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ELIZABETH BARRETT BROWNING, VICTORIANA Y FEMINISTA

Pilar Alcalá García


Para Edgar Allan Poe Elizabeth Barrett Browning fue un referente y Emily Dickinson la admiraba tanto que tenía un retrato de Browning en su habitación. Solitaria, melancólica, fóbica, adicta al opio por una dolorosa afección en la espalda, compuso varios de los mejores poemas de amor de la literatura inglesa. Elizabeth fue una feminista en la época victoriana, apoyó la unidad de Italia, hizo campaña por la abolición de la esclavitud, condenó el trabajo infantil y amaba a Homero. “La Safo de nuestro tiempo”, para Wilde; “la Shakespeare entre las mujeres”, según Ruskin.

Elizabeth Barrett Moulton-Barrett nació el 6 de marzo de 1806 en Coxhoe Hall, Durham, Inglaterra y murió el 29 de junio de 1861 en Firenze, Italia. Su padre era propietario de una plantación de azúcar en Jamaica y su madre provenía de una familia adinerada descendiente del rey Eduardo III. Elizabeth fue la mayor de doce hermanos y como la gran mayoría de niñas de su tiempo, fue educada en casa, con la ayuda de un hermano y un vecino suyo que la introdujo en el mundo de los autores griegos. Era muy joven cuando había leído autores de la talla de Shakespeare o Dante. Con veinte años, Elizabeth ya había publicado de manera anónima su primera obra: Ensayo sobre la mente y otros poemas.

Elizabeth Barrett Browning

Es una de las poetas más representativas de la época victoriana que también se dedicó a la novela y a la traducción. Mujer extraordinaria por su inteligencia que conquistó con su arte a numerosos autores de la época, es considerada como uno de los grandes talentos en lengua inglesa dentro del género lírico, en particular, el amoroso. Vivió una infancia privilegiada organizando producciones teatrales familiares con sus once hermanos. Recibió una esmerada educación, por eso desde niña se interesó por todo tipo de libros, sobre todo los clásicos, y antes de cumplir los diez años había leído en griego las obras de Homero. De salud delicada, no tuvo problemas hasta 1821, cuando el Doctor Coker le recetó opio debido a sus problemas nerviosos. En el año 1820 apareció su primer poema, “La Batalla De Maratón” y seis años después escribió Ensayo sobre el hombre y otros poemas. En 1928 falleció su madre y la familia se traslada a Londres y allí traduce el Prometeo encadenado de Esquilo y empieza a publicar algunos libros. Sabemos que no era muy dada a las relaciones sociales, pero hay que tener en cuenta la difícil situación que tuvo que vivir. Sufrió la pérdida de dos de sus hermanos. En 1838 Edward, su hermano favorito, muere ahogado, fue un tremendo golpe que la postró durante meses y del que nunca se recuperó completamente. Además, en la década de los 40 sufrió una lesión en la columna vertebral que le dejó inválida y la obligó a utilizar con asiduidad el opio para calmar los dolores. Se volvió una inválida ermitaña que pasó los siguientes cinco años en su habitación y viendo solo a una o dos personas, además de a su familia inmediata. Uno de aquellas personas era John Kenyon, un hombre rico y simpático, amigo de las artes.

En 1844 Elizabeth publicó una colección de poemas que incluía “El lamento de los niños” y “El galanteo de Lady Geraldine”; cuya introducción en la edición estadounidense fue realizada por Edgar Allan Poe, lo que la convirtió en una de las escritoras más populares, y lo que decidió a Robert Browning a escribirle diciéndole lo mucho que le gustaban sus poemas. Kenyon organizó la visita de Robert en mayo de 1845, y desde entonces, comenzó uno de los noviazgos más famosos de la literatura. Seis años mayor que él e inválida, Elizabeth no pudo ni imaginar que él la quisiese todo lo que decía hacerlo, y sus dudas las recogen los Sonetos de la portuguesa, que escribió en los siguientes dos años, durante el noviazgo. Pero el amor lo puede todo y Robert, como ya había hecho su héroe Shelley, se llevó a su amada a Italia, casándose una semana antes, como buenos victorianos. Se casaron en secreto en 1846, ya que el padre de Elizabeth había prohibido el matrimonio a todos sus hijos y jamás le perdonó su boda con Browning. La boda se celebró el 12 de septiembre en la iglesia de Santa Marylebone en Londres, en presencia de su leal doncella Elizabeth Wilson y del primo de Robert, James Silverthorne.

  Oh, amor mío, amor mío, cuando pienso
que existías ya entonces, hace un año,
cuando yo estaba sola aquí en la nieve
y no vi tus pisadas ni escuché
tu voz en el silencio...

La pareja no soportaba al padre de ella así que una semana después, el 19 de septiembre de 1846, cuando iban a abandonar la ciudad hacia su propiedad alquilada en Little Bookham, Surrey, se marcharon primero a Francia y después a Italia, acompañados por Wilson y del querido perro de Elizabeth, Flush. En 1849, cuando Elizabeth tenía 43 años de edad, tuvo a su único hijo, Robert Wiedemann, a quien sus padres llamaban Penini.

Sonetos de la portuguesa

Quizá su obra más conocida e importante sea Sonetos de la portuguesa, escritos, en secreto antes de su matrimonio, para su esposo y publicado en 1850. Se trata de cuarenta y cuatro sonetos con textos amorosos cargados de sensibilidad, sinceridad y pasión. Dado el carácter íntimo de los mismos, la poeta dudó en publicarlos, pero su marido la animó a hacerlo porque los consideró sublimes. Por ese motivo decidieron editarlos como si se tratase de una traducción del portugués o escritos por la portuguesa, ya que Browning llamaba a Barrett mi “pequeña portuguesa”. Inmediatamente fueron reconocidos como poemas de la autora, y son considerados una de los mejores poemarios de amor de la literatura inglesa. Uno de estos sonetos, el número XLIII, empieza con una de las frases más conocidas del idioma inglés: “How do I love thee? Let me count the ways” (¿De qué modo te amo? Déjame que cuente las formas).

Entre 1848 y 1851 escribió Las ventanas de la Casa Guidi, la casa en la que vivieron en Firenze, en Piazza San Felice, donde hoy hay una placa que lo recuerda, casa que actualmente es un Museo. La placa se colocó en 1861 por “florentinos agradecidos” y rinde homenaje a Elizabeth Barret Browning por hacer con su verso un anillo de oro vinculante entre Italia e Inglaterra. No cabe duda de que es más conocida en su ciudad adoptiva por Las ventanas de la Casa Guidi y por su apoyo apasionado por el Risirgimento que en otros países. Antes de instalarse en Firenze pasaron unos meses en Pisa, hasta el 17 de abril de 1847, pero Pisa les aburría y decidieron marcharse a Firenze donde alquilaron un piso que rebautizaron como Casa Guidi, que encajaba con sus simpatías republicanas. Amueblaron ellos mismos el lugar, y redecoraron la sala con los colores de la olvidada bandera italiana del Risorgimento: rojo, blanco y verde. En el salón de esta casa los Brownings recibieron a muchos otros compañeros expatriados. “La elaborada gracia de la catedral de Pisa es una cosa, y la masiva grandeza de la de Firenze es otra cosa incluso mejor. Me dejoó anonadada, con una sensación de arquitectura sublime. En Pisa dijimos, ‘qué hermoso’; aquí no decimos nada. Es suficiente con respirar”. Elizabeth describió la Casa Guidi como “un lugar fresco, en un sitio fantástico a un paso de la Piazza Pitti, y con derecho a admisión diaria en los jardines de Boboli”. Las ventanas de la Casa Guidi fue publicado en dos volúmenes en 1851, simultáneamente en inglés y en traducción italiana. Firenze fue muy importante en la obra del matrimonio, no solo les dio material para sus creaciones, sino que les proporcionó libertad respecto a las antiguas convenciones. Firenze significó libertad y un alivio para sus vidas, ya que permitió el desarrollo de su individualidad y el alcance de su plenitud, ayudando a sus refrescantes y originales voces. Mientras Robert Browning encontró inspiración en la excentricidad de otros, como los artistas florentinos Andrea del Sarto o Fra. Filippo Lippi y otras figuras históricas y literarias, Elizabeth llevó sus expectativas socio-parentales hacia la subversión de la forma épica, tradicionalmente masculina.

Su obra más extensa y también más ambiciosa es el poema didáctico Aurora Leigh (1856), en la que recreó la vida de la periodista Margaret Fuller, que había muerto ahogada en un barco cuando volvía de regreso a los Estados Unidos. Aurora Leigh ofrece una visión más profunda de la que significo Florencia para ella. Notabilísima novela en verso libre de carácter didáctico, en el que defiende el derecho de las mujeres a la libertad intelectual y expone las preocupaciones de las artistas. Aparecen una gran variedad de ambientes, desde los círculos de la alta sociedad hasta los bajos fondos. Virginia Woolf consideraba que esta novela estaba al mismo nivel de los mejores escritos de Jane Austen, George Eliot y las hermanas Brönte. Por desgracia hasta 1978 Aurora Leigh no fue realmente recuperada en Inglaterra. La propia Virginia Woolf lamentó que “el destino no ha sido amable con la señora Browning como escritora”. Aurora Leigh fue una proto-feminista, una activista por los derechos de las mujeres cuando la palabra sufragismo no estaba en boga ni tampoco el concepto de feminismo como lo entendemos hoy en día. Pero lo suyo no es un planteamiento simplemente reivindicativo, contestatario, de activista de folletín y pancarta. Lo que hace a este poema una obra que trasciende barreras temporales, y se puede leer ahora con la misma intensidad que hace más de un siglo, es que no cae en estereotipos fáciles ni en reducciones maximalistas. Se trata de una trama dickensiana que sirve para presentar las injustas restricciones educativas y sociales que sufrían las mujeres, para definir una teoría literaria radical.

En 1855, en El Serafín y otros poemas, expresó sus sentimientos cristianos en forma de tragedia clásica. En 1860 publica Poemas antes del Congreso, donde expresa su apoyo a la unificación italiana. Al morir, en 1861, su esposo preparó sus Últimos poemas para la imprenta, que verían la luz en 1863. Ninguna otra poeta alcanzó el prestigio de Elizabeth entre los lectores cultos de Estados Unidos e Inglaterra en el siglo XIX. Hay que tener en cuenta, además, que tras la muerte de William Wordsworth en 1850 fue nominada para poeta laureada, aunque finalmente se eligió a Alfred Tennyson.

Si Virginia Woolf no hubiese publicado sus artículos en defensa de la poesía de Elizabeth Barrett Browning para el “Times Literary Supplement” de octubre de 1930, la autora de Aurora Leigh continuaría siendo ignorada por el público general.

Elizabeth está enterrada en una tumba diseñada por Frederic Lord Leighton, en el bello cementerio inglés de Firenze, en el Piazzale Donatello, un cementerio sin paredes y de forma ovalada.

 ¿De qué modo te quiero? Déjame que cuente las formas.
¿De qué modo te quiero? Pues te quiero
hasta el abismo y la región más alta
a que puedo llegar cuando persigo
los límites del Ser y el Ideal.
 
Te quiero en el vivir más cotidiano,
con el sol y a la luz de una candela.
Con libertad, como se aspira al Bien;
con la inocencia del que ansía gloria.
 
Te quiero con la fiebre que antes puse
en mi dolor y con mi fe de niña,
con el amor que yo creí perder
 
al perder a mis santos... Con las lágrimas
y el sonreír de mi vida... Y si Dios quiere,
te querré mucho más tras de la muerte.
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150 AÑOS DE LA MUERTE DE GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER

Por: Pilar Alcalá García


“Descanse en paz, si es que luego se descansa, o se termina cansándose uno de tanto descanso. Sea como sea, lo que sí es verdad es que algunos estamos empeñados en que este muerto no se quede solo”.

(Rafael Montesinos)

El 22 de diciembre no es el día en que se celebra el sorteo de la lotería de Navidad, el 22 de diciembre es el día que murió Gustavo Adolfo Bécquer, el primer poeta moderno de la lírica española. Curiosamente en 1870 el sorteo de la lotería se celebró el 23 de diciembre, todavía no se llamaba “Sorteo de Navidad”. El premio “gordo” fue para el número 09914 y fue vendido en Barcelona en la administración 361. Un boleto costaba 50 pesetas y el premio “gordo” ascendía a 150.000 pesetas. El sorteo se celebró en el edificio de los Consejos, palacio de Uceda, actualmente sede del Consejo de Estado de España en la calle Mayor de Madrid.

El jueves 22 de diciembre de 1870, el día más frío en la historia de Madrid hasta entonces, murió Gustavo Adolfo Bécquer en un piso de la calle Claudio Coello del barrio de Salamanca. Y murió sin haber publicado sus obras en un libro, todo lo que había publicado lo había hecho en los periódicos de los que fue redactor y director. Poco después de su muerte se produjo en Sevilla un eclipse total de sol que algunos han querido interpretar en clave esotérica. Dice Rafael Montesinos que ese eclipse es el primer homenaje que recibió Gustavo. El día que murió Gustavo hubo lluvias torrenciales en Madrid y cuando dejó de llover se produjo una gran nevada. El certificado de defunción firmado por el doctor Joaquín de Higuera atribuye la muerte a “un grande infarto de hígado, complicado con una fiebre intermitente maligna o perniciosa”. Produce inmensa ternura saber que en el lecho de muerte Gustavo dijo a sus amigos: “Cuidad de mis niños”. También les pidió que publicaran sus obras porque él presentía que muerto sería más conocido que vivo: “Me muero. Sabéis que no soy pretencioso, pero si es posible, publicad mis versos. Tengo el presentimiento de que muerto seré más y mejor leído que vivo”. No se equivocó, como nunca fue consciente de su papel revolucionario en la literatura española. Las últimas palabras que pronunció, antes de cerrar esos ojos negros que había heredado de su madre, fueron “todo mortal”. Él, que es inmortal gracias a su obra en verso y en prosa, a sus dibujos, fue un artista total que integró varias disciplinas en su creación. Tal vez lo más llamativo de los últimos momentos de la vida de Gustavo fue otra de las peticiones que hizo a sus amigos, la de que le ayudaran a quemar un paquete de cartas atadas con una cinta azul, color que nos hace pensar en la banda de ese color que llevaba Beatriz, la protagonista de “El monte de las ánimas”, y que representa la fidelidad.

