento y bienestar para los más posibles. Amargura en la noche cuando, en soledad, solo encontramos un eco de vacío y un sentimiento de impotencia ante quienes, de uno y otro lado, solo saben enarbolar banderas de intransigencia, odio, intolerancia y rapacidad.

Son días de primaveras frustradas para muchos seres humanos, porque otros semejantes se las roban . En la penumbra del cuarto de estar, contemplamos a través del televisor, un desfile real de horror, como si de una ficción se tratase. A veces contemplo la cara asombrada de mis hijos y pienso si, dentro de unos cuántos años más, ellos o sus hijos podrán explicar el porqué de tanto sufrimiento y sinrazón y si, de verdad, tantos millones de personas que jamás se habían movido de su casa, están equivocadas cuando se lanzan a la calle y se queman las gargantas con gritos de paz.

Ay, esa paz con la que tantos mercadean desde hace siglos y atizan el fuego de la guerra…

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SOR JUANA

Por: Miguel Ángel Yusta


Poco a poco, pero con firmeza, la mujer parece tomar con decisión el relevo del varón en muchas actividades, aportando sensibilidad, saber y competencia, tan útiles para ahuyentar algunos demonios machistas que condicionan tantas facetas de nuestra sociedad.

Al respecto, releía casualmente hace poco a una de mis autoras admiradas, a quien, por la época y circunstancias que le tocaron vivir, deberíamos considerar como una feliz precursora del feminismo moderno: Sor Juana Inés de la Cruz (“la Décima Musa”). Poeta precoz, mujer hermosa en lo físico y espiritual, persona apasionada, a quien sus hábitos de monja y lo que entonces significaban no le impidieron escribir ni hacer acopio de una enorme cantidad de conocimientos, llegó a juntar una biblioteca con más de cuatro mil volúmenes que fue obligada a vender al fin de su no muy dilatada vida.

Os invito, como alternativa a la telebasura, a hojear más esos viejos libros, llenos de sorpresas, que esperan vuestra atención ya que a veces, como en este caso, surge la voz de la sensibilidad y el suave lírismo :

“Este amoroso tormento
que en mi corazón se ve
sé que lo siento, y no sé
la causa porque lo siento”.

O la firme reivindicación de género que hoy, actualizada, sería plenamente vigente:

“Que cuál es más de culpar
aunque cualquiera mal haga
¿la que peca por la paga
o el que paga por pecar?”

Todo eso (“y soy diamante al que de amor me trata”) lo decía, allá en el Méjico de mil seiscientos, sor Juana Inés, mujer con mezcla de sangre andaluza y vasca, que dictó, ya entonces, una lección magistral de total actualidad, para conocimiento y aplicación de algunos discutidores de purezas étnicas y tantísimos “talibanes” redivivos…

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PRAGA, LA DORADA

Por: Miguel Ángel Yusta


Los viajes de mi vida suelen ser todos los que puedo hacer, tal es la ilusión que pongo en cada uno, grande o pequeño. Son parte de mi sustento espiritual y mi afición favorita, junto a la buena música. Su minuciosa preparación y transcurso es, para mí, tanto o más importante que el destino final elegido.

Uno de los de más agradable recuerdo transcurrió en la ya lejana primavera de 1992: un grupo de amigos decidimo ir a la hoy extinta Checoslovaquia en tren (como debe ser) vía París-Frankfurt: Coche-cama, restaurante, tertulias, partidas de cartas, conocimiento de gentes diversas, nostalgia al pasar por “nuestro París” que tantas veces nos recibe, incluído aquel mayo del 68…Después la perfecta Alemania con sus -siempre seguros de sí mismos- habitantes, tan correctos y fríos ellos. Más adelante el contraste: la cerveza barata voceada en el andén, los emigrantes rumanos, la mezcla de cultura, pobreza y dignidad, el paso por nuestra ventanilla de la imagen del cómodo chalet a la casita con huerto, del BMW al Skoda; de 170 km. a la hora a tan apenas 70 y con un traqueteo infernal.

Pero al final, el premio maravilloso: en medio de la bella Bohemia, la dorada Praga y sus sensaciones recordadas que os cuento.

(Yo tenía los ojos llenos de aquel atardecer…)

Mucho tiempo más tarde, aún la recordaba: joven, casi adolescente, con su fina silueta recortada junto a la balaustrada del puente Carlos, mientras en su violín interpretada un Smetana simplificado e inocente. Toda ella era elegancia y armonía; no pedía limosna, solicitaba una aportación por ofrecernos su cultura y su belleza. Tenía la dignidad de los checos, cultos y atentos a cuanto puede ser objeto de su sensibilidad.

Muy cerca, las marionetas volteaban en el suelo y el hombre de las cien voces escenificaba con ellas cuentos de demonios y princesas, ante los grandes y asombrados ojos de chiquillos rubios.

(Los tejados de Praga enmarcaban en verde el cielo azul de abril…)

Un poco más allá, alguien tocaba una flauta con delicadeza, sin estridencias, y un grupo de jóvenes bohemios ofrecía gorras militares rusas –la prenda de moda- y pequeñas muñecas de porcelana. Al probarme una de aquellas gorras de plato suscité la sana hilaridad de los circunstantes: decididamente yo no tenía madera de oficial soviético del viejo régimen.

(El Ultava discurría despacio y majestuoso, llevándose los últimos rayos de aquel increíble sol, mitad luz y mitad oro…)

El taxista nos mostraba orgulloso su Mercedes nuevo: “Es sólo mío” comentaba. Un Skoda con veinte años encima había intentado ya, sin conseguirlo, llevarnos, dando un rodeo turístico, a la plaza del Reloj. Las averías, frecuentes; las tarifas, discutibles; el pluriempleo, total. Nuestro conductor era violinista por la
noche, vendedor de cristal de bohemia –en dólares, por favor- por la mañana y taxista y actor aficionado los fines de semana. Gente admirable, culta, activa, sacrificada, demócrata. Pero no hay democracia total sin pan.

(Praga, la de los teatros de ópera, iglesias barrocas, tabernas medievales,calles intemporales, palacios, torres, puentes…)

El viejo del tranvía dió un beso a mi pequeño rubio de ojos azules y le habló en alemán con dulzura. “Museum” se oyó por la megafonía del vehículo. Descendimos. La noche se había cerrado ya. La plaza de San Wenceslao, luminosa, recuperada al fin su primavera, era un hervidero de turistas, algún alma perdida y concretas ofertas de amor y aventura en esa noche incierta en cuyos recodos, una melodía bohemia, acompañando a la cerveza y la carne asada, rompía el monótono imperio de las hamburguesas y los Mac Donals recién llegados.

(Y Praga, la eterna, la bella, volvía a caer en el sueño de sí misma…)