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LA OBSESIÓN DENTRO DE LOS PIANISTAS

Por: Jose Marcos Gamarra


El piano es un instrumento que tiene una larga historia. Hijo del pianoforte y nieto del clavecín, tuvo su máximo desarrollo en el siglo XIX y con ello ayudó a compositores de la talla de Chopin, Liszt o Rachmaninoff a explotar al máximo sus cualidades y características. Los pianistas del siglo XX y XXI encontraron ante esto un reto peculiar: Dominar las formas musicales de los grandes compositores del piano. El pianista practica incansablemente por este anhelo: El dominio de una forma musical en el piano. En este proceso artístico lleno de disciplina nace un trastorno de personalidad que muchas veces logra atrapar al pianista y lo sumerge en una burbuja llena de particularidades poco sanas para la salud mental y física: La obsesión. La obsesión es el estado mental mediante el cual una cosa, una situación o una imagen se repite durante varias horas en la cabeza de la persona afectada. La persona obsesiva vive atrapada con una idea o una imagen y se rinde ante ella por considerarla importante y vital. En este punto es bueno definir un concepto que va a ser determinante en la persona obsesiva: La creencia.

La creencia es una idea que sirve como un mandamiento de vida a una persona. Esta idea, guía a la persona y la ayuda a hacer realizar cosas en su quehacer diario para sustentar la misma idea. Un ejemplo de creencia puede ser el siguiente: “Si me levanto todos los días temprano, entonces tendré tiempo de hacer mis cosas y actividades en el día con tranquilidad.” Esta creencia está amparada por la lógica y experiencia de que la extensión del tiempo es determinante para la realización de las actividades, objetivos, etc. Sin embargo existen otros tipos de creencias que no necesariamente están amparadas en la lógica, pero de alguna manera se instalan en la mente de algunas personas. Un ejemplo de este tipo de creencias es el siguiente: “Todas las personas deberían de ser puntuales y llegar a la hora”. Si bien es cierto es una creencia que busca algo bueno, ya que ser puntual es determinante para el cumplimiento de obligaciones y trabajo, es imposible buscar que todos los seres que rodean a la persona afectada por esta creencia cumplan con este requisito absoluto, ya que con llegar 10 segundos tarde a una cita o reunión, las personas estaríamos faltando a esta idea de ser puntuales. A este tipo de creencia implantada en la mente de ciertas personas se denomina creencia irracional.

El pianista obsesivo establece la creencia irracional de que “todo se debe de controlar y dominar”. Los diferentes pasajes de las obras deben de ser manejados con precisión y perfección de manera absoluta. Con el pasar del tiempo este anhelo apoyado por las creencias irracionales se transforma en una necesidad. La obsesión tiene una particularidad: Establecer rituales. Los rituales de una persona obsesiva relacionada al piano son comportamientos ordenados que buscan reducir la ansiedad generada por la idea irracional. Los rituales pueden ser antes, durante y luego de la práctica del piano. Aquí algunos ejemplos:

Antes de la práctica

– Lavarse las manos de manera compulsiva con agua caliente para que las manos no estén frías al practicar (puede ser más grave si le sumamos un acto compulsivo desde bañarse).

– Vestirse de manera adecuada para la práctica (es más grave si tenemos prendas favoritas y no están para los días de la práctica).

– Limpiar el teclado del piano con alcohol u otros desinfectantes por temor a enfermedades o los gérmenes (es más grave si le sumamos la idea de una desinfección total del instrumento).

En la práctica

– Tocar el Hanon u otro libro de técnica para calentar las manos de manera recurrente. (dos horas o más)

– Ritual en el repertorio de piano (incapacidad de variar el orden de las obras).

– Tiempo de estudio para cada obra (repeticiones por errores) hasta que no se de la obra de manera limpia, no se deja de practicar.

– Tiempo de repeticiones por secciones de la obra, frases, etc.

Después de la práctica

– Asegurarse de haber practicado el número de horas viendo el reloj

– Asegurarse de haber practicado el número de obras comprobando la lista de práctica

– Asegurarse de las correcciones en las obras revisando una y otra vez las anotaciones hechas durante la práctica.

Si bien es cierto la práctica ayuda a mejorar una obra musical, se puede evidenciar en este punto que el pianista se encuentra con un pie en la realidad y con uno en una burbuja llena de particularidades que no contribuyen a que su vida se realice con normalidad y felicidad. Atrapado en un bucle de repeticiones y rituales dictados por creencias instaladas en su mente, es muchas veces incapaz de pedir ayuda. A veces, una lesión muscular ayuda a regresar a la realidad. Pero a veces no y el miedo al fracaso le hace callar y esconder ese dolor. Los familiares y amigos son quizá los primeros en ver este estado de emergencia y pueden tender lazos de afecto para poder rescatar al pianista afectado. El buscar ayuda profesional para lograr superar este trastorno y lograr una vida sana alejada de comportamientos extraños dictados por creencias irracionales, debería ser un objetivo primordial en la vida de todo artista y en general de todos los humanos para lograr el equilibrio entre la mente, el cuerpo y el espíritu.

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VENTAJAS Y DESVENTAJAS QUE TE PUEDE BRINDAR UN SOFTWARE DE NOTACIÓN MUSICAL

Por: Jose Marcos Gamarra


El  año 2020 será recordado como el tiempo en que el virus  COVID 19 azotó y cambió las costumbres del mundo. Los trabajos que tuvieron suerte por su versatilidad y poder de adaptación, migraron a una  versión virtual. Algunas profesiones sin embargo, siguieron tal cual habían estado laborando desde antes de la pandemia dentro de las cuales destaca la de compositor musical que tiene un arma fundamental que lo lleva a aislarse del  entorno que lo rodea: La tecnología.

Existen muchas ventajas desde el punto de vista operativo y logístico pues los softwares musicales acortan tiempo en la escritura musical, elaboración de  maquetas e ideas de cómo podrá sonar una obra con una orquesta, etc. A su vez, el material musical queda guardado y grabado en una nube que es posible compartir en tiempo real con los intérpretes. Esto es de gran ayuda en una  época llena de dinamismo  en donde el tiempo vale mucho. Pero no siempre fue así. En sus  orígenes,  la composición musical tenía a la  vela y al  papel pautado como  compañía y quizá la inspiración del creador  nacía de la conversación y contacto con su instrumento, ya que la interpretación musical era una  práctica  inherente al compositor.

Es a  partir del siglo XIX nace la especialidad de intérprete, una de las mayores figuras del romanticismo entre otras razones, por  la necesidad de expandir y comunicar el  arte de los compositores a más gente. Una luz para la música sin duda aunque, es prudente mencionar algunos casos particulares de  intérpretes que   abusaron de la escritura de los compositores haciendo algunos  «aportes» de su propia iniciativa, muchas veces más allá de lo recomendable. Se pueden citar casos emblemáticos como los de Couperin, Beethoven y Stravinsky, quienes se quejaban de estas prácticas abusivas, que alteraban su música sin justificación aparente. El tiempo pasó y la nueva era trajo el desarrollo tecnológico  amado por muchos. Pero debo mencionar que la relación del compositor con los softwares crea cierto vicio y  un alejamiento poco visible  con la música. Me explico: 

Componer a partir de un  patrón rítmico  o un motivo en un papel pautado con el conocimiento  ordenado, sistematizado y con el apoyo de un instrumento acústico de preferencia polifónico es, desde mi punto de vista, mucho más valioso  dentro del proceso de  creación que a partir apretar botones en un ordenador con ayuda de los últimos y avanzados softwares musicales. Con el uso de estos “sofisticados” programas,  el compositor evade uno de los  principios fundamentales dentro la composición: El contacto natural con el sonido y sus armónicos a través de un instrumento. La materia prima de  la música a través de un instrumento  se siente viva gracias a la vibración y la resonancia sin mencionar a la acústica gracias al salón en donde puede emprenderse el proceso creativo cuya influencia puede enriquecer la obra. El vínculo directo estrecho  con el sonido a través del instrumento, forman la verdadera comunión con la música y  sus posibilidades de desarrollo gracias al compositor –  intérprete. 

El compositor en este proceso de creación  con el instrumento, está realmente consciente de todas  las posibilidades de interpretación musical de manera directa y en caso de  no ser su instrumento de cabecera, la exploración y las consultas pertinentes dentro de su entorno musical apoyado en su lógica y criterio, le harán tomar las mejores decisiones para una composición ideal con otros instrumentos. Inclusive la sensación de dificultad técnica con el instrumento aumenta la tensión  para los creadores y por consiguiente para  los intérpretes lo que constituye,  una manera natural de poner matices y velocidades. Esta es una muestra de cómo vincularse de manera  transparente  con las frases, secciones y períodos  de una obra, una interpretación consecuente de las posibilidades de cada instrumento tomando en cuenta su timbre, articulación y posibilidades técnicas.

El pianista español Elías López comentaba que no creía en la música electrónica por considerar a los sonidos expuestos por instrumentos electrónicos como representaciones artificiales de los mismos, no tienen nada que ver con un sonido natural creado por un instrumento acústico cuya vibración de cuerdas y  amplificada por una caja acústica, crea un sonido rico en armónicos naturales. Más allá de si es bueno usar un software de música para componer, hay que preguntarse qué tan importante es vincularse con un instrumento del cual nacen realmente los   sonidos naturales y   para a partir de esa percepción, crear.

Este es el camino que recorrieron  muchos compositores tales como  Vivaldi, Bach, Beethoven, Chopin, Liszt, Schubert, Rachmaninoff, Yoko kanno, Yann Tiersen, Ludovico Einaudi, Phillip Glass, Mychael Nyman, Jerry Goldsmith, Dizzy Gillespie,  John Willians,  Freddie Mercury, David Paich, Vangelis entre otros. 

Claro que he visto muchas excepciones quienes desde una formación musical excepcional con un instrumento y la composición, complementan con  estos programas y los usan solamente como apoyo. Mi crítica es para  el compositor que nace en un software y muere en un software. 

Todo se resume en la necesidad de expresar el arte  de manera personal,  particular con un lenguaje natural  y si es en asociación directa con su instrumento acústico, mejor. Soy fiel defensor de tener un instrumento como medio de expresión de preferencia polifónica. En  30 años de experiencia componiendo directamente con un instrumento acústico, con sus múltiples ventajas sonoras vs. un trabajo de 10 años con softwares muy prácticos y con múltiples posibilidades en los timbres, me quedo con mi viejo piano y un poco de papel pautado.    

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FERVOR Y MÁS ALLÁ DE BUENOS AIRES: 100 AÑOS DE PIAZZOLLA

Por: Antonio Daganzo


El escritor y musicógrafo Antonio Daganzo rinde homenaje a Astor Piazzolla (1921 – 1992), con motivo del centenario –que se cumplirá el próximo día 11 de marzo de 2021- del gran compositor e intérprete argentino, revolucionario creador de la modernidad sonora de Buenos Aires, por medio de una aleación irresistible de tango, jazz y música clásica.

Nacido en Mar del Plata, a unos 400 kilómetros al sur de Buenos Aires, Astor Pantaleón Piazzolla hubo de pasar la mayor parte de su infancia en Estados Unidos, y allí, en Nueva York, quiso el destino que se produjera su trascendental encuentro con el cantante y compositor Carlos Gardel. El pequeño Piazzolla ya hacía sus pinitos con un viejo bandoneón que le había regalado su padre -Vicente Piazzolla, hijo de inmigrantes italianos en Argentina-, y, al ser escuchado por el mítico cantor de tangos, éste le dijo: “Vas a ser grande, pibe, pero el tango lo tocás como un gallego”. De esta célebre anécdota, y de estas palabras que no hubieran pasado de broma ligera si los protagonistas hubieran sido otros, cabe celebrar no sólo su altura de profecía: también el fino oído de Gardel en toda la extensión de lo que dijo. La grandeza de Piazzolla se cumplió, y su idiosincrasia artística, si no “gallega” -entiéndase lo de “gallego” como “español”, a la manera argentina-, sí que demostró, desde muy pronto, una inclinación connatural hacia el cosmopolitismo.