“El poeta, que ama el silencio para escuchar su espíritu”, dice Bécquer en el texto titulado “San Juan de los Reyes”. Bécquer, el bohemio y el dandi, el enfermo, el soñador, el amante de la jardinería, el burgués, el político, el periodista, el falso romántico; el amante y el padre, el amigo, el poeta más popular de nuestro país; sus Rimas siguen nutriendo a todos los poetas; un ángel para Ramón Rodríguez Correa; ese “tío normal que además escribía como Dios”, en palabras de Rafael Montesinos; Bécquer, el poeta que procedía de la escuela poética más exigente, la sevillana y a la técnica, él le añadió su inigualable expresión poética convirtiéndose así en el primer poeta moderno de nuestra literatura. Pero Bécquer no sólo revolucionó la lírica, también introdujo novedades en la prosa, así sus leyendas están escritas en prosa, al contrario de lo que sucedía con las de Espronceda, Zorrilla o el Duque de Rivas que las habían escrito en verso. La revolución poética de Bécquer consistió en introducir la asonancia, que es la principal característica de su poesía, consistió en acabar con los versos sonoros y sensibleros, dice, con cierta burla, en su artículo “Un boceto del natural”: “toda esa música celeste del sentimentalismo casero de las niñas románticas”.

Este fue el hombre que al día siguiente de morir, el 23 de diciembre a la una de la tarde, fue enterrado en el nicho número 470 del Patio del Cristo, en la Sacramental de San Lorenzo de Madrid, Valeriano estaba en el 423, y allí permanecerían hasta 1913, cuando los restos de ambos fueron trasladados a Sevilla. Es decir, no se tuvieron en cuenta sus palabras de la III de las “Cartas desde mi celda”: “Se me resiste el pensar que podrían meterme preso en un ataúd formado con las cuatro tablas de un cajón de azúcar, en uno de los huecos de la estantería de una Sacramental para esperar allí la trompeta del Juicio, como empapelado, detrás de una lápida con una redondilla elogiando mis virtudes domésticas e indicando precisamente el día y la hora de mi nacimiento y de mi muerte”. Él había manifestado, en ese miso texto, su deseo de ser enterrado en Sevilla: “Soñaba que la ciudad que me vio nacer se enorgulleciese con mi nombre, añadiéndolo al brillante catálogo de sus ilustres hijos, y cuando la muerte pusiese un término a mi existencia, me colocasen, para dormir el sueño de oro de la inmortalidad, a la orilla del Betis, al que yo habría cantado en odas magníficas, y en aquel mismo punto adónde iba tantas veces a oír el suave murmullo de sus ondas. Una piedra blanca con una cruz y mi nombre serían todo el monumento”. Su deseo fue cumplido sólo en parte, pues si bien reposa en su Sevilla natal, no lo hace a orillas del Betis, sino en el Panteón de Sevillanos Ilustres gracias a 29 años de trabajo de José Gestoso, quien tuvo su recompensa al ser enterrado a pocos metros de su admirado Gustavo Adolfo Bécquer.

Gustavo, a finales de 1870, había sido nombrado director de “El Entreacto”, en cuyo primer número inicia la publicación del relato “Una tragedia y un ángel. Historia de una zarzuela y una mujer” (3-XII). Pero en el número dos (10-XII) se da la noticia de que se ha tenido que interrumpir por enfermedad del director.

La prensa madrileña se hizo eco de la muerte de Gustavo Adolfo Bécquer, en contra de lo que dijo Julio Nombela de quien nunca podemos fiarnos, ya que la envidia que sintió por Gustavo hizo que diera una imagen errónea de un Gustavo marginado que no murió olvidado, como a veces se afirma, su muerte no pasó desapercibida. En “El Imparcial” del día 23 se publicó una esquela a gran tamaño. Y se publicaron numerosas necrológicas en “El Diario Español”, el “Gil Blas”, “La Ilustración Española y Americana”, “La Ilustración Española”, “La Ilustración de Madrid”, pero la más sentida y documentada fue la de “El entreacto”.

Durante el entierro, el pintor José Casado del Alisal propone la edición de las obras del poeta y de los dibujos de su hermano Valeriano. Casado del Alisal realizó un dibujo de Gustavo en su lecho de muerte y fue en su estudio, en la Plaza del Progreso número 9, donde se reunieron los amigos del poeta (en la Nochebuena más triste de la literatura española, según Montesinos) a la una de la tarde del 24 de diciembre, incluso asistió el ministro Manuel Silvela, para poner en marcha la publicación de las obras de Gustavo y Valeriano, con intención de recaudar dinero para las viudas y los huérfanos. Para ello se abrieron dos listas de suscripción, una en Madrid y otra en Sevilla. La iniciativa tuvo mucho éxito y la razón fue que Bécquer y Nombela redactaron en 1868 el reglamento provisional de la “Sociedad de autores” nacida para auxiliar a los escritores y sus familias en caso de enfermedad o muerte, además del hecho de que Bécquer había sido un escritor conocido, valorado y bien pagado. Finalmente sólo se publicaron las obras de Gustavo, pero lo recaudado fue para las dos viudas y sus huérfanos.

Gustavo Adolfo había entregado algunos trabajos que se publicaron después de su muerte: el manuscrito de “Yo sé cuál el objeto”, la futura rima LIX, que acaba:

 Yo sé por qué sonríes
y lloras a la vez.
Yo penetro en los senos misteriosos
de tu alma de mujer.

Y también el texto en prosa “Las hojas secas”, una actualización del motivo romántico de las hojas secas. Este texto es un verdadero testamento de Gustavo. Apenas unos días después de escribirlo murió.

“La Ilustración de Madrid” le dedicó a Gustavo Adolfo un homenaje el 15 de enero de 1871 que incluía una emotiva necrología de Narciso Campillo. El 30 de julio, “Gil Blas” anuncia la publicación de las Obras de Gustavo Adolfo Bécquer, editadas por Fortanet, en dos tomos, a 28 reales. En el verano de 1871 apareció la primera edición de las Obras. Las obras de Valeriano quedaron finalmente fuera. Al comienzo del primer tomo, aparece un grabado de Severini, realizado sobre un dibujo de Palmaroli, que representa a Gustavo Adolfo yacente y trata de transmitir un mensaje de placidez y reposo del amigo muerto. Eran los primeros pasos de la conversión de Gustavo Adolfo en el poeta legendario del amor y del dolor.

Lo que sí es cierto es que tras su muerte se empezó a crear el mito Bécquer, a ello contribuyó su prematura muerte y también una serie de tópicos e incluso de cosas no del todo ciertas que han hecho más difícil conocer al auténtico Bécquer. Afortunadamente Rafael Montesinos, sevillano como Bécquer, bautizado en la misma pila bautismal de la iglesia de San Lorenzo y de quien este año –hermosa casualidad- se cumple un siglo de su nacimiento, vino a poner las cosas en su sitio y a dejar claro quién es Bécquer. No obstante Gustavo es una leyenda, su vida y su obra están envueltas en el misterio. ¿Se perdió realmente el primer manuscrito de las Rimas o podemos tener la esperanza de que algún día aparezca? ¿Quién escribió esas cartas que Gustavo quemó en el lecho de muerte?

Lo más triste es que 150 años después se sigan diciendo y escribiendo tantas cosas sobre Gustavo que nada tienen que ver con la realidad. Gustavo no fue un muerto de hambre, fue director de los periódicos más importantes del Madrid de su época, fue censor de novelas. Sabemos que el nombre de Bécquer aparece, en 1855 en una lista, que encabezaban los reyes de España, suscrito a un baile internacional que se celebró en el Teatro Real para recaudar fondos para los soldados heridos en la guerra de Crimea. Y su presencia en este baile no fue un hecho aislado. Se iba a tomar los baños al balneario de Fitero en Navarra, cosa que sólo podían permitirse personas de elevado nivel económico, y también se iba a la playa de Algorta a tomar baños de olas, cosa para los más acaudalados. Todavía se afirma que Elisa Guillén, que ni siquiera existió, fue la inspiradora de sus rimas.

Gustavo, ese espíritu sin nombre, ese “ansia perpetua de algo mejor”, ese hombre enamorado del arte, enamorado de la belleza, por eso la palabra que mejor lo define es esteta. Su vida fue breve, pero nos dejó un grandísimo legado y una lección de humildad: “He aquí, hoy por hoy, todo lo que ambiciono: ser un comparsa en la inmensa comedia de la Humanidad; y concluido mi papel de hacer bulto, meterme entre bastidores sin que me silben ni me aplaudan, sin que nadie se dé cuenta siquiera de mi salida”. Nos lo dijo Bécquer en la III de las Cartas desde mi celda, no quería ceremoniales. Y continúa así: “Ello es que cada día voy creyendo más que de lo que vale, de lo que es algo, no ha de quedar ni un átomo aquí”. No era consciente del papel que desempeñaría en nuestra lírica.

Acabaremos este artículo con palabras de Rafael Montesinos publicadas en el “Abc” el 26 de diciembre de 1961. Montesinos, el mejor conocedor de Gustavo, su amigo, y de cuyo nacimiento en Sevilla, se cumplieron cien años el pasado 30 de septiembre: «Bécquer murió en Madrid a las 10 de la mañana del 22 de diciembre de 1870. Media hora después, “los invisibles átomos” del aire de Sevilla, ese aire y ese cielo que ninguna otra ciudad del mundo pudo igualar jamás, comenzaron a apagarse. Los pájaros, desconcertados por aquella insólita noche que se avecinaba, abandonaron su becqueriano batir de alas, refugiándose precipitadamente en los árboles y aleros. Hacia las doce menos cuarto de la mañana, Sevilla oscureció totalmente su cielo –aunque sólo por unos segundos-, sobre el que apareció, brillante, altísima, como un último homenaje, la Cruz del Sur. ¿Qué otro sevillano tuvo a su muerte un túmulo más alto, más sobrecogedor, más emotivo?».

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LOS BÉCQUER EN SORIA Y EL MONCAYO

Por: Pilar Alcalá García


“Soria es una ciudad para poetas, porque allí la lengua de Castilla, la lengua imperial de todas las Españas, parece tener su propio y más limpio manantial. Gustavo Adolfo Bécquer, aquel poeta sin retórica, aquel puro lírico, debió amarla tanto como a su natal Sevilla, acaso más que a su admirada Toledo”.

(Antonio Machado)

Gustavo amaba los paisajes castellanos atemporales donde la Edad Media estaba presente, donde aún no existía la contaminación por el progreso y la industrialización.

La relación de Bécquer con Soria es muy estrecha y afecta a su vida personal y a su literatura. Es normal pensar que la vinculación con la ciudad castellana le viene por su matrimonio con Casta Esteban, y así es, pero esta relación empezó antes. Sabemos que Gustavo y Valeriano se hospedaron en casa de su tío Curro en Soria y de ello queda constancia en la ciudad. Parece ser que antes de 1859 Gustavo ya había estado en Soria. ¿Por qué? Pues porque amaba el arte y amaba el arte románico y Soria ofrecía un banquete para nuestro poeta. La Soria que conoció Gustavo era una ciudad pequeña, recoleta, íntima, con 1200 habitantes. “Las calles de Soria eran entonces, y lo son todavía, estrechas, oscuras y tortuosas”, escribe Bécquer en “El rayo de luna”.

En Soria había una tertulia que se congregaba en la redacción del Avisador Numantino y queda constancia de que Gustavo la frecuentaba y de que cada uno de los contertulios se encargó de que Gustavo tuviera un conocimiento más claro y exacto de Soria. Ya desde entonces quiso comprar las ruinas de san Juan de Duero para restaurarlas y transformarlas en Museo, cosa que nunca consiguió.

Este amor por Soria se enraizó más cuando en mayo de 1861 se casó con Casta Esteban, soriana de Torrubia de Soria, lo que le haría pasar temporadas en Noviercas en la casa de sus suegros que recientemente ha sido comprada por el ayuntamiento de dicha localidad y ha sido, además, restaurada. Incluso pasaba algún tiempo en Pozalmuro, donde su suegro tenía una casa con huerto y a la que Gustavo se retiraba a escribir, de hecho la llaman el huerto de Bécquer. En Noviercas, el 9 mayo de 1862, nació su primer hijo, Gregorio Gustavo Adolfo, y Bécquer figura en la partida de nacimiento como “de profesión escritor periodístico”. La última estancia en Soria sería en 1868, cuando los Bécquer se marcharon a casa del tío Curro, al desatarse la tragedia en Noviercas por la infidelidad de Casta. El 15 de diciembre, nace en Noviercas el tercer hijo, Emilio Eusebio, hijo de Casta pero parece ser que no de Gustavo, aunque él lo aceptó como suyo. Emilio murió de difteria en Ágreda, pueblo de Soria, a los 5 años.

En Torrubia de Soria se encuentra la Casa Museo de la Mujer de Bécquer. Casta Esteban Navarro nació en esta localidad el día 10 de septiembre de 1841, el mismo año en que murió el padre de Gustavo. Era la hija del médico Francisco Esteban y doña Antonia Navarro. Suele decirse que Casta conoció a Gustavo Adolfo en la consulta de su padre, en Madrid, a la que acudió Gustavo pero hay otras teorías. Se casaron en 1861 en Madrid, en la iglesia de San Sebastián y tuvieron tres hijos, los dos mencionados y el segundo, Jorge, que nació en Madrid el 15 de septiembre de 1865. Según cuenta Julia Bécquer, hija de Valeriano, en sus memorias, “Casta era guapa pero antipática; tenía en la cara algo de trágico y desagradable”. Con el nacimiento del último de sus hijos se desencadenó una profunda crisis en la pareja y su separación. Se reconciliaron poco antes de la muerte de Gustavo Adolfo en 1870.

Como hemos visto, Gustavo vivió algunos años en Soria, en la capital y en varios pueblos de la provincia, dejando numerosos escritos de una estimulante Soria, fantástica y llena de leyendas. Casi siempre estuvo acompañado de su hermano Valeriano que viajaba por Soria tomando apuntes para sus cuadros El baile, El leñador o La hilandera, auténticos tesoros como documentos etnográficos. La influencia que ejercieron Soria y el Moncayo en los Bécquer, queda patente en algunas de sus leyendas, localizadas precisamente en estas tierras y por supuesto en las “Cartas desde mi celda” escritas en el desamortizado monasterio de Veruela donde los Bécquer pasaron largas temporadas. La estancia en Veruela tenía para Gustavo motivaciones terapéuticas. Si Gustavo escribió las Cartas, Valeriano recogió en dos álbumes todos los dibujos de la estancia en Veruela y sus alrededores: “Expedición de Veruela” que se conserva en la Universidad de Columbia, Nueva York, y “Spanish Sketches” que se conserva en la Biblioteca Nacional de España. Algunos de estos dibujos se publicaron en El Museo Universal y en ellos parece que Valeriano sintoniza con el movimiento impresionista que estaba naciendo en Francia.

