SANTA LUCÍA
Por: Tomás Sánchez Rubio
Cada vez que se acerca la festividad de Santa Lucía, el 13 de diciembre, me viene a la cabeza, junto a tantos recuerdos acumulados relacionados con tal fecha, la canción que con ese nombre hizo célebre la personal voz de Miguel Ríos hace ya unos cuantos años. El tema se encontraba en la cara B del undécimo álbum del solista de Granada, Rock and Ríos, el (doble) elepé más vendido en España durante el año 1982. No obstante, la canción había aparecido anteriormente en Rocanrol Bumerang, de 1980.
“Santa Lucía” habla en principio de una relación amorosa que nace a partir de la llamada telefónica a un número equivocado; sin embargo, todavía conserva un cierto aire enigmático en su letra que el compositor de la misma, Roque Narvaja, nunca ha acabado de revelar. ¿Era, como se dice, una chica invidente la protagonista? ¿La mención a la santa de Siracusa sencillamente se debía a que se propone una “cita a ciegas”? ¿Existió en la realidad tal romance…?
Lo cierto es que, de todas maneras, tampoco necesita uno conocer todos los detalles de una canción tan hermosa para valorarla…

El cantautor Mario Roque Fernández Narvaja nació en Córdoba de Argentina en 1951. Dedicado a la música desde la adolescencia, fue miembro del grupo La Joven Guardia, que conoció una merecida fama entre 1968 y 1972. A partir de ese año emprendió su carrera como solista con letras bastante comprometidas políticamente. Durante la última época de la Dictadura argentina (1976-1983), Narvaja hubo de exiliarse en España, por las mismas fechas en que desembarcaron los padres de Tequila o Sergio Makaroff. Su presencia en nuestro país fue un éxito gracias a tres canciones señeras: “Santa Lucía”, “Menta y limón” y “Yo quería ser mayor”. En 1980 lo eligieron el mejor compositor a nivel nacional y la Sociedad General de Autores incluyó el primero de los temas entre “las cien mejores canciones de España”. A finales de aquel año, grabó Un amante de cartón, álbum dedicado al desaparecido baterista de La Joven Guardia Hiacho Lezica, así como al exbeatle John Lennon; junto a otros siete, incluía los tres temas citados anteriormente. La original balada “Santa Lucía” fue también un rotundo éxito en la voz de Miguel Ríos, quien hizo una versión con más aire de rock. En 1989, a los 38 años, Roque Narvaja volvió a Argentina. Actualmente vive en Rosario, donde compagina el quehacer artístico con la labor de instructor de vuelo, siendo la aviación una de las grandes pasiones de su vida.
Una canción más antigua llamada igualmente “Santa Lucía”, conocida en todo el mundo, fue la creada en 1848 por el compositor, periodista y político Teodoro Cottrau (1827-1879), natural de Nápoles, quien escribiera también el célebre “Addio a Napoli”. Hijo del editor Guglielmo Cottrau, publicó varias recopilaciones de arias y canciones. “Santa Lucía” fue compuesta como “barcarola” por seguir el estilo de las canciones de los barcaioli de su ciudad natal. Como en el resto de sus canciones, Cottrau escribió la letra en dialecto napolitano; sin embargo, el autor le pidió al poeta y periodista de origen dálmata Enrico Cossovich que la tradujera al italiano durante Il Risorgimento, considerándose la primera canción napolitana trasladada a la lengua de Dante. Debemos mencionar que, en algunas fuentes, se afirma que Cottrau solo fue compositor de la música, en tanto el texto original se debió a barón Michele Zezza.
El título de la canción alude al barrio costero de Nápoles llamado Borgo Santa Lucia, que en la canción un marinero observa desde su barca mientras navega por la bahía napolitana.
Es precisamente el tema de Cottrau el que se canta como himno litúrgico (Luciasången) en los países nórdicos cuando llega la festividad de la Santa de la Luz. En efecto, sobre todo en Suecia, pero también en buena parte de la órbita escandinava —bajo la influencia de la Iglesia luterana—, el 13 de diciembre es una jornada especialmente celebrada: la mencionada fecha era precisamente el Día de Navidad en el calendario juliano, vigente en Suecia hasta 1753, así como la noche más larga del año. Al día de hoy sigue siendo una de las fiestas anuales más importantes en este país. En honor de la santa, la hija mayor, elegida tradicionalmente para representarla, se levantaba antes del amanecer y se vestía con un camisón blanco y un fajín rojo, portando además unas ramas de acebo o hiedra y una corona o diadema de velas encendidas. Así ataviada, traía en procesión (luciatåget), con la ayuda de los más pequeños (quienes figuraban las estrellas, stjärngossar), el desayuno para los adultos de la casa consistente en café negro y un dulce especial llamado lussekatt. La acompañaban, asimismo, unas damas de honor también de blanco pero sin corona. Teóricamente, los pasteles debían prepararse la misma mañana, pero con mayor frecuencia se horneaban o servían el día anterior. Durante la ceremonia se cantaban canciones tradicionales y el mencionado Luciasången. Parece que esta costumbre nació alrededor de 1700 entre las familias de clase media alta de la zona del lago Vänern. Actualmente sigue celebrándose escrupulosamente este ritual, si bien una sola joven es la escogida por cada localidad para representar a la santa; entre ellas, se elige a una a nivel nacional.
A pesar del paso del tiempo, este día se ha mantenido esencialmente como una fiesta de luz: grandes hogueras, desfiles con antorchas y ceremonias llenas de velas encendidas para simbolizar la victoria sobre las tinieblas. Lucía es la guardiana del día más corto del año —y por tanto ciega o desprovista de luz—, pero al mismo tiempo es testigo del paso de la oscuridad a la luminosidad, ya que después del solsticio las horas de claridad comienzan a aumentar paulatinamente, alargando así la duración del día.
Volviendo a la órbita mediterránea, se suele identificar a Santa Lucía, como por otra parte ocurre con otras divinidades cristianas de raíz pagana, con Deméter, la diosa griega y madre de Perséfone, que en los ritos eleusinos estaba relacionada con el mito de la muerte y el renacimiento de la Madre Naturaleza: así en el solsticio de invierno de la antigua Sicilia (o Magna Grecia), Deméter, diosa de la luz, era invocada para traer de vuelta la claridad de una nueva vida, así como la abundancia en campos y cultivos.