¿Cosmopolita el gran Astor? ¿Un músico cuyo legado, hoy, representa a su país, ante el conjunto de las naciones, incluso con más pujanza que el Martín Fierro de José Hernández? Y, sin embargo, cuánto trabajo le costó a Piazzolla convencer a propios y extraños de que su “música contemporánea de Buenos Aires” -como él la llamaba muy acertadamente- era el inicio del moderno lenguaje de tango que los nuevos tiempos necesitaban. Al cabo lo logró, con una capacidad visionaria que, dentro del ámbito de la música popular urbana a escala universal, sólo encuentra paragón, por su excelencia, en el advenimiento de la llamada “bossa nova”, a partir de la samba, gracias principalmente al talento del extraordinario compositor carioca Antônio Carlos Jobim. Pero Piazzolla fue mucho más que música popular urbana. Si en lo tocante a Brasil, la comparación entre Tom Jobim y Heitor Villa-Lobos -el autor brasileño por antonomasia de “música culta” o “docta”- resulta algo más difícil de establecer, el nombre de Astor Piazzolla merece figurar, en muy buena medida, junto al de los grandes creadores del arte del sonido en Argentina: Julián Aguirre (1868 – 1924), Juan José Castro (1895 – 1968), Carlos Guastavino (1912 – 2000), el genial Alberto Ginastera (1916 – 1983; profesor de Piazzolla de 1939 a 1945) o el folclorista y autor de la imperecedera zamba en memoria de Alfonsina Storni, Alfonsina y el mar, junto al letrista Félix Luna- Ariel Ramírez (1921 – 2010), de quien, por cierto, se cumple también el centenario de su nacimiento en este 2021. De todos ellos, Piazzolla se distinguió por una labor exhaustiva en torno al tango -surgido a finales del siglo XIX en el área del Río de la Plata, y en el que pueden rastrearse raíces africanas incluso, dentro del aluvión de influencias que alimentaron su origen-, de manera que su concepción sinfónica de género tan popular alcanzó a constituir una obra de concierto, un “corpus” clásico, una trascendencia estética paralela al ininterrumpido ejercicio de lo tanguero o tanguístico como banda sonora de las calles de Buenos Aires. Si bien dicho “corpus” no llegó a gozar de una gran extensión –a diferencia del abundantísimo número de composiciones “populares” debidas a Piazzolla-, su personalidad se antoja tan formidable que bien justifica su permanencia en el repertorio, además del repaso por alguno de sus jalones fundamentales.

Canal 13 TV (Argentina), 1963

En realidad, el compositor a punto estuvo de dedicarse por entero a la música clásica, y en ello tuvieron muchísimo que ver dos factores que se alimentaban mutuamente: la situación del tango en los años 40 del pasado siglo, y el enorme y expansivo talento del joven Astor. Al hilo de los múltiples avances estéticos que el arte del sonido, en su totalidad, venía experimentando desde comienzos del siglo XX, el género aguardaba una definitiva revolución que no terminaba de producirse; más Piazzolla descubrió pronto que, siendo parte de la orquesta del sobresaliente Aníbal Troilo (1914 – 1975), no podría emprender dicha revolución. Su trabajo como arreglista era cuestionado de continuo, y eso que Troilo no ha pasado a la Historia precisamente como un retrógrado del tango, sino como uno de los nombres fundamentales de aquella “Guardia Nueva” que vino a extender las posibilidades expresivas características de los gloriosos pioneros de la “Guardia Vieja”. No obstante, ¿cómo iba a resultar aquello suficiente para un alumno de Alberto Ginastera? ¿Para un genio en agraz, versado ya en las innovaciones de Bartók, Stravinski, Prokofiev, Hindemith, Debussy o Ravel? Por fortuna, nada menos que Nadia Boulanger (1887 – 1979), con quien Piazzolla pudo estudiar en París –entre 1954 y 1955- tras haber ganado el Premio “Fabien Sevitzky” de composición, sacó al músico de aquel sólo aparente callejón sin salida. El consejo de la insigne profesora francesa –“mi segunda madre”, en palabras del propio Astor- fue a la vez entrañable y categórico: el discípulo no debía abandonar jamás su esencia tanguera. ¿Fusión, experimentación, aprovechamiento de todo lo aprendido, de todos los altos saberes musicales acumulados? Por supuesto. Pero siempre con el tango por delante. Un consejo que valía, sin duda, por toda una carrera y una vida. El pasaporte que Piazzolla necesitaba para ganar la posteridad.

A partir de entonces tomó carta de naturaleza, deparando una discografía de gran amplitud, la “música contemporánea de Buenos Aires”. Era, efectivamente, el tango progresivo o contemporáneo, servido con el ropaje sonoro de un octeto de intérpretes que, a la vuelta de un lustro -y aunque el cariño por la formación del octeto nunca decayó del todo-, se decantó fundamentalmente en quinteto: piano, violín, contrabajo, guitarra eléctrica y, por supuesto, el bandoneón, del que el propio Piazzolla era un consumado virtuoso. Su impronta como intérprete -tan robusta como ágil, fogosa, de marcados acentos aunque capaz igualmente de los más delicados raptos de melancolía-, quedó inscrita en un “neotango” siempre atento a los fértiles caminos de ida y vuelta entre el tango y la milonga, y que, tomando del jazz la flexibilidad del discurso y la libertad constructiva, encontró en la música clásica la ambición formal, el calado eminentemente sinfónico, las influencias sobre todo de Stravinski y Bartók en los momentos de mayor fiereza rítmica y armónica, pero también, cómo no, del neoyorquino Gershwin, y de Rachmaninov o Puccini en los pasajes líricos donde había de reinar la melodía. Y, junto a todo ello, la querencia por una concepción barroca de la urdimbre sonora -desarrollo continuo, valoración del contrapunto-, resultado del amor que el músico argentino sentía por el legado de Johann Sebastian Bach.

Las aportaciones de Piazzolla al acervo de la mejor música popular urbana son incontables. Al menos cabe recordar algunas: Lo que vendráBuenos Aires, hora cero; las Cuatro estaciones porteñas (“Verano porteño”, “Otoño porteño”, “Primavera porteña” y el conmovedor “Invierno porteño”, citadas por orden de creación); el pegadizo Libertango, en el que parecen latir reminiscencias del tango-habanera Youkali, de Kurt Weill; la llamada Serie del Ángel, en la que destacan la Muerte del Ángel, la Resurrección del Ángel y, cómo no, la fascinante Milonga del Ángel; la absolutamente prodigiosa, con su melancólica sencillez, Oblivion; o, por supuesto, la celebérrima -y con toda justicia- Adiós Nonino, creada en 1959 a raíz del fallecimiento de don Vicente Piazzolla –el padre de Astor, como sabemos- en un accidente de bicicleta. Decarísimo, pieza dedicada a Julio de Caro (1899 – 1980) -el artista de la “Guardia Nueva” más admirado por Piazzolla-, constituye, con su nostalgia luminosa y sonriente, el más hermoso homenaje que cabía rendir a la tradición -si bien no olvidemos que, a la muerte de Aníbal Troilo, Astor compuso, en memoria de quien había sido su “jefe”, la muy interesante Suite Troileana-. Y toda esta concepción sinfónica del tango, ¿dejó espacio para las aportaciones de los vocalistas? Sí; en menor medida, evidentemente, pero no hay que olvidar, sobre todo, los trabajos que le vincularon con acierto al poeta e historiador del tango Horacio Ferrer (1933 – 2014) y a la cantante Amelita Baltar (1940), quien se convertiría en su segunda esposa; trabajos como la Balada para un locoChiquilín de Bachín, y esa suerte de ópera-tango en dos partes -“operita”, en denominación de sus creadores- estrenada en 1968: María de Buenos Aires, de la que provienen piezas que alcanzaron luego fama por sí mismas. Basta recordar la impresionante y contrapuntística –así lo indica ya su propio título- “Fuga y misterio”, o la desesperada ternura del “Poema valseado”, donde brilla el estilo poético sorprendente de Horacio Ferrer (“Seré más triste, más descarte, más robada / que el tango atroz que nadie ha sido todavía; / y a Dios daré, muerta y de trote hacia la nada, / el espasmódico temblor de cien Marías…”). Si este concepto popular de la ópera le aproximó a la herencia de los compositores brechtianos por antonomasia, Kurt Weill (1900 – 1950) y Hanns Eisler (1898 – 1962), su Ave María (Tanti anni prima), cuyo origen podemos rastrear en la banda sonora original del filme de 1984 Enrico IV, de Marco Bellocchio, le emparentaría con una tradición bien querida de la música clásica, aunque la letra –obra de Roberto Bertozzi- no se corresponda con el texto habitual de la oración. Más y más célebre con el paso de los años, este Ave María tiene la virtud de quintaesenciar el bellísimo universo melódico del autor argentino, dando noticia de una vida armónica más rica incluso -y ya es decir- que la aportada por Franz Schubert en su popular pieza análoga.

Paralelamente, y como líneas arriba quedó dicho, Astor Piazzolla fue construyendo una obra de concierto; ese “corpus” clásico cuyo primer hito data de comienzos de los años 50 del pasado siglo: Buenos Aires (tres movimientos sinfónicos), partitura con la que obtuvo la victoria en el ya citado Premio “Fabien Sevitzky”, y que acabó cuajando en la Sinfonía “Buenos Aires” defendida, en tiempos recientes, por maestros como Gabriel Castagna o Giancarlo Guerrero. De toda esta faceta compositiva de Piazzolla, las obras más difundidas han sido las signadas por la presencia del bandoneón en su “organicum” instrumental; algo lógico, al tratarse del instrumento emblemático de la cultura tanguera. Y, así, cabe destacar la Suite “Punta del Este”, para bandoneón y orquesta de cuerdas, o el ambicioso Concierto de nácar, para nueve tanguistas y orquesta, y centrado, más que en la riqueza de las ideas musicales por sí mismas, en la recreación de la forma barroca del “concerto grosso” -los nueve solistas darían cuerpo a un nutridísimo “concertino”; la orquesta desempeñaría la labor de un aseado “ripieno”-. El influjo del Barroco también se halla presente en el espléndido Concierto para bandoneón, orquesta de cuerdas y percusión, si bien su exuberancia temática nos hace pensar más en la fantasía del Romanticismo -¡imposible olvidar su vibrante introducción y la exposición del primero de los temas, toda una moderna, actualísima formulación del misterio de lo porteño!-. Partitura de 1979 a la que el editor Aldo Pagani tituló, por su cuenta y riesgo, “Aconcagua”, es la cima indudable de la escritura concertante de Piazzolla, que dio de sí, en 1985, otro feliz capítulo gracias al suave y primoroso Doble concierto para guitarra, bandoneón y orquesta de cuerdas. No obstante, ¡qué bien se puede apreciar el pensamiento sinfónico del músico en sus partituras “clásicas” que prescinden del bandoneón! ¿Un contrasentido? En absoluto: la mejor prueba de las inmensas posibilidades expresivas del tango, más allá de su típico color local. Buenos ejemplos de ello son Tangazo, y los Tres movimientos tanguísticos porteños de 1968: a mi juicio la más lograda partitura de Piazzolla, escrita para una orquesta radiante y polícroma. Si en la Sinfonía “Buenos Aires” las influencias de la música culta sometían aún al verbo autóctono, en los Tres movimientos tanguísticos… la simbiosis obrada entre ambos mundos es, sencillamente -y tal como había soñado en París la profesora Nadia Boulanger-, perfecta. Ello resulta perceptible, en grado sumo, por medio de dos grabaciones excelentes, de obligado conocimiento y audición: la de Charles Dutoit, al frente de la Orquesta Sinfónica de Montreal, y la protagonizada por la ya tristemente extinta Orquestra de Cambra Teatre Lliure, de Barcelona, bajo la batuta de Josep Pons. La nostalgia del arrabal y la pura ensoñación misteriosa y romántica -paradigmático al respecto el segmento central, “Moderato”- se funden en los Tres movimientos tanguísticos porteños, abocándose el discurso a una espectacular fuga de cierre que, en este caso, más que un guiño específico al Barroco supondría la coronación universal del tango en la más sofisticada forma del contrapunto imitativo.