En cuanto a las “Cartas desde mi celda” se trata de nueve cartas enviadas desde Veruela a Madrid, a sus colegas de El Contemporáneo. Gustavo actúa como un corresponsal que envía crónicas, pero también introduce reflexiones y confesiones personales. Las “Cartas desde mi celda” rompen la división tradicional en géneros literarios. Son una mezcla de reportaje periodístico, libro de viajes, relatos costumbristas y diario personal. Quizá la III sea la más íntima por cuanto Gustavo, al encontrarse con el cementerio del pequeño pueblo de Trasmoz, hace una especie de reflexión sobre la muerte y deja expresado su deseo de reposar para la eternidad a orillas del Betis, es decir, en su ciudad natal.

Son seis leyendas sorianas y aragonesas: “La promesa”, “El gnomo”, “La corza blanca”, “Los ojos verdes”, “El rayo de luna” y “El monte de las ánimas”, quizá la leyenda más famosa de Gustavo. Tanto Soria como el Moncayo tienen su trozo de cielo poético en algunas de sus leyendas, las localizadas precisamente en estas tierras: Beratón, Gómara, Almenar, y la propia Soria son algunos de los puntos inspiradores. Vamos a detenernos en estas leyendas:

– “La Promesa” es un relato fantástico ubicado en la villa de Gómara en Soria y en Sevilla durante la Edad Media, de la que encierra hermosas evocaciones. Es una de las menos originales de Bécquer, sigue los modelos de Zorrilla. Es la única leyenda en que la mujer no es malvada y manipuladora sino víctima de los engaños masculinos.

– “El gnomo” ambientada en Aragón, pretende recoger el folklore de esta tierra y trata del tema de las dos hermanas, una buena y una mala.

– “La Corza Blanca”, se desarrolla en Beratón, pueblo soriano en las faldas del Moncayo. Es el pueblo más alto de la provincia de Soria (1.395 m), llaman la atención sus pintorescos parajes: montes de encina que fueron lugares sagrados para los celtíberos y guarida de salteadores de camino. Tierra de leyendas de amor, robos y venganzas. Sobre ella han escrito autores de diferentes épocas: Marcial (Epigrama), Marqués de Santillana (Serranillas), Gustavo Adolfo Bécquer que recrea el mito de Acteón. Es una de las mejores leyendas de Bécquer, la que mejor explica la compleja actitud de Bécquer hacia la mujer. Garcés, el protagonista masculino, no se deja arrastrar por la mujer como suele ocurrir en la mayoría de leyendas.

– “Los Ojos Verdes”, está ambientada en las inmediaciones de Almenar de Soria. Se dice que se inspiró en el Pozo Román, en el río Araviana. En Almenar destaca el castillo que Bécquer convirtió en fortaleza en sus relatos; por otro lado, en Almenar nació Leonor Izquierdo, esposa de Antonio Machado. En esta leyenda encontramos un tema muy común en el folklore europeo, el de las damas del lago que seducen y destruyen a los hombres.

– En “El rayo de luna” Bécquer hace una descripción bellísima de los espesos bosquecillos y frondosas huertas de San Polo y de lo que queda del monasterio cuya construcción tradicionalmente se atribuye a la Orden del Temple que constituye junto con los hospitalarios de San Juan de Duero las dos órdenes militares que defendían el acceso principal a la ciudad. Las paredes de la Ermita del Monasterio de San Polo están cubiertas de vegetación, lo que presta al conjunto un incuestionable sabor de romanticismo. Por doquier encontramos restos románicos. Manrique, el protagonista, es el alter ego de Bécquer, ya que esta leyenda ilustra el tema de la mujer ideal tan frecuente en las Rimas.

– “El Monte de las Ánimas”, relato que transcurre en el monte de las Ánimas situado a las afueras de Soria y a orillas del río Duero. Cuenta que los templarios de Soria, poseyendo como dueños un monte no distante del convento, lo acotaron para la caza; pero como los caballeros sorianos se empeñaran en cazar sin su licencia, los templarios se propusieron impedirlo con las armas, entablándose una sangrienta refriega, en la cual murieron gran número de unos y otros. Desde entonces las almas de los muertos aparecían todos los años en la noche de los difuntos, razón por la que el monte se llamó en adelante de las Ánimas. Se trata de uno de los mejores relatos de terror de la literatura universal en la que la mujer altiva es castigada cruelmente, muere de terror, pero no un terror ocasionado por un ser monstruoso sino de un terror basado en leves sonidos.

Resulta llamativo el hecho de que casi todos los personajes masculinos salen mal parados en las leyendas de Bécquer. Y el final trágico les llega de sus amadas. Bécquer quiere sólo demostrar de lo que es capaz el amor. Esto también afecta a otras leyendas inspiradas en Toledo.

También escribió Gustavo textos comentando los dibujos de Valeriano, así como un artículo titulado “Los doce linajes de Soria” y el texto “Un lance pesado” en el que Bécquer cuenta un accidentado viaje desde Soria hasta Veruela. Sabemos que se trata de algo autobiográfico ya se ha podido comprobar que la venta que describe Bécquer cerca de Ágreda existió de verdad y se llamaba “La venta del sevillano”.

En la actualidad Soria se ha convertido en un homenaje vivo y continuo al poeta sevillano. Si paseamos por sus calles encontramos a Bécquer por doquier: el Centro Cívico que lleva su nombre, El rincón de Bécquer, La casa de los poetas, el monumento a orillas del Duero. Y el homenaje más significativo es el que tiene lugar todos los años la noche de ánimas, cuando se congregan miles de personas, se hace un pasacalle, y se procede a la lectura de la leyenda “El monte de las ánimas”. El pasacalle se inicia en el Rincón de Bécquer con una batalla. Esqueletos, monjes templarios y títeres se reúnen para recordar la leyenda de Gustavo Adolfo Bécquer y su “Monte de las Ánimas” en la Noche de Difuntos. Este homenaje a Gustavo Adolfo Bécquer continúa con un paseo nocturno en el que los visitantes recorrerán las calles más antiguas, las ruinas y los monumentos de la ciudad de Soria hasta las inmediaciones del río Duero, guiados por candiles y antorchas y acompañados de esqueletos, estandartes medievales, títeres gigantes, monjes templarios y otros espectros de la noche. Música en directo y pirotécnica acompaña este tétrico pasacalle y recrea el ambiente lúgubre, frío y misterioso típico de esta Noche de Difuntos. Tras llegar la comitiva al río, se prepara musicalmente la lectura de la leyenda del Monte de las Ánimas. El personaje que representa a Bécquer introduce el paso a la leyenda y, posteriormente, un cortejo de canto gregoriano compuesto por ocho monjes acompaña al lector a lo alto del montículo para proceder a la lectura. A los pies del Monte de las Ánimas, junto a una gran hoguera y mientras esta se consume y con la única luz de la noche y de las antorchas, se realiza la lectura de la leyenda más famosa de Gustavo Adolfo Bécquer.

Y al igual que Sevilla, Soria ha declarado 2020 “Año Bécquer” para conmemorar el 150 aniversario de la muerte de los hermanos Valeriano y Gustavo Adolfo.

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LOS CIEN AÑOS IRREPARABLES DE RAFAEL MONTESINOS

Por: Pilar Alcalá García


Ha querido la casualidad que en 2020 coincidan el 150 aniversario de la muerte de los hermanos Bécquer y el centenario del nacimiento de Rafael Montesinos, todos sevillanos. Rafael Montesinos es el mejor de los biógrafos de Gustavo Adolfo Bécquer y, si bien nunca se conocieron físicamente, nos atrevemos a decir que fueron amigos, como fueron vecinos. Hay incluso quien piensa que Montesinos es la reencarnación de Bécquer. Ambos nacieron en el barrio de San Lorenzo y ambos están bautizados en la pila de la iglesia de San Lorenzo, ambos se marcharon a Madrid y allí murieron, para regresar a su Sevilla natal y pasar en ella la eternidad. «La muerte va sembrando, al pie de un muro / blanco con nombres, su letal simiente. / Se la escucha llegar, se la presiente, / va desde lejos con su andar seguro».

Rafael Montesinos nació en el número 41 (hoy 49) de la calle Santa Clara, en una casa con cancela, patio y palmera, el 30 de septiembre de 1920. Su tata Concha, al poco de nacer él, le dijo a su madre: “Ay, Luisa, por este niño colocarán una lápida en la puerta de casa”. Y así fue, y la colocó el grupo poético Gallo de Vidrio. Desde aquella azotea del viejo número 41 veía el niño Rafael la torre industrial y espigada de los Perdigones. Frente al convento de Santa Clara también veía la Torre de Don Fadrique. Ingresó en el colegio de las Carmelitas de la calle Bustos Tavera en 1924, del que recuerda a la hermana Corazón, y en 1928 ingresa en el de los jesuitas. Después habitaría en otras casas. Desde 1930 en la calle Peñuelas, cerca del machadiano Palacio de las Dueñas, con azotea, desde donde veía la iglesia de san Román, y un pequeño patio al que daban las ventanas de Rosita, la niña de 9 años que rompió el corazón del poeta; la calle Martín Villa, la calle Reyes Católicos, cuyos balcones daban al río, frente a Triana… Balcón de mi adolescencia, / balcón, / de todo lo que yo he sido, / sólo tu altura quedó. / ¿Quién te pone ahora visillos / donde puse el corazón? Y el último domicilio en la calle Almirante Ulloa 1, cuyos balcones daban a la calle Alfonso XII, al que llegó en 1936. El poeta se enamora de su vecina, una mujer cinco años mayor que él y que estudia italiano. Estalla la guerra y el amor. Sobre la guerra no escribió muchos poemas pero son estremecedores: Éramos niños en aquella guerra / que nuestros padres inventaron. Montesinos luchó en la guerra civil, incluso lo dieron por muerto pero un día apareció en su casa para asombro de todos y desmayo de su hermana.

Su infancia, tan importante en su obra, y su primera juventud transcurren en Sevilla ya que el 31 de diciembre de 1940 la familia se traslada a Madrid porque el padre se había arruinado, y en Madrid pasará Montesinos el resto de su vida, hasta su muerte el 4 de marzo de 2005, aunque los viajes a Sevilla son frecuentes. Montesinos puede ser calificado como el poeta de la nostalgia, una nostalgia que se identifica con su infancia y con Sevilla. Él mismo confesó que se sintió «exiliado de Sevilla», lo que se refleja de forma clara en sus poemas. En 1949 obtiene el Premio Ateneo de Madrid por el libro País de la esperanza y en 1958 consigue el Premio Nacional de Literatura y el Premio Ciudad de Sevilla por El tiempo en nuestros brazos, dedicado a su mujer y a sus hijos. En 1963 es elegido miembro de la Hispanish Society de Nueva York. En 1977 recibe el Premio Nacional de Ensayo por su obra Bécquer, biografía e imagen en la que vuelca años de investigación dedicados a su paisano. Fue Montesinos quien rescataría a Bécquer de los falsos mitos, fue él quien descubrió a Julia Cabrera, su primera novia sevillana, fue él quien descubrió que Elisa Guillén, considerada la musa de Bécquer, ni siquiera existió, fue él quien empezó a quitarle a Bécquer la capa de romántico y quien dijo que había que espantarle las golondrinas. A partir de los años ochenta publica libros como el facsímil de El libro de los gorriones de Bécquer, De la niebla y sus nombres, Alzado en almas, canciones, poemas y verso libre para Andalucía y La semana pasada murió Bécquer. Pero tal vez el libro más carismático sea su primer libro en prosa, Los años irreparables de 1952, un canto elegíaco a su niñez y adolescencia en Sevilla, es la crónica de un viaje y sus descubrimientos. Es un libro que recuerda en muchos aspectos al Ocnos de Luis Cernuda. Un libro en el que dejó escrito: “Verdaderamente, las cosas carecen de importancia; la importancia se la damos nosotros y el tiempo”.

Todo en Montesinos tiende a la nostalgia y a la melancolía, es herencia de su madre, pero su infancia fue feliz, descubrirá Alájar y se enamoraría perdidamente de Rosalía en la calle Almirante Ulloa, pasaría magníficas temporadas en la huerta Tarazonilla, en la vega de Carmona, donde el poeta asegura haber pasado los años más dichosos de su vida. Si las magdalenas fueron para Proust el olor de lo perdido que de pronto vuelve, para Montesinos lo fue el de las mandarinas de Tarazonilla. Esta intensa pasión amorosa con Rosalía y su experiencia terrible en el campo de batalla, durante la guerra civil, harán que Rafael Montesinos ya nunca fuera el mismo y el escepticismo se instale en su alma, porque con 17 años vivió la guerra de cerca, incluso la pérdida de algún amigo, ya que estuvo combatiendo en el frente de Peñarroya. En los primeros años madrileños se relaciona con Adriano del Valle, Manuel Machado, Gerardo Diego, etc., frecuenta el Café Gijón y publica en prestigiosas revistas, como Garcilaso, Espadaña e Ínsula y se abre paso en el mundo de la poesía con la publicación de sus primeros libros. En Madrid impulsó y dirigió el Cineclub 8 en 1965 y el Aula de cinematografía vocacional en 1966. Y la melancolía irá desapareciendo de sus poemas cuando conoce, en 1953 en una lectura de poemas de Gerardo Diego, a la pintora Marisa Calvo, el amor de su vida y a quien llamaba «el país de la esperanza», con quien se casará en 1955 y con quien tendrá dos hijos. El pasado 30 de septiembre durante un homenaje a Montesinos en Sevilla, por el centenario de su nacimiento, su viuda dijo “que recordaba a Rafael con esa pena cabal de la alegría, y que no creía haberse aburrido a su lado un solo día. Su sentido del humor nunca le dejaba ser desagradable. Lo arreglaba todo con un poema y una discusión sobre poesía».

Otro acontecimiento importante será su nombramiento como director de la Tertulia Literaria Hispanoamericana en 1954. Montesinos supo dotarla de un carácter independiente desde el punto de vista estético, literario y político, sin otra orientación que la sola exigencia de calidad literaria, más allá de tendencias, reconocimientos o modas literarias. Este «espíritu» de Rafael Montesinos ha convertido la Tertulia Literaria Hispanoamericana en un lugar de referencia para la Historia de la poesía en lengua española de la segunda mitad del siglo XX. Por ella pasaron Borges, Aleixandre, Dámaso Alonso, Gerardo Diego, Carmen Laforet, José Hierro, Blas de Otero, Claudio Rodríguez, etc. Por esta época comienzan sus 20 años de investigación becqueriana durante los que casi no publica nada. Y cuando en 1977 dos millones de andaluces se echan a la calle para pedir la autonomía para “su país”, así se refería Bécquer a Andalucía, Montesinos se suma a la causa andalucista. Esta militancia en el andalucismo se verá perfectamente reflejada en sus artículos publicados en el diario Abc y recopilados con el título Diálogos en la acera izquierda de la Avenida.