Debemos tener en cuenta, asimismo, que antes de que Santa Claus se convirtiera en la legendaria figura que traía regalos a los niños y niñas de todo el mundo, fue Santa Lucía quien volaba sobre los paisajes nevados con una corona de luz sobre su cabello para repartir presentes en los hogares. Todavía hoy en algunas regiones de Italia (por ejemplo en el oeste de Trentino, en Veneto, Bergamasco y Brianza) se espera a Santa Lucía, quien pasa durante la noche del 12 al 13 de diciembre a lomos de su burro para llevar regalos a los más pequeños. Para mandar a dormir a los niños más impacientes que querían quedarse despiertos para verla en persona, los mayores los asustaban diciendo que no solo les dejaría sin regalos, sino que los cegaría con las cenizas de la chimenea. De esta manera, la Santa cumple un poco las funciones de la italiana Befana. Esta premia a los niños buenos con pequeños obsequios, dulces y turrones, frutos secos y naranjas, en tanto que lleva carbón a los niños que se han portado mal.
La veneración de la Santa del sur al norte de Italia está ligada al tortuoso camino de sus reliquias, especialmente en la Edad Media. El cuerpo de la santa, tomado en la antigüedad por los bizantinos en Siracusa, fue posteriormente robado por los venecianos cuando, partiendo hacia las Cruzadas, saquearon Constantinopla. Hoy el cuerpo se conserva y venera en la iglesia de San Geremia de Venecia.
Por lo que sabemos, Santa Lucía nació en Siracusa, capital de la provincia romana de Sicilia, probablemente el año 283 de nuestra era. Pocos años más tarde, en el 304 moriría sin haber salido de su isla, durante la llamada «Gran Persecución» de los cristianos llevada a cabo por el emperador Diocleciano. Lucio, su padre, murió cuando la niña contaba apenas cinco años, quedando bajo la tutela de Eutiquia, su madre. De muy joven decidió consagrar su vida a Dios y hacer voto de virginidad. Sin embargo, su madre, que estaba enferma, la comprometió para casarse con un joven pagano. Lucía entonces persuadió a su madre de que fuese a rezar a la tumba de Águeda de Catania a fin de curar su enfermedad. Como su madre sanó, Lucía le pidió que la liberara del compromiso, dejándola consagrar su vida a Dios, y que donara su fortuna a los más pobres. Su madre accedió. Ante el flagrante rechazo, el pretendiente acusó a la joven ante el procónsul Pascasio, prefecto de la ciudad, de pertenecer a la “secta” cristiana.
Lucía fue presentada ante Pascasio. Este le ordenó que sacrificara a los dioses, a lo que ella se negó rotundamente. El romano se enfureció y ordenó que la llevaran a un prostíbulo, pero ni los soldados ni varios pares de bueyes, lograron moverla del lugar. Acusada de brujería fue condenada a la hoguera; sin embargo, las llamas que se levantaron no causaron el menor daño a la santa. Pascasio, sin poder contener la ira, mandó que un soldado le atravesara la garganta con su lanza. Era según la tradición, el 13 de diciembre del 304.

El relato de la Leyenda Dorada de Jacobo de la Vorágine (s. XIII) termina aquí, sin hacer mención alguna a la leyenda de los ojos, una de las más populares en la biografía de la santa. Dicha leyenda debió difundirse con posterioridad, en torno al siglo XIV. Al parecer, en el curso de los diversos suplicios, Santa Lucía se habría arrancado los ojos para enviarlos a su pretendiente, quien no dejaba de ponderar lo bellos que eran, pero la Virgen María le habría hecho nacer otros ojos aún más bellos. También existe una historia que cuenta cómo el poeta Dante Alighieri se curó de una grave enfermedad de la vista, originada por las lágrimas derramadas en la muerte de su amada Beatriz. Por ello hablaría de Santa Lucía con tanta gratitud en su Divina Comedia.
La representación tradicional de Santa Lucía se distingue por su atributo más característico: los ojos sobre una bandeja o en una copa. Sin embargo, este rasgo iconográfico no aparece, como hemos mencionado más arriba, antes del siglo XIV. Otros atributos habituales, que pueden aparecer por separado o agrupados, son el libro (alusivo a su sabiduría), la palma del martirio (símbolo común a todos los santos mártires) y la espada, cuchillo o puñal (alusivo a la lanza que le atravesó la garganta), que puede acompañarse de rayos de luz irradiando de la herida de su cuello; también un buey pisoteado en la parte inferior (en referencia a los bueyes que no pudieron arrastrarla hasta el prostíbulo), llamas en los pies (relacionados con su condena en la hoguera), así como la lámpara encendida o el cirio en la mano (símbolos que aluden a la etimología de su nombre, lux-lucis).