Otro argentino cosmopolita y genial, Jorge Luis Borges, dio, en 1923, el título de Fervor de Buenos Aires al primero de sus poemarios. Eso, precisamente, es lo que una y otra vez encontramos en la música del gran Astor Piazzolla: un fervor capaz de trascender las esencias concretas, hasta el punto de convertir a Buenos Aires, mucho más allá de sus límites, en un fecundo territorio de la modernidad. Todo un portento.


Artículo también publicado en ENTRELETRAS

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SANTA LUCÍA

Por: Tomás Sánchez Rubio


Cada vez que se acerca la festividad de Santa Lucía, el 13 de diciembre, me viene a la cabeza, junto a tantos recuerdos acumulados relacionados con tal fecha, la canción que con ese nombre hizo célebre la personal voz de Miguel Ríos hace ya unos cuantos años. El tema se encontraba en la cara B del undécimo álbum del solista de Granada, Rock and Ríos, el (doble) elepé más vendido en España durante el año 1982. No obstante, la canción había aparecido anteriormente en Rocanrol Bumerang, de 1980.

“Santa Lucía” habla en principio de una relación amorosa que nace a partir de la llamada telefónica a un número equivocado; sin embargo, todavía conserva un cierto aire enigmático en su letra que el compositor de la misma, Roque Narvaja, nunca ha acabado de revelar. ¿Era, como se dice, una chica invidente la protagonista? ¿La mención a la santa de Siracusa sencillamente se debía a que se propone una “cita a ciegas”? ¿Existió en la realidad tal romance…?

Lo cierto es que, de todas maneras, tampoco necesita uno conocer todos los detalles de una canción tan hermosa para valorarla…

El cantautor Mario Roque Fernández Narvaja nació en Córdoba de Argentina en 1951. Dedicado a la música desde la adolescencia, fue miembro del grupo La Joven Guardia, que conoció una merecida fama entre 1968 y 1972. A partir de ese año emprendió su carrera como solista con letras bastante comprometidas políticamente. Durante la última época de la Dictadura argentina (1976-1983), Narvaja hubo de exiliarse en España, por las mismas fechas en que desembarcaron los padres de Tequila o Sergio Makaroff. Su presencia en nuestro país fue un éxito gracias a tres canciones señeras: “Santa Lucía”, “Menta y limón” y “Yo quería ser mayor”. En 1980 lo eligieron el mejor compositor a nivel nacional y la Sociedad General de Autores incluyó el primero de los temas entre “las cien mejores canciones de España”. A finales de aquel año, grabó Un amante de cartón, álbum dedicado al desaparecido baterista de La Joven Guardia Hiacho Lezica, así como al exbeatle John Lennon; junto a otros siete, incluía los tres temas citados anteriormente. La original balada “Santa Lucía” fue también un rotundo éxito en la voz de Miguel Ríos, quien hizo una versión con más aire de rock. En 1989, a los 38 años, Roque Narvaja volvió a Argentina. Actualmente vive en Rosario, donde compagina el quehacer artístico con la labor de instructor de vuelo, siendo la aviación una de las grandes pasiones de su vida.

Una canción más antigua llamada igualmente “Santa Lucía”, conocida en todo el mundo, fue la creada en 1848 por el compositor, periodista y político Teodoro Cottrau (1827-1879), natural de Nápoles, quien escribiera también el célebre “Addio a Napoli”. Hijo del editor Guglielmo Cottrau, publicó varias recopilaciones de arias y canciones. “Santa Lucía” fue compuesta como “barcarola” por seguir el estilo de las canciones de los barcaioli de su ciudad natal. Como en el resto de sus canciones, Cottrau escribió la letra en dialecto napolitano; sin embargo, el autor le pidió al poeta y periodista de origen dálmata Enrico Cossovich que la tradujera al italiano durante Il Risorgimento, considerándose la primera canción napolitana trasladada a la lengua de Dante. Debemos mencionar que, en algunas fuentes, se afirma que Cottrau solo fue compositor de la música, en tanto el texto original se debió a barón Michele Zezza.

El título de la canción alude al barrio costero de Nápoles llamado Borgo Santa Lucia, que en la canción un marinero observa desde su barca mientras navega por la bahía napolitana.

Es precisamente el tema de Cottrau el que se canta como himno litúrgico (Luciasången) en los países nórdicos cuando llega la festividad de la Santa de la Luz. En efecto, sobre todo en Suecia, pero también en buena parte de la órbita escandinava —bajo la influencia de la Iglesia luterana—, el 13 de diciembre es una jornada especialmente celebrada: la mencionada fecha era precisamente el Día de Navidad en el calendario juliano, vigente en Suecia hasta 1753, así como la noche más larga del año. Al día de hoy sigue siendo una de las fiestas anuales más importantes en este país. En honor de la santa, la hija mayor, elegida tradicionalmente para representarla, se levantaba antes del amanecer y se vestía con un camisón blanco y un fajín rojo, portando además unas ramas de acebo o hiedra y una corona o diadema de velas encendidas. Así ataviada, traía en procesión (luciatåget), con la ayuda de los más pequeños (quienes figuraban las estrellas, stjärngossar), el desayuno para los adultos de la casa consistente en café negro y un dulce especial llamado lussekatt. La acompañaban, asimismo, unas damas de honor también de blanco pero sin corona. Teóricamente, los pasteles debían prepararse la misma mañana, pero con mayor frecuencia se horneaban o servían el día anterior. Durante la ceremonia se cantaban canciones tradicionales y el mencionado Luciasången. Parece que esta costumbre nació alrededor de 1700 entre las familias de clase media alta de la zona del lago Vänern. Actualmente sigue celebrándose escrupulosamente este ritual, si bien una sola joven es la escogida por cada localidad para representar a la santa; entre ellas, se elige a una a nivel nacional. 

A pesar del paso del tiempo, este día se ha mantenido esencialmente como una fiesta de luz: grandes hogueras, desfiles con antorchas y ceremonias llenas de velas encendidas para simbolizar la victoria sobre las tinieblas. Lucía es la guardiana del día más corto del año —y por tanto ciega o desprovista de luz—, pero al mismo tiempo es testigo del paso de la oscuridad a la luminosidad, ya que después del solsticio las horas de claridad comienzan a aumentar paulatinamente, alargando así la duración del día.

Volviendo a la órbita mediterránea, se suele identificar a Santa Lucía, como por otra parte ocurre con otras divinidades cristianas de raíz pagana, con Deméter, la diosa griega y madre de Perséfone, que en los ritos eleusinos estaba relacionada con el mito de la muerte y el renacimiento de la Madre Naturaleza: así en el solsticio de invierno de la antigua Sicilia (o Magna Grecia), Deméter, diosa de la luz, era invocada para traer de vuelta la claridad de una nueva vida, así como la abundancia en campos y cultivos.

Debemos tener en cuenta, asimismo, que antes de que Santa Claus se convirtiera en la legendaria figura que traía regalos a los niños y niñas de todo el mundo, fue Santa Lucía quien volaba sobre los paisajes nevados con una corona de luz sobre su cabello para repartir presentes en los hogares. Todavía hoy en algunas regiones de Italia (por ejemplo en el oeste de Trentino, en Veneto, Bergamasco y Brianza) se espera a Santa Lucía, quien pasa durante la noche del 12 al 13 de diciembre a lomos de su burro para llevar regalos a los más pequeños. Para mandar a dormir a los niños más impacientes que querían quedarse despiertos para verla en persona, los mayores los asustaban diciendo que no solo les dejaría sin regalos, sino que los cegaría con las cenizas de la chimenea. De esta manera, la Santa cumple un poco las funciones de la italiana Befana. Esta premia a los niños buenos con pequeños obsequios, dulces y turrones, frutos secos y naranjas, en tanto que lleva carbón a los niños que se han portado mal.

La veneración de la Santa del sur al norte de Italia está ligada al tortuoso camino de sus reliquias, especialmente en la Edad Media. El cuerpo de la santa, tomado en la antigüedad por los bizantinos en Siracusa, fue posteriormente robado por los venecianos cuando, partiendo hacia las Cruzadas, saquearon Constantinopla. Hoy el cuerpo se conserva y venera en la iglesia de San Geremia de Venecia.

Por lo que sabemos, Santa Lucía nació en Siracusa, capital de la provincia romana de Sicilia, probablemente el año 283 de nuestra era. Pocos años más tarde, en el 304 moriría sin haber salido de su isla, durante la llamada «Gran Persecución» de los cristianos llevada a cabo por el emperador Diocleciano. Lucio, su padre, murió cuando la niña contaba apenas cinco años, quedando bajo la tutela de Eutiquia, su madre. De muy joven decidió consagrar su vida a Dios y hacer voto de virginidad. Sin embargo, su madre, que estaba enferma, la comprometió para casarse con un joven pagano. Lucía entonces persuadió a su madre de que fuese a rezar a la tumba de Águeda de Catania a fin de curar su enfermedad. Como su madre sanó, Lucía le pidió que la liberara del compromiso, dejándola consagrar su vida a Dios, y que donara su fortuna a los más pobres. Su madre accedió. Ante el flagrante rechazo, el pretendiente acusó a la joven ante el procónsul Pascasio, prefecto de la ciudad, de pertenecer a la “secta” cristiana.

Lucía fue presentada ante Pascasio. Este le ordenó que sacrificara a los dioses, a lo que ella se negó rotundamente. El romano se enfureció y ordenó que la llevaran a un prostíbulo, pero ni los soldados ni varios pares de bueyes, lograron moverla del lugar. Acusada de brujería fue condenada a la hoguera; sin embargo, las llamas que se levantaron no causaron el menor daño a la santa. Pascasio, sin poder contener la ira, mandó que un soldado le atravesara la garganta con su lanza. Era según la tradición, el 13 de diciembre del 304.

El relato de la Leyenda Dorada de Jacobo de la Vorágine (s. XIII) termina aquí, sin hacer mención alguna a la leyenda de los ojos, una de las más populares en la biografía de la santa. Dicha leyenda debió difundirse con posterioridad, en torno al siglo XIV. Al parecer, en el curso de los diversos suplicios, Santa Lucía se habría arrancado los ojos para enviarlos a su pretendiente, quien no dejaba de ponderar lo bellos que eran, pero la Virgen María le habría hecho nacer otros ojos aún más bellos. También existe una historia que cuenta cómo el poeta Dante Alighieri se curó de una grave enfermedad de la vista, originada por las lágrimas derramadas en la muerte de su amada Beatriz. Por ello hablaría de Santa Lucía con tanta gratitud en su Divina Comedia.