Como dijo Rafael Roblas, el biógrafo de Montesinos, «el tópico de poeta sevillano hace mucho daño a la obra de Rafael Montesinos», por eso su interés ha sido siempre el de «quitar la pátina del tópico que tiene la obra de Rafael Montesinos, a quien no le gustaban las macetitas y la Sevilla de postal, aunque se le haya cargado esa Sevilla y la etiqueta del poeta del pregón imposible y de la Semana Santa». De «macilento lírico becqueriano» lo tilda Caballero Bonald; otros lo consideran el poeta de la calle Santa Clara o el de la Virgen de los ojos verdes (en alusión a la Virgen del Valle de la que era muy devoto), o destacado miembro de la generación de posguerra española que siempre se sintió «exiliado de Sevilla», lo que se reflejó con claridad en sus poemas.

En 1979 recibe el Fastenrath de la Real Academia Española y en 1982 presidió el Instituto Cultural Andaluz y formó parte de la Comisión Andaluza para el V Centenario y del Patronato de la Exposición Universal Sevilla’92. La crítica señala que el poeta que renace en la década de los 80 es una de las cimas más altas de la poesía contemporánea. En esta década publica dos libros extraordinarios: Último cuerpo de campanas, publicado en Sevilla en 1980, y De la niebla y sus nombres, aparecido en Hiperión en 1985. Su obra posterior se recoge en el libro Con la pena cabal de la alegría, de 1996. En estos libros el poeta ya escribe desde el olvido de sí mismo, desde la soledad del ser humano. No obstante, como bien señala Rafael Roblas, es muy complicado incluir a Montesinos en una corriente literaria concreta. Montesinos tuvo un sabio dominio de las estrofas clásicas y del verso libre, mantuvo vivo lo neopopular y le debemos algunos de los mejores poemas que se han escrito a la Semana Santa sevillana.

Y sigue recibiendo reconocimientos, así en 1989 se le otorga la Primera Medalla del Poetic Studies Center de la Sección Española de la Universidad de Carolina del Norte y la distinción de hijo predilecto de Andalucía, en 1996 el premio de Andalucía de la Crítica y en 2002 el rey Juan Carlos I le concedió la encomienda de la Orden de Isabel la Católica.

Pero a pesar de su importante obra como poeta, es autor de poemarios tan destacados como El libro de las cosas perdidas o La verdad y otras dudas, el reconocimiento de Montesinos llega gracias a su labor como investigador de la obra de Gustavo Adolfo Bécquer. “Aún recuerdo el día en que le conocí —escribe sobre Bécquer—. Mi primer encuentro con la poesía pudo haber sido desastroso, si él no hubiese aparecido inesperadamente, sevillano, huésped de las nieblas, ahuyentando con el vuelo de su capa a todos los poetas ramplones”. Hay quien dice que toda la poesía de Montesinos es un acto de fe en el ideal becqueriano del amor, de la poesía y de la vida. Cuando el Ayuntamiento llegó a proyectar un día el derrumbe del número 28 de la casa natal de Bécquer en Conde de Barajas, Montesinos sacudió la desidia de la Sevilla oficial en un artículo donde dijo: «La lápida que hay en la fachada de su casa la costearon los poetas y la labró gratis Susillo, y las ruinas que existen detrás de esa fachada es el homenaje que Sevilla ofrece a Bécquer en el 150 aniversario de su nacimiento». Este año estamos en el 150 aniversario de la muerte de los Bécquer, la casa de Conde de Barajas está ahí, con su lápida, pero la Venta de los gatos corre serio peligro.

Montesinos, al igual que Bécquer, volvió a Sevilla tras su muerte. El 6 de mayo de 2005 se le hizo un homenaje en el Salón Colón del Ayuntamiento de Sevilla y después sus cenizas fueron trasladas al cementerio de San Fernando. Creemos que deberían descansar en el Panteón de Sevillanos Ilustres, junto a Bécquer… Este es su epitafio: “He vivido cuatro días; / tres no fueron sevillanos. / Llevadme a la tierra mía”.

Y concluimos con las palabras que dijo Rafael Roblas para cerrar el homenaje a Montesinos del pasado 30 de septiembre en Sevilla: «Montesinos ya escribió jocosamente un poema a su centenario, en medio de una broma de poetas, y hablaba de nuestro tiempo y anticipaba los móviles y cosas parecidas… No sólo era un sentimental, también era un adivino sobre el día de hoy». En este poema decía Montesinos que la luna ya sería un merendero, con orquestas y barmans y parejas de novios, y que la gente llevaría la radio en un anillo y podría ver el cine en tarjetas postales. También decía que él, desde su monumento en mármol puro, sentiría un “hastío inmortal”, quizás de ver rodar el mundo. Nosotros añadimos que ese monumento aún no ha llegado…

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VALERIANO BÉCQUER, 150 AÑOS DE SU MUERTE

Por: Pilar Alcalá García


El 23 de septiembre se cumplen 150 años de la muerte de Valeriano Bécquer, uno de los siete hermanos del poeta Gustavo Adolfo Bécquer, el hermano más especial, el que fue amigo, compañero, colega, el que lo fue todo para él. Valeriano nació en Sevilla el 15 de diciembre de 1833. Su infancia debió ser triste ya que se quedó huérfano, primero de padre y después de madre, siendo pequeño y los ocho hermanos fueron acogidos por familiares. Valeriano y Gustavo siempre estuvieron juntos y por ello la orfandad debió ser menos dura. Juntos dibujaban y escribían en el Libro de Cuentas de su padre, José Bécquer, esos son los primeros testimonios que poseemos de la creación de ambos.

Los primeros pasos en su formación artística los dio junto a su padre en los primeros años sevillanos. De él aprendió el estilo del costumbrismo romántico, que sería la temática común de su obra posterior. Plasmará en sencillas tablitas al óleo, o en acuarelas, tipos y tradiciones populares de escenas con encanto. También, empieza a ejercitarse en el género del retrato. El colofón a su etapa sevillana, es el magnífico retrato, digno del flamenco Van Dyck según algunos críticos, que hizo a su hermano Gustavo Adolfo en 1862 y que se encuentra en el Museo de Bellas Artes de Sevilla desde 1995. Es la imagen más popularizada, el icono del poeta de las rimas. Según el profesor Enrique Valdivieso “ha de considerarse como una de las obras capitales de la pintura romántica española y puede compararse con toda dignidad con los mejores retratos realizados en su época europea”.

La obra de Valeriano Bécquer estuvo influida por su admiración de la pintura española, en particular, por la obra de Murillo, Velázquez y Alenza, y es muy rica en lo referente a la representación de tipos, trajes y costumbres de los pueblos españoles en escenas de sabia composición y rico colorido. Además, Valeriano desarrolló una importante labor relacionada con el grabado en madera, en el que fue iniciado por Bernardo Rico. En Sevilla los hermanos se aficionaron mucho a la ópera que estaba muy de moda a mediados del XIX. En el taller de pintura de Cabral Bejarano seguirá sus estudios de pintura, hace copias de obras de Murillo; después estudiará con su tío Joaquín Domínguez Bécquer que tenía su taller en el Alcázar de Sevilla. Será durante un veraneo con él en la costa gaditana, cuando Valeriano conozca a la que sería su mujer años más tarde: Winnefred Coghan.

Juntos vivieron los hermanos Bécquer en la calle Mendoza Ríos de Sevilla y en esa casa se despidieron cuando Gustavo decidió marcharse a Madrid en el otoño de 1854. Ese año nos dejaron otro testimonio de su arte, el Álbum de los contrastes o de la revolución, una colección de dibujos de pequeño formato que Gustavo regaló a Julia Cabrera, la que era entonces su novia.

En noviembre de 1855 Valeriano se marcha a Madrid y vive con Gustavo en una pensión de la Plaza de Santo Domingo; al año siguiente regresa a Sevilla, trabaja como retratista y convive con Winnefred Coghan. Dice Francisco Pompey, biógrafo de Valeriano: “Valeriano se enamoró de una joven, bella, rubia y de ojos azules, tipo de virgen en tabla primitiva y de novela romántica a lo Alfredo de Musset. Fue la hija de un marino irlandés, Mr. David Coghan, con residencia en el Puerto de Santa María. Valeriano pidió la mano de la bella joven Winnefred, a lo que el padre, con su carácter práctico y difícil para comprender a un artista y sin fortuna, se negó rotundamente. Los enamorados siguieron queriéndose, burlando las iras del padre, el que tenía enemigos con deseo de venganza; acaso por esto se dice que fue envenenado en un banquete. Muerto el padre, Valeriano y la bella Winnefred se casaron, instalándose en el 42 de la vieja calle de Boticas. Allí nacieron sus dos hijos: Alfredo en 1858 y Julia en 1860”. Queremos señalar que esa calle es la actual Palacios Malaver, en Sevilla.

Valeriano, con su cuadro La fragua -en paradero desconocido- gana un premio en la Exposición de Bellas Artes de Sevilla. En 1858, cuando Gustavo enferma gravemente, va a Madrid a cuidarlo. De vuelta en Sevilla, en 1860 nacerá su hija Julia y Gustavo será el padrino por poderes. Nos preguntamos si eligió el nombre pensando en Julia Espín, (la mujer que le envenenó el alma) o en Julia Cabrera (su primera novia). El 8 de febrero de 1861 se casa con Winifred Coghan en Sevilla. Valeriano se abre camino como ilustrador de libros y además empieza a colaborar en algunas revistas en las que dejó el testimonio de su gran calidad como dibujante. En 1863, separado de su mujer, se marcha a Madrid con sus dos hijos y desde allí viaja a otras provincias para sus expediciones artísticas. Oigamos otra vez a Pompey: “La bella y hermosa doña Winnefred Coghan debió de ser altiva y excesivamente autoritaria. Incapaz de ceder a la sensibilidad e inquietudes del artista, la ruptura se hizo inevitable. Los hijos quedaron con el padre y con él vinieron a Madrid. Se sabe que la madre vino a Madrid y aquí vivió relacionada con algunas familias de origen británico, y que murió de edad avanzada en la Corte”.

Nos cuenta Julia Bécquer en sus memorias tituladas “La verdad sobre los hermanos Bécquer”: “Cinco años contaba yo y siete mi hermano Alfredo cuando mi padre nos llevó consigo al empezar sus viajes para estudiar tipos y costumbres de Castilla, en cuyos viajes fue para nosotros, no sólo un padre modelo, sino también, por sus cuidados y atenciones, la más cariñosa y hábil de las madres. Mi padre nos decía que los niños no se lavaban con agua caliente como los viejos, y así, después de desayunar, salíamos con los carrillos como unas rosas. A mí me ponía mi nubecita blanca, tocado que en aquellos tiempos era muy útil entre aquellas nieves; en cambio, para evitarnos el frío en los pies, por la noche nos hacía escarpines de bayeta blanca, perfectamente cortados, a estilo de la Edad Media”.

A partir de aquí la vida de Valeriano transcurrirá al lado de Gustavo, como en la infancia, y en 1864 se marchan al monasterio de Veruela con sus familias. De esta estancia se conserva el precioso álbum de dibujos “Expedición a Veruela”, magnífico documento para conocer la vida de los habitantes de aquellas tierras y para saber cómo era la vida de los Bécquer. En 1865, un buen año para los Bécquer, Alcalá Galiano, ministro de Fomento, concede a Valeriano una pensión de dos mil quinientas pesetas anuales para que estudie y pinte las costumbres españolas. Valeriano deberá entregar dos cuadros cada año al estado. Para cumplir con esta misión viajará por tierras de Castilla, Aragón y el norte de España. Además, ambos hermanos colaboran en El Museo Universal, los artículos de Gustavo van acompañados de dibujos de Valeriano. También a final de año empiezan a colaborar en la revista satírica demócrata Gil Blas. Al año siguiente viaja a Veruela para continuar sus trabajos y entregará los cuadros, de tema aragonés, El presente y El chocolate, este último puede verse en el Museo de Bellas Artes de Sevilla. También viaja por Soria y toma apuntes para sus cuadros El baile, El leñador o La hilandera, cuadros que entregará en 1867. Pinta también retratos de familiares sorianos de Casta Esteban, su cuñada, a pesar de que la relación entre ellos nunca fue buena. El 1 de febrero de 1868 entregó al Museo Nacional el cuadro La fuente de la ermita, de tema abulense. En Ávila realizó, además, retratos y apuntes de otras costumbres populares, y envió después los cuadros La vendedora de huevos y El escuadro, con tipos del valle de Amblés (Ávila). Este mismo año pierde la pensión y tras el estallido de la Gloriosa en septiembre, se exilia a Toledo con Gustavo. De esta época nos cuenta Julia Bécquer en sus memorias: “Mi padre, al caer la tarde, cuando dejaba sus pinceles, se sentaba en el patio con su guitarra, acompañándose con los cantares de su querida Sevilla y de la Sevilla de sus antepasados. Otras veces, recordando quizá a la mujer con quien estuvo por algún tiempo unido, cantaba en son de habanera…”. Desde allí colaboran en El Museo Universal que se transformó en 1869 en La Ilustración Española y Americana, donde colaborarían los Bécquer en 1870. Este año fue aciago. Los hermanos Bécquer y sus hijos se instalan en Madrid en el barrio de la Concepción, en un chalet con jardín y allí eran felices hasta que en agosto Valeriano enferma gravemente y muere el domingo 23 de septiembre. Será enterrado en el nicho número 423 del Patio del Cristo, en la Sacramental de San Lorenzo.

Es una pena que muchos de los cuadros de Valeriano se perdieran. Otra parte de su obra se encuentra en Estados Unidos. Valeriano fue uno de los grandes pintores del momento pero quizá nunca fue lo suficientemente valorado, tal vez porque vivió a la sombra de Gustavo. Y la verdad es que ninguno de los hermanos habría sido lo que fue sin haber tenido la compañía del otro. El catedrático Jesús Rubio le considera “un pintor extraordinario del romanticismo, pero muy poco estudiado”. No olvidemos que también decoró el palacio del marqués de la Remisa con composiciones de carácter mitológico e histórico. Gracias a la amistad de los Bécquer con Leopoldo Augusto de Cueto, marqués de Valmar, le encarga a Valeriano que pinte en su residencia de Deva (Guipúzcoa) seis alegorías de los grandes clásicos del teatro universal.

