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HALLAZGOS DE LOBOS Y DE MAR

La última sección

Por: Hilario Martínez Nebreda


Voz tardía, pero fecunda y lírica, ya nos sorprendió Paquita Dipego con palabra tersa, meta-poética, intuitiva y dolorida en su obra «Noches nómadas» publicada en Ed. Vitruvio. Hoy nos trae la meditación y la hondura en una correspondencia con sus «encuentros con el mar».

Maestro y gran compositor de música, nos da a entender Aaron Copland que «la forma no puede ser
mas que el crecimiento gradual de un organismo vivo… El contenido musical es lo que determina la forma». En esa clarividencia sostiene P. Dipego esta obra «Hallazgos de lobos y de mar» que merecidamente ha sido premiada en el IV Premio internacional de poesía «Treciembre» (Ed Azul) del año 2017. Como el músico, la poeta trabaja sus claves de variación y repetición sobre cuatro elementos principales: ritmo, melodía, armonía y timbre o acento, sonoridad, medida y rima.

Cuando en «La edad del Espíritu» reflexiona su propia cosmovisión filosófica, previamente a las categorías transcendentales del ser y su antropología del ser fronterizo y el símbolo, Eugenio Trías despliega la valoración acústica del universo en cuanto que nuestros oídos están abiertos a la sonoridad de «la música callada» de los poetas y místicos. Desde este mismo sentimiento poético, de comprender el hecho sonoro de las cosas nos instala P. Dipego en una contemplación sinfónica, donde deseamos y amamos la rosa, domamos los fantasmas de infancia y vida adolescente, nuestra inocencia amenazada, la profundidad hacia adentro, hacia el envés de nuestros ojos como el mar que renuncia a su oleaje y espuma para amanecer «jergón dormido» con la mirada en sus honduras y lejanía. Y habitar la casa porque presencia de ausente es la madre que todo lo abarca como Brahman o las olas que siendo movimiento son el mar siempre idéntico a si mismo, porque la madre es alma (atman) en el recuerdo, pero igualmente participación activa esotérica en el Espíritu, tal cual reza la tradición cristiana al hablarnos de la «comunión de los santos».

Si en «Noches nómadas» P. Dipego nos entregaba a un sentimiento de que todo está inacabado (Pg.68) desde el día en que perdimos la sonrisa de la inocencia de infancia y es, por tanto, afanosa búsqueda en devenir de un buscador de amor, de justicia, verdad, belleza, silencio (como ámbito de oír y pronunciar la palabra), » a grupa de una palabra hapax,»hallazgo», (pg. 84)… en esta obra de los «Hallazgos…» nos viene a reafirmar que todo abrazo no es más que»un hallazgo y choque con la vida», y un existir en el «topos», la «casa habitada», ámbito de la rosa.

«Todo esto es para habitación del Señor, cualquiera sea el universo individual del movimiento en el desplazamiento universal…» reza uno de los más antiguos Upanishad. El maestro Sri Aurobindo en su análisis del Isha Upanisahad nos pone sobre aviso de que estamos ante unos versos que no son vehículos de instrucción, sino de iluminación. No hay previo juicio de razonamiento, sino ideas implícitas que se apoyan unas a otras. Se supone que el lector «avanza de luz en luz». Por eso, el pensamiento védico distingue con claridad el conocimiento de iluminación directa, del «kavi» o vidente, del otro, del pensador o «manisi» que exige a la mente tarea laboriosa. En una semejante armonía de opuestos, pétalo y espina, abre su sinfonía con el tema de la rosa, «rose», anagrama de Eros, del sánscrito «aris» (entusiasmo, lleno de deseo), flor sagrada para Afrodita. De esta manera, en el Preludio de la obra, sobre el paralelismo de «pétalo-terciopelo y ala de pájaro-vuelo» nos elevamos en vuelo (cfr.11,17,23) al climax (gr.»klimax»= escalera al cielo) a la vez que integrados en un sincretismo sensual de lo oriental y occidental.

En efecto, en el rito tántrico se pide abrir los «dalas» o pétalos de los centros psíquicos por ese don de magnificar o la capacidad de producir ilusión, como decía Descartes… para introducirnos al oxímoron y anáforas del «devenir». Y en ese ir de «luz en luz», de «hallazgo» en «hallazgo», quedarnos mudos en la fugaz utopía, donde, quizás, pueda obrarse el sortilegio de habitar la casa y la rosa que pueda contener la hostilidad de las fuerzas del mal, como un día lo fueron las mágicas muñecas… porque allí está la madre ausente, la ausencia, la poeta, la imaginación creadora y su poema frente a los lobos, pues estos lobos no son lobos matricios como aquella hembra doblegada a ternura que alimentó a Romulo y Remo, ni siquiera lobos guardianes o benefactores tal nos hace ver la mitología egipcia. No. Los lobos de P. Dipego son lobos ferales, temibles, mas parecidos a Fenris, el lobo monstruoso de la mitología nórdica, «de afilados colmillos» con «garras», de parecidas características a los animalia de «Maldoror».

Enhorabuena, Paquita, no tanto por el premio cuanto por esta obra de tanta fuerza y belleza por su palabra y su música. Y gracias por este don que nos concedes en tu inspiración.