La representación tradicional de Santa Lucía se distingue por su atributo más característico: los ojos sobre una bandeja o en una copa. Sin embargo, este rasgo iconográfico no aparece, como hemos mencionado más arriba, antes del siglo XIV. Otros atributos habituales, que pueden aparecer por separado o agrupados, son el libro (alusivo a su sabiduría), la palma del martirio (símbolo común a todos los santos mártires) y la espada, cuchillo o puñal (alusivo a la lanza que le atravesó la garganta), que puede acompañarse de rayos de luz irradiando de la herida de su cuello; también un buey pisoteado en la parte inferior (en referencia a los bueyes que no pudieron arrastrarla hasta el prostíbulo), llamas en los pies (relacionados con su condena en la hoguera), así como la lámpara encendida o el cirio en la mano (símbolos que aluden a la etimología de su nombre, lux-lucis).

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POESÍA Y MÚSICA ESA RELACIÓN ¿AMOROSA?

El Atelier

Por: Inma J. Ferrero


Pese a que el ser de la música y el ser de la poesía son distintos, tanto por su origen, sus métodos y procedimientos, hay instantes de revelación o de creación en los que la música desemboca en la formación de un universo poético, y momentos en que la poesía propicia y da forma a un contenido o universo musical. Y es que la música y la poesía siempre han estado íntimamente unidas. La música obra en el sonido y el silencio, la poesía obra en la palabra. Sin embargo, las palabras también conllevan sonido y silencio. La música también conlleva significado por sí misma, igual que las palabras, y es aquí donde encontramos la estrecha relación que las enlaza y funde.

A través de la historia de la cultura y remontándonos a la antigua Grecia, nos encontramos tres tipos diferentes de poesía: lírica, dramática (teatral) y épica (narrativa). En este punto es importante subrayar que la poesía lírica se acompañaba de la música de la lira, y que los rapsodas cantaban los versos. Por lo que es importante subrayar que muchas de las obras maestras de la música han partido de un texto o un contexto literario, y muchas otras obras literarias, también grandiosas, han partido de un punto únicamente musical. Así podemos poner como ejemplo la audición de dos obras muy conocidas, la Sexta Sinfonía de Beethoven llamada “Pastoral”, cuya expresividad es la poetización de lo que acontece en el campo. De forma contraria, podemos poner la Octava Sinfonía, del mismo autor, donde la música es creada desde sí misma y no expresa absolutamente nada literario o visual y es considerada como ejemplo de “música pura”.

Son muchos los autores que han escrito sus poemas para la música, tal es el caso de Rosalía de Castro, que escribió sus versos “Cantares Gallegos” a tal fin.

  “As de cantar
Meniña gaiteira,
As de cantar
Que me morro de pena

Canta meniña
Na veira da fonte,
Canta dareiche
Boliños do pote.

Canta meniña
Con brando compas,
Dareich' unha proya
Da pedra do lar…”

Por lo que podemos sostener que una sola palabra es capaz de desencadenar todo un contexto musical; asimismo, una nota musical, un motivo o un timbre de cualquier instrumento, contextualizándolo de determinada manera, puede desencadenar una serie de pensamientos poéticos, filosóficos, sociales, retóricos, etc., y también expondrían un sin fin de posibles relaciones entre palabra y música.

La palabra desde el ámbito de la poesía adquiere una musicalidad propia, creando así la eficaz comunicación del ser aún más abstraído, tal es el caso del llamado “Cancionero” donde los poemas se agrupaban en canciones y decires: las canciones eran escritas para ser cantadas, e incluso existieron Cancioneros musicales; y los decires que se escribían básicamente para ser leídos o recitados. La poesía pues, tiene ese elemento, en determinados estilos, común e indispensable con la música, y esto es la abstracción, cosa que no logran otras formas de escritura como la prosa.

Cualquier cosa escrita o dicha, nos sugiere un ritmo o nos refiere cierta entonación. Cualquier melodía, nos hace pensar e imaginar tantos universos como sean posibles. Según Humberto Eco, las obras literarias nos invitan a la libertad de la interpretación, porque nos proponen un discurso con muchos niveles de lectura y nos ponen ante las ambigüedades del lenguaje y de la vida.

El ritmo es a la música lo que la palabra a la idea y el paralelismo que esto conlleva hace un todo más completo y complejo, decía Vicente Aleixandre: “La música es la poesía que ha transcendido porque no necesita de la palabra”. Y es que la idea de música siempre ha ido insertada de alguna manera en la poesía, ya sea explícita o implícitamente, deduciendo esa “musicalidad” (ritmo) que nos resuena mentalmente mientras leemos o escuchamos algún verso rimado.

La primera impresión: Cuando usamos un texto para la música, nos viene a la mente algún tipo de melodía que exprese la idea textual, cuando hay recitador y el texto no se canta; de todas formas, inconscientemente, buscamos la forma de que la música exprese lo dicho. Un buen ejemplo al respecto es “As froliñas dos toxos” poema de Antón Noriega Varela, fueron musicadas por el compositor catalán Eduard Toldrá en 1951, el cual también puso música al hermoso poema “Madre unos ojuelos vi” del poeta Lope de Vega.

  “Madre, unos ojuelos vi.
verdes, alegres y bellos.
¡Ay, que me muero por ellos,
y ellos se burlan de mí!
 
Las dos niñas de sus cielos
han hecho tanta mudanza,
que la calor de esperanza
se me ha convertido en celos.
Yo pienso, madre, que vi
mi vida y mi muerte en ellos
¡Ay, que me muero por ellos,
y ellos se burlan de mí!
 
¡Quién pensara que el color
de tal suerte me engañara!
pero ¿quién no lo pensara,
como no tuviera amor?
Madre, en ellos me perdí,
y es fuerza buscarme en ellos.
¡Ay, que me muero por ellos,
Y ellos se burlan de mí! "

Sin querer sobreponer la palabra a la música ni darle mayor relevancia sobre las artes como algo necesario, diremos que sin las palabras, sin el texto o sin la partitura, la ejecución y la audición poco o nada podría expresarse.  Ya que ambas manifestaciones son necesarias para la comunicación. Llegamos pues a la idea del “contexto” de la creación artística que se desarrolla en un mundo que comprende paralelismos, convergencias y divergencias entre el arte y la música con respecto a la palabra. Llegados a este punto, para mí es importante señalar que en ningún momento quiero decir, ni insinuar que la música esté a merced del texto o que el texto explique lo que suena, ya que no siempre sucede así.

La música creada en relación con algunas formas poéticas, es otro recurso recurrente en la composición. Ya que la relación música-poesía o poesía-canto no es nada nuevo, pues a través de la historia contamos con muchos ejemplos a este tenor. Conviene señalar que no son sólo los poetas desde el siglo XVII al XXI, los que han escrito poesía para la música o poesía que más tarde ha sido musicada, sin que haya tenido nada que ver en ello el deseo del autor. El interés de la música, más concretamente de los compositores, hacia la poesía también recae en la poesía medieval, renacentista, romancista, etc. Como es el caso de Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz, Lope de Vega, incluso Jorge Manrique, del cual han sido musicadas sus “Coplas” por el vihuelista y compositor Alonso Mudarra, gran exponente del Renacimiento español, que publicó en Sevilla en 1546, sus “Tres libros de música en cifra para vihuela”

Este también es el caso de “Rimas y Leyendas”, la obra más célebre de Gustavo Adolfo Bécquer. Muchos de los poemas de este libro fueron utilizados por el compositor Isaac Albéniz, para componer música destinada al acompañamiento del canto o la recitación, lo que supuso una de las primeras obras para voz y piano del genial pianista y compositor. Como ejemplo, la rima VII.

 "Del salón en el ángulo oscuro,
de su dueña tal vez olvidada,
silenciosa y cubierta de polvo
veíase el arpa.
 
¡Cuánta nota dormía en sus cuerdas
como el pájaro duerme en las ramas,
esperando la mano de nieve
que sabe arrancarlas!
 
¡Ay! pensé; ¡cuántas veces el genio
así duerme en el fondo del alma,
y una voz, como Lázaro, espera
que le diga: «¡Levántate y anda! "

En el caso de León Felipe muchos de sus poemas fueron recogidos en un álbum que lleva por título “Versos y canciones de caminante” y que fue nominado y finalista como “mejor álbum de música clásica” en los premios nacionales de la música independiente (MIN). En el caso de Miguel Hernández, Antonio Machado y Rafael Alberti, son muchos los cantautores que han llevado sus poemas a la música, como es el caso de Joan Manuel Serrat, Amancio Prada, entre otros.

Llegados a este punto y para finalizar, solo me resta señalar que el reencuentro de lo musical con lo poético se produce en ese horizonte en el que ambas artes trascienden sus limitaciones, y que ambas están destinadas a permanecer enlazadas entre sí a lo largo del tiempo, puesto que el objeto poético no es exclusivo de la poesía o la palabra, como el objeto musical no se limita única y exclusivamente a la especialización del oficio de músico. No cabe la menor duda: A la sensibilidad interna e incluso externa, que al momento de enfrentar la poesía a la música, ambos elementos estarán presentes uno en otro, y seremos capaces, según nuestra competencia sensible, de notar los paralelismos entre una y otra y de generar convergencias, o de acertar en los puntos en que se unen y separan poesía y música.

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PEDRO MIGUEL MARQUÉS, ‘EL BEETHOVEN ESPAÑOL’

Por: Antonio Daganzo


En este 2020, pleno “Año Beethoven”, en el que se cumple el 250º aniversario del nacimiento del genio alemán, el escritor y musicógrafo Antonio Daganzo recupera la figura de Pedro Miguel Marqués, el llamado “Beethoven español”: uno de los nombres imprescindibles para entender la evolución del sinfonismo en nuestro país.

La Historia de la Música española tuvo en la figura del malogrado Juan Crisóstomo de Arriaga (1806-1826) una suerte de Mozart soñado, precoz, fecundo y memorable, cuya fulgurante asimilación del Clasicismo le pondría a las puertas de desarrollar una trayectoria paralela a la de Schubert y Mendelssohn, o lo que es lo mismo, de participar decisivamente en la construcción del lenguaje romántico bajo la insoslayable impronta de Beethoven. Por desgracia, el tempranísimo óbito del genial Arriaga impidió, en gran medida, que la música española pudiera sumarse, de una manera rigurosamente coetánea, a la evolución europea del arte del sonido. El repertorio sinfónico puso de manifiesto, en las décadas posteriores y de forma tan evidente como cruel, la magnitud del desfase que llegó a producirse; la directa huella beethoveniana que aún pervivía en las sinfonías de Tomás Bretón o en la de Ruperto Chapí, mientras que en Centroeuropa Johannes Brahms pasaba ya por conservador para algunos ante los cambios emprendidos por el wagneriano Anton Bruckner. Con todo, sería un craso error despreciar, sin más, las contribuciones hispánicas al sinfonismo del momento: la ausencia de una genialidad rotunda, capaz asimismo de abstraerse del retraso histórico acumulado para así superarlo, no significó en absoluto un abandono de la praxis excelente en materia de composición.