Tras la muerte de Valeriano, Gustavo trató de conservar su obra pero como él murió tres meses después, lo que sucedió es que las carteras de dibujo de Valeriano se dispersaron y los dibujos se vendieron en lotes que en los años siguientes utilizaron las revistas ilustradas. Porque si bien los amigos de Gustavo, tras su muerte decidieron publicar la obra de ambos hermanos para ayudar a las viudas y los huérfanos, lo cierto es que sólo se publicaron las obras de Gustavo, aunque la viuda y los hijos de Valeriano sí recibieron su parte de los beneficios.

El trabajo de Valeriano se consideraba como el de un verdadero expedicionario que fue recogiendo apuntes por doquier y que nos ha dejado un legado etnográfico de valor incalculable. Pensemos que realizó más de mil dibujos.

Y pensemos también en su faceta como padre, volvamos a las palabras de Julia Bécquer: “Por entonces se fue Gustavo otra vez al Monasterio de Veruela. Nosotros nos trasladamos a la calle del Olivar, número 34, primero, donde mi hermano y yo pasamos las viruelas benignas, llamadas locas, en las que nos asistía el célebre doctor Rubio, íntimo amigo de ellos, y como ellos andaluz. Mi padre nos cuidaba como la madre más cariñosa; él nos sacaba de paseo mañana y larde, nos llevaba a ver el Museo de Historia Natural (entonces en la calle de Alcalá), al Museo de Pinturas, al Botánico, donde había en aquel tiempo una monumental tortuga que llamaba la atención de chicos y grandes. También solía llevarnos a la plaza del Progreso, que era entonces lugar más distinguido que es en la actualidad. Allí, en la calle de Barrionuevo, en la antigua salchichería de «Rico” (en la que hiciera Candelas el célebre y cómico robo), nos compraba jamón, que comíamos entre mañana. Por las tardes, después del paseo, nos llevaba alguna vez a tomar chocolate a casa de Doña Mariquita; esto nos entusiasmaba, pues además de acompañar el chocolate con bizcochos, era inevitable servir un platito con dulce de guinda”.

En estas palabras de Gustavo queda plasmado el carácter inseparable de los dos hermanos: “Él dibujaba mis versos y yo le versificaba sus cuadros”. Juntos vivieron y murieron con tres meses de diferencia. Juntos volvieron a Sevilla en abril de 1913. Y lo más hermoso es que están juntos para la eternidad en el Panteón de Sevillanos Ilustres.

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EL LIBRO DE LOS GORRIONES DE BÉCQUER

Por: Pilar Alcalá García


El 17 de diciembre de 1859 Gustavo Adolfo Bécquer publicó su primera rima, se trataba de la que hoy conocemos como rima 29/XIII, con el título “Imitación de Byron” y la firma “G. A. Bécquer”. Fue en el periódico satírico El Nene, en la sección lírica “Arrullos”. Sabemos que Bécquer escribió la mayoría de las Rimas entre 1858 y 1862. ¿Por qué no se publicaron hasta 1871, después de su muerte? ¿Qué sucedió desde que Bécquer las escribió hasta entonces? Como casi todo en la vida de Gustavo, también la creación y publicación de las Rimas, tiene su dosis de misterio y están llenas de vicisitudes. Parece ser que entre 1867 y 1868 Bécquer reunió sus poemas y se los entregó al ministro Luis González Bravo que había decidido prologarlas y publicarlas, pero esto nunca sucedió. El 18 de septiembre de 1868 estalla el movimiento revolucionario llamado “La Gloriosa” que destronará a Isabel II y provocará la caída de González Bravo. Durante el saqueo de la casa del ministro se perdió el manuscrito de Bécquer. Siendo los hermanos Bécquer afines a la reina, perdieron sus empleos y se exiliaron a Toledo, donde residieron más de un año en una casa de la calle San Ildefonso. Y será en esta casa donde Gustavo reescribirá de memoria las Rimas que se habían perdido. El segundo manuscrito de las Rimas, escrito en Toledo, es el que se conoce como Libro de los gorriones.

Las primeras noticias que tenemos del Libro de los gorriones son gracias a Ramón Rodríguez Correa, que escribió el prólogo a las Obras Completas de Bécquer, donde dice: “Antes de morir, sospechó que a la tumba bajaría con él, inerte y sin vida, el magnífico legado de sus imaginaciones y fantasías, y entonces se propuso reunirlo en un libro. La muerte anduvo más de prisa, y sólo pudo escribir la Introducción Sinfónica con que van encabezados sus escritos, las Rimas y el fragmento inacabado titulado La mujer de piedra”. No se sabe con detalle qué pasó con el manuscrito. No se sabe cómo llegó a las manos de una tal Consuelo B. de Ortiz quien el 6 de mayo de 1896 se dirige por carta a Manuel Tamayo y Baus, director de la Biblioteca Nacional, y le ofrece la venta del Libro de los gorriones en una carta que decía así: “Aun en menos precio prefería que los autógrafos que le remito quedaran en la Biblioteca. Tengo al mismo tiempo la plena seguridad de que V. mejor que nadie sabrá apreciarlos y me mandará la cantidad mayor de que pueda disponer para este objeto”. El manuscrito de Bécquer fue comprado por la Biblioteca Nacional por 25 pesetas. De manera que este es el único autógrafo que se conoce del conjunto de las Rimas. Y el soporte de este manuscrito es un cuaderno comercial de 31 cm x 22 cm y 600 páginas. Y allí se quedó, perdido en la Biblioteca Nacional, hasta que en 1914 llega a España Franz Schneider, un estudiante alemán que viaja a Sevilla y a Madrid con intención de realizar su Tesis Doctoral sobre Bécquer. Mientras investigaba en la “Sección de Manuscritos de la Biblioteca Nacional” llegó a sus manos “por una feliz casualidad”, según él mismo confiesa, el Libro de los gorriones.

El Libro de los gorriones es desde entonces el Manuscrito 13.216 de la Biblioteca Nacional, con la signatura Mss/13216, un libro comercial, encuadernado en tela, que le regaló a Gustavo un amigo en el café Suizo. Gustavo empezó el Libro de los gorriones el 17 de junio de 1868, es decir, antes de que estallara la revolución en la que se perderían sus Rimas y sin saber qué fin le daría a ese cuaderno al que tituló “Libro de los gorriones. Colección de proyectos, argumentos, ideas y planes de cosas diferentes que se concluirán o no según sople el viento”. En las primeras páginas escribe la Introducción Sinfónica, especie de prólogo de las Rimas, que hacía presagiar los proyectos que nunca se hicieron realidad. La “Introducción Sinfónica” fue escrita en fechas muy próximas a su muerte. En esta especie de prólogo Bécquer se lamenta de la dificultad de doblegar al lenguaje para poder expresar todo lo que bulle en su cabeza; es imposible salvar el abismo entre la idea y la forma, sino depurando el estilo. En este texto se llega a la culminación del proceso creador que tanto angustiaba a Bécquer. También aparece el texto incompleto “La mujer de piedra” en el que hay un precioso recuerdo a Julia Cabrera, su novia sevillana: “…como nunca pude darme razón, cuando muchacho, de por qué para ir a cualquier punto de la ciudad donde nací era preciso pasar antes por la casa de mi novia”. (Se refería a la calle Triperas, actual Velázquez, donde vivía Julia Cabrera). Tras una pausa, Bécquer continúa copiando las “Poesías que recuerdo del libro perdido” (el que se perdió durante el saqueo de la casa de González Bravo en la revolución de 1868). Muy poco después de la Septembrina o Gloriosa, firma como Gustavo Adolfo Bécquer, y reescribe las Rimas a partir de la página 535 del cuaderno. Deja bastantes páginas en blanco y usa la última parte del Libro de los gorriones para recomponer su poemario perdido. Lo curioso es que los poemas que copia coinciden exactamente con el final del cuaderno. En la página 533 añadió un dibujo del patio de la casa toledana en la que vivía, hecho por él mismo, y lo pegó con oblea. En las páginas anteriores, entre la 529 y la 531, escribió un Índice de las rimas, señalando el orden y el número de versos de cada composición. ¿Por qué? porque quiso saber cuántas rimas había escrito y el número de versos que sumaban. Montesinos hizo esta suma y las rimas del Libro de los gorriones suman 1.403 versos. ¿Por qué deja más de 500 páginas en blanco entre La mujer de piedra y las Rimas? Nunca lo sabremos.

Se ha hablado mucho del orden de las rimas en el Libro de los gorriones. Veamos por qué las Rimas tienen dos numeraciones, una arábiga y otra romana. La arábiga corresponde al orden en el que Gustavo escribió sus poemas en el Libro de los gorriones, la romana es la que dieron los amigos de Bécquer a las rimas cuando las publicaron en 1871. Parece que las ordenaron reagrupándolas por tema: creación poética, amor, desamor y muerte. Sin embargo, dice Montesinos que no hay tal orden, que los versos van regresando a la memoria de Bécquer y los fue escribiendo según los iba recordando. Por eso el primer poema que recuerda es una rima de estado intermedio, porque tiene forma de rima pero está aconsonantada, ya sabemos que la poesía de Bécquer se caracteriza por la asonancia. Se trata de la actual rima XLVIII. Las rimas en el manuscrito no están numeradas, en el lugar del número Gustavo dibuja tres asteriscos formando un triángulo y el final del poema lo marca con una breve raya.

Pero volvamos al Índice porque hay tres señales que nunca fueron advertidas por los becquerianistas, hasta que lo hizo Rafael Montesinos: se trata de una raya y dos cruces. La raya corresponde precisamente a la rima que comienza así: “Yo sé un himno gigante y extraño”, que es la que inicia el poemario según el orden tradicional y cuyo sentido introductorio no escapó a Bécquer. Si el orden del Libro de los gorriones hubiese sido el lógico, el poeta la hubiera colocado en su justo sitio, pero las rimas pasaron al manuscrito según iban a acudiendo a su recuerdo. No obstante, hizo una señal en el índice, para recordar el puesto de esta rima. Y con esa intención sería escrita en su día. Las palabras “y estas páginas son de ese himno” aluden muy claramente a todo el libro de las Rimas.

Las otras dos señales, las dos pequeñas cruces, están colocadas en las rimas “Fingiendo realidades”, (48/LXXVIII) y “Una mujer me ha envenenado el alma”, (55), rimas que los amigos no incluyeron en la primera edición de 1871. Se han dado distintas explicaciones sobre los motivos de Bécquer para eliminar la primera de las rimas señaladas, que en realidad es una seguidilla. Cree Montesinos que la rima fue eliminada por lo insólito del metro en medio del poemario, y por su convicción de que esa seguidilla carece de aire popular porque el pueblo no canta al ave Fénix renaciendo de sus cenizas. Otra de las cruces se encuentra frente a la conocidísima rima “Una mujer me ha envenenado el alma”, previamente tachada por Gustavo con dos gruesos trazos en forma de cruz de San Andrés. Quizás Bécquer lo hizo avergonzado de su tremenda confesión. Una mujer le había envenenado el alma, lo cual no es más que una imagen poética, referida con casi total seguridad a Julia Espín; pero otra mujer le había envenenado el cuerpo. Aquí aparece esa enfermedad que luego descubrirán sus biógrafos: la sífilis. El poema no será recogido en las sucesivas reediciones de las Obras. Si nos preguntamos por qué esta rima no se publicó en las Obras de Bécquer la respuesta sería que, muy probablemente, se quiso ocultar la referencia autobiográfica a la sífilis y a un pacto para no hacer referencias a Julia Espín, casada con Benigno Quiroga, ministro de la Gobernación.

Nos queda apuntar otra cosa interesante del Libro de los gorriones y es la rima rechazada. Se trata de una rima que los amigos de Bécquer decidieron quitar del conjunto de las Rimas, la que comienza “Dices que tienes corazón”. La rima no está tachada por Gustavo, no tiene señal en el índice, donde figura con el número 44. Existen varias teorías sobre los motivos que tuvieron los amigos de Bécquer para rechazarla. Según Montesinos esta rima estaba muy cerca de la poesía de Heine, autor que aludía asiduamente al corazón de la amada ridiculizándolo cruelmente, lo mismo que hace Bécquer en esta rima despectiva y prosaica. Curioso resulta también que en el Libro de los gorriones no aparezca la rima que dedicó a su mujer, la titulada “A Casta”. ¿No la recordó o no quiso reescribirla? Fue publicada por Ramón Rodríguez Correa en 1885, fuera del contexto de las Rimas, en la 4ª edición de las Obras Completas de Bécquer. La verdad es que se trata de una de las peores rimas y no aporta nada. Y aquí aprovechamos para decir que hay otras siete rimas que no aparecen en el Libro de los gorriones. Es decir, en el manuscrito Bécquer reescribió setenta y nueve rimas pero la mayoría de ediciones actuales constan de ochenta y seis, ya que fueron encontradas o incorporadas con posterioridad.

Y para terminar vamos a detenernos unos instantes en la última rima que escribió Gustavo en el Libro de los gorriones, la 79/XII, porque esta rima no fue recordada, sino que fue escrita en Toledo para Alejandra, la chica de clase humilde venida de un pueblo toledano, que se encargaba de las tareas domésticas en casa de los Bécquer. Sabemos por las memorias de Julia Bécquer, hija de Valeriano, que Alejandra tenía los ojos verdes y sabemos que fue el último amor de Gustavo.

La gran importancia de este manuscrito es que a partir del hallazgo de Schneider se pudieron contrastar el original y la edición póstuma de los amigos de Bécquer. Hasta 1914 se aceptó el orden que impusieron los amigos de Bécquer, pero cuando Schneider descubrió el manuscrito del Libro de los gorriones comenzaron a surgir las preguntas sobre el orden de las Rimas y, sobre todo, surgió la controversia sobre la autoría de las correcciones que en él aparecen. Gustavo usa tres tipos de letras, su caligrafía era muy voluble. En el Libro de los gorriones aparecen tres trabajos de Bécquer escritos desde junio de 1868 hasta noviembre de 1870, es decir, un lapso de tiempo de dos años y medio, y en este tiempo Gustavo ha utilizado tres tipos de letra que son opuestos entre sí. Montesinos y otros afamados becquerianistas aceptan las correcciones como obra del propio Bécquer. Schneider y Pageard sugieren la idea de que las correcciones del manuscrito pertenecen a Augusto Ferrán y Narciso Campillo.

Podríamos preguntarnos por qué Bécquer habiendo sido director de periódicos y habiendo tenido cierta fama como periodista no aprovechó esta circunstancia para publicar sus rimas en vida. No olvidemos que sólo publicó dieciséis. La respuesta nos la da Pilar Palomo cuando dice que “Bécquer era un perfeccionista, se pasó toda la vida corrigiendo poemas”. Por eso podemos concluir con estas palabras de Luis Caparrós: “El libro mayor de la lírica española decimonónica se quedó en estado de borrador. Un borrador en limpio, esto es, en un estado superior de maduración”.