El caso del músico mallorquín Pedro Miguel Marqués (1843-1918) resulta al respecto sumamente ilustrativo, por no decir definitorio, y causa tristeza comprobar que, si su nombre todavía permanece en algún secreto rincón de la memoria colectiva, ello se debe a la zarzuela en dos actos El anillo de hierro, la mejor contribución en el terreno del teatro musical de quien se hallaba lejos de poder presentarse como zarzuelista de raza. Pues el medio natural para la creatividad del autor fue lo puramente orquestal: oberturas de concierto y hasta seis sinfonías –si contamos entre ellas La vida, magno poema sinfónico- dan testimonio sobrado de hasta qué punto el talento de Pedro Miguel Marqués se desplegó aquí con toda intensidad. De las citadas partituras, las cinco sinfonías estructuradas en los preceptivos cuatro movimientos le hicieron merecedor de un sobrenombre, “El Beethoven español”, que, si bien carecía de fundamento en lo tocante a la dimensión artística de uno y otro, al menos sí acertaba a poner de relieve la estatura de Marqués como adalid, casi único, de la música sinfónica por estos lares, a la sazón tan renuentes a cimentar una verdadera sensibilidad receptiva entre el público en torno a la cultura orquestal. Mérito notabilísimo de veras bajo condiciones tan hostiles.

Urge la plena recuperación de este legado sinfónico; urge, para empezar, que las partituras de Marqués no sólo se interpreten en ocasiones contadas, como si con ello se saldase una mera deuda histórica sin consecuencias a medio y largo plazo en el imaginario sonoro de un país. Además, en este caso se dispone de una obra concreta de arrolladora personalidad que puede abrir camino eficazmente: la Sinfonía n° 3, en si menor, del año 1876; una auténtica joya de particular brillantez, con su tiempo lento de gran empaque, su entretenido “scherzo” en forma de tema y variaciones, y, sobre todo, sus emparentados movimientos extremos, el primero y el cuarto, muy inspirados e incluso ardorosos, atentos a la tradición pero tan ajenos al academicismo que hasta ciertos giros melódicos y armónicos logran aportar a la música un sabor genuinamente hispánico. Las creaciones de Pedro Miguel Marqués no nacieron para la fugacidad y la postergación. Son arte del bueno, del que contribuye a la dignidad duradera de un tiempo y un espacio; arte que no es cosa sino camino, recordando a Elbert Hubbard. Recobrémoslo.


Artículo también publicado en la revista ENTRELETRAS

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EL RESCATE DE LA TRADICIÓN

Por: Jose Marcos Gamarra


“Somos lo que hacemos día a día. De modo que la excelencia no es un acto sino un hábito”. Aristóteles. 

Hoy en día,  el mundo gira alrededor de lo  virtual. La tecnología, se ha convertido no solo  aliada fundamental para la  comunicación  sino que ha demostrado ser  una vía regia para la adquisición del conocimiento. Cursos, ponencias, charlas, disertaciones y hasta conciertos se pueden encontrar en cada rincón de la red.  No puedo negar las bondades que brinda el modernismo tecnológico por las  múltiples alternativas  para el desarrollo de habilidades que potencian al ser humano. 

Dentro del ámbito tecnológico – musical, han aparecido diferentes apps que  prometen hacer del usuario un maestro en la materia en muy poco tiempo y  con poca inversión. Se ofrece para ello, un nutrido repertorio de los géneros pop, rock, jazz, blues y clásico pero, cabe preguntarse algunas cosas ante este hallazgo.  ¿Puede una app suplantar de manera eficaz, eficiente a un maestro de música real? y si es así,  entonces ¿Puede realmente saber las características particulares, contexto, etapa y canal de donde ingresa de manera efectiva  la información musical a cada estudiante? también preguntaría si una app puede evaluar una línea de repertorio objetiva de acuerdo al nivel de cada  alumno que haya pasado  de manera satisfactoria las diferentes  texturas musicales de acuerdo a su grado de dificultad  manteniendo equilibrio entre los géneros y estilos.  Creo que la respuesta es sencilla:  No puede.    

Existen  tres grandes problemas  que son muy  evidentes  en estas aplicaciones y  que he podido percibir  por  mi experiencia en docencia durante años.

Sobrecarga de planos visuales. Para aprender piano con estas apps, se necesita  visualizar el teclado del piano virtual, en  donde aparecen las notas a veces  con colores, que hay que tocar. En el mejor de los casos,  un  video de las manos de un  pianista, toca la canción a  estudiar. El aprendiz,  debe de copiar el modelo visto en la pantalla de su móvil o tablet y hacer la interpretación en su piano personal.

Para una adecuada asociación es necesario dos elementos (partitura y el  teclado de un piano). En algunos casos, esta asociación demora un poco promoviendo  la actividad visual – motriz lejos de la partitura que a la larga está bien  si se refuerza de vez en cuando lo aprendido con la partitura.  Las apps en cambio, proponen tres planos (partitura en el móvil, teclado en el mismo y teclado del real)  sobrecargando  la percepción. Si sumamos a esto el movimiento natural de la música, lo que  podría parecer una ventaja, acaba siendo una tortura  que no deja trabajar a los neófitos largas y extensas  jornadas de 6 a 8 horas diarias  que preparan a los profesionales en la materia. 

Tiempo exógeno.  Las obras no deberían  de ser corregidas con metrónomo de una app. En un  primer momento, son  los movimientos de la línea melódica y el acompañamiento (en un tiempo personal con manos  juntas o separados dependiendo de cada nivel de lectura e independencia) lo importante  para tejer la textura de tipo  homofónica, polifónica o de melodía acompañada. La lectura  se gesta poco a poco a partir de las  frases y las pausas entre las mismas, tan necesarias como las comas y puntos en  el lenguaje verbal  ideales,  para tomar un respiro y continuar sin prisa a la siguiente sentencia.  El tiempo que  ordena los sonidos tiene su génesis en el  pulso, núcleo del movimiento musical y de  dimensión endógena. Es un gran error en estas  apps   querer corregir  de manera exógena el tiempo y no promover su ordenamiento a través de actividades dirigidas para darse cuenta de que está dentro de cada participante.  Pero es su única alternativa. Simplemente, no puede hacerlo de otro modo.  Una subdimensión más específica dentro del tiempo es la métrica, que trata las diferentes acentuaciones cada dos, tres o cuatro tiempos según indicación  de cada  compás, que por cierto tampoco es explicada por estas apps, postergando trágicamente los  acentos naturales que dividen los compases binarios, ternarios y cuaternarios que ayudan a equilibrar los movimientos de entrada – salida y la comprensión de  tiempos fuertes y débiles. 

Falencias en la parte Técnica. La técnica como se sabe,  es una serie de  conocimientos y procedimientos necesarios para desarrollar una habilidad. Las explicaciones de posición del cuerpo, brazos, muñeca y manos son vitales en el arte de interpretar el piano.  En estas apps,  la  técnica queda relegada a  una breve explicación general sin tomar en cuenta las particularidades que se pueden hallar por ejemplo en un trabajo de octavas en un pasaje de Ragtime o la  pronación de la mano izquierda en el caso de un acompañamiento estilo Alberti por citar solo algunos ejemplos. 

Podría seguir con la lista y  citar también la   inadecuada manera de enseñar a usar los pedales del piano  que varían con las formas y las  épocas. No es lo mismo el uso del pedal dentro de  una sonata de Mozart al del uso del pedal en  un nocturno de Chopin. El trabajo de dinámicas es muy pobre  dejando completamente de lado la explicación de porqué debe haber mayor o menor intensidad en una frase musical.  La lista sigue con el nulo trabajo de planos de sonoridad,  delineado de frases y falta de ayuda en la selección de un  repertorio adecuado.

Cabe mencionar la que existe  diferencia entre estas apps y  los cursos on line que se venden por paquetes, ya que  vendrían a tener otras características aunque  no  lejanas por su falta de personalización. 

Pero quizá el punto más álgido se encuentra en la falta de interacción con un maestro real  como en  una clase on line,  que  puede dar un feedback adecuado  luego de cada sesión tomando en cuenta tu contexto, etapa y  desarrollo de la técnica, abordando el repertorio justo a la medida de cada alumno  y lo más importante: Ir con el ritmo  de aprendizaje del alumno.

Es importante conocerse a sí mismo y tener  noción de  cómo se internaliza  mejor  un conocimiento. En este punto, es relevante el contexto  donde se ha crecido, las experiencias previas  para  determinar qué es lo  válido e inválido para una  vida. Es vital ser crítico con las nuevas tecnologías y ver si podemos tomar lo mejor de cada una de ellas para avanzar y con ello generar un halo que pueda ser útil a los demás. Una persona inteligente aprende de sus propias experiencias pero un sabio aprende de experiencias ajenas.  Vivimos en tiempos donde  hace falta la calidad en hacer las cosas, tiempos en donde la inmediatez generada por la ansiedad y la angustia por poseer y  tener  cosas  con el  menor esfuerzo posible se ha hecho común. Ante ello, es sabio citar al escritor y crítico de arte John Ruskin: “La calidad nunca es un accidente, siempre es el resultado de un esfuerzo de la inteligencia”.

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LUDOVICO TRONCANETTI: «NON PENSO AD ALTRO CHE A REINCARNARE (…) LA MUSICA, SENZA MASCHERE, SENZA MANIERISMI»

Da: Inma J. Ferrero


Oggi la nostra rivista Proverso visita il pianista Ludovico Troncanetti, al quale ringraziamo per la sua attenzione, un giovane talento della musica contemporanea. Durante questa intervista rivelerà i punti chiave della sua carriera di musicista, così come i suoi progetti futuri. Iniziamo leggendo la sua biografia.

Ludovico Troncanetti, pianista, è nato a Siena nel maggio 1991. Diplomato al Liceo Classico “E.S.Piccolomini” nel 2010 ha iniziato lo studio del pianoforte a 13 anni ed appena un anno dopo è entrato al Conservatorio della sua città, studiandovi per 6 anni. Si diploma al Conservatorio “G.Verdi” di Milano dove ha anche studiato composizione col M°Gianni Possio. Nel 2009 l’incontro con Leslie Howard, pianista di fama mondiale che gli propone di studiare con lui a Londra. Ha partecipato a masterclass di pianisti quali Andrea LucchesiniLeslie Howard (Accademia di Camposampiero), Pier Narciso Masi (Accademia Corelli di Fusignano, Conservatorio di Lucca, Accademia Musicale di Firenze, Pomarance e Modena) ed Henri Sigfridsson (alla rinomata Accademia Musicale di Palazzo Ricci a Montepulciano).

Ha suonato come solista in molte realtà tra cui Siena (Accademia Chigiana, Teatro dei Rozzi, Teatro dei Rinnovati), Milano (Società del Quartetto, PianoMilanoCity, Casa Verdi, Associazione Montenapoleone), Firenze (Teatro La Pergola,  Toscana Classica al Museo di Orsanmichele e S.Stefano in Ponte Vecchio), al Teatro S.Carlo di Modena, Teatro “P.Grassi” di Cisternino, Festival “Puccini e la sua Lucca” in recital solistici e con l’Orchestra Filarmonica di Lucca, Camerata Musicale Sulmonese, Settimana della Musica di Murlo, a Torino (Teatro Vittoria, Educatorio della Provvidenza, Villa Tesoriera e Auditorium “Vivaldi”), Asti ( Istituto “G.Verdi”), Teatro Comunale di Novoli, Politeama di Seveso, Teatro “Belloni” di Barlassina, Berlino (Piano Salon Christophori), Fundacion Eutherpe, Mosca (International House of Music), Mumbai (NCPA), Pune (Pune Concert Society), Lisbona (CCT Belem), St Petersburg (Teatro Music-Hall), Dubai Festival, Piano Milano City, Reform Club di Londra, Bulgaria Chamber Hall di Sofia, Festival “Suoni dal Golfo” di Lerici, Festival Musica da Camera “Città di Lucca”, Amici della Musica di Oleggio, Monteverdi Tuscany Festival, Festival “Armonie della Magna Grecia” etc..

A Marzo 2015 ha suonato il concerto per pianoforte e orchestra op.114 di Max Reger ed un inedito per due pianoforti di Liszt/Pixis presso il prestigioso “Reform Club” di Londra con il M°Leslie Howard con cui nel 2016 ha formato un duo stabile, sia a 2 pianoforti che a 4 mani, con ingaggi in Italia e all’estero. A novembre 2016 hanno debuttato in duo a 4 mani al Teatro dei Rozzi di Siena registrando sold-out e nel gennaio 2018 hanno dato la prima assoluta italiana della Fantasia op.73 per due pianoforti di Anton Rubinstein  alla Accademia Chigiana di Siena, e la prima mondiale di un inedito di Franz Liszt presso l’NCPA di Mumbai nell’aprile 2019: Grandes Variations de concert sur un thème des Puritains, S654i. Amante e sostenitore della musica del genio ungherese Franz Liszt collabora con Leslie Howard con cui si è impegnato alla traduzione in italiano della prefazione del catalogo delle opere complete di Liszt per la casa discografica Hyperion e alla ricerca di alcune copie di rarità pianistiche lisztiane.  Il suo ampio repertorio spazia da Bach ai grandi compositori dei primi del ‘900.

Nel settembre 2019 è invitato dal M°Fabio Mastrangelo a debuttare in Russia, a St Petersburg, con il terzo concerto op.45 di Anton Rubinstein e la St Petersburg Northern Sinfonia.

Prossimamente è prevista l’incisione delle 4 Sonate per pianoforte di Anton Rubinstein per l’etichetta MOVIMENTO CLASSICAL con primo disco in uscita a Gennaio 2020.

Il 2019, tra le varie tappe, lo vedrà impegnato in Italia (Camerata Musicale Sulmonese, Società del Quartetto di Milano), India (Mumbai NCPA e Pune Concert Society), Germania, Portogallo (Centro Cultural de Belém), Russia, USA, China etc..

R.P: Puoi raccontarci quando hai sentito che la musica era parte della tua vita? Perché il pianoforte e non un altro strumento?

L.T: Come credo un pó tutti ho sempre potuto ascoltare la musica fin da piccolo. Ricordo in particolare i balletti di Tchaikovsky in vecchi vinili d’epoca che mio nonno e mio babbo ogni tanto mettevano su a casa. Tuttavia, fu soltanto verso i 13 anni che mi avvicinai con curiosità felina al pianoforte, dopo che già, qualche anno prima, ci avevo messo gli occhi attraverso un programma TV che si chiamava “Bravo Bravissimo” (titolo di un’eco evidente del Figaro barbiere Rossiniano), uno dei primi talent show molto in voga in Italia negli ultimi anni ’90 e inizi del nuovo millennio, in cui un bambino suonò l’arcinota Marcia Turca di W.A.Mozart e dopo che, in maniera totalmente casuale in una zona remota dell’Umbria dove abita tutt’ora mio cugino, lui stesso mi mostrò la sua piccola pianola su cui, con il solo dito indice, mi accennava dei motivi musicali. Fu in quel momento lì che in qualche maniera una fiamma si accese in me e, un pó per inerzia e un pó per volontà personale, iniziai questo percorso, in maniera squisitamente ludica, per scoprire come questo bizzarro strumento monocromo potesse tirar fuori una infinita gamma di sonorità e suscitarmi potenti stati d’animo. Mai e poi mai mi sarei immaginato che nel giro di pochi anni avrebbe fatto parte della mia vita ancora più radicalmente.

R.P: Qual è stato il tuo percorso artistico e professionale?

L.T: Una volta arrangiatomi per qualche mese da autodidatta, con ben pochi risultati, mi affidai ad un anno di lezioni private che un anno dopo mi portarono alla ammissione in Conservatorio a Siena dove studiai per qualche anno in contemporanea con gli studi al Liceo Classico. Finii per diplomarmi al Conservatorio “G.Verdi” di Milano iscrivendomi pure a Composizione col M°Gianni Possio. Un bellissimo periodo che ricorderò per sempre. Ho pure frequentato diverse masterclass con vari pianisti, soprattutto in Italia. In particolare molto significativo per me è stato un corso di perfezionamento a Firenze che ho intrapreso con un grande pianista camerista, che tra l’altro è originario della mia stessa città, il M°Pier Narciso Masi. A lui, così come ad un grandissimo pianista che ho conosciuto nel 2009 e con cui adesso mi son persino ritrovato a formare un duo stabile, Leslie Howard, devo non solo molto di quello che sono adesso come musicista e come persona ma anche l’aver ritrovato la forza di riprendere in mano me stesso ed il pianoforte in seguito ad un brutto periodo che psicologicamente accusai non poco. Loro sono le mie due stelle polari, loro mi hanno smontato e rimontato tecnicamente, loro mi hanno forgiato nella testa e nello spirito, loro mi hanno soprattutto trasmesso cosa significa essere musicista (ben prima che pianista!), che è ad oggi la mia ’forma mentis’ su cui impronto tutta la mia attività: la musica non va eseguita, va reincarnata.

R.P: Come definiresti il tuo stile di concertista? Quali sono le tue maggiori fonti di ispirazione?

L.T: Credo che definire il mio eventuale stile sia più compito di chi mi ascolta, francamente. Posso dirti che personalmente non penso ad altro che a reincarnare (per l’appunto!) la musica, senza maschere, senza manierismi (a mio avviso rifugio dalla scarsa personalità e immaginazione), stando alle indicazioni del compositore e trovando ispirazione davvero da tutto ciò che mi circonda , pensando a qualcuno cui voglio bene, a dei momenti passati della mia vita, cercando e sperando di poter trasmettere in toto al pubblico le sensazioni che ciascuna composizione mi suscita. Mai dimenticarsi di essere se stessi, sempre. Non siamo e né dobbiamo essere copie o individui a immagine somiglianza di come altre persone ci vorrebbero! La musica è la forma di libertà più libera!

R.P: C’è un autore prediletto, uno di quelli che la fa sentire “a casa”?

L.T: Condivido casa con 5 compositori: Ferenc Liszt, Anton Rubinstein, Piotr Ilyc Tchaikovsky e Ludwig van Beethoven, Camille Saint-Saëns . Tutti loro mi fanno parimenti sentire me stesso e umano, fortuna più unica che rara!

R.P: Scegliere di essere un musicista di professione comporta dei sacrifici, in termini personali, più di altre professioni?

L.T: Senza far retorica credo veramente che qualsiasi lavoro richieda dei grandi sacrifici, quando più quando meno, anche se fare/essere musicisti più che una professione è, passami il termine, “uno stile di vita retribuito”. Soprattutto però mi vien da dire che l’introspezione che l’essere musicista ti dà e ti porta ad attuare, almeno per quel che mi riguarda, difficilmente la puoi ritrovare in altre realtà.

R.P: Nel 2019 hai debuttato in Russia, con il terzo concerto op.45 di Anton Rubinstein e la St Petersburg Northern Sinfonia. Come è stata la tua esperienza?

L.T: Sì, tutto è successo come un fulmine a ciel sereno,ricordo ancora bene il frangente. Stavo allenandomi in palestra quando all’improvviso mi squilla su WhatsApp Fabio Mastrangelo che avevo conosciuto di sfuggita una volta a Berlino poco tempo prima per puro caso perché entrambi eravamo lì per dei concerti. Rispondo alquanto sorpreso e mi chiede ‘sei libero a metà settembre per venire a St Petersburg?” ed io “beh sì certo, a parte un impegno in Spagna ma per il resto sì “ e lui se ne esce con “ti va di inaugurare la mia stagione con la mia orchestra e il tuo Rubinstein? Scegliamo il concerto!”. Sembrava uno scherzo, rimasi senza parole! Da un sogno che avevo di voler prima o poi eseguire la musica di Rubinstein anche con l’orchestra mi ritrovo in un attimo non solo questa occasione, per altro con un’ orchestra russa, ma per di più nella città dove lui stesso fondò
nel 1862 il primo Conservatorio di Russia e dove morì nel 1894 nei pressi di Peterhoff. Altro da aggiungere?! Grande orchestra, grandissimo direttore, grande spirito di collaborazione e di voglia di far musica. Una commistione assolutamente vincente. Ciliegina sulla torta è poi stata la doppia occasione di debuttare in Germania nei pressi di Dresda, altra città cara a Rubinstein,
con quello stesso concerto e una orchestra veramente di alto livello e assai calorosa, la Elbland Philharmonie Sachsen. Anche lì, era febbraio 2020, ho avuto modo di far musica con un musicisti veramente unici, molto umani, molto capaci e anche molto generosi, nessuno escluso, dal direttore d’orchestra M°Klemm al direttore artistico Mr Herm. Esperienze, queste, che ti ripagano anche molto di più della fatica di tutti i giorni per farsi strada. Spero di avere tante altre fortunate occasioni come queste da rivivere lungo il mio cammino.

R.P: Qual è la dimensione più adatta alla tua sensibilità: il concerto con orchestra o solista?

L.T: Domanda interessante e ti risponderò in maniera curiosa. Non ho assolutamente preferenze e ti dirò perché: il pianoforte è forse l’unico strumento in grado di darti la possibilità di ricreare qualsiasi situazione musicale, riadattata, trascritta o parafrasata. Con due mani puoi immergerti in qualsiasi genere compositivo, anche di altri strumenti, di più strumenti; molti pezzi scritti per pianoforti emulano spesso altre compagini strumentali: l’orchestra, un quartetto d’archi etc. Ecco, proprio per questo che, a parte la differenza di star sul palco da solo o con gli orchestrali a seconda del genere di concerto, non c’è niente che comunque non possa godermi e ricreare al solo pianoforte quando voglio.

R.P: Hai registrato un cd sulle sonate per pianoforte 1 e 3 di Anton Rubinstein. Parlaci di questo? Cosa indicheresti come punto cruciale di questo progetto? Perché Anton Rubinstein?

L.T: Grazie ad Howard ho scoperto la produzione immensa di Rubinstein e ho cominciato a studiarmela con calma. Fui fortemente attratto da quella musica che aveva un proprio marchio di riconoscimento, uno stile sia russico tradizionale dell’epoca che tedesco, con influssi soprattutto di Schumann e Mendelssohn ma che comunque fosse sempre riconducibile ad uno carattere compositivo tipicamente ed esclusivamente di Anton, dagli accordi immensi e scomodi da suonare (Rubinstein con la sola mano sinistra era in grado di suonare una sedicesima!), L’idea di registrare le Sonate era nata dal fatto che fino al quel momento solo Howard le avesse incise tutte, nel 1980/81, e che potessi essere io, all’epoca suo protégé prima che collega, il secondo proprio dopo di lui, incoraggiato anche dal fatto che avrei fatto qualcosa di inusuale ma che comunque mi piaceva e ispirava molto e aveva avuto un riscontro più che ottimo in concerto, era un bel punto di partenza. Così a fine settembre 2018 ho registrato la prima e la terza Sonata (la più cara ad Anton stesso a suo dire, tant’è che la porto’ in concerto nel suo ciclopico tour negli Usa nel 1872/73), a ottobre 2019 venni pubblicato ufficialmente sulla rivista AMADEUS e da fine maggio 2020 nel mercato e nelle piattaforme online.

R.P: Quale momento di un progetto è più stimolante: la fase ideativa, quella di realizzazione o quando finalmente si arriva di fronte al pubblico?

L.T: Visti i tempi di gestazione piuttosto lunghi non c’è una fase che sia meno stimolante di un’altra, è un continuum. Solo vedere il prodotto finito ti dà la doppia soddisfazione di godere ed apprezzare la conclusione del percorso e di rifarti un flashback di tutto ciò che c’è stato dietro fino a quel momento.

R.P: Quali sono i tuoi prossimi progetti e i tuoi prossimi appuntamenti artistici? Il sogno nel cassetto?