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CASTA ESTEBAN. VIUDA DE BÉCQUER

Por: Pilar Alcalá García


Dice Montesinos que casi toda la vida de Bécquer se compone de un solo y largo capítulo amoroso, un capítulo lleno de nieblas, de misterio, de nombres nunca pronunciados en voz alta. Y es que en la vida y en la obra de Bécquer hubo mujeres, a algunas les podemos poner nombre, a otras no: la joven de la calle Santa Clara, Lenona, Julia Cabrera, Elisa Rodríguez Palacios, Josefina y Julia Espín, Casta Esteban, la monja toledana, Alejandra, y hasta una mujer de piedra.

El 19 de mayo de 1861 Gustavo Adolfo Bécquer contrajo matrimonio con Casta Nicolasa Esteban Navarro en la iglesia de San Sebastián de Madrid, llevaban prometidos un año. Dice Julio Nombela: “pensé, sin que el tiempo me haya hecho cambiar de opinión, que no se casó sino que lo casaron”. Por las cartas de Gustavo a Rodríguez Correa podemos suponer que las Rimas y la boda con Casta parecen responder a un movimiento de desesperación tras la ruptura con Julia Espín. Casta era la hija de Antonia Navarro y del doctor Francisco Esteban, médico de enfermedades venéreas, a cuya consulta había acudido Gustavo “a fines de 1858 o principios de 1859” según afirma Julia Bécquer que también dice que “los padres de Casta tenían buena posición, por lo que debieron darle al casarse lo suficiente para empezar a vivir con holgura. Casta tenía dos hermanos: uno coronel, que casó en Cuba con una nativa, con la que vino a instalarse —con su servicio de negras— en una casa de su propiedad, en la calle de las Hileras; el otro era marino”.

Casta Esteban, figura controvertida en la vida de Bécquer, nació en el pequeño pueblo de Torrubia, en Soria, el 10 de septiembre de 1841. Actualmente su casa natal es un museo gracias a la donación que sus propietarios hicieron al ayuntamiento. Se trata de la “Casa Museo Mujer de Bécquer”. Llama la atención que el museo no lleve su nombre. Un año después del matrimonio nació, en Noviercas, Gregorio Gustavo Adolfo; en 1865 nacería Jorge Luis Isidoro, en Madrid, y Emilio Eusebio nació en 1868, también en Noviercas, pueblo de Soria donde la familia de Casta tenía una casa que recientemente ha sido comprada por el ayuntamiento de dicha localidad y ha sido, además, restaurada. Podemos saber algo sobre cómo era Casta por las declaraciones hechas a la escritora Carmen de Burgos por Julia Bécquer, hija de Valeriano y sobrina y ahijada de Gustavo: Casta era guapa, pero antipática; tenía en la cara algo trágico y desagradable; pertenecía a una familia rica, y tacaña. Mi padre, mi hermano y yo estábamos allí con mi tío, pero el matrimonio no fue feliz, se separaron y él se llevó consigo a sus dos hijos.

Sabemos que Bécquer escribió las “Cartas literarias a una mujer” durante el noviazgo con Casta Esteban y que después de casarse no publicó más cartas, a pesar de ese “continuará” que aparecía al final de la IV. Rafael de Balbín llamó la atención sobre la fecundidad literaria de Bécquer durante los primeros años de su matrimonio con Casta. A Casta le dedicó Gustavo una rima, una de las peores. Se trata de dos estrofas aconsonantadas, hechas a sangre fría y de manera convencional. Ya sabemos que las Rimas se distinguen precisamente por su asonancia. La rima del poema dedicado a Casta es: -AAB -CCB, se trata de una especie de cuartetos en los que el primer verso de cada estrofa es blanco. En cualquier caso, no aportan nada a la obra de Bécquer. El poema se incorpora a las Obras Completas en 1885, en la 4ª edición y fuera de la colección de las Rimas.

A Julia Espin
Tu aliento es el aliento de las flores,
tu voz es de los cisnes la armonía;
es tu mirada el esplendor del día
y el color de la rosa es tu color.

Tú prestas nueva vida y esperanza
a un corazón para el amor ya muerto,
tú creces de mi vida en el desierto
como crece en un páramo la flor.

Una rima de tono convencional y rutinario, son versos desapasionados. Casta viene a prestar nueva vida a “un corazón para el amor ya muerto”, y además no deja de ser una raquítica flor de páramo o de desierto. Por tanto no es difícil asociarla al contexto turbio en que se produce el matrimonio, hecho por despecho tras la relación con Julia Espín. En cualquier caso, Casta Esteban no disfrutó de las simpatías de los amigos de Gustavo. Narciso Campillo aseguró que jamás le oyó hablar de su mujer.

Sobre cómo se conocieron y se reconciliaron, así como sobre algunas escenas de celos, corren historias dispares y confusas, que tienen origen en la tradición oral y otras en el más puro estilo folletinesco, como la que describe a Casta entrando de la calle envuelta en un mantón negro para reconciliarse con Gustavo ya moribundo, o el hecho de asegurar que Valeriano fue el culpable de todos los males entre Casta y Gustavo. A propósito de esto dice Heliodoro Carpintero: “…el matrimonio Bécquer se ha resentido con la absorbente presencia de Valeriano. Casta advierte que Gustavo es arrastrado por su hermano hacia sus correrías artísticas, de las que ella queda excluida para atender a sus dos hijos. Casta acaba por odiar a su cuñado. Y para atraerse de nuevo a Gustavo acude al más desdichado de los procedimientos. Es entonces cuando concibe darle celos con quien a ella parece menos peligroso por estar casado: con el Rubio”. Lo cierto es que con el nacimiento del último de sus hijos se desencadenó una profunda crisis en la pareja que acabó en separación. Hay sospechas de que el tercer hijo de Casta no era de Gustavo, no obstante ella volvió con su marido poco antes de su muerte.

Casta en vida de Gustavo decía que en su casa había mucha poesía y poco cocido y la publicación póstuma de las obras de su marido no remedió las necesidades de la familia. Casta se volvió a casar el 22 de mayo de 1872 en Noviercas, con Manuel Rodríguez Bernardo, recaudador de impuestos de Hacienda. Este matrimonio dura poco tiempo, según cuenta Heliodoro Carpintero, el martes de Carnaval intentan asesinar a su marido, cosa que sucede días después, el autor del asesinato es el Rubio. A partir de quedar viuda, por segunda vez, su vida y la de sus hijos se convirtió en una constante petición de ayuda, y así, acude enferma al presidente de la Asociación de Escritores y Artistas Españoles en demanda de ayuda que le es concedida

En 1884 publicó el libro «Mi primer ensayo” que fue maltratado por la crítica y olvidado. El título completo era “Mi primer ensayo, colección de cuentos con pretensiones de artículos”. Se trata de un volumen de 352 páginas en cuarto, impreso en Madrid, en la tipografía de Manuel Ginés Hernández; en rústica con unas cubiertas de papel verde-azulado; su precio de venta al público fue de cinco pesetas. Dedicado a la Excma. Sra. Marquesa del Salar, lleva, tras la sentida y confidencial dedicatoria, unas “Dos palabras a mi sexo” que ocupan diez páginas; seguidamente doce relatos de extensión muy desigual. Su misma aparición debió pasar casi desapercibida pues no se halla en las publicaciones periódicas de la época la menor recensión de él, cosa que resulta bastante extraña ya que habiendo sido Bécquer periodista contaba con numerosos amigos en este ámbito. En el prólogo deja claro que se dirige a un público femenino. Así dirá: “El hombre nos brinda su veneno en copa de oro y una vez bebido, sus resultados son inevitables; después de satisfecho su apetito, nos arroja de su lado llamándonos ¡sexo débil y cabezas sin sentido!” Y más adelante: “El hombre empieza por besar nuestras plantas, para más tarde convertirse en nuestro señor, no en nuestro amigo”. O “No sé quién ha dicho que el matrimonio es la tumba del amor, ¡quién sabe! Tal vez no se engañe quien así lo dijo”. Llama la atención el paralelismo que existe entre la prosa de Casta y la rima LVIII de Bécquer. Quieres que de este néctar delicioso…

Casta declara haber escrito el libro “a fuerza de inmensos sacrificios, privándome hasta de lo más preciso de la vida para atender a los gastos de su impresión”, y confiesa que “cansada de luchar contra mi destino,… se me ocurrió escribir estas mal trazadas líneas como último recurso para defenderme de la miseria y el hambre”.

Dice José María Martínez Cachero: “Si el contenido resulta a veces pura inepcia, la expresión se resiente casi línea a línea de torpeza y desmañada incorrección”. Como “librejo” lo califica con desprecio Balbín Lucas; “libro mediocre” para López Núñez; Jaime Suárez dice: “Amazacotado, de una prosa irresistible, queriendo hacerse ameno con historias de ninguna gracia”. “Mi primer ensayo”, firmado como la viuda de Bécquer, es un libro sin mérito literario pero de gran valor documental según Carpintero, el gran defensor de la esposa de Bécquer que afirma “Casta E. cruza entre las líneas de bastantes rimas como cruzó entre los días del poeta”.

Entre los estudiosos surgió el debate de si el libro había sido realmente escrito por Casta Esteban. La pregunta se la hizo Alejo Hernández a Julia Bécquer: ”¿La cree usted capaz de escribirlo?; o más bien, ¿cree usted que le ayudó alguien?”, a lo que ella contestó: “No sé qué decir. Creo que sí podría ella escribir un librito”. López Núñez, Jaime Suárez y Carpintero, independientemente de cuál sea su opinión sobre el mérito de la obra, creen que la autoría pertenece a Casta. Cosa distinta mantienen Santiago Montoto y Balbín Lucas, quien se inclina a “sospechar que es ésta [su nombre y apellidos y su condición de Viuda de Gustavo A. Bécquer] la sola parte que Casta puso en la obra. Da pie a esta sospecha la visible desproporción que existe entre la pedantesca ostentación de cultura que trascienden las páginas de “Mi primer ensayo” y la pintoresca ortografía y rudos anacolutos que aparecen en los autógrafos de Casta Esteban. No es desdeñable esta prueba pero, dada la falta de otras irrefutables, mejor será no arriesgar una opinión más”.

Casta Esteban murió en el hospital de San Juan de Dios de Madrid, el 30 de Marzo de 1885, con 43 años, de una encefalitis crónica, según el certificado de defunción. Como dijo Montesinos: “Para todo biógrafo de Bécquer es muy difícil poner en orden el corazón del poeta”. Lo que importa es el nombre de mujer que perdura en la vida de un poeta y Bécquer no lo tuvo. Desde la joven de la Calle Santa Clara hasta Alejandra no hay un nombre de mujer que le acompañe. Sí, amores, enamoramientos, un matrimonio fallido y sueños.

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LOS BÉCQUER Y TOLEDO

Por: Pilar Alcalá García


“Estaba en Toledo; en Toledo, la ciudad sombría y melancólica por excelencia. Allí cada lugar recuerda una historia, cada piedra un siglo, cada monumento una civilización”. (IV Cartas literarias a una mujer, El Contemporáneo, martes 23 de abril de 1861). Toledo fue la ciudad más amada de Gustavo y la ciudad que resultó fundamental en su carrera literaria, no sólo porque le inspirara algunas de sus obras, sino porque fue precisamente en Toledo donde escribió el “Libro de los gorriones”, único manuscrito que se conserva del conjunto de las Rimas.

Lo que Gustavo sentía por Toledo era auténtica devoción y esto lo resume perfectamente su amigo Rodríguez Correa, cuando dice: “Para él, Toledo era sitio adorado de su inspiración”. Y de esta inspiración nacieron cuatro leyendas ambientadas en la ciudad, un relato, alguna de sus Rimas y artículos de costumbres, sin olvidarnos de la Historia de los Templos de Toledo.Por lo que se refiere a Valeriano también dedicó parte de su obra a la ciudad imperial. De hecho los dos hermanos trabajaban juntos: Valeriano dibujaba y Gustavo escribía un pequeño artículo explicativo y ambos aparecían publicados juntos.

Todo apunta a que la primera vez que Gustavo estuvo en Toledo fue en marzo de 1855, recién llegado a Madrid. Esta visita debió impactarle porque inmediatamente comienza los preparativos de la Historia de los templos de España, una ambiciosa aventura editorial, para la que cuenta con Juan de la Puerta Vizcaíno. Proyecto que no verá realizado, sólo publicará el tomo correspondiente a Toledo y ese es el único libro que Gustavo publicó en vida: La Historia de los Templos de Toledo. El 21 de junio de 1857, los reyes reciben a Juan de la Puerta Vizcaíno y G. A. Bécquer en audiencia. Solicitan su ayuda para la Historia de los templos de España, sabemos que Isabel II hace una suscripción por diez ejemplares. La primera entrega aparece el 5 de agosto de 1857 y las siguientes irán espaciándose hasta el año siguiente. La quinta entrega aparece el 5 de enero de 1858. Finalmente, sólo aparecerá el primer tomo, dedicado a Toledo. En esta obra, dedicada a su Majestad, Gustavo hace una detallada descripción de Toledo. Escribe refiriéndose al monasterio de San Juan de los Reyes: “El convento de San Juan de los Reyes en sus distintas cualidades de página histórica, de edificio monumental y de fuente de la Poesía, goza el triple privilegio de hablar a la inteligencia que razona, al arte que estudia, al espíritu que crea

En 1868 estalla en Madrid la revolución llamada “la Gloriosa” y los Bécquer se exilian a Toledo. Allí permanecerán más de un año. Durante las revueltas de la revolución el manuscrito de las Rimas, que estaba en casa del ministro Luis González Bravo porque tenía intención de prologarlas y publicarlas, se perdió en el incendio de la casa. A Toledo los hermanos Bécquer se marchan con sus respectivos hijos. Viven en una casa de la calle de San Ildefonso y será en esta casa donde Gustavo reescriba de memoria las Rimas en el llamado “Libro de los gorriones”, un cuaderno que le había regalado un contertulio del café Suizo en Madrid. (De esta cuestión hablaremos detalladamente en otro artículo).