L.T: Visto il periodo storico che stia attraversando mi auguro anzitutto di recuperare quanto è stato dovuto annullare negli ultimi mesi poi di poter continuare quanto sta in via di sviluppo e di poter realizzare ciò che sto progettando. Al momento, se tutto andrà bene, suonerò a due pianoforti THE PLANETS di Gustav Holst con Howard per la stagione concertistica del Cantiere Musicale di Montepulciano il prossimo 25 luglio, daumen! Spero di riuscire nell’impresa di registrare l’integrale pianistica di Anton Rubinstein per poter rendere giustizia a questo grande russo per troppo tempo lasciato ingiustamente in disparte e come sogno nel cassetto avrei quello di poter essere fortunato abbastanza di vedermi alla fine del mio percorso terreno soddisfatto di aver lasciato qualcosa di genuino e bello al mondo, specialmente nella musica.

R.P: Quale consiglio a un giovane pianista?

L.T: Rifletti anzitutto bene su quanto la musica pensi sia importante nella tua vita e in base a ciò agisci di conseguenza, pensa a formarti sì come musicista ma nondimeno come individuo perché entrambi questi esseri coesistono e si coadiuvano, sii sempre te stesso, mai con timore, combatti per le tue idee, sbaglia imparando e impara sbagliando, sii fedele alla musica e a te stesso e avrai buone possibilità di lasciare un bel segno. Ogni volta che hai occasione di dare un concerto sappi che sei la persona più fortunata del mondo, in quel momento, per condividire il genio ma anche il sudore di chi ha scritto quella musica e che a suo tempo non avrà forse avuto le tue stesse opportunità di farla conoscere. Siamo dei privilegiati. Reincarna la musica.

R.P: Grazie per la tua gentilezza, da Proverso ti auguriamo molti successi.

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2020: LOS 250 AÑOS DE LUDWIG VAN BEETHOVEN

Por: Por Antonio Daganzo


Nombrar a Johann Sebastian Bach, Wolfgang Amadeus Mozart y Ludwig van Beethoven (Bonn, 1770 – Viena, 1827) es nombrar casi a la música misma, y el recuerdo de los tres, desde el cambio de siglo, nos está deparando redondas y enjundiosas efemérides. Convirtamos el trío en quinteto; evoquemos también las figuras de Giuseppe Verdi y Richard Wagner, los dos genios del teatro musical decimonónico, y obtendremos así un listado impresionante de conmemoraciones. En el año 2000 se cumplió el 250º aniversario de la muerte de Bach, y en 2006, otro 250º aniversario: el de la venida al mundo de Mozart. Antes, en 2001, recordamos a Verdi, en el centenario de su fallecimiento, y luego, en 2013, de nuevo a Verdi y también a Wagner, en el bicentenario del nacimiento de ambos -¡casualidad inmensa!-. 2020, sin ninguna duda, es ‘Año Beethoven’; período largo de celebración, pues no será hasta sus postrimerías, hasta el próximo 16 de diciembre, cuando se cumplan los primeros 250 años transcurridos desde el nacimiento de ese genial ‘león de noche’, como lo llamó Blas de Otero en uno de sus más hermosos poemas de Pido la paz y la palabra: ‘…vuelve la cara, capitán del fondo / de la muerte: tú, Ludwig van Beethoven, / león de noche, capitel sonoro!’. Cierto que, para la Historia de la Música, Giuseppe Verdi siempre será el ‘León de Busseto’; no obstante, ¿cómo renunciar a idéntica metáfora felina en el caso del autor de la Sinfonía ‘Heroica’? El comentarista Ángel Carrascosa acertó de pleno al afirmar que, en la poética beethoveniana, hay, ‘por primera vez con claridad en la música occidental, un elemento épico nuevo que se superpone al elemento lírico: en sus creaciones más acabadas la fusión entre ambos es indisociable’. Por eso la Sinfonía ‘Heroica’, dada a conocer públicamente en Viena el 7 de abril de 1805, es precisamente la partitura que suele señalarse como punto de partida del Romanticismo musical. Beethoven, pues, no sólo protagonista sino también artífice de un cambio de época. ¿Acaso podíamos dudarlo, si una personalidad artística tan arrolladora como la suya alcanzó a vaticinar incluso los abismos sonoros del siglo XX, ya en los últimos compases de su creación?

Comienzo del Finale de la Sonata nº 14 “Claro de luna” op.27 nº 2 de L. van Beethoven, autógrafo [Bonn, Beethoven-haus BH 60]

Las líneas precedentes han venido a confirmarlo una vez más: hablar del gran Ludwig supone darse de bruces enseguida con el universo orquestal que transformó para siempre. Una vez que la sinfonía, durante la segunda mitad del siglo XVIII, y gracias a las contribuciones sobresalientes de Franz Josef Haydn y Wolfgang Amadeus Mozart, se había asentado como el género para orquesta por antonomasia, el ciclo de las nueve sinfonías beethovenianas representa uno de los mayores logros jamás obtenidos en el desarrollo del arte musical, y también –dicho en términos más absolutos- en la evolución de la cultura universal. Sin duda nos hallamos ante música que es más que mero lenguaje, que es expresividad abstracta pero omnímoda, por denotarlo de alguna manera, y, al respecto, François-René Tranchefort no dejó de subrayar la precisión con que Beethoven calculaba ‘la potencia, los ataques, la compacidad’ (o compactibilidad) y ‘los contrastes dinámicos’ de ‘las masas sonoras que pone en movimiento’, ‘(…) consciente, como lo sería Berlioz, de los efectos psicológicos, incluso fisiológicos’, que la música propuesta ejercería sobre los oyentes.

Este impresionante ciclo, cuya escritura se inició entre 1799 y 1800, tuvo en la Tercera Sinfonía, la ‘Heroica’ citada antes, su primer jalón glorioso. Quienes la escucharon en su estreno no sólo se precipitaron de cabeza en una fuerza expresiva inaudita: ¡la obra duraba –y dura- aproximadamente el doble de lo que solían extenderse las sinfonías del Clasicismo en su sazón! Y ello no porque Beethoven pecara de verboso o retórico; sencillamente porque, merced a su genialidad, y tal como lo escribí en mi ensayo divulgativo Clásicos a contratiempo, la arquitectura sinfónica puede dar ya cabida ‘a un sentimiento épico-trágico que por fin se expresa de pleno, con el necesario correlato de una mayor amplitud en el discurso, gracias fundamentalmente a una prodigiosa capacidad para la elocuencia en el tratamiento de la forma sonata’. El formidable díptico –se dieron a conocer conjuntamente, el 22 de diciembre de 1808, en el Theater an der Wien- formado por las sinfonías Quinta y Sexta (‘Pastoral’), y la ‘apoteosis de la danza’ –en palabras de Richard Wagner- de la Séptima, precedieron al milagro de la Novena Sinfonía, no sin que Beethoven regresara puntualmente, en la más breve Octava, al estilo clásico de Haydn –quien fue su maestro, lo mismo que Antonio Salieri, cuya supuesta rivalidad con Mozart disparó la imaginación de escritores y cineastas-. Estrenada el 7 de mayo de 1824, de nuevo en la Viena de adopción del compositor alemán –esta vez en el desaparecido Kärntnertortheater-, la gigantesca Sinfonía nº 9 en re menor, más extensa aún que la ‘Heroica’, y denominada ‘Coral’ por su celebérrimo final cantado sobre la Oda a la Alegría de Friedrich Schiller, es la primera en la historia que sumó la voz a la orquesta. Algo que anticipó, de modo visionario, la ‘música total’ que Gustav Mahler habría de coronar en su increíble Sinfonía ‘De los Mil’, de 1910. Beethoven, al cabo, logró así dar forma a la grandiosidad que había anticipado en parte la Fantasía para piano, orquesta y coros, de 1808, y también, incluso desde un punto de vista ético, político y cívico, de compromiso con el ser humano libre y por ello feliz, el concertante de cierre de la que fue su única ópera, el ‘singspiel’ Fidelio, cuya versión definitiva data de 1814.

Posada del rinoceronte blanco y dorado (Praga), donde vivió Beethoven en febrero de 1796

‘Música que es más que mero lenguaje’, escribí líneas arriba. Y desde su misma gestación, pues ¿de dónde manaba toda esa energía incontenible? ¿A qué se debió? Escuchamos la impresionante Missa solemnis –contemporánea de la Novena Sinfonía-, y el influjo del colosal Haydn de las misas postreras y los oratorios se nos hace más evidente aún que en los pasajes sinfónicos de mayor incandescencia –y no olvidemos que la fogosa orquesta beethoveniana asimismo se extiende por los géneros de la obertura y el concierto (imprescindibles sus cinco conciertos pianísticos, que parten de Mozart y alcanzan en el Quinto, o ‘Emperador’, otra conquista expresiva de primer orden; imprescindibles el Concierto para violín y el Triple concierto para violín, violonchelo y piano)-. Pero más allá de las influencias estilísticas, o las ejercidas por un convulso período histórico que había hecho nacer en Francia un conato de música revolucionaria –pobre aunque innegablemente significativa-, ¿qué movió al gran Ludwig, ‘león de noche’, a componer de aquel modo heroico? ¿Cuál fue el auténtico, profundo drama de su vivir, expresado en el conocido como ‘Testamento de Heiligenstadt’, de 1802? Sin ninguna duda, la sordera; la dolencia paulatina que acabó causándole, ya por el tiempo del estreno de la Sinfonía nº 9, la pérdida total de la audición. Ante semejante condena –tan desoladora para un músico, tan despiadada para un maestro de su categoría-, Beethoven optó por la grandeza de espíritu: rechazó el suicidio y se entregó a culminar una labor creadora que, por tanto, no sólo fue genial sino absolutamente épica. El ser humano, el individuo, no pudo derrotar a su destino adverso, pero el músico, el ente creador, sí, y de qué manera. ‘Beethoven encarnó la tragedia redentora del héroe, que, en su búsqueda instintiva del progreso, hace avanzar a la humanidad toda’, escribí en mi ensayo Clásicos a contratiempo.

Cumplida la misión, Ludwig alcanzaría muy debilitado ya, por causa de sus múltiples enfermedades, el año 1827, y, de hecho, no le fue posible rebasar la crítica frontera del 26 de marzo, fecha de su óbito. Pero los dos años previos, 1825 y 1826, se los entregó a la posteridad más que nunca, con la redacción de sus últimos seis cuartetos de cuerda: una música creada en puridad para el futuro, pues únicamente pudo ser entendida con la llegada del siglo XX. El repertorio para piano solo y de cámara resultó siempre de importancia suma para Beethoven, a tal grado que, en 1822, puso la doble barra final a la última de sus treinta y dos (¡!) sonatas pianísticas; ciclo glorioso -¡su autor fue un brillante especialista del instrumento!- donde encontramos maravillas como la Sonata ‘Patética’ –nº 8-, la ‘Claro de luna’ –nº 14-, ‘La Tempestad’ –nº 17-, la ‘Waldstein’ –nº 21-, la ‘Appassionata’ –nº 23- o la monumental ‘Hammerklavier’ –nº 29-. El otro enorme ciclo beethoveniano concebido para pequeño salón es, claro está, el de los cuartetos de cuerda, formado por dieciséis o diecisiete obras, según se mire: diecisiete si contamos, como un cuarteto más, la Gran Fuga que se desgajó del Cuarteto nº 13 -para el que el compositor tuvo que escribir, por tanto, un nuevo desenlace-. Esa Gran Fuga, o el movimiento inicial –’Adagio ma non troppo e molto espressivo’- del Cuarteto nº 14 –tan amado por Schubert, y estructurado en siete movimientos (¡!)- se antojan músicas creadas no ya en el siglo XX sino incluso hoy mismo. Los seis últimos cuartetos son partituras llenas de audacias armónicas y de una apabullante libertad constructiva, aminoradas sólo aparentemente en el Cuarteto nº 16, en cuyo seno late uno de los tiempos lentos más hermosos, y menos conocidos, de la producción beethoveniana –’Lento assai, cantante e tranquillo’-. ¡Hasta en el catálogo de los compositores más famosos podemos hallar páginas de necesaria recuperación o redescubrimiento!

Y qué fascinadoras resultan esas piezas serenas en mitad de un arte así, de una música de la exaltación, Ésa sería, más allá de lo épico, lo trágico y lo lírico, la seña de identidad del gran Ludwig: la exaltación. No puede extrañarnos, pues, que León Tolstói se fijase e inspirase en la novena de las diez sonatas violinísticas de Beethoven, la célebre Sonata a Kreutzer, de 1802 –al cabo dedicada a Rodolphe Kreutzer, que, paradójicamente, nunca se atrevió a tocarla-, para describir el desenfreno sentimental, y también sus abismos, en la polémica narración homónima de 1889. Luego, sobre el mismo tema y bajo idéntico título, René Prinet presentó al mundo, en 1901, su no menos famoso cuadro donde un arrebatado violinista besa con ardor a su pianista acompañante, tomándola por la cintura con su brazo derecho, como si ambos hubiesen interrumpido la ejecución de la obra de Beethoven para dar rienda suelta a su pasión… ¡Qué curioso que la música acabase volviendo a la música! Así, en 1923, el gran compositor moravo Leos Janácek denominó Sonata a Kreutzer al primero de sus cuartetos de cuerda… Beethoven, el ‘león de noche’, no dejará nunca de inspirar a la humanidad, porque su arte fue, desde la raíz y hasta los tuétanos, y recordando una vez más a Blas de Otero, el de un ‘ángel fieramente humano’.


Este artículo ha sido también publicado en ENTRELETRAS

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FRANCISCO ACOSTA | LA FILOSOFÍA PIANÍSTICA DE LAS TECLAS SENTIDAS

Por: Inma J. Ferrero


Francisco Acosta conjuga la interpretación pianística con su labor como profesor de piano, lenguaje musical, coro, Introducción a la Historia de la Música y Armonía Elemental en la escuela Municipal de Música de Las Cabezas de San Juan (Sevilla). Al mismo tiempo, desarrolla un intenso trabajo como compositor, labor que realiza siempre de un modo muy ligado al lenguaje pianístico que tan bien conoce.

¿Cuándo comenzaste tus estudios de música?

De niño jugaba con los teclados Casio PT-80. Unos instrumentos minúsculos que se acompañaban armónicamente con una sola tecla que reproducía el acorde tríada. Ahí empezó mi periplo con el piano. Más tarde y, a una edad ‘avanzada’ (27 años) según los cánones estándar, cursé mis estudios oficiales en el Conservatorio Superior de Música “Manuel Castillo” de Sevilla y abundé en mi formación en muchas Master Class organizadas por los Conservatorios Superiores de Música de Sevilla, Madrid, Barcelona, Córdoba y otras instituciones privadas; cursos impartidos por catedráticos de piano y compositores de prestigio internacional como Guillermo González, Ana Guijarro, Juan Miguel Moreno Calderón, Ramón Coll, Luca Chiantore, Javier Van Baumberghen, Emilio Molina, Leo Brouwer, Fernando Velázquez, etc.

¿Por qué el piano y no otro instrumento?

Mi interés por el piano se lo debo a Jon Lord y a Beethoven. De adolescente era muy entusiasta de Jonathan Douglas Lord (Jon Lord), el teclista de la banda británica de hard rock Deep Purple. Me gustaba mucho el rock a la par que Beethoven, Chopin o Schubert. Me maravillaba las proezas armónicas que conseguía Jon Lord con su órgano Hammond y cómo fusionó el rock y la música clásica en el disco Concerto for Group and Orchestra. Álbum en directo de Deep Purple, lanzado en diciembre de 1969 acompañado por la Royal Philharmonic Orchestra, dirigida por Malcolm Arnold y grabado en el Royal Albert Hall de Londres. Por otra parte, desde niño siempre me interesó Beethoven como compositor a través del piano. Fue un excelente pianista y todas sus composiciones pasaban por el filtro de este completo y bello instrumento (¡el instrumento rey!). Esto era algo que me atraía bastante. Luego su monumental obra me atrapó de por vida.

¿Qué hizo que eligieras ser compositor?

Siempre quise componer, pero cualquier intento se me hacía vano. Soñaba con escribir una música importante y cuando miraba a mi alrededor y contemplaba la inmensa literatura pianística que ha existido a lo largo de la historia, se me quitaban las ganas de hacerlo. ¿Qué tenía yo que decir después de varios siglos de pianismo? Nada (me respondía). Así pasó mucho tiempo hasta que me encargaron unos conciertos de Ludovico Einaudi, actualmente el compositor con más nombre en el piano a nivel popular. Quizá sea atrevido catalogar su música de clásica, pero ahí están sus ventas. Pues bien, este tipo de repertorio englobado en el minimalismo como corriente artística emergente, me dio la clave para indagar por ahí. Lejos quedan las grandes formas clásicas del piano y su complejidad estructural (estoy pensando en la forma sonata y la fuga, por ejemplo), y el minimalismo me permitía activar mi fantasía al servicio de la música. Así que di rienda suelta a mi imaginación y de ahí nacieron Hydromuria y Andrómeda, dos discos que me siguen dando muchas satisfacciones. El primero es un homenaje a Julio Cortázar y el segundo homenajea a la ciencia. Literatura y ciencia me interesan tanto como la música. Actualmente trabajo en una nueva creación propia: Mapa del Frío, Op.7. Música incidental para piano inspirada en el libro La acústica de los iglús, de la periodista y escritora Almudena Sánchez. Una especie de banda sonora que recrea una narrativa donde se evidencia la fragilidad del ser humano. Y este otoño saldrá mi disco Efecto Mozart – Piano Adaptation. Monográfico dedicado al compositor más popular dentro de la música clásica, y embajador de equilibrio y buen gusto. Adaptaciones a piano para acercar este tipo de música de manera sencilla. Un trabajo de divulgación.

¿Dedicas mucho tiempo al estudio de la técnica?

Es el caballo de batalla de cualquier pianista, aunque en mi caso, que me dedico más a la docencia y a la composición, dedico menos tiempo a la técnica del que quisiera (todas las horas son pocas); al fin y al cabo no soy concertista al uso. Las tareas de pulcritud técnico/expresivas requieren de una dedicación exclusiva al 100 %; por las razones antes expuestas no es mi caso.

¿En qué se diferencia la visión que tiene sobre la música un compositor y un músico que sólo es intérprete?

El compositor crea mundos sonoros a partir del conocimiento que tenga de cada instrumento. Componer para piano siendo pianista es dar vida a los dedos sabiendo caminar por el teclado. Quien mejor supo hacer esto fue Chopin. Sin embargo Beethoven ideaba unas combinaciones que a veces eran casi inhumanas llevarlas al teclado, y Schumann excedió esos límites. Luego vinieron los impresionistas y la escala hexátona, y el calado sonoro a que fue sometido el piano necesitó de una técnica muy distinta. Había que ‘flotar’ sobre las teclas. Pero en definitiva la visión global sobre la música debe ser una condición común en ambos casos.

¿Sigues algún método de inspiración o la inspiración fluye de modo natural?

En mi caso soy muy metódico. Siempre digo que soy un artesano de la música. Ideo combinaciones sonoras que a priori sé que funcionan (armónicamente hablando). Crear una pequeña célula y que se vaya desarrollando haciendo uso de la artesanía, como una pieza de orfebrería aplicando mucha parsimonia y ensayo/error. La inspiración puede aparecer una vez que ya he construido los cimientos de la composición. Es más, si no hay momentos de inspiración en ese andamiaje, deshecho lo escrito. Señal de que no me convencerá nunca.

Desde el punto de vista del compositor. ¿Cómo ves el panorama musical actual?

¡Ufff…!, tanta tecnología ha facilitado el camino para la composición que uno ya no sabe dónde está el talento y dónde actúan los programas informáticos de composición. Hoy en día existen miles de software para componer, así que el panorama actual es de una oferta extralimitada y puede resultar hasta indigesta (como en casi todo). En mi caso, compongo a la vieja usanza: lápiz y papel pautado en mano y sentado al piano; nada de grabaciones enlatadas donde poder escoger infinidad de propuestas. Me gusta crear desde la nada más absoluta.

También te dedicas a la enseñanza. ¿Estás de acuerdo con el modo actual de enseñanza de la música?

Me dedico a la enseñanza como profesor de música a nivel elemental en una Escuela Municipal de Música (concretamente en Las Cabezas de San Juan -Sevilla-). Teniendo en cuenta que mi destino no es la enseñanza pública obligatoria, tengo quizás una visión sesgada de la realidad. A mis clases llegan alumnos ávidos de conocimiento en el campo de la música y por esa parte mi satisfacción puede que sea superior al resto de docentes que tienen que lidiar con estudiantes que asisten a una asignatura de manera obligatoria. Y como toda obligación, si la capacidad innata del alumno no es acorde con la asignatura se produce el típico rechazo. Distinto es cuando el alumno entiende que estudiar la materia que sea será algo beneficioso para su desarrollo humano, intelectual y cultural.

¿Qué te parecen las redes como modo de acercamiento a los estudios musicales? Tú tienes cuenta en Facebook y YouTube dedicado a este fin.

Las redes sociales son el vehículo de nuestro tiempo y la herramienta perfecta para interactuar individual y colectivamente. Esto acerca cualquier tipo de estudios. En mi caso aprovecho mi canal de Facebook y YouTube para ofrecer clases de lenguaje musical online y de manera gratuita. Me gusta la enseñanza, y compartir conocimientos me satisface; al igual que yo me nutro de otras personas. La revolución tecnológica de los últimos años nos ha traído esta apabullante globalización, y yo encantado de poder disponer de tan amplia ventana. Por ejemplo, vivo en Sevilla, pero mi música se gestiona desde Hamburgo y Glasgow a nivel internacional por la compañía Emubands, una agregadora digital que cada mes me envía un detalladísimo informe estadístico de mis discos; eso me parece estar en el mejor de los tiempos.

¿Piensas que la música clásica es elitista? ¿y el público que acude a los recitales?

Por tradición tiene ese ‘sanbenito’. Históricamente el acceso a la música clásica (o música culta) estaba en manos del poder de la iglesia, de aristócratas, nobles, burgueses, o familias socialmente influyentes. Hoy en día está democratizada, aunque todavía se perciben flecos de elitismo. Asistir a conciertos de música clásica sigue siendo en muchos casos (no en todos, lógicamente) un escaparate como estatus social. Evidentemente las posibilidades de consumir música clásica no pasa sólo por recitales; en este aspecto aplaudo la cantidad de plataformas digitales que invitan a escuchar todo tipo de música y en cualquier momento.

Desde tu visión actual ¿Qué le dirías a los jóvenes que comienzan en la música?

Que la música entra por el corazón, lo moviliza todo ahí dentro, pero las emociones que activa tienen que recorrer muchos caminos para hacer de esta actividad la profesión a la que te quieres dedicar. Uno nunca sabe por dónde se moverán los caprichos del destino, pero no hay que desesperar. El recorrido es tan largo como hermoso. Y que la curiosidad por aprender mantenga vivo tu espíritu.