La casa donde los hermanos Bécquer residieron con sus hijos en 1868-1869 se encuentra en la calle de San Ildefonso, una vieja callejuela que desemboca en la Plaza de Santo Domingo el Antiguo. La casa existe todavía y su puerta aparece en el dibujo titulado “El pordiosero” que hizo Valeriano para acompañar un texto de Gustavo.
Uno de los lugares preferidos por Bécquer es la Plaza de Santo Domingo el Real. Esta plaza era habitualmente recorrida por él e inmortalizada en sus rimas cuando de ella escribió:

Me aproximé a los hierros
que defienden la entrada
y de las dobles rejas en el fondo
la ví confusa y blanca.
Me sentí de un ardiente deseo llena el alma;
como atrae un abismo, aquel misterio

Toledo ofrecía además la posibilidad de paseos por el campo cercano, cosa muy necesaria para Valeriano y para Gustavo que amaban los espacios puros y además favorecía la salud de los niños, (Alfredo 11, Julia 9, Gregorio 7 y Jorge 4), que tenían cuadernitos en los que dibujaban. Esto nos dice Julia Bécquer a propósito de la vida que llevaban en Toledo:
“En Toledo hacían una vida muy tranquila y tenían ancho campo para sus dibujos, uno, y el otro para fondo de sus ensueños, pues las leyendas las había compuesto cuando estuvo solo de soltero. Los días festivos nos íbamos con la comida a sus preciosos alrededores…
De la vuelta de una de estas giras hizo mi padre un dibujito en uno de los pequeños álbumes que nos compraban para dibujar en casa y cuando salíamos al campo”.

La casa tenía un jardín, sitio que a Gustavo, por ser aficionado a la jardinería, gustaba mucho. De este jardín Gustavo hizo un dibujo y lo pegó en el “Libro de los gorriones”. En el jardín de la casa de la calle San Ildefonso había un pozo con un brocal. El 27 de febrero de 1870, en “La Ilustración de Madrid” se publicó un dibujo de Valeriano Bécquer con un texto descriptivo de Gustavo Adolfo. El brocal fue donado por su propietario, D. Francisco Hernández, al Museo Provincial de Toledo. En 1874 ya denuncia su desaparición del Museo Provincial don Rodrigo Amador de los Ríos, manifestando su temor a que se encuentre en algún museo extranjero. Efectivamente el Museo de South Kensington (germen del Victoria and Albert Museum, donde ahora se encuentra el brocal) lo había adquirido en 1871. Es un brocal cilíndrico de 0,77 m de altura por 0,62 de diámetro, datado en el siglo XIV. Lo describe Gustavo Adolfo de la siguiente manera “… es de tierra roja cocida y bañada, y su adorno lo forman dos grecas, por entre las cuales corre rodeándolo una magnifica inscripción en caracteres cúficos ornamentales. La inscripción y la greca son verdes y se destacan por el color y el alto relieve que presentan, sobre el fondo blanco mate del brocal.” Rodrigo Amador de los Ríos traduce la inscripción como PARA VIRTUD DEL AGUA Y SU PUREZA. J.F. Riaño la traduce como EL PODER, LA EXCELENCIA Y LA PAZ y el museo sólo dice que “la inscripción contiene las bendiciones apropiadas para el agua que está a punto de ser bebida”.

Algunos estudiosos, como Jesús Cobo, aventuran que la joven que aparece en el dibujo era Alejandra González Esteban, la amante toledana de Gustavo Adolfo Bécquer. Que tuvo una amante es cierto, una chica muy joven que por lo que cuenta Julia Bécquer, sobrina de Gustavo, “era una hermosa mujer, una mujer de clase baja”, y se supone que era la encargada de las tareas de casa. Según Montesinos la rima XII, que ocupa el último lugar en el “Libro de los gorriones”, está escrita para Alejandra.

Porque son niña tus ojos
verdes como el mar, te quejas…

Cuenta Ramón Rodríguez Correa, uno de los mejores amigos de Gustavo, que una noche de luna decidieron los hermanos ir a contemplar su querida ciudad bañada por la luz de la luna. Sobre un muro se apoyaron y charlaron sobre arte durante horas, pero en mitad de la charla apareció una pareja de la guardia civil que habiendo oído palabras como “pechinas, ábsides y ojivas” unidas a disertaciones sobre el plateresco de Berruguete y Juan de Gua y el artificio de Juanelo, y viendo el desaliño de los hermanos y sus luengas barbas y lo tarde que era…, el caso es que nuestros hermanos Bécquer fueron a parar a la cárcel. Esto se supo en la redacción de El Contemporáneo donde recibieron una carta llena de dibujos explicativos. La redacción del periódico en masa escribió a los equivocados carceleros y por fin los Bécquer volvieron sanos y salvos.
Son muchas las referencias a Toledo en la obra de los Bécquer. Si pensamos en Gustavo tenemos que centrarnos en las leyendas, pero sin olvidarnos de un precioso párrafo que dedica a la ciudad imperial en la IV de las Cartas Literarias a una mujer; a los artículos que publicó con su hermano Valeriano que se encargaba de hacer el dibujo. Y cabe destacar un precioso artículo titulado “La Semana Santa en Toledo”, y publicado en El Museo Universal en 1869. En él Gustavo hace una comparación entre la semana santa de la ciudad manchega y la de Sevilla.
Un capítulo importante lo constituyen las leyendas toledanas, que son cinco si incluimos “Tres fechas”, aunque se trate de un relato contemporáneo. Estos textos toledanos han unido los nombres de Bécquer y Toledo; Gustavo recibió de la ciudad la inspiración necesaria para su imaginación creadora, Toledo obtuvo a cambio el regalo de unas páginas que la inmortalizaron y definieron su imagen literaria. Se trata de los siguientes títulos: “La ajorca de oro”, (El Contemporáneo, marzo, 1861); “El Cristo de la Calavera”, (El Contemporáneo, julio, 1862); “El beso”, (La América, julio, 1863); “La Rosa de pasión”, (El Contemporáneo, marzo, 1864); “Tres fechas”, (El Contemporáneo, julio, 1862), donde leemos: “Hay en Toledo una calle estrecha, torcida y oscura, que guarda tan fielmente la huella de las cien generaciones que en ella han habitado, que habla con tanta elocuencia a los ojos del artista y le revela tantos secretos puntos de afinidad entre las ideas y las costumbres de cada siglo, con la forma y el carácter especial impreso en sus obras más insignificantes, que yo cerraría sus entradas como una barrera y pondría sobre la barrera un tarjetón con este letrero:
«En nombre de los poetas y de los artistas, en nombre de los que sueñan y de los que estudian, se prohíbe a la civilización que toque a uno solo de estos ladrillos con su mano demoledora y prosaica»”.

El amor siempre acompañó a Gustavo, un amor lleno de niebla y de misterio y de nombres de mujer sin pronunciar. Uno de estos nombres se quedó en un claustro sombrío de Toledo, en la penumbra de la desierta plaza. Bécquer estaba enamorado de una fantasmal novicia: la que aparecía en “Tres fechas” y en la rima que comienza:

¡Cuántas veces al pie de las musgosas…
paredes que la guardan,
oí la esquila que al mediar la noche
a los maitines llama!

Uno de los biógrafos de Gustavo, Sandoval, afirma que esta monja era la única hija de un viejo pintor viudo que tenía su taller junto a la Sinagoga del Tránsito.
Esta muchacha vuelve a aparecer en la rima LX:

Entre el discorde estruendo de la orgía
acarició mi oído,
como nota de música lejana,
el eco de un suspiro.
El eco de un suspiro que conozco,
formado de un aliento que he bebido,
perfume de una flor que oculta crece
en un claustro sombrío.
Mi adorada de un día, cariñosa,
—¿En qué piensas?, me dijo.
—En nada… —En nada ¿y lloras? —Es que tengo
alegre la tristeza y triste el vino.

La última vez que Gustavo visitó Toledo fue a principios de diciembre de 1870, allí estuvo tres días. Parecía que quería despedirse de su amada ciudad, y de Alejandra, porque el 22 de diciembre murió en Madrid y en su Sevilla natal dos horas después hubo un eclipse total de sol, primer homenaje rendido al poeta, según Rafael Montesinos.

 

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POESÍA ERES TÚ

Por: Pilar Alcalá García


Marzo es el mes de la Poesía. La UNESCO adoptó por primera vez el 21 de marzo como Día Mundial de la Poesía durante su 30ª Conferencia General en París en 1999, con el objetivo de apoyar la diversidad lingüística a través de la expresión poética y fomentar la visibilización de aquellas lenguas que se encuentran en peligro. El Día Mundial de la Poesía es una ocasión para honrar a los poetas, revivir tradiciones orales de recitales de poesía, promover la lectura, la escritura y la enseñanza de la poesía, fomentar la convergencia entre la poesía y otras artes como el teatro, la danza, la música y la pintura, y aumentar la visibilidad de poesía en los medios.

Audry Azoulay, directora general de la UNESCO en su mensaje con motivo del Día Mundial de la Poesía 2019 dijo: «Cada forma de poesía es única, pero cada una refleja la universalidad de la experiencia humana, el anhelo de creatividad que trasciende todos los límites y fronteras, tanto del tiempo como del espacio, en la afirmación constante de que la humanidad forma una única y sola familia. ¡Este es el poder de la poesía!».

Cada poeta tiene su voz, su manera de decir y su manera de ser entendido, pero este año hay un poeta cuya voz se eleva sobre las demás, me refiero a Gustavo Adolfo Bécquer del que se conmemoran 150 años de su muerte. Es por ello que intentaremos dar algunas claves de la poética de Bécquer. Hemos titulado este artículo “Poesía eres tú” porque son palabras de las que todos reconocen la autoría. “Poesía eres tú” tres palabras sencillas, una paráfrasis que constituye el axioma en el que se sustenta la poética de Bécquer. Una identificación de la mujer con la Poesía que puede parecer un simple piropo pero es mucho más que eso, es la Poética de Bécquer. Es la mujer como alegoría de la Poesía. Es la famosa rima XXI que consigue sintetizar y hacer popular y accesible esa constante interrelación entre el ámbito erótico y el metapoético que las Rimas van construyendo:

¿Qué es poesía?, dices, mientras clavas
en mi pupila tu pupila azul,
¡Qué es poesía! ¿Y tú me lo preguntas?
Poesía… eres tú.

y pensemos también en los versos finales de la rima IV :

mientras exista una mujer hermosa,
¡habrá poesía!

La rima XXI está perfectamente glosada en la I de las Cartas literarias a una mujer:

En una ocasión me preguntaste: ¿Qué es la poesía?

¿Te acuerdas? No sé a qué propósito había yo hablado algunos momentos antes de mi pasión por ella.

¿Qué es la poesía? me dijiste; y yo, que no soy muy fuerte en esto de las definiciones, te respondí titubeando: la poesía es… es… y sin concluir la frase buscaba inútilmente en mi memoria un término de comparación, que no acertaba a encontrar.

Mis ojos que, a efecto sin duda de la turbación que experimentaba, habían errado un instante sin fijarse en ningún sitio, se volvieron entonces instintivamente hacia los tuyos, y exclamé al fin: ¡la poesía… la poesía eres tú!”.

La verdad es que hay muchas similitudes entre las Cartas literarias a una mujer y algunas rimas, pero no podemos detenernos en ellas. Las Cartas literarias a una mujer son la Poética de Bécquer. Queremos recordar que, como señala el profesor López Estrada, en Bécquer todas las mujeres están confundidas en la mujer. Y por ello la destinataria de las Cartas literarias a una mujer no es ninguna concreta, aunque es posible que Bécquer esté pensando en alguien en particular o en varias mujeres. Sabemos que están escritas durante el noviazgo con Casta Esteban y que después de casarse no publicó más cartas, a pesar de ese “continuará” que aparecía al final de la IV. Aquí queremos señalar algo importante, las Cartas iban dirigidas a las lectoras de El Contemporáneo, periódico en el que trabajaba Bécquer, lectoras que lo abrían por las páginas de Variedades.

Arturo Berenguer señaló la novedad de Bécquer en su Poética. Las Cartas literarias a una mujer representan una reflexión que el poeta establece sobre qué es la Poesía más allá del hecho mismo de la obra literaria. Volviendo a la rima XXI, Bécquer sitúa a la mujer como el primer motivo de la poesía. La mujer es la encarnación de la poesía, es el verbo poético hecho carne. Pero la crítica lleva más de un siglo intentando averiguar quién es ese tú.

La mujer imposible de alcanzar, y por ello más deseable, recorre toda la obra becqueriana, tanto en prosa como en verso. Esta mujer inalcanzable es la Poesía. Piénsese en la leyenda El rayo de luna: “En el fondo de la sombría alameda había visto agitarse una cosa blanca que flotó un momento y desapareció en la oscuridad”, que parece resonar en el verso 11 de la rima LXXIV:

La vi como la imagen
que en leve ensueño pasa,
como rayo de luz tenue y difuso
que entre tinieblas nada.

La idea de la mujer imposible y siempre soñada campa por las rimas y la prosa de Bécquer. Y he aquí la clave. Cuando Bécquer habla de mujeres inalcanzables está hablando de la Poesía inalcanzable. Bécquer huye de la estrofa lujosa y sonora, su poesía es sobria y ceñida. Como dice José Luis Cano, “prefiere ceñirse desnudamente, como la piel al hueso, al sentimiento expresado”.

Bécquer en este sentido fue el precursor del concepto de Poesía Pura de Paul Valéry que adoptarían más tarde Juan Ramón Jiménez y los poetas del 27. Escribir poesía para Bécquer es entregarse a un ideal, es luchar por lograr la forma perfecta, esa mujer/poesía inalcanzable.

En Bécquer la identificación de mujer y poesía se basa en la analogía entre deseo erótico y creación poética. En su obra, sutil entramado de ideales unidos a reflexión y experiencia, encontramos las dos caras del «eros». Su mujer ideal, la que el poeta busca sin encontrar jamás, mezcla de «eros» carnal y celestial, nos la describe así en la Leyenda «El rayo de luna»: ojos azules, «azules y húmedos como el cielo de la noche»; azules y rasgados; una cabellera suelta, flotante y oscura; alta y esbelta, «como esos ángeles de las portadas de nuestras basílicas»; la voz suave, como el rumor del viento en las hojas de los álamos, y su andar acompasado y majestuoso, como las cadencias de la música; una mujer hermosa, como los más hermosos sueños de la adolescencia.

Incluso era posible para Bécquer entregar el alma a una mujer nunca vista. Pensemos en lo que escribe en la narración toledana “Tres fechas”: “¡cuánto no soñaría yo con aquella ventana y aquella mujer! Yo la conocía; yo sabía cómo se llamaba y hasta cuál era el color de sus ojos”. También para Bécquer la mujer ideal e inalcanzable puede ser una mujer de piedra como vemos en la leyenda “El beso” en la que el protagonista se enamora de la estatua de una mujer:

“Una mujer blanca, hermosa y fría, como esa mujer de piedra que parece incitarme con su fantástica hermosura, que parece que oscila al compás de la llama, y me provoca entreabriendo sus labios y ofreciéndome un tesoro de amor… ¡Oh!… sí… un beso… sólo un beso tuyo podrá calmar el ardor que me consume”.

O en el texto inacabado “La mujer de piedra”, donde podemos leer:

“Inmóvil, absorto en una contemplación muda permanecía yo aún con los ojos fijos en la figura de aquella mujer cuya especial belleza había herido mi imaginación de un modo tan extraordinario”.

Y al tema del amor, tratado en muy diversos aspectos, dedica once de sus leyendas. En algunas (La ajorca de oro, El beso, La cueva de la mora, El monte de las ánimas, La corza banca), el amor pasional de los protagonistas los arrastra a situaciones aberrantes por parte de sus amadas. Es decir, el poeta es capaz de cualquier cosa con tal de alcanzar esa poesía pura. Los protagonistas de las leyendas son trasuntos de Bécquer, son el poeta.

Vayamos a la Rima XI, resumen del ideal erótico de Gustavo, concebida en forma de diálogo. Cada una de las mujeres habla en presente y en primera persona. El poeta rechaza a la morena y a la rubia y elige a la que es un fantasma de niebla y luz, incorpórea, intangible. La que no puede amarle, la de proyección espiritual, en definitiva… la Poesía imposible de alcanzar. En Bécquer es una constante la persecución obsesiva de la mujer/poesía inalcanzable.

Yo soy ardiente, yo soy morena,
yo soy el símbolo de la pasión,
de ansia de goces mi alma está llena.
¿A mí me buscas?
No es a ti, no.
Mi frente es pálida, mis trenzas de oro:
puedo brindarte dichas sin fin,
yo de ternuras guardo un tesoro.
¿A mí me llamas?
No, no es a ti.
Yo soy un sueño, un imposible,
vano fantasma de niebla y luz;
soy incorpórea, soy intangible:
no puedo amarte.
¡Oh ven, ven tú!

Es verdad que hubo fantasía en los versos de Bécquer, pero las mujeres, musas, de carne y hueso también existieron en su vida: Lenona, Julia Cabrera, Josefina y Julia Espín, Casta Esteban, Alejandra…

Como dijo Montesinos: “Para todo biógrafo de Bécquer es muy difícil poner en orden el corazón del poeta”. Lo que importa es el nombre de mujer que perdura en la vida de un poeta y Bécquer no lo tuvo. Desde la joven de la calle Santa Clara de Sevilla hasta la toledana Alejandra no hay un nombre de mujer que le acompañe. Sí, amores, enamoramientos, un matrimonio fallido y sueños.

Quiero acabar con unas palabras de Gustavo pertenecientes a la Introducción Sinfónica, que a lo mejor lo aclaran todo o tienen el efecto contrario:

Mi memoria clasifica, revueltos, nombres y fechas de mujeres y días que han muerto o han pasado, con los de días y mujeres que no han existido sino en mi mente”.

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LOS HERMANOS BÉCQUER. 150 AÑOS DE SU MUERTE

Por:Pilar Alcalá García


En 2020 se cumplen 150 años de la muerte, en Madrid, de los sevillanos Valeriano y Gustavo Adolfo Bécquer. Tras sus muertes, sus obras quedaron dispersas en periódicos e incluso inéditas y se publicaron gracias a sus amigos con el fin de ayudar a las viudas y a los hijos.

Merece la pena detenerse a contar qué supuso la unión de ambos hermanos desde pequeños, tanto en su vida como en su obra. Sus padres fueron José Domínguez Bécquer y Joaquina Bastida Vargas y se casaron en la iglesia de San Lorenzo el 25 de febrero de 1927. Valeriano y Gustavo nacieron en el sevillano barrio de San Lorenzo, Gustavo en la Calle Ancha de San Lorenzo, actual calle Conde de Barajas, según dijo su hermano Estanislao. Valeriano nació el 15 de diciembre de 1833 y Gustavo Adolfo el 17 de febrero de 1836. Los dos, como el resto de sus hermanos, (Estanislao, Eduardo, Ricardo, Alfredo, Jorge) llevan nombres de reyes de aquella época, porque su padre, José Bécquer, así lo quiso, excepto el último que nació después de morir él y se llamó José.

Valeriano y Gustavo se quedaron huérfanos siendo muy pequeños, ya que el padre murió en 1841 y la madre en 1847. Los ocho hermanos fueron repartidos entre distintos familiares y Valeriano y Gustavo siempre estuvieron juntos desde entonces –con algún periodo corto en el que se separaron- hasta las muertes de ambos que tuvieron lugar con tres meses de diferencia, ya que Valeriano murió el 23 de septiembre de 1870 y Gustavo el 22 de diciembre del mismo año.

Sabemos que siendo niños les gustaba quedarse a leer y a dibujar por la noche en la cama. A veces les apagaban la vela, pero ellos, en las noches de luna llena dibujaban con su luz. Lo hacían en el Libro de cuentas de su padre. Es uno de los más interesantes documentos becquerianos, no sólo porque en él están recogidos los datos económicos de la actividad de su padre, José Bécquer, que fue un reconocido pintor costumbrista y que pudo dar a su familia un buen nivel de vida, sino porque en este Libro de cuentas tenemos autógrafos de Valeriano y de Gustavo, dibujos y poemas y un interesante diario juvenil de Gustavo, que dura pocos días de febrero de 1852, en el que nos cuenta que asistió a la inauguración del puente de Isabel II, puente de Triana, el 23 de febrero de ese año.

Juntos estudiaron pintura, primero en el taller de Antonio Cabral Bejarano, que estaba en el Museo de Pinturas, actual Museo de Bellas Artes, allí se familiarizaron con la pintura sevillana del Siglo de Oro, en cuya copia -Murillo sobre todo- se especializó Valeriano, y después en el taller de su tío Joaquín Domínguez Bécquer que se encontraba en el Alcázar ya que este era director de las obras de restauración de los Reales Alcázares de Sevilla, lo que le sirvió para que cinco años más tarde fuese nombrado pintor de cámara de la reina Isabel II.

En sus últimos años juntos en Sevilla se aficionaron mucho a la ópera que estaba muy de moda en la ciudad y gozaba de gran prestigio. Gustavo decía que la música era la más sublime de las artes y aun sin haber estudiado música era capaz de tocar el piano y Valeriano tocaba la guitarra. Los músicos preferidos de Gustavo eran los italianos: Rossini, Bellini, Verdi y sobre todo Donizzetti. Estando en Madrid hizo un álbum con dibujos sobre la ópera “Lucia di Lammermour” de Gaetano Donizetti. En el mes de julio de 1854 inician los dos hermanos un álbum satírico donde se burlan del movimiento revolucionario estallado el 18 de julio, lo titulan “Los Contrastes o Álbum de la Revolución de julio de 1854, por un Patriota”.

El último domicilio en el que vivieron juntos en Sevilla estaba en la calle Mendoza Ríos. En esa época Gustavo tenía una novia, Julia Cabrera que vivía en la calle Triperas, la actual Velázquez. Ella le esperó soltera toda la vida y murió en 1918, es decir presenció el regreso de los hermanos Bécquer a Sevilla para ser enterrados en la cripta de la Anunciación, eso ocurrió el 10 de abril de 1913. Juntos reposaron en la capilla de las Siete Palabras la noche del 10 al 11 de abril de 1913 porque llovía y no se pudo hacer el traslado el día 10. Juntos reposan en el Panteón de Sevillanos Ilustres. Y en su tumba siempre hay flores, secas y frescas, y siempre hay notas, muchas notas.

De la casa de Mendoza Ríos partiría Gustavo en el otoño de 1854 para marcharse a Madrid en un viaje que duró doce días. Es la primera vez que los hermanos se separan pero esto durará poco porque en 1855 Valeriano va por primera vez a Madrid y permanece hasta 1856 para regresar otra vez en mayo de 1858. Son, para Valeriano, años de idas y venidas de Madrid a Sevilla. Nacen en Sevilla los hijos de Valeriano, Alfredo en 1857 y Julia en 1860 en la calle Boticas, actual Palacios Malaver. Gustavo será el padrino de la niña, por poderes, y es él quien elige el nombre, ¿pensando en Julia Espín o en Julia Cabrera? En febrero de 1861 Valeriano se casa en Sevilla con Winifred Coghan y Gustavo, en Madrid en mayo, con Casta Esteban, un año después nace en Noviercas (Soria) su primer hijo, Gregorio Gustavo Adolfo. En diciembre de 1863 Valeriano, separado de su mujer, se reúne con Gustavo y con la familia de este se marchan al monasterio de Veruela. Desde allí hacen excursiones al País Vasco. De las sucesivas estancias en Veruela nacerá parte de la mejor obra de ambos hermanos, las “Cartas desde mi celda” de Gustavo y los álbumes de dibujos de Valeriano, como el de “Expedición a Veruela”.

El año 1865 es bueno para los hermanos Bécquer por cuanto Gustavo es nombrado censor de novelas y a Valeriano le conceden una pensión anual de 10.000 reales para que pinte cuadros de costumbres, de manera que debe entregar dos al año. En este año los hermanos colaboran frecuentemente en El Museo Universal, los dibujos de Valeriano van glosados en un texto de Gustavo Adolfo. Las Navidades de ese año las pasarán juntos en Ávila. De ellas nos habla Julia Bécquer en sus memorias. Al año siguiente continuarán las colaboraciones en El Museo Universal, dibujos de Valeriano glosados por Gustavo, se trata de interesantes artículos como “Las gallinejas”, “La vuelta del campo”, “Veruela”, “El mercado de Bilbao”, “El alcalde”. Además, nace en Madrid, el segundo hijo de Gustavo, Jorge Luis Isidoro.

El año 1868 es extremadamente duro para los hermanos Bécquer. En verano Gustavo rompe con Casta en Noviercas por un episodio de celos. Los hermanos Bécquer y sus cuatro hijos se van a Soria con su tío Curro. El 18 de septiembre estalla la revolución, llamada “La Gloriosa” y el gobierno de Isabel II es derrocado. Gustavo había entregado el manuscrito de sus Rimas a Luis González Bravo, ministro de la Unión Liberal de O’Donnell, porque apreciaba tanto a Gustavo que pensaba prologarlas y publicarlas. Durante los acontecimientos de la revolución la casa de González Bravo es saqueada y el manuscrito de Gustavo Adolfo se pierde. Bécquer presenta su dimisión como censor de novelas y Sagasta la acepta. Valeriano pierde su pensión, es decir, se quedan sin trabajo y además tienen que exiliarse. En otoño se marchan con sus hijos a Toledo, la ciudad más amada por Gustavo junto a su Sevilla natal. Allí vivirán en la calle San Ildefonso en una casa con un patio en el que dicen que Gustavo plantó el laurel que todavía hoy se puede ver. Y fue en esa casa toledana donde Gustavo reescribió de memoria las rimas que se habían perdido en casa de González Bravo, es lo que hoy conocemos como “Libro de los gorriones”. Sabemos que la vida que llevaron en Toledo era tranquila, hacían excursiones al campo y pasaban tiempo en el jardín de casa. Lo sabemos por las memorias de Julia Bécquer y por los trabajos de Valeriano que dibujó, además, el pozo del patio y la puerta que hoy aún puede verse en el número 8 de la calle de San Ildefonso.

Continúan las colaboraciones en El Museo Universal: “Los dos compadres”, “La Semana Santa en Toledo”, “La feria de Sevilla”, siempre un texto de Gustavo y un dibujo de Valeriano. Para las Navidades de 1869 ya han regresado a Madrid, están en un hotelito del barrio de la Concepción. Han vuelto del exilio y vuelven a tener trabajo en La Ilustración de Madrid, recién creada y de la que Gustavo será director artístico. No podían imaginar que serían sus últimas navidades. Todo parecía ir bien pero en agosto Valeriano enferma y muere el domingo 23 de septiembre de 1870.

Gustavo Adolfo se quedó destrozado y, con sus hijos y sobrinos, dejó entonces la “Quinta del Espíritu Santo” y se trasladó a un piso de la calle Claudio Coello (hoy número 25), que sus amigos le habían buscado en el recién creado barrio de Salamanca. Casta regresa con el pequeño de sus hijos, Emilio, del que se sospecha que Gustavo no es el padre. Mucho se ha escrito y se escribirá sobre la muerte de Gustavo: se habla de sífilis, de tuberculosis, del frío que cogió en el tranvía ese día del invierno más frío, hasta entonces, de la historia. Estaba enfermo, sí, pero la pena por la muerte de su hermano aceleró la suya. Gustavo murió el jueves 22 de diciembre de 1870 y fue enterrado al día siguiente en la sacramental de San Lorenzo, donde también estaba Valeriano. Se cerraba el círculo desde la bella plaza de San Lorenzo de Sevilla hasta los nichos de la sacramental del mismo nombre. Al poco de morir Gustavo en Madrid, en su Sevilla natal se produjo un eclipse total de sol. Dice Rafael Montesinos –de quien este año se cumple un siglo de su nacimiento- que este fue el primer homenaje que se le hizo a Gustavo.

Se les atribuye también un libro satírico, inédito hasta 1990, titulado “Los Borbones en pelota”, pero los estudios más recientes hacen pensar que no es obra de ellos, no al menos al completo ya que después de muertos Valeriano y Gustavo siguió apareciendo la firma SEM, que es la que se utiliza en dicha obra.

Nada más morir Gustavo se empezó a crear su mito. Los estudiosos se han preguntado cómo en pocos años Gustavo pasó de ser un desconocido –salvo en el círculo de amigos y compañeros de trabajo- a convertirse en el renovador de la poesía española. Gustavo tuvo la suerte de que en pocos meses se hiciera una recopilación cuidada, aunque incompleta de sus Obras y sin embargo, la obra de Valeriano que estaba reunida en carpetas, se dispersó y sus dibujos se vendieron en lotes. Pero lo que importa es que 150 años después, en Soria, ciudad muy vinculada a Gustavo porque su mujer era soriana y ciudad que tan hermosas leyendas le inspiró, ha declarado el 2020 como “Año Bécquer” y lo mismo ha sucedido en su Sevilla natal. Este año se sucederán los actos en homenaje a los hermanos Bécquer. El 17 de febrero, día del nacimiento de Gustavo, se inaugura el “Año Bécquer” en la Glorieta del parque de María Luisa y el 22 de diciembre se clausurará en el Panteón de Sevillanos Ilustres, ante la tumba de los hermanos Bécquer.          Se suele decir que Valeriano vivió y sigue a la sombra de Gustavo y, aunque pueda parecer así, no podemos olvidar que Valeriano fue el mejor compañero y el mejor amigo para Gustavo, tal vez sin él Gustavo no habría dado todo lo hermoso que nos ha dejado. Gustavo y Valeriano, Valeriano y Gustavo, imposible pensar en ellos sin saberlos imprescindibles y complementarios el uno para el